martes, 17 de marzo de 2020

ANTES DEL AMANECER: CAPITULO 41






Pedro abrió la puerta y la ayudó a sentarse. Estaba temblando, como si fuera a desmayarse de un momento a otro.


—¿Qué es lo que has recordado?


—Hacía mucho tiempo que no pensaba en eso. Ya no está en mis pesadillas, pero en una de las que tuve, uno de los componentes de aquel desfile fantasmal llevaba un gran canasto de mimbre, como de lavandería.


—¿Y?


—No estoy segura, pero ahora recuerdo haber pensado en lo extraño que era que estuvieran marchando en fila para lavar la ropa. O que los fantasmas pensaran incluso en lavar la ropa…


—¿Todavía estamos hablando de una pesadilla?


—¡Oh, Pedro, no lo sé! Cuando me acordé hace un momento, me pareció tan real que… Que era como si estuviese yo misma en aquel sótano, contemplándolo todo…


—¿Lo suficiente como para que pudieras ver el contenido de aquel cesto?


—Una manta azul asomaba debajo de la tapa, como las que solían usar en la guardería. Ni siquiera era consciente de que recordaba eso, pero lo recuerdo. Había mantas azules en las cunas de los niños y rosas en las de las niñas.


—¿Estás hablando ahora de cosas reales? ¿No de pesadillas, sino de la guardería del orfanato?


—Sí.


Pedro maldijo para sus adentros. No quería presionarla, pero sospechaba que estaba a punto de recordar algo que había pasado años intentando olvidar.


—¿Viste lo que había dentro del cesto?


—No, pero… ¿Y si tuvieras tú razón con tu sugerencia de anoche… Y el desfile de mi pesadilla procediera de un suceso real? Tal vez asistí realmente a una especie de procesión fúnebre.


—Eso explicaría las amenazas. ¿Puedes identificar a alguien de la procesión?


Paula negó con la cabeza, frustrada.


—Empecé a tener las pesadillas poco después de ingresar en el orfanato. De eso hace veinte años. En aquel entonces sólo tenía diez.


—Te diré lo que pienso: Que realmente viste esa procesión en el sótano y que sus componentes no eran fantasmas, sino personas reales.


Paula se recostó en su asiento, cerrando los ojos, y se masajeó suavemente las sienes. Pedro deslizó un brazo por su respaldo y enterró los dedos en su sedosa melena, ansiando desesperadamente que pudiera enfrentarse a aquello sin tener que soportar tanto dolor.


—Todo está como gris en mi mente, Pedro. Estaba oscuro y la persona que iba delante mantenía en alto un farol de gas, de esos que solíamos usar en el orfanato cuando nos quedábamos sin electricidad durante alguna tormenta. Pero algo debió de haberme hecho pensar que había un niño dentro de aquel cesto. ¿Por qué si no, me habría torturado durante tantos años el llanto de aquel bebé?


Pedro lo ignoraba. Y su mente pragmática se negaba a creer que pudiera poseer algún tipo de capacidad paranormal.


—Durante todo el tiempo que estuve en el orfanato estuve segura de que aquel sótano estaba embrujado.


—¿Y ahora?


—No lo sé. Quizás estaba embrujado con las almas de los bebés. Quizá vi algo fundamental y desde entonces aquel bebé, con su llanto, me haya estado reclamando justicia. Me pregunto si el sheriff Wesley podrá resolver esto.


—No creo que debamos decirle nada sobre el canasto ni sobre las pesadillas.


—Pero podría ser importante para la investigación.


—No, a no ser que pudieras identificar a la gente que viste en la procesión. Le contaremos lo de la cabaña y lo del muñeco con el cráneo, y lo del error en el expediente de tu instituto. Eso es lo único que sabemos a ciencia cierta.


—Sigues pensando como un agente del FBI.


—Supongo que lo llevo en la sangre —posó la mano en su hombro—. Pero mantengamos eso también en silencio. Yo solamente soy Pedro Alfonso, agricultor del norte de Georgia.


—Lo que tú digas, agricultor.


—Entonces… ¿Estás preparada para hacerle una visita al sheriff?


—No, pero cuanto más la retrasemos, menos lo estaré.


Pedro arrancó la camioneta mientras ella llamaba por su móvil. No tuvo que preguntarle a quién: A Dolores, para hablar con Kiara. 


Luego telefoneó al hospital para saber cómo estaba Ana. Seguía inconsciente y en estado crítico.


