lunes, 1 de junio de 2020

MAS QUE AMIGOS: CAPITULO 17




Más tarde, Paula decidió que estaba siendo la noche más larga de su vida, y lo triste era que todavía no habían empezado el primer plato.


No hacía falta ser un genio para reconocer que sir Frank estaba tan estúpidamente embobado por su tercera esposa, o al menos por sus atributos físicos, que era ajeno al hecho de que ella sólo se fijaba en Pedro. Siempre que la vista de sir Frank se desviaba a los pechos demasiado expuestos de su mujer, que no paraban de moverse, seguro que por el esfuerzo de respirar en un vestido tan ceñido, ella miraba con expresión tórrida Pedro.


Pedro me ha dicho que lleváis casados seis meses —comentó sir Frank mientras le llenaba su copa de champán y a continuación la suya—. ¿Cómo te las arreglas estando casada con un hombre tan ocupado como él? Sé que Rebeca siempre dice que lo pasa muy mal cuando me voy en viaje de negocios, y le cuesta mucho divertirse.


«Quieres apostar algo?», preguntó mentalmente.


—Bueno, yo también trabajo en Porter, así que casi siempre me encuentro igual de ocupada —repuso.


—La verdad es que Pau trabaja demasiado —intervino Pedro— Fui yo quien se sintió solo cuando viajó al oeste de Australia. Por eso —añadió con una sonrisa en su dirección— me sentí tan encantado cuando aceptó reunirse conmigo aquí.


—Naturalmente, al ser la ahijada de Damian Porter... —en cuanto esas palabras salieron de la boca de Rebeca, Paula comenzó a prepararse para defenderse de alguna insinuación de nepotismo, pero la morena no iba por ahí—... imagino que habrás tenido una gran boda.


—No —sorprendida, tardó un poco en responder—, fue una ceremonia íntima y sencilla —lo cual, por desgracia, chocó con la respuesta de Pedro.


—Sí, nos casamos en la Catedral de St. Mary.
—¿De verdad? —las respuestas contradictorias hicieron que Rebeca sonriera como el gato de Cheshire y enarcara una ceja—. ¿En la catedral?


—Eh, sí, Pau es católica —explicó con premura Pedro—. Y siempre había dicho que quería casarse con una misa nupcial. Por supuesto, como yo no soy demasiado religioso, me encantó poder aceptar algo tan importante para ella —por suerte ninguno de los Mulligan dio la impresión de captar el sutil matiz en la voz de Pedro que prometía que iba a pagar por no ceñirse en esa ocasión a sus famosos planes de celebrar la boda perfecta.


—Bueno, hijo, con la experiencia de tres matrimonios a mi espalda, diría que tomaste la decisión correcta —sir Frank estalló en una carcajada y le guiñó un ojo—. Cede en las cosas que no te importan y manténte firme y elige los regalos con inteligencia para obtener la ventaja en las cosas que sí te importan.


Al parecer impasible ante la implicación de que la cooperación de su mujer se podía comprar, Rebeca sonrió y volvió a centrarse en Paula.


—Así como puedo apreciar la, eh, consideración y sensibilidad de Pedro, sigo estando un poco confusa... Sé que la Catedral de St. Mary está considerada como el lugar para muchas de las bodas católicas de la alta sociedad, pero es la iglesia más grande de Sydney. No es lo que yo habría elegido para... ¿Cómo lo describiste, Paula? ¿«Una ceremonia íntima y sencilla»?


—Tienes toda la razón, lady Mulligan. St. Mary es famosa por las grandes bodas de la alta sociedad —coincidió Pau, que miró a la otra sin parpadear—. Por eso mis padres eligieron casarse allí. Pero a pesar del tamaño y la grandiosidad de la catedral, Pedro y yo invitamos sólo a nuestros amigos más íntimos. Para nosotros, todo sobre la boda fue una decisión sentimental más que social o pragmática —la perfecta mentira le hizo ganar una palmadita en la rodilla de parte de Pedro por debajo del mantel de la pequeña mesa redonda.


—Un gesto conmovedor —observó sir Frank—. Es posible que no lo sepas. Rebeca —continuó—, pero tanto los padres de Pedro como los de Paula murieron en el mismo y trágico accidente. Nos impactó a todos los que pertenecíamos a la industria hotelera.


—¿Conocías a mi padre, sir Frank?


—Oh, en persona no, querida. Pero en la industria se lo consideraba un joven que llegaría lejos. Lo mismo que al tuyo, Pedro —añadió con presteza—. La rivalidad existente entre dos de los más brillantes y ambiciosos ejecutivos de Damian Porter era seguida por los cazadores de talentos para reforzar sus propias filas —sonrió—. Pero, para decepción de todos, su lealtad estaba con Damian —sacudió la cabeza—. Es una tragedia que ambos murieran tan jóvenes. Y al mismo tiempo...


Pedro deseó que Paula alzará las pestañas caídas para tener una idea de cómo se sentía. 


No le pasó por alto la ansiedad en su voz cuando sir Frank mencionó a su padre, y así como él no se engañaba acerca de lo implacablemente ambiciosos que habían sido sus propios padres, desconocía cómo recordaba Pau a los suyos. Cuatro años menor que él, sólo tenía seis cuando la motora en la que navegaban con unos hoteleros extranjeros había explotado. Con la excepción de la madre de Paula, todos los que iban a bordo murieron al instante; Felicia Worthington lo hizo dos días más tarde en el hospital.


Sólo entonces se le ocurrió que Pau y él jamás habían hablado de ellos en todos los años que pasaron juntos al cuidado de Damian. No le cabía duda de que éste los quería mucho, pero el viejo solterón jamás había animado las exhibiciones de emociones o sentimientos. Se preguntó si eso había sido bueno o malo para una personalidad emotiva como la de Pau, quien se había negado a abandonar el lecho de su madre moribunda hasta que no dio su último estertor(*)


Al mirar el sencillo anillo de oro que adornaba la mano izquierda de Pau, comprendió que había mucho que desconocía de ella, y de pronto deseó conocerla... mucho.



*Respiración anhelosa, con ronquido sibilante, propio de la agonía y el coma.









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