lunes, 1 de junio de 2020

MAS QUE AMIGOS: CAPITULO 17




Más tarde, Paula decidió que estaba siendo la noche más larga de su vida, y lo triste era que todavía no habían empezado el primer plato.


No hacía falta ser un genio para reconocer que sir Frank estaba tan estúpidamente embobado por su tercera esposa, o al menos por sus atributos físicos, que era ajeno al hecho de que ella sólo se fijaba en Pedro. Siempre que la vista de sir Frank se desviaba a los pechos demasiado expuestos de su mujer, que no paraban de moverse, seguro que por el esfuerzo de respirar en un vestido tan ceñido, ella miraba con expresión tórrida Pedro.


Pedro me ha dicho que lleváis casados seis meses —comentó sir Frank mientras le llenaba su copa de champán y a continuación la suya—. ¿Cómo te las arreglas estando casada con un hombre tan ocupado como él? Sé que Rebeca siempre dice que lo pasa muy mal cuando me voy en viaje de negocios, y le cuesta mucho divertirse.


«Quieres apostar algo?», preguntó mentalmente.


—Bueno, yo también trabajo en Porter, así que casi siempre me encuentro igual de ocupada —repuso.


—La verdad es que Pau trabaja demasiado —intervino Pedro— Fui yo quien se sintió solo cuando viajó al oeste de Australia. Por eso —añadió con una sonrisa en su dirección— me sentí tan encantado cuando aceptó reunirse conmigo aquí.


—Naturalmente, al ser la ahijada de Damian Porter... —en cuanto esas palabras salieron de la boca de Rebeca, Paula comenzó a prepararse para defenderse de alguna insinuación de nepotismo, pero la morena no iba por ahí—... imagino que habrás tenido una gran boda.


—No —sorprendida, tardó un poco en responder—, fue una ceremonia íntima y sencilla —lo cual, por desgracia, chocó con la respuesta de Pedro.


—Sí, nos casamos en la Catedral de St. Mary.
—¿De verdad? —las respuestas contradictorias hicieron que Rebeca sonriera como el gato de Cheshire y enarcara una ceja—. ¿En la catedral?


—Eh, sí, Pau es católica —explicó con premura Pedro—. Y siempre había dicho que quería casarse con una misa nupcial. Por supuesto, como yo no soy demasiado religioso, me encantó poder aceptar algo tan importante para ella —por suerte ninguno de los Mulligan dio la impresión de captar el sutil matiz en la voz de Pedro que prometía que iba a pagar por no ceñirse en esa ocasión a sus famosos planes de celebrar la boda perfecta.


—Bueno, hijo, con la experiencia de tres matrimonios a mi espalda, diría que tomaste la decisión correcta —sir Frank estalló en una carcajada y le guiñó un ojo—. Cede en las cosas que no te importan y manténte firme y elige los regalos con inteligencia para obtener la ventaja en las cosas que sí te importan.


Al parecer impasible ante la implicación de que la cooperación de su mujer se podía comprar, Rebeca sonrió y volvió a centrarse en Paula.


—Así como puedo apreciar la, eh, consideración y sensibilidad de Pedro, sigo estando un poco confusa... Sé que la Catedral de St. Mary está considerada como el lugar para muchas de las bodas católicas de la alta sociedad, pero es la iglesia más grande de Sydney. No es lo que yo habría elegido para... ¿Cómo lo describiste, Paula? ¿«Una ceremonia íntima y sencilla»?


—Tienes toda la razón, lady Mulligan. St. Mary es famosa por las grandes bodas de la alta sociedad —coincidió Pau, que miró a la otra sin parpadear—. Por eso mis padres eligieron casarse allí. Pero a pesar del tamaño y la grandiosidad de la catedral, Pedro y yo invitamos sólo a nuestros amigos más íntimos. Para nosotros, todo sobre la boda fue una decisión sentimental más que social o pragmática —la perfecta mentira le hizo ganar una palmadita en la rodilla de parte de Pedro por debajo del mantel de la pequeña mesa redonda.


—Un gesto conmovedor —observó sir Frank—. Es posible que no lo sepas. Rebeca —continuó—, pero tanto los padres de Pedro como los de Paula murieron en el mismo y trágico accidente. Nos impactó a todos los que pertenecíamos a la industria hotelera.


—¿Conocías a mi padre, sir Frank?