Pedro pensó que Paula era una mujer maravillosa. Y se merecía un hombre maravilloso… Que todavía mantuviese el corazón intacto. No como él.


Lo malo era que cada vez que la tocaba, su cuerpo parecía olvidarse de ello.




ANTES DEL AMANECER: CAPITULO 40





—Nada nuevo. Todo confirma lo que te había dicho.


—Y desmiente los datos de los archivos públicos de Meyers Bickham. Acuérdate de que según ellos, te graduaste en el instituto con dieciocho años. Y si la información tuya que figura en ellos es falsa, no hay motivo para creer que la restante sea verdadera.


—Lo que quiere decir que los registros sobre los bebés, sin identificar enterrados en el sótano pudieron haber sido falseados —pronunció Paula.


—Exacto. Tal vez el orfanato siguió registrándolos como internos después de muertos.


—Y ahora están dispuestos a cualquier cosa con tal de conservar el secreto. Incluso después de tanto tiempo.


—No hay límite de prescripción para un asesinato —le recordó Pedro.


—¡No pensarás que esos bebés fueron asesinados!


—Espero de todo corazón que no.


Lo mismo esperaba Paula. Asesinar a un bebé era algo inimaginable, inconcebible para una mente normal. Como fijar un repugnante cráneo a un muñeco. O un desfile de fantasmas celebrado en un oscuro y lóbrego sótano.


De repente tuvo que apoyarse en la puerta de la camioneta para no caer al suelo, mareada.


—¿Qué te pasa?


—Acabo de recordar algo nuevo sobre el desfile de fantasmas…




ANTES DEL AMANECER: CAPITULO 39




Pero cerrar la puerta de la habitación de Paula a su espalda, fue una de las cosas más duras que había hecho Pedro en mucho tiempo. Quería tenderse a su lado en aquella cama, abrazarla. 


Quería sentir aquella indómita y roja melena extendiéndose sobre su pecho. Quería borrar a besos toda su carga de dolor.


Tenía la fuerte sospecha de que eso era también lo que ella quería. Pero no podía hacerlo.


No tenía miedo de enfrentarse con un asesino, pero le aterraba cualquier tipo de compromiso emocional. Las cicatrices todavía estaban demasiado recientes.


Y si embargo, estaba comprometido. Quería proteger a Paula y a Kiara. Y… Que el cielo lo ayudara, también quería hacer el amor con Paula. El deseo corría como fuego por sus venas, mientras se dirigía al cuarto de baño con la intención de tomar una buena ducha fría… 


Que le ayudara a despejarse la cabeza.



****

El instituto no había cambiado ni de nombre ni de localización, pero todo lo demás era diferente. El viejo edificio había sido demolido siete años atrás y sustituido por otro nuevo, una estructura moderna, de ladrillo visto.


Eran más las diez cuando llegaron, y los alumnos ya estaban en clase. Se encaminaron directamente a la oficina principal, donde un par de mujeres trabajaban detrás de un mostrador. 


Fue Pedro quien habló, con el consentimiento de Paula. Tras presentarse a una empleada, le pidió permiso para examinar los documentos de cuando ella estuvo estudiando allí.


—Puedo darle una copia de su expediente, con sus notas —pronunció la mujer, dirigiéndose directamente a Paula—. Si quieren saber algo más, tendrán que hablar con el director.


—Por el momento nos conformaremos con el expediente.


—Tardaré unos diez minutos en conseguirlo. Pueden esperar aquí o en el salón de actos, donde quieran. Nadie lo está usando esta mañana.


—Esperaremos aquí.


Los diez minutos se convirtieron en veinte. Paula empleó ese tiempo en evocar su estancia en aquel instituto. Siempre había sido una solitaria. 


No salía con nadie. En realidad, nunca había salido mucho, ni siquiera después de Meyers Bickham. Sergio había sido su primera relación, y para él no había sido demasiado seria. Desde el mismo día que se casaron había tenido aventuras con otras mujeres, aunque ella no se había enterado de eso hasta mucho después.


—Aquí tiene la copia de su expediente, señora Chaves.


—Impresionante. Sobresaliente en todo —fue su comentario.


—Excepto un par de aprobados en educación física y economía doméstica.


—Es verdad.


—Aunque tal vez habría terminado mejorando la puntuación. Las notas sólo llegan hasta la primera mitad del segundo curso.


—Efectivamente, ya que se fue del centro —apuntó la empleada.


—¿Eso está registrado en el expediente? —inquirió Pedro.


—Sí. La anotación lleva un asterisco con un número. Se explica al final de la hoja.


Paula leyó la nota a pie de página: «Trasladada a otro centro».


—¿Puede usted averiguar a qué otro centro fui trasladada?


—No, porque nadie nos pidió su expediente.


—¿Está segura? —preguntó Pedro, doblando la copia en papel de las notas y guardándosela en un bolsillo de la camisa.


—Sí. Si el nuevo centro nos lo hubiera pedido, se lo habríamos remitido y aquí habría quedado constancia de ello.


—Ya. Dígame… ¿Qué tipo de información adicional podría darnos?


—Registros de asistencia a clase, por ejemplo. O informes sanitarios. La información básica de cualquier alumno.


—Gracias. Con esto será suficiente.


Paula dio las gracias a la empleada y siguió a Pedro hasta la camioneta.





lunes, 16 de marzo de 2020

ANTES DEL AMANECER: CAPITULO 38





Paula se hallaba de pie frente a la ventana de la habitación de invitados, temerosa ante la perspectiva de volver a visitar el instituto donde había estudiado mientras estuvo en Meyers Bickham. Ninguno de los recuerdos que guardaba era bueno.


—¿Te encuentras bien?


Se volvió para descubrir a Pedro en la puerta, con una taza de algo caliente en la mano.


—No, especialmente.


—He llamado, pero no debes de haberme oído.


—Es que no estaba aquí. Estaba perdida en el pasado.


—Pensé que quizá te apetecería una taza de cacao.


—Gracias —repuso, acercándosele—. Estás en todo. ¿Sabes? Hasta ahora no has dejado de sorprenderme.


—Yo mismo me he sorprendido de mí mismo durante estos últimos días.


Paula bebió a sorbos el cacao, dejando que le calentara la garganta.


—No sabe del todo a cacao.


—Le he añadido un poco de canela.


—¿Para liberar viejos recuerdos?


—Digamos que para que engrasara los oxidados goznes de tu memoria.


—He intentado pensar en Meyers Bickham. Pero hasta el momento me ha resultado difícil incluso pasar del primer día.


—A veces las primeras impresiones son el mejor lugar por donde empezar.


Paula se sentó en el borde de la cama y obligó a su mente a retroceder en el tiempo. Las figuras del pasado empezaron a cobrar forma lentamente, como sombras a la débil luz del crepúsculo.


—Mi primera impresión es la siguiente. 
Originalmente, el edificio había sido una iglesia. Por fuera tenía ese aspecto, pero una vez que entrabas por sus grandes puertas dobles, parecía frío e inquietante. Todo lo contrario que la iglesia de mi antiguo barrio.


—¿Tenía bancos?


—No. Donde antes habían estado los bancos, ahora había principalmente oficinas, despachos. Y un gran salón de actos y una habitación más pequeña donde de vez en cuando podíamos ver la televisión. Pero no podíamos cambiar los canales, y nadie quería ver los que habían elegido los guardianes.


—¿Dónde dormíais?


—Al fondo… En pequeñas habitaciones con camas de litera. Teníamos cómodas para la ropa y artículos personales. Eso es todo.


Al menos lo que podía recordar.


—¿Qué hay del sótano?


—Oscuro. Era oscuro, y aterrador. Con escalones muy altos, con fuerte pendiente.


Se estremeció de pronto, asaltada por una sensación lúgubre, siniestra.


—¿Cómo lo sabes? Dijiste que nunca habías estado allí.


Paula negó con la cabeza, aturdida. Sentía náuseas.


—No lo sé. Pero así me lo representaba yo en mis pesadillas. Es el recuerdo que me viene a la cabeza cuando intento evocarlo. Pero es todo tan confuso…


—No entiendo. ¿Cómo puedes estar tan segura de que el sótano era así cuando tú nunca estuviste en él?


—Porque las cosas que recuerdo no pueden ser reales —empezó a temblar.


Pedro se sentó a su lado y le tomó las manos entre las suyas.


—¿Qué es lo que recuerdas?


—Grandes ratas grises. Y fantasmas. Un desfile de fantasmas.


—Sigue hablando.


—Pensarás que estoy loca…


—Tú no estás loca. Simplemente pasaste por una prueba muy dura para una pobre niña. ¿Sigues teniendo esas pesadillas?


