martes, 22 de diciembre de 2020

SIN TU AMOR: CAPITULO 15

 


No había vez que Paula levantara la vista que no se encontrara con la mirada de Pedro. Siempre que conversaba con otra persona, lo observaba e, invariablemente, él la pillaba haciéndolo, igual que ella. Sencillamente, eran incapaces de dejar de mirarse.


La atracción sexual era ciega ante los defectos del otro. Se trataba de pura química.


Intentó poner cierta distancia entre ellos, sentándose sobre el exterior de la camioneta con la excusa de tener una mejor vista. Pero las barras de hierro le hacían daño en el trasero y no tuvo más remedio que regresar al asiento.


Aunque le había pedido que se mantuviera alejado de él, le resultaba imposible.


Intentó razonar. Quedaba un largo camino hasta Dar es Salaam e iban en una camioneta con otras doce personas. Nada podría suceder y la proximidad física no era peligrosa.


–Háblame de tu negocio –Pedro empezó a hablar en cuanto ella se sentó a su lado.


–Es un negocio de alquiler –ella asintió. Hablarían de cosas personales, pero no íntimas.


–¿Alquiler de qué? ¿Lavadoras? ¿Secadoras? ¿DVD?


–Accesorios.


–¿Accesorios de qué?


–Accesorios de moda –al ver su mirada perpleja, se apresuró a aclarárselo–. ¿Qué le dijo el hada madrina a Cenicienta?


–¿Que regresara antes de medianoche?


–Bibidi Babidi Bu. Y, ¡zas! Bueno, pues mi idea es parecida. Soy el hada madrina a la que acudes cuando necesitas vestir con glamour, pero no puedes permitírtelo –soltó una carcajada–. Ni te imaginas la de bolsitos y zapatos que tengo.


–No me malinterpretes, Paula –Pedro se giró en el asiento y la miró de frente–, pero no me pareces una esclava de la moda, una seguidora de tendencias.


–Lo sé –suspiró ella–. Soy una burda imitación. O al menos lo era. ¿Sabías que me gasté hasta el último céntimo de mi préstamo de estudiante, y contraje una enorme deuda con la tarjeta de crédito, comprando zapatos, bolsos y demás? ¿Y quieres saber lo peor? –soltó una carcajada ante su ridículo comportamiento–. Pues que nunca tuve el valor de ponérmelo. Todo está ahí, sin estrenar y en sus bolsitas de plástico.


Sacudió la cabeza. Había deseado parecer femenina y estupenda, pero había estado demasiado sumida en la fase «fundirse entre las sombras». Era como una especie de adicción. Había sido una compradora compulsiva.


–Me costó muchísimo recuperarme –había saldado la deuda tras un par de años compaginando dos o tres trabajos, y no tenía ninguna intención de volver a caer–. En lugar de permitir que todos esos elegantes objetos acumulen polvo, lo que voy a hacer es sacarles provecho. Y por eso, añadiendo unos pocos más, los voy a alquilar. Ya tengo pensada, y medio construida, la página web, y estoy buscando un local –paró para respirar, consciente de haber estado parloteando–. ¿Te parece una estupidez?


–No –él parecía algo confuso–. Creo que podría funcionar. En serio.


Paula sabía que funcionaría porque estaba convencida de que ahí fuera había más de una mujer como ella, que quería algo, pero no se lo podía permitir, y tratándose de algo que no se iba a utilizar a diario, ¿no era mejor alquilar que comprar?


–Los zapatos que llevabas en el cráter…


–Sí, son espectaculares.


Pedro soltó una carcajada.


–Es una locura, lo sé –ella también rió.


–¿Por qué te los pusiste ayer?


Paula se encogió de hombros negándose a reconocer que había sido por su causa.


–Deberías ponértelos más a menudo.


–Tengo algunos con los tacones más altos aún –ella no pudo evitar sonreír.


–No puede ser.


Paula asintió y le habló de algunas de sus otras compras sin sentido. Adoraba la sonrisa de Pedro y adoraba sus preguntas y su interés por el negocio. Hablaron durante horas, hasta que todos a su alrededor estuvieron dormidos excepto Bundy, que seguía al volante.


Después no hablaron más. Mientras la camioneta continuaba con su traqueteo y el ensordecedor rugido del motor, Paula al fin decidió apartarse tumbándose en el lugar más cómodo del vehículo: el pasillo en el que estaban apiladas las tiendas de campaña. El techo seguía descorrido y pudo disfrutar de una increíble vista de las estrellas. La oscuridad era tan profunda que apenas distinguía las siluetas de los demás pasajeros, pero de una cosa estaba segura: él la observaba.





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