—Oh, en persona no, querida. Pero en la industria se lo consideraba un joven que llegaría lejos. Lo mismo que al tuyo, Pedro —añadió con presteza—. La rivalidad existente entre dos de los más brillantes y ambiciosos ejecutivos de Damian Porter era seguida por los cazadores de talentos para reforzar sus propias filas —sonrió—. Pero, para decepción de todos, su lealtad estaba con Damian —sacudió la cabeza—. Es una tragedia que ambos murieran tan jóvenes. Y al mismo tiempo...


Pedro deseó que Paula alzará las pestañas caídas para tener una idea de cómo se sentía. 


No le pasó por alto la ansiedad en su voz cuando sir Frank mencionó a su padre, y así como él no se engañaba acerca de lo implacablemente ambiciosos que habían sido sus propios padres, desconocía cómo recordaba Pau a los suyos. Cuatro años menor que él, sólo tenía seis cuando la motora en la que navegaban con unos hoteleros extranjeros había explotado. Con la excepción de la madre de Paula, todos los que iban a bordo murieron al instante; Felicia Worthington lo hizo dos días más tarde en el hospital.


Sólo entonces se le ocurrió que Pau y él jamás habían hablado de ellos en todos los años que pasaron juntos al cuidado de Damian. No le cabía duda de que éste los quería mucho, pero el viejo solterón jamás había animado las exhibiciones de emociones o sentimientos. Se preguntó si eso había sido bueno o malo para una personalidad emotiva como la de Pau, quien se había negado a abandonar el lecho de su madre moribunda hasta que no dio su último estertor(*)


Al mirar el sencillo anillo de oro que adornaba la mano izquierda de Pau, comprendió que había mucho que desconocía de ella, y de pronto deseó conocerla... mucho.



*Respiración anhelosa, con ronquido sibilante, propio de la agonía y el coma.









MAS QUE AMIGOS: CAPITULO 16




¡No hagas nada! ¡Debía estar bromeando! Pedro sintió como si le faltara un segundo para experimentar una fusión total. 


¿Qué demonios le había sucedido a la mujer fría y rígida que había besado en el aeropuerto?


—Cielos. Espero no interrumpir nada.


Pedro dudó de que el sonido de la voz de Rebeca se hubiera registrado en su mente de no
haber sido por el hecho de que provocó la retirada de la boca ardiente y el cuerpo cálido pegado al suyo. Pero incluso en el momento en que su aturdido sistema se afanaba por recuperar el equilibrio, la mujer responsable de su ebriedad emocional parecía impasible.


—En absoluto, lady Mulligan —dijo Paula, que añadió en un susurro alto dirigido a Pedro—. ¿Lo ves? Te dije que sólo teníamos tiempo para algo rápido —le asió la mano y lo arrastró hasta donde Rebeca se hallaba junto a un cochecito de golf.


—Lo siento, Rebeca —dijo él—. ¿Hemos confundido la hora? Estaba seguro de que sir Frank indicó que nos reuniríamos en el bar a las siete y media.


—¡Oh, no, Pedro! apoyó la mano en su brazo para tranquilizarlo—. ¡Tienes toda la razón! Pensé que lo mejor era recogerlos, por si tenían problemas para localizar el hotel.


—Oh, hay que seguir las señales que pasamos cuando vinimos aquí por la noche, ¿no? —Paula pensó que había planteado la pregunta con absoluta inocencia, pero cuando él le apretó el codo, volvió a sonreír y añadió—: No, en serio, lady Rebeca, ha sido un detalle que vinieras a buscarnos.


—Sí lo ha sido —acordó la otra con una mueca—. Por desgracia, Paula, tendrás que sentarte en la parte de atrás. Pedro estaría demasiado apretado en un espacio tan reducido... tiene unas piernas muy largas. Con franqueza, ser tan alto en ocasiones puede resultar un inconveniente. No tienes ni idea de lo afortunada que eres al ser tan baja.


Aun sin contar los tacones de diez centímetros que llevaba, el metro sesenta de Paula no la cualificaba como una pigmea. Apenas se contuvo de señalar que Rebeca también era afortunada, ya que su casi metro ochenta le permitía el lujo de ocultar demasiados kilos adicionales y un exceso de silicona. Pero no quiso rebajarse a su nivel y con una sonrisa en los labios se sentó en la parte de atrás. Rebeca aguardó hasta que Pedro ocupó su sitio adelante antes de deslizarse a su lado, aprovechando al máximo la abertura de su vestido para mostrar su cuerpo. Paula no supo si se sintió asqueada o divertida por el descarado exhibicionismo de la mujer.


