lunes, 1 de junio de 2020

MAS QUE AMIGOS: CAPITULO 16




¡No hagas nada! ¡Debía estar bromeando! Pedro sintió como si le faltara un segundo para experimentar una fusión total. 


¿Qué demonios le había sucedido a la mujer fría y rígida que había besado en el aeropuerto?


—Cielos. Espero no interrumpir nada.


Pedro dudó de que el sonido de la voz de Rebeca se hubiera registrado en su mente de no
haber sido por el hecho de que provocó la retirada de la boca ardiente y el cuerpo cálido pegado al suyo. Pero incluso en el momento en que su aturdido sistema se afanaba por recuperar el equilibrio, la mujer responsable de su ebriedad emocional parecía impasible.


—En absoluto, lady Mulligan —dijo Paula, que añadió en un susurro alto dirigido a Pedro—. ¿Lo ves? Te dije que sólo teníamos tiempo para algo rápido —le asió la mano y lo arrastró hasta donde Rebeca se hallaba junto a un cochecito de golf.


—Lo siento, Rebeca —dijo él—. ¿Hemos confundido la hora? Estaba seguro de que sir Frank indicó que nos reuniríamos en el bar a las siete y media.


—¡Oh, no, Pedro! apoyó la mano en su brazo para tranquilizarlo—. ¡Tienes toda la razón! Pensé que lo mejor era recogerlos, por si tenían problemas para localizar el hotel.


—Oh, hay que seguir las señales que pasamos cuando vinimos aquí por la noche, ¿no? —Paula pensó que había planteado la pregunta con absoluta inocencia, pero cuando él le apretó el codo, volvió a sonreír y añadió—: No, en serio, lady Rebeca, ha sido un detalle que vinieras a buscarnos.


—Sí lo ha sido —acordó la otra con una mueca—. Por desgracia, Paula, tendrás que sentarte en la parte de atrás. Pedro estaría demasiado apretado en un espacio tan reducido... tiene unas piernas muy largas. Con franqueza, ser tan alto en ocasiones puede resultar un inconveniente. No tienes ni idea de lo afortunada que eres al ser tan baja.


Aun sin contar los tacones de diez centímetros que llevaba, el metro sesenta de Paula no la cualificaba como una pigmea. Apenas se contuvo de señalar que Rebeca también era afortunada, ya que su casi metro ochenta le permitía el lujo de ocultar demasiados kilos adicionales y un exceso de silicona. Pero no quiso rebajarse a su nivel y con una sonrisa en los labios se sentó en la parte de atrás. Rebeca aguardó hasta que Pedro ocupó su sitio adelante antes de deslizarse a su lado, aprovechando al máximo la abertura de su vestido para mostrar su cuerpo. Paula no supo si se sintió asqueada o divertida por el descarado exhibicionismo de la mujer.


«¿Y Pedro había tenido una aventura con esa mujer?».



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