Pedro anduvo por Main Street como si no tuviera ninguna otra preocupación en el mundo. Era un poco sorprendente, considerando que, lo mirara como lo mirara, no tenía ni cinco. Mientras andaba, daba las buenas tardes a la gente que conocía y a los que no, los saludaba con la mano. Era consciente de sus expresiones atónitas, no podían creerlo, se sentían como si acabaran de entrar en la Zona Oscura.
Pedro disfrutaba con la confusión. Por eso había dejado aparcado el coche a la salida del pueblo. Qué diablos, si iba a tirar su vida por la borda, lo mejor era hacerlo con una sonrisa.
Soplaba viento del norte desde el océano y hacía frío. Disfrutó con el olor del mar. Era bueno estar de nuevo en casa. Se sentía mejor que nunca desde que se le había ocurrido la última locura.
Después de escapar de Lenape Bay como un ladrón en la oscuridad había cogido el primer vuelo a California. La versión de Paula sobre los acontecimientos de aquella mañana trágica era tan distinta a la suya que no había tenido más remedio que alejarse de todo y de todos los que le recordaban aquel lugar.
Cuando le había contado a su madre la locura que se le había ocurrido, le abrazó y le dijo que había pasado quince años rezando para que olvidara la idea de vengarse y siguiera adelante con su vida. El hecho de que seguir adelante con su vida incluyera a Paula no había hecho sino alegrarla más aún.
Pedro sonrió. La vida estaba llena de sorpresas. Había creído ser muy listo saliendo con la hija de su enemigo para desafiarle. Sin embargo, Claudio lo había sabido todo el tiempo. Sólo les había permitido que se implicaran cada vez más porque eso servía a sus propios fines.
Al final, habían caído los tres en sus manos, Paula, Pablo y él mismo. La actitud de rebeldía había sido la mejor herramienta de que había dispuesto Claudio para cumplir con un viejo anhelo, echar a los Alfonso de Lenape Bay. Cada gamberrada no había servido sino para contribuir a un plan preconcebido. Ahora lo veía todo con claridad.
Amaba a Paula. En cierto modo, nunca había dejado de amarla, había sido su norte, su ancla, la razón por la que se había sentido obligado a triunfar. Por ella había vuelto convertido en el héroe de todos.
De todos menos de la persona cuya opinión era la más importante para Pedro, Paula.
Sin embargo, ella le había devuelto la pelota. Llegó el momento inevitable de las decisiones. Podía continuar con su plan y hundir el banco, pero sin deseos de venganza que satisfacer no tenía ningún sentido. Claudio había muerto. Paula y Pablo habían sido tan víctimas como él, quizá más.
Pedro sacó un sobre del bolsillo. Contenía todo lo que poseía. Había liquidado todo para convertirlo en aquel cheque al portador. En unos segundos se lo entregaría a Pablo Chaves.
Se rió de lo absurdo de todo. Era chistoso pensar que su futuro quedaba irremisiblemente ligado a Lenape Bay y al éxito del proyecto. Lo que había comenzado como un plan se había convertido en el momento más importante de su vida.
Se preguntó lo que iba a decir Paula. Le había declarado su amor, pero eso había sido antes de dejarla abandonada por segunda vez. ¿Cuántas veces se podía abandonar a una persona sin que te retirara su confianza? No sabía la respuesta, pero lo había apostado todo a que podrían tener una oportunidad de ser felices allí.