«¿Y Pedro había tenido una aventura con esa mujer?».



MAS QUE AMIGOS: CAPITULO 15




Irritado por contemplar algo tan irrelevante, intentó solucionar con la máxima sencillez lo que para Pau parecía un problema enorme.


—Te diré lo que harás —indicó—. ¿Por qué no eliges el que a ti te gusta más, y si alguien insinúa que soy tacaño o no estoy lo bastante loco por ti, yo comentaré que no querías otra cosa y que, en última instancia, me pareció apropiado dejar que la elección fuera tuya, ya que quería cerciorarme de que lo llevaras toda la vida? ¿Te parece bien? —Paula se quedó quieta como una estatua y lo miró con boquiabierto asombro—. ¿Qué? —mentalmente intentó saber en qué había metido la pata—. ¿Qué he dicho?


—La cosa más romántica que jamás ha salido de tu boca, Pedro Alfonso —meneó la cabeza—.
¿Quién lo habría imaginado?


—Eh —protestó, sintiendo la necesidad de defenderse ante su exagerada sorpresa—.
Quiero que sepas que he dicho muchas cosas románticas en mi vida.


—Me refería vestido —momentos después se levantó y agitó la mano— De acuerdo, la decisión ya está tomada. Vámonos. Cuanto antes empiece esta pesadilla, antes se acabará.


Pedro estaba seguro de que el mono que se había puesto era el mismo que había usado en
la celebración de Nochevieja, aunque cuando una mujer tenía tantos modelos en tantas
variedades de amarillo como Pau, resultaba difícil saberlo con certeza. Pero el cuello alto y la abundancia de hombros que revelaba se le había quedado grabado.


Así como Paula no tenía las curvas voluptuosas de las mujeres con las que habitualmente salía, era muy proporcionada y tenía un porte tan elegante que hacía que los hombres volvieran la cabeza.


—Bueno —dijo ella—, ahora levántate de mi cama y vayámonos.


—Para alguien que supuestamente teme la noche que le espera, tienes muchas ganas de
irte —miró la hora—. ¿Qué prisa hay? Aún nos quedan veinte minutos, y andando se llega al hotel en menos de cinco.


—Lo sé, pero si llegamos tarde, dará la impresión de que nos demoramos en el dormitorio.


—¿Y eso no seria bueno en estas circunstancias? —comentó, desconcertado por las imágenes que de inmediato brotaron en su mente.


—Hmm. Demasiado evidente —repuso—. Si de verdad hubiéramos estado tonteando,
intentaríamos ocultarlo en vez de exhibirlo. Será mejor que lleguemos pronto, así se sentirán obligados a disculparse por hacemos esperar.


—Tienes experiencia en esto —acusó Pedro.


—¿En fingir estar casada? No. Lo que pasa es que sé cómo piensa una mujer como Rebeca
—cuando Pedro dejó de tratar de analizar ese comentario, Paula había salido del dormitorio y mostraba su impaciencia moviendo el pie delante de la puerta de entrada—. Vamos, cariño —lo llamó con un gesto del dedo—. Es importante que dispongamos de tiempo para asentarnos en nuestro papel antes de que ellos lleguen. Podemos tomar una copa en el bar y probar nuestra actuación con el camarero.


—¿Seguro que no quieres que sincronicemos los relojes? —bromeó—. O quizá deberíamos estudiar las señales que vas a emplear cuando diga o haga algo equivocado —sugirió con falsa inocencia.


—No te preocupes, Pedro —lo tranquilizó con una sonrisa—. Tengo una fe absoluta en ti. Además, si da la impresión de que estás en peligro de estropearlo, te lo haré saber mediante una sutil patada en la espinilla o un codazo en las costillas.


—Bueno, imagino que eso es mejor que vaciarme una cubitera en la cabeza —comentó.


—Juro que no recurriré a eso a menos que sea absolutamente necesario —reía cuando Pedro la dejó pasar por la puerta y se volvió para cerrarla, de modo que la palabrota que soltó lo pilló desprevenido. Pero antes de que pudiera girar para ver qué sucedía, ella usó su cuerpo para inmovilizarlo contra la puerta—. Devoradora de hombres a las dos en punto —susurró con urgencia—. ¡No hagas nada!


