Paula y Pedro trabajaron la mañana siguiente en el huerto, pero luego ella puso la excusa de que tenía que hacer unos recados. El se ofreció a acompañarla, pero Paula respondió que iba a ser muy aburrido. La verdad era que se había pasado casi toda la noche en vela pensando en Pedro, en cómo éste había comenzado a abrirse a los demás en la residencia y en cómo ella podía ayudar a que él se desarrollase.
Algunas personas tenían dificultades para relacionarse con el resto del mundo, pero el ambiente de Divine favorecería a Pedro, ya que allí, los vecinos se metían en las vidas de los demás, a veces por curiosidad, pero, principalmente, porque se preocupaban los unos por los otros.
Paula sabía que Pedro se preocupaba por la gente, pero que le costaba demostrarlo y trabajar en algo que hiciera la vida de la gente más fácil, lo ayudaría a abrirse. Pedro podía salvar Divine. Era un agente inmobiliario y sabía hacer negocios y atraer a inversores. Sabía de estudios sobre terrenos y estrategias de marketing y de todo lo necesario. Cuando la ocasión lo requería, Pedro podía ser persuasivo y dar energía a la gente. Era lo que Divine necesitaba, alguien con la trayectoria y la inteligencia para hacer que las cosas sucedieran.
Salvar Divine significaba salvar hogares y a personas queridas. El corazón de Paula latía con fuerza cuando entró en la tienda de fotos de la calle principal.
—¿Hay alguien?
—Paula, hola —Guillermo Jenkins se apresuró a salir de la trastienda. Era un hombre digno, con canas en las sienes y una sonrisa amable. No extrañaba que lo hubieran elegido alcalde cinco veces seguidas—. ¿Estás de compras?
—Sí —Paula se colocó la bolsa de plástico que llevaba en el brazo. Le avergonzaba, pero disfrutaba comprando ropa. Algo era seguro, y es que no pasaba desapercibida, aunque quizá fuera más una cuestión de actitud. Pedro había hecho que se sintiera diferente, más viva y que se diera cuenta de que podía sentir.
—Te vi con Joaquin y Pedro Alfonso el domingo en la iglesia. No sabía que tenías contacto con esa familia.
—En realidad no es contacto. Les estoy haciendo un inventario de las obras de arte.
—Fuiste a la iglesia y a la conferencia con ellos y tengo entendido que los llevaste al bingo de la residencia. Eso suena a más que un inventario.
«Dios». La fábrica de rumores de Divine era la parte del pueblo que seguía en perfecto estado. No sería extraño que dijeran que estaban agarrados de la mano durante el sermón o que la había besado en el cobertizo.
—El profesor Alfonso me influyó de una forma muy positiva cuando tomaba sus clases y ahora soy yo quien quiere ayudarlo de cualquier manera.
—Ya veo.
—De todas formas, he estado pensando que aunque Divine es un lugar estupendo, muchas de nuestras tiendas han cerrado o se han trasladado y hemos…
—¿Reducido existencias? El Ayuntamiento y yo hemos estado dando vueltas al tema durante años, pero nada de lo que hemos hecho ha cambiado la situación. Lo que necesitamos es dinero. Mucho dinero. Y a alguien que sepa qué hacer con ese dinero.
—Vale. Tú debes saber que Pedro Alfonso es un agente inmobiliario, ¿has pensado en pedirle ayuda?
—No lo sé, Paula. He oído que hay cierta tensión con Divine.
Precisamente los sentimientos que Pedro tenía hacia Divine eran la razón por la que Paula pensaba que ayudar al pueblo lo ayudaría a él también. La reacción de Divine a su accidente había hecho que no le gustaran los pueblos pequeños. Quizá, si tratara con esos sentimientos, podría resolver cómo se sentía por perder el sueño de su infancia de ser un deportista profesional. Después de todo, ¿cómo iba a poder avanzar si no se enfrentaba a sus fantasmas?
—Es un buen hombre, Guillermo. Ya se que parece distante, pero tiene razones para serlo.
—Lo sé. No puedo culpar a Pedro por no querer tener nada que ver con nosotros, especialmente después de los editoriales que se publicaron cuando se lesionó.
Fueron muy desagradables. Él era sólo un niño y los niños se lesionan, no es que hubiese quemado el Ayuntamiento o que pasara droga a otros niños.
Paula no recordaba los editoriales y sintió una punzada de recelo. En realidad no comprendía lo importante que había sido para Pedro perder su carrera como futbolista o cómo la furia temporal de Divine había herido su ego, pero sí sabía que si no hacía las paces con su vida, nunca sería feliz.
—Por lo menos considera hablar con Pedro. No sé qué te dirá, pero a lo mejor te sorprende.
—Vale. Hoy mismo si es posible, hablaré con el Ayuntamiento sobre una aproximación. Pero no esperes nada. Teo Davis está en el Ayuntamiento y todavía se siente fatal por haber escrito aquellas cosas en el periódico.