martes, 22 de diciembre de 2020

SIN TU AMOR: CAPITULO 16

 


Hacía muchísimo calor, el sol había despertado a plena potencia y a Pedro no le ayudaba estar sentado en el asiento próximo al pasillo viendo las bronceadas piernas de Paula. El trayecto durante la noche casi había supuesto su muerte. Si bien había disfrutado de la conversación, deseó que hubieran estado a solas, o que al menos lo estuvieran en ese momento. De ser así le daría un tirón a ese fino tobillo y la atraería hacia sí para besarla, como había soñado hacer desde hacía días. Mientras la había observado descansar sobre el montón de tiendas había fantaseado con el colchón que improvisaría si estuvieran solos. La frustración lo volvía loco. Después de ella no había habido ninguna más y en esos momentos estaba completamente seguro de que no deseaba a ninguna otra. Sin embargo, sería una enorme estupidez. Ya habían enfangado sus vidas con lo que habían hecho la última vez que habían cedido a la tentación. Deseaban cosas distintas: ella la felicidad eterna y el compromiso, y él simplemente divertirse. Pero sólo quería divertirse con ella.


Dar es Salaam apareció antes sus ojos. Al fin. Grande y bulliciosa. ¿Cuándo demonios llegaría el barco que les llevaría a Zanzíbar? Pedro estaba harto del recorrido turístico. Claro que podía bajarse de la camioneta, despedirse de los demás y seguir su camino, pero disfrutaba demasiado de la compañía de Paula como para marcharse. Además, albergaba una pequeña esperanza. Había visto esa luz en sus ojos. No podía marcharse.


Tras lo que pareció una eternidad, al fin Paula pudo desembarcar en la isla de Zanzíbar. Necesitaba descansar. La falta de sueño de la noche anterior empezaba a enturbiarle la razón y estaba pensando cosas que no debía pensar.


Cosas tentadoras. Cosas malas.


En el instante mismo en que él le había pedido que se mantuviera alejado, ella había sentido el deseo de hacer justo lo contrario. De modo que se subió al Jeep y dejó un hueco para que pudiera sentarse a su lado camino de una de las playas en un extremo de la isla.


Había cuatro bandas, o chozas, dispuestas en fila y otras cuatro detrás de las primeras. El resto del complejo turístico consistía en un bar restaurante al aire libre y unos lavabos sin techo. Todo de lo más básico. Pero increíblemente hermoso.


Entró en la choza que les habían asignado. La estructura era en forma de «A», de madera y hojas de palma, y el único mobiliario consistía en cuatro camastros de aspecto incómodo y apenas más anchos que una cama individual. No había suelo, simplemente la suave arena bajo los pies, y la puerta estaba hecha de hojas de palma entretejidas.


Paula se volvió y lo vio parado en la entrada. Los dioses del tiempo habían sido benévolos y Pedro había podido dormir bajo la mosquitera todas las noches. Pero las tiendas estaban en la camioneta y allí sólo había unas espaciosas y oscuras chozas.


–No creo que debamos compartirla –sentenció él –. Preguntaré si hay sitio en alguna otra…


–No pasa nada –interrumpió ella evitando mirarlo. Eran adultos. Podrían con ello.


Además, en la choza no podrían dormir pegados, salvo que durmieran uno encima del otro. ¡Cielos! ¿Acaso no era eso precisamente lo que deseaba?


No.


Durante el resto de la tarde, por un tácito acuerdo, se evitaron el uno al otro. Al anochecer, se sentaron en extremos opuestos del bar y participaron de la conversación con los demás. Paula no bebió, y notó que él tampoco lo hacía. El menor atisbo de embriaguez le haría perder la fuerza de voluntad, haciéndole imposible resistirse a la tentación.


De modo que remoloneó en el bar hasta bien entrada la noche. Después se puso el pijama en los lavabos y esperó un tiempo prudencial antes de volver a la choza.


No miró en su dirección mientras se metía en el saco de dormir.


–Buenas noches, Paula –Pedro apagó la linterna.


–Buenas noches, Pedro.


El camastro crujió a cada uno de los movimientos de Paula, que intentaba doblar el jersey para hacerse una almohada. Pedro murmuró algo sobre la longitud de la maldita cama y luego no hubo más que silencio.




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