domingo, 31 de mayo de 2020

MAS QUE AMIGOS: CAPITULO 14




Esa noche Paula se distrajo mientras se daba los últimos toques de maquillaje cuando el albornoz de un hombre pasó volando ante ella para aterrizar a medias sobre la silla delante del tocador. Se volvió y encontró a Pedro apoyado con gesto negligente en la puerta. Llevaba una elegante camisa de seda y pantalones negros, pero tenía el pelo mojado y sin peinar y los pies descalzos.


—Por favor, no tires cosas cuando me estoy aplicando rímel. Al padrino no le gustaría que denunciara a la empresa por dejarme ciega.


—Lo siento —se acercó al armario y sacó unos zapatos—. ¿Te molesta que termine de vestirme aquí? —para evitar la especulación y los rumores de las camareras acordaron compartir el armario del dormitorio y dejar cosas por la habitación para que diera la impresión de que la ocupaba una pareja feliz. Pero ella había insistido en que Pedro usara el cuarto de baño para vestirse.


—Creo que mi corazón soportará que te pongas unos zapatos y una corbata —le sonrió a través del espejo.


—Estamos en un hotel de vacaciones. ¿Crees que es necesaria una corbata? Pensaba
que bastaría una chaqueta.


Dado su atractivo, su cuerpo atlético y su inconsciente sentido de la elegancia, Paula sospechaba que lo aceptarían en una boda real incluso con unos vaqueros rotos y una camiseta. Le sugirió la corbata porque temía que un vistazo de ese pecho bronceado haría que Rebeca se pusiera a babear.


—¿Tienes una de esas camisas que se abotonan hasta arriba, estilo Nehru?


—¿Cómo ésta? —se dirigió al armario y sacó una de lino.


—Perfecta.


Se volvió hacia el espejo para continuar con el proceso de maquillarse, cuando toda la concentración se desvaneció al ver reflejada la imagen de un pecho masculino desnudo.


Se le disparó el pulso.


—¿Qué haces? —exclamó, girando para mirarlo.


—Lo que me sugeriste. Cambiar de camisa.


—Pero... pero... se supone que debes vestirte en el cuarto de baño.


—Por el amor de Dios, Pau, me cambio de camisa, no de calzoncillos. Cuando hemos
salido a navegar me has visto con mucho menos.


Saber que tenía razón la convertía en la regatista más concentrada de toda la historia. ¿Cómo pudo no fijarse en un pecho tan impresionante como el que en ese momento tenía a unos metros de distancia? Era una de las cosas más tentadoras de tocar que había visto.


—Mira, si tanto te molesta, me daré la vuelta —Pedro acompañó las palabras con la acción—. ¿Mejor? —Paula contuvo un gemido. Abrir la boca era arriesgarse más—.A propósito —continuó él mientras se ponía la camisa—, tienes una línea de maquillaje que te cruza la mejilla.


—¡Lo sé!


—Eh, no te lances a mi yugular. Sólo intentaba ser de ayuda.


—Lo siento —giró hacia el espejo y sacó unos pañuelos de papel—. Estoy un poco nerviosa esta noche, eso es todo —era una verdad a medias.


—No lo estés. Lo harás bien. Únicamente debes seguir mis pautas.


—¡Tus pautas! —estalló en una carcajada—. ¡Tienes tanto conocimiento de cómo debe comportarse un hombre casado como del estilo de vida de un monje! —sacudió la cabeza y lo observó a través del espejo—. No, Pedro, tú me seguirás a mí, o esta farsa se descubrirá en dos minutos.


—Hmmm... —dijo echándose sobre el colchón de agua—, esto sí que es cómodo —movió el cuerpo y provocó una suave ondulación—. ¿Sabes, Pau? Si aceptaras compartirlo conmigo en base a una rotación —volvió a moverse—, aceptaré seguir tus pautas —se apoyó en un codo y le sonrió de forma seductora, haciendo que la mente confusa de Paula superpusiera la imagen de su pecho desnudo sobre su torso ya cubierto, y su estómago empezó a imitar el vaivén del colchón.


—Olvídalo, Pedro. La cama es mía.


—Debo recordarte, cariño, que así como tal vez tengas aspiraciones al matrimonio, la realidad es que a ti también te falta experiencia.


—¡Ah! Pero a diferencia de ti, he estudiado el tema y conozco las teorías en las que se basa. De modo que es razonable que tú me sigas a mí. ¿Entendido?


—¿Me serviría de algo decir que no? —sonrió.


—En absoluto.


—En ese caso, creo que en este matrimonio quien lleva los pantalones eres tú.


—Exacto. Y ahora... —le arrojó un peine—. Arréglate el pelo.


—Estupendo —gruñó, alargando el brazo izquierdo para capturar con destreza el peine—. Incluso en un matrimonio falso, me regañan y ordenan.


—No te regaño, te ayudo; hay una diferencia.


—Correcto. Entonces, dime, oh, Experta en Matrimonio, ¿cómo voy a saber yo, un ingenuo soltero con fobia al matrimonio, si esta noche cometo algún error?


—Te haré una señal. Y en ese momento te callarás de inmediato...


—Como haría cualquier marido respetable.


—Entonces, dependiendo del grado de tu metedura de pata, iniciaré el control de daños apropiado —hizo una pausa y estudió las pocas joyas que había llevado—. No estoy segura del anillo que debo ponerme... tengo uno de esmeralda, el de perla que me regaló Damian en mi graduación y uno con un zafiro y un diamante que compré yo. Además de tres sortijas grabadas... —se volvió y lo miró—. ¿Cuál crees que debería ponerme como anillo de boda?


—Demonios, no lo sé. ¿Por qué me preguntas? ,


—Porque entonces podré decir con sinceridad que lo elegiste tú.


—Te estás metiendo en el papel —mostró una expresión divertida.


—También he traído el de mi madre —eligió uno sencillo de oro—. Pero, a pesar de lo mucho que me gusta, es demasiado sencillo para impactar a Rebeca.


—Ponte el que creas que la impactará.


—No puedo. No me traje el diamante enorme que tengo.


—Pau —dijo con voz cansada—. ¿Qué diferencia habrá mientras lo lleves en el dedo anular de la mano izquierda?



—La hay, Pedro—chasqueó la lengua—. La gente espera que alguien tan rico como tú le regale algo deslumbrante a la mujer que ama.


«Pero», se preguntó, «¿y si la mujer en cuestión era alguien como Paula, que no se dejaba deslumbrar por eso?»



1 comentario: