viernes, 11 de septiembre de 2020

ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 59

 


La casa de su hermano se hallaba a oscuras cuando Paula llegó. La puerta estaba cerrada. Llamó varias veces al timbre y, cuando nadie contestó, llamó con los puños. Una luz se encendió en el vestíbulo al mismo tiempo que la puerta se abría de golpe.

—¿Qué…? ¡Paula!

—Déjame pasar, Pablo. Tengo que hablar contigo.

—¿Ahora? ¿No sabes qué hora es?

—Ni lo sé, ni me importa. Y no puedo esperar hasta mañana.

Paula entró sin permiso y se abrió paso hasta la cocina andando a zancadas. Su hermano la siguió.

—¿No puedes hacer menos ruido? Lorena está durmiendo.

Paula le miró. Tenía la cara tensa, agria, furiosa.

—¿Es que ha muerto alguien?

—Todavía no. Será mejor que hagas café, Pablo. Va a ser una conversación muy larga.

—Paula, no puedo pasarme la noche hablando. Tengo una reunión importante a las ocho.

—Yo de ti no me preocuparía mucho por el banco. Dentro de un mes, puede que ni exista.

—¿A qué te refieres? —preguntó su hermano muy serio.

—A Maiden Point.

—¡Ah, vamos! No empieces con eso otra vez.

—No, no son cuentos viejos. Esto son noticias frescas. Acabo de ver a Pedro.

—¿Y qué? ¿Te ha dicho algo sobre el pago?

—No mucho. Sólo que no va a haber ningún pago.

—Paula, ¿qué demonios te propones? ¿De qué hablas?

—Hablo de mentiras, Pablo. Mentiras profundas y escondidas. Mentiras que llevas tan dentro que has llegado a pensar que son la verdad.

—¿Qué mentiras? —preguntó su hermano sin poder disimular una mirada de preocupación.

—Cuéntame lo que pasó a la mañana siguiente de mi baile de graduación. 

Pablo se apartó de ella. Puso agua a calentar y preparó dos tazas con café instantáneo.

—¿Qué pasa con eso?

—Dime lo que ocurrió realmente.

—Que Pedro se fue del pueblo.

—Ya lo sé. Dime algo que yo no sepa.

—¿Estamos hablando de papá y Pedro?

Paula se esforzó por mantener a raya a su estómago.

—Sí. ¿Qué pasó entre ellos? Quiero saber la verdad.

—De acuerdo —suspiró él—. Debería habértelo contado hace años. Incluso lo intenté un par de veces, pero tú siempre me cortabas. Así que me imaginé que no querías saberlo.

—Cuéntamelo ahora.



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