¡Y de pronto Pedro se encontró recibiendo un beso profundo!





domingo, 31 de mayo de 2020

MAS QUE AMIGOS: CAPITULO 14




Esa noche Paula se distrajo mientras se daba los últimos toques de maquillaje cuando el albornoz de un hombre pasó volando ante ella para aterrizar a medias sobre la silla delante del tocador. Se volvió y encontró a Pedro apoyado con gesto negligente en la puerta. Llevaba una elegante camisa de seda y pantalones negros, pero tenía el pelo mojado y sin peinar y los pies descalzos.


—Por favor, no tires cosas cuando me estoy aplicando rímel. Al padrino no le gustaría que denunciara a la empresa por dejarme ciega.


—Lo siento —se acercó al armario y sacó unos zapatos—. ¿Te molesta que termine de vestirme aquí? —para evitar la especulación y los rumores de las camareras acordaron compartir el armario del dormitorio y dejar cosas por la habitación para que diera la impresión de que la ocupaba una pareja feliz. Pero ella había insistido en que Pedro usara el cuarto de baño para vestirse.


—Creo que mi corazón soportará que te pongas unos zapatos y una corbata —le sonrió a través del espejo.


—Estamos en un hotel de vacaciones. ¿Crees que es necesaria una corbata? Pensaba
que bastaría una chaqueta.


Dado su atractivo, su cuerpo atlético y su inconsciente sentido de la elegancia, Paula sospechaba que lo aceptarían en una boda real incluso con unos vaqueros rotos y una camiseta. Le sugirió la corbata porque temía que un vistazo de ese pecho bronceado haría que Rebeca se pusiera a babear.


—¿Tienes una de esas camisas que se abotonan hasta arriba, estilo Nehru?


—¿Cómo ésta? —se dirigió al armario y sacó una de lino.


—Perfecta.


Se volvió hacia el espejo para continuar con el proceso de maquillarse, cuando toda la concentración se desvaneció al ver reflejada la imagen de un pecho masculino desnudo.


Se le disparó el pulso.


—¿Qué haces? —exclamó, girando para mirarlo.


—Lo que me sugeriste. Cambiar de camisa.


—Pero... pero... se supone que debes vestirte en el cuarto de baño.


—Por el amor de Dios, Pau, me cambio de camisa, no de calzoncillos. Cuando hemos
salido a navegar me has visto con mucho menos.


Saber que tenía razón la convertía en la regatista más concentrada de toda la historia. ¿Cómo pudo no fijarse en un pecho tan impresionante como el que en ese momento tenía a unos metros de distancia? Era una de las cosas más tentadoras de tocar que había visto.


—Mira, si tanto te molesta, me daré la vuelta —Pedro acompañó las palabras con la acción—. ¿Mejor? —Paula contuvo un gemido. Abrir la boca era arriesgarse más—.A propósito —continuó él mientras se ponía la camisa—, tienes una línea de maquillaje que te cruza la mejilla.


—¡Lo sé!


—Eh, no te lances a mi yugular. Sólo intentaba ser de ayuda.


—Lo siento —giró hacia el espejo y sacó unos pañuelos de papel—. Estoy un poco nerviosa esta noche, eso es todo —era una verdad a medias.


—No lo estés. Lo harás bien. Únicamente debes seguir mis pautas.


—¡Tus pautas! —estalló en una carcajada—. ¡Tienes tanto conocimiento de cómo debe comportarse un hombre casado como del estilo de vida de un monje! —sacudió la cabeza y lo observó a través del espejo—. No, Pedro, tú me seguirás a mí, o esta farsa se descubrirá en dos minutos.


—Hmmm... —dijo echándose sobre el colchón de agua—, esto sí que es cómodo —movió el cuerpo y provocó una suave ondulación—. ¿Sabes, Pau? Si aceptaras compartirlo conmigo en base a una rotación —volvió a moverse—, aceptaré seguir tus pautas —se apoyó en un codo y le sonrió de forma seductora, haciendo que la mente confusa de Paula superpusiera la imagen de su pecho desnudo sobre su torso ya cubierto, y su estómago empezó a imitar el vaivén del colchón.


—Olvídalo, Pedro. La cama es mía.


—Debo recordarte, cariño, que así como tal vez tengas aspiraciones al matrimonio, la realidad es que a ti también te falta experiencia.


—¡Ah! Pero a diferencia de ti, he estudiado el tema y conozco las teorías en las que se basa. De modo que es razonable que tú me sigas a mí. ¿Entendido?


—¿Me serviría de algo decir que no? —sonrió.


—En absoluto.