—A veces. Ya no con tanta frecuencia. Y cambian. Pero casi siempre están las ratas. Y un bebé fantasmal que no deja de llorar, y de llorar… Hasta que finalmente me despierto bañada en un sudor frío.


—¿Quién está en ese desfile?


—Sé que son fantasmas. Uno de ellos lleva una especie de farol en la mano. Pero a veces… —Se encogió sobre sí misma, odiando con todas sus fuerzas aquellos demonios que parecían habitar en los más remotos rincones de su mente, y que surgían en ocasiones como aquella para atormentarla—. A veces es mi madre quien encabeza el desfile.


Pedro alzó una mano para retirarle el cabello de la frente.


—A veces las pesadillas están basadas en sucesos reales que son demasiado perturbadores para afrontarlos cuando estás despierta.


—Ya he pensado en eso, pero las pesadillas cambian tanto… A veces estoy sola. Otras veces con amigas que corren y me dejan sola con aquel desfile de fantasmas… Y luego está mi madre. Sé con toda seguridad que jamás estuvo en ese sótano.


—¿Qué les sucedió a tus padres?


—Mi padre murió cuando yo tenía cinco años. En un accidente laboral, atrapado por una máquina de la factoría donde trabajaba. No conozco los detalles, pero creo que fueron horripilantes. Luego a mi madre le diagnosticaron un cáncer. Luchó, se resistió todo lo que pudo. Pero un día vino la ambulancia y se la llevaron al hospital. Ya no volvió a casa.


—Has sufrido mucho, Paula —empezó a acariciarle la nuca con exquisita ternura—. Pero superarás esta nueva prueba. Y esta vez no tendrás que hacerlo sola. Yo estaré en todo momento a tu lado.


—Me gustaría creer eso.


—¿Es que no es así?


—Nadie me ha soportado durante mucho tiempo. No tengo motivo alguno para pensar que contigo será diferente.


—Entonces es que no me conoces bien.


—Estoy aprendiendo a conocerte.


—Y yo también a ti. Creo que ya es suficiente por esta noche. Tienes que dormir.


—Lo intentaré.


Pedro deslizó un dedo todo a lo largo de su mejilla, deteniéndolo en sus labios. Por un momento Paula pensó que iba a besarla otra vez, pero en lugar de ello se levantó y se marchó, cerrando la puerta a su espalda.


Lo hizo apresuradamente, como si estuviera luchando con sus propios sentimientos… O con sus propios demonios. O quizá simplemente estuviera recordando su promesa de implicarse en un asunto que no le incumbía nada… Y del que ya estaba empezando a arrepentirse.



ANTES DEL AMANECER: CAPITULO 37




Pedro la sostuvo para que no cayera, y acto seguido recogió el móvil del suelo. Después de identificarse, escuchó el relato de la agresión sufrida por Ana Jackson. Alguien había entrado en el apartamento que Ana estaba ocupando. Al parecer, había regresado a tiempo de sorprenderlo, y había sido golpeada con un objeto pesado.


Aún seguía inconsciente. Un vecino había visto la puerta abierta y la había encontrado tendida en el suelo, en el umbral. Su estado era crítico.


Paula se quedó en la cocina hasta que Pedro cortó la comunicación, y acto seguido se dejó llevar hasta el porche. Se sentó en el columpio y él se instaló a su lado. Intentó rodearle los hombros con un brazo, pero ella se apartó.


No dejó de mirarse las manos, nerviosa, mientras escuchaba los detalles de sus labios.


—Puede que Ana muera, y todo esto es culpa mía, Pedro—pronunció cuando él hubo terminado—. Yo quise compensarla de alguna forma al dejarle mi apartamento, y resulta que por poco la mato…


—El teniente dice que el robo es el móvil más probable.


—Nunca se habían producido allanamientos ni robos en el edificio. No sé cómo, ni por qué, pero esto está relacionado con las amenazas y con Meyers Bickham. Estoy segura de ello.


Pedro no se le ocurrió discutir con ella. Además, tenía la sensación de que llevaba razón, aunque eso no explicaba nada. ¿Por qué Ana? ¿Y por qué molestarse con el apartamento de Paula cuando el autor de las amenazas sabía que se encontraba en el norte de Georgia?


O quizá no lo supiera. Tal vez el tipo ignorara que se había trasladado a la casa de Pedro, dando por supuesto que había regresado al apartamento después del incendio de la cabaña. 


Pero si se había enterado de que había hablado con el sheriff Wesley… Tenía que saber que estaba viviendo allí.


