El agua de la tetera silbó. Pablo sirvió con una mano mientras que se desperezaba con la otra.
—Papá y yo fuimos a la cabaña. Él estaba furioso por lo que Pedro le había hecho al Cadillac y al banco. Nunca le había visto tan fuera de sí. De verdad pensé que iba a matarle. Cuando sacó mi bate de béisbol del garaje, estuve seguro.
—¿Cómo sabía papá lo de la cabaña? Yo nunca se lo conté a nadie.
—Yo lo sabía. Te seguí hasta allí varias veces cuando te escapabas para verte con Pedro. Imaginé que estaría allí.
—¿Qué le hizo papá?
—Paula, no le atizó, si te refieres a eso. Podría haberlo hecho sin que nadie le pidiera cuentas. Estaba claro que habíais pasado la noche juntos. Papá sólo habría cuidado de su hija.
—Pero papá no era así, ¿verdad? Tenía otro modo de tratar a la gente que no le gustaba. ¿Qué le dijo a Pedro?
—Le dijo que se fuera del pueblo.
—O si no, ¿qué?
—O que si no le demandaría por lo que le había hecho al banco. Y por ti también.
—¿Nada más?
—No que yo recuerde.
—Eso no hubiera asustado a Pedro, Pablo. Tú sabes cómo habría reaccionado. Se habría obstinado en quedarse más que nunca, aunque sólo fuera para desafiar a papá. Tuvo que haber algo más.
La cara de Pablo se iluminó como si se hubiera encendido una bombilla en su cerebro.
—¡La casa de su madre! ¡Eso es! Había olvidado que le amenazó con hacer efectiva la hipoteca y dejar a su madre en la calle.
Paula tuvo que cerrar los ojos. Pedro tenía razón. Su padre le había hecho pasar un auténtico calvario y ella nunca lo había sabido.
—Dijo que papá era un bastardo y yo le defendí —murmuró ella con una sonrisa amarga—. Me encaré con él porque creía que nuestro padre era un hombre honrado.
—Papá era las dos cosas. El problema consistía en que Pedro y él se parecían demasiado. Pedro era demasiado joven como para plantarle cara. Una causa perdida desde el principio. Pedro no lo habría admitido a no ser que le obligaran.
—Y los dos caímos en manos de papá.
—Ninguno pudimos elegir otra opción, Paula. Ya sabes cómo era. Tenía que controlarlo todo. A nosotros, al pueblo, todo.
—Podíamos habernos rebelado.
Pablo sacudió la cabeza.
—¿Y dónde habríamos llegado? Éramos unos niños. No sólo era nuestro padre, era nuestro dios. Todavía trato de quitarme su sombra de encima.
—Pablo…
—No, no trates de consolarme. Lo has estado haciendo durante años. Sé lo que piensas. Estabas contra Maiden Point desde el principio. Me equivoqué con Pedro lo mismo que con papá.
—He venido a averiguar la verdad, Pablo. No a hacer acusaciones. Dios sabe que tendría que empezar por mí misma. He pasado los mejores años de mi vida creyendo una sarta de mentiras.
Nunca le había preguntado a su padre directamente. Había sido más fácil echarle toda la culpa a Pedro. Había preferido creer que era capaz de hacerle el amor y después abandonarla que poner en entredicho la adoración que sentía por Claudio. Pedro era el malo del cuento, el demonio disfrazado de ángel. Pero era demasiado tarde para llorar, demasiado tarde para recriminaciones. Había cometido un error y lo había pagado muy caro.
Contempló a su hermano. Él le devolvió la mirada.
—¿Dónde nos deja esto, Paula? ¿De verdad va a incumplir con los préstamos?
—Eso me ha dicho.
—Va a suponer el derrumbe.
—Lo sé.
Pablo fue al fregadero y tiró el contenido de su taza.
—¿Quieres que te diga una cosa? Nunca odié a Pedro, de verdad. Nunca. Ni siquiera cuando se dedicaba a pegarme siendo unos críos. Siempre le respeté. A veces, incluso deseaba ser como él. Es gracioso. Sólo he sentido eso por dos hombres en toda mi vida. Por Pedro y… por papá.
Paula se levantó y abrazó a su hermano.
—¿Qué vamos a hacer, Paula?
—Hay que intentar que cambie de opinión.
—Sí. Pero, ¿cómo?
—Quizá baste con la verdad. No lo sé. Lo primero que hay que hacer es hablar con él.
Paula recogió su bolso y fue con su hermano hasta la puerta principal. Estaba amaneciendo. Se despidieron con un beso.
—Llámame —dijo él.
Paula asintió, y se disponía a salir cuando recordó algo importante.
—Una cosa más. Pedro me ha contado que fue a buscarme a casa esa mañana. Dice que me vio en la ventana de mi habitación. ¿Quién era, Pablo? ¿Quién simulaba ser yo?
—Era Lorena.
—¡Lorena!
Pablo sonrió avergonzado.
—Tú no eras la única que se divertía a espaldas de papá. Estábamos en mi habitación cuando oímos la moto. Yo bajé y salí. Ella fue a tu habitación a mirar.
—¡Esto sí que no puedo creerlo! ¡Lorena!
—¿Quién me llama?
Paula alzó la vista y descubrió a su cuñada en mitad de la escalera. Llevaba una bata rosa, zapatillas a juego y una redecilla en el pelo.
—Le estaba contando a Paula que solíamos escondemos en mi habitación para jugar a médicos y enfermeras.
—¡Pablo! ¿Cómo se te ocurre contárselo ahora? —dio Lorena abrazando a su marido—. No te creas todo lo que cuenta, Paula. Eso fue hace mucho tiempo. Ahora… ahora hemos cambiado.
Paula no tuvo más remedio que sonreír ante lo absurdo de todo. Mientras ponía el coche en marcha, recordó las palabras de Lorena.
«Ahora hemos cambiado».
Deseó que fuera cierto porque era la única esperanza que tenía para que Devon cambiara de opinión, tomó el camino de las dunas. El Jaguar no estaba aparcado junto a la casona. Parecía vacía, hermética.
Fue a echar un vistazo más de cerca. No sólo parecía vacía sino abandonada. Se llevó la mano al pecho en un intento inconsciente por dominar su pánico. Fue a mirar al embarcadero. La moto de agua había desaparecido, la cuerda de amarre se balanceaba en la brisa del amanecer. Se mecía como burlándose de ella mientras se daba cuenta de la verdad.
Devon se había ido.
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Escaneado por Jandra-Mariquiña y corregido por Tere Nº Paginas 99-107
«Puedo salir de aquí en diez minutos. Cinco si es necesario».
Podía y lo había hecho.
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