—En ese caso, creo que en este matrimonio quien lleva los pantalones eres tú.


—Exacto. Y ahora... —le arrojó un peine—. Arréglate el pelo.


—Estupendo —gruñó, alargando el brazo izquierdo para capturar con destreza el peine—. Incluso en un matrimonio falso, me regañan y ordenan.


—No te regaño, te ayudo; hay una diferencia.


—Correcto. Entonces, dime, oh, Experta en Matrimonio, ¿cómo voy a saber yo, un ingenuo soltero con fobia al matrimonio, si esta noche cometo algún error?


—Te haré una señal. Y en ese momento te callarás de inmediato...


—Como haría cualquier marido respetable.


—Entonces, dependiendo del grado de tu metedura de pata, iniciaré el control de daños apropiado —hizo una pausa y estudió las pocas joyas que había llevado—. No estoy segura del anillo que debo ponerme... tengo uno de esmeralda, el de perla que me regaló Damian en mi graduación y uno con un zafiro y un diamante que compré yo. Además de tres sortijas grabadas... —se volvió y lo miró—. ¿Cuál crees que debería ponerme como anillo de boda?


—Demonios, no lo sé. ¿Por qué me preguntas? ,


—Porque entonces podré decir con sinceridad que lo elegiste tú.


—Te estás metiendo en el papel —mostró una expresión divertida.


—También he traído el de mi madre —eligió uno sencillo de oro—. Pero, a pesar de lo mucho que me gusta, es demasiado sencillo para impactar a Rebeca.


—Ponte el que creas que la impactará.


—No puedo. No me traje el diamante enorme que tengo.


—Pau —dijo con voz cansada—. ¿Qué diferencia habrá mientras lo lleves en el dedo anular de la mano izquierda?



—La hay, Pedro—chasqueó la lengua—. La gente espera que alguien tan rico como tú le regale algo deslumbrante a la mujer que ama.


«Pero», se preguntó, «¿y si la mujer en cuestión era alguien como Paula, que no se dejaba deslumbrar por eso?»



MAS QUE AMIGOS: CAPITULO 13




Fue el tono bromista y condescendiente lo que quebró el frágil control que ella mantenía sobre su temperamento. ¡Y fue sólo una reacción impulsiva que le arrojara el contenido de la copa!


—¿Qué...? —Pedro se levantó de un salto y separó la camisa de su torso.


—¡No puedo creer que me humilles de esa manera! La sedujiste, ¿verdad?


—¡No! Ella se me acercó y...


—¿Cómo has podido humillarme de esa manera? ¿Cómo pudiste convencerme para este matrimonio y no contarme la...?


—¿De qué demonios estás hablando? ¡No estamos casados!


—¡Gracias el cielo! —espetó con vehemencia—. ¡Eres el hombre más insensible que jamás he conocido!


—¿No olvidas al furtivo de Ivan?


—¡Deja a Ivan fuera de esto! Jamás me trataría como lo has hecho tú.


—¡Y un cuerno! ¡Él te sedujo y luego, sin decirte nada, se casa con otra!


—¡Al menos jamás me ha humillado en público! Dios mío, no me extraña que Rebeca me dirigiera esas miradas. Te conoce por lo que realmente eres... ¡un cerdo traidor obsesionado por el sexo!


—¡Ya te lo dije, entre nosotros no pasó nada! Por el amor del cielo, si yo llevaba un bañador sin bolsillos.


—¿Y qué tiene que ver lo que tú llevaras con todo esto? —preguntó desconcertada.


—Piénsalo, Pau. Sin bolsillos. ¿De verdad me consideras tan estúpido como para correr el riesgo de tener sexo sin protección con alguien que me encuentro en la playa?


—Eso está muy bien, Pedro —dijo, negándose a reconocer el alivio que sintió—. Pero hay muchas maneras de disfrutar de intimidad sin tener que practicar el sexo.


—Y sin duda Ivan te educó en algunas de las mejores.


—¡Esto no tiene nada que ver con Ivan! —el comentario hizo que se ruborizara, a pesar de no tener motivos para sentirse culpable o avergonzada—. ¡No era él quien besaba a Rebeca Mulligan a espaldas de su marido!


—Claro que no. ¡Él te quiere a ti a espaldas de su esposa! —replicó Pedrodesabotonándose la camisa con impaciencia—. Y no la besaba. Fue ella quien me besó —se secó el pecho con la camisa—. Una vez.


—Sí, claro. Y hoy estaba llena de moretones por el modo en que tuviste que quitártela de encima.


—¡No tuve que quitármela de encima! En cuanto oyó el sonido del helicóptero del hotel recogió sus cosas y se marchó a toda velocidad. Fin de la historia. Bueno, fin de ese capítulo, en todo caso —corrigió—. Me podría haber desmayado la otra noche cuando me presentaron a Rebeca como lady Mulligan. Bueno, para resumir una historia larga y perfectamente inocente, cuando se hizo obvio que no iba a permitir que algo tan trivial como su anillo de bodas se interpusiera en una pequeña aventura, decidí que necesitaba una esposa para detenerla.


—Seguro que también piensas que el azúcar puede detener a las hormigas —rió con ironía.


—Fue la mejor idea que se me ocurrió así, de repente.


—De acuerdo. Pero, ¿por qué, cuando Australia tiene una población de nueve millones de mujeres, a cuyo cuarenta por ciento conoces íntimamente, tenía que ser yo quien terminara por ser la señora del Semental Alfonso?


—¡Cielos, Pau, dame un respiro! ¿A quién más iba a pedírselo? —demandó con exasperación—. Aparte del hecho de que necesitaba a alguien en quien pudiera confiar y que usara la cabeza para pensar, si mencionara la palabra matrimonio, de verdad o de mentira, ante la mayoría de las mujeres a las que conozco, me encontraría ante el altar antes de poder respirar de nuevo.


—Destino que, en tu opinión, es peor que la muerte. Podrías haberme contado toda la historia antes de verme metida de lleno en ella.


—¿Cuándo? ¿En el aeropuerto? ¿En el helicóptero? Sé razonable, Pau. Esta es la primera oportunidad que hemos tenido de hablar, y como resultado he terminado con una copa encima. ¿Cuánto crees que habría durado mi credibilidad si hubieras empezado a tirarme copas en público?


—Oh, lo comprendo —asintió—. A ti se te permite ser sensible a la humillación, pero a mi no. ¡Para que hables de doble rasero!


—¿De dónde te sacas eso de la humillación? ¡No he hecho nada para humillarte! A menos, desde luego, que te refieras a besarte en el aeropuerto, y si eso te ofendió, entonces eres una puritana. Seguro que no molestaría a ninguna de las esposas de mis amigos.


—Dejas sin aliento a muchas de las esposas de tus amigos, ¿no?


—Me refería a que no les habría molestado que sus maridos las besaran en el aeropuerto. O en ningún otro lado.


—Puede que no, pero apuesto que se sentirían resentidas ante la mujer que su marido ha besado a escondidas. En especial si supieran que esa devoradora de hombres pensaba que podía repetirlo.


—¿Estás enfadada porque Rebeca me besó?


—¡Bingo!


—¿Por qué? —quedó desconcertado, ya que esperaba oír una negativa—. Es estúpido. Tú y yo no estamos casados.


—Lo sé! Pero Rebeca no. Y es evidente que aún cree que tiene una oportunidad contigo. Después de todo, en el pasado fueron amantes, y como la dejaste besarte en la playa es obvio que va a suponer que todavía la encuentras atractiva.


—¿A dónde quieres ir a parar?


—¿No es evidente?


—Para mí no —repuso él con sinceridad.


—Mira, Pedro —comenzó con exasperación—, fingir que estamos casados y que estoy terriblemente enamorada de mi marido es una cosa, pero fingir que estoy locamente enamorada de un hombre que no se siente atraído sólo por mí... es... es humillante —cuando la única respuesta que obtuvo de Pedro fue una mirada silenciosa, Paula quiso creer que al ver la luz, lo que hacía era buscar una disculpa. No le gustaba pelear con Pedro, pero si querían tener éxito en frustrar las intenciones de la depredadora Rebeca Mulligan, él tenía que saber cuál era su postura—. ¿Y? —instó—. ¿Entiendes ahora lo embarazosa que resulta para mí toda la situación? —la miró unos momentos más antes de ponerse de pie, sacudir la cabeza y musitar algo—. Pedro... ¿a dónde vas?


—A tomar una ducha y a serenarme.


—¿Serenarte? Si sólo has bebido una cerveza y... —agitó la lata—... ni siquiera la has terminado.


—Lo sé. Pero teniendo en cuenta lo que acabo de oír, uno de los dos debe estar borracho. Como tu encontraste cosas más creativas que hacer con tu gin tonic que beberlo... supongo que tengo que ser yo.