—Ana es una buena persona, Pedro. Tiene sesenta y tantos años y vive para la enseñanza universitaria. Lo pasó bastante mal después de la muerte de su marido, pero había logrado rehacerse y seguir adelante. Incluso estaba redecorando y haciendo obras en su casa. Ahora en cambio…


Pedro se preguntó que podía decirle. Nada que pudiera cambiar las cosas.


—Quizá lo supere…


—Pero todavía está inconsciente, y en estado crítico. No es una perspectiva demasiado prometedora.


—Puedes llamar al hospital y preguntar directamente por ella. Quizá se haya producido algún cambio para mejor.


—Si ella no se hubiera quedado en el apartamento… Si yo no hubiera venido… —de repente se interrumpió a mitad de la frase, y le agarró una mano—. Si hubiera regresado allí con Kiara, ella habría podido…


Se le quebró la voz.


—No imagines cosas, Paula. Lo importante es que Kiara está con nosotros, a salvo.


—A salvo por ahora. Pero esto no se detendrá aquí. Es lo que siempre me ha pasado con Meyers Bickham. Cada vez que he intentado dejarlo atrás, ha surgido de nuevo para torturarme. Detesto tanto ese lugar…


—¿Quieres hablar de ello?


Paula se tensó, rígida, como si la sangre que corría por sus venas se hubiera transformado en duro cemento.


—Sólo era un viejo caserón donde alojaban a los niños huérfanos, que no tenían ningún lugar a dónde ir.



—¿Entonces… Por qué lo odias tanto?


—Porque… Porque… Allí me sentí muy sola.


De pronto, la sorpresa y el dolor por lo que le había sucedido a Ana, más los miedos y terrores de los últimos días, la asaltaron a la vez de golpe. Los sollozos sacudieron convulsivamente su cuerpo. En esa ocasión sí que pudo Pedro estrecharla entre sus brazos, porque no se resistió.


No podía explicar sus sentimientos por Paula.


Lo único que sabía era que sufría terriblemente viéndola así. Y que haría cualquier cosa con tal de mantenerla a salvo. Cualquier cosa.


Finalmente el ataque de llanto empezó a ceder. Pedro le ofreció un pañuelo.


—Perdona por haber reaccionado de esta manera.


—Tenías todo el derecho del mundo.


—No puedo seguir así, esperando cada vez a que se produzca un nuevo horror.  Evidentemente permanecer callada no basta. Tengo que hacer algo. Tengo que encontrar alguna forma de luchar.


—Ahora sí que estás hablando con lógica.


—Pero es una lógica a la que tú estás acostumbrado, no yo. Creo que en mi vida siempre he escogido el camino más fácil, el de la menor resistencia.


—¿Tú? ¿Una mujer que se crió en un orfanato, que se escapó con quince años y que ahora es profesora de historia en una universidad? Yo diría que siempre has sido una gran luchadora.


—Pero no con armas, ni con la fuerza bruta. Yo simplemente persigo lo que quiero e ignoro todo aquello con lo que no quiero enfrentarme. Fue así como olvidé la mayor parte de lo que me pasó en Meyers Bickham, al igual que fingí que mi matrimonio con Sergio podía tener algún futuro, cuando en realidad se estaba cayendo a trozos. De la misma manera, a estas alturas ya habría intentado olvidarme de todas esas amenazas si no hubieran alcanzado un nivel intolerable. Son ellas las que no me ignoran a mí.


—Pero has sobrevivido, Paula, y sigues luchando por ser feliz con Kiara. Para eso se requiere mucho coraje. Mucho más que el necesario para disparar contra un enemigo. Por eso los hombres se matan inútilmente en las guerras y las mujeres mantienen vivo el amor y la esperanza. Somos nosotros los que escogemos el camino fácil. Y equivocado.


—Pero ahora tengo que luchar a tu manera. Dime qué es lo que tengo que hacer.


—Creo que deberíamos empezar visitando el instituto donde estudiaste y consultando sus archivos. Luego tendremos que devolverle la visita al sheriff Nicolas Wesley para informarlo de todo lo que ha pasado aquí. Y espero que confíe en nosotros lo suficiente como para no ocultarnos ningún detalle.


—¿Cuándo quieres que partamos?


—Mañana. No es un viaje muy largo.  Tomaremos la autopista cincuenta y dos.


Paula estiró las piernas, deteniendo el balanceo del columpio.


—¿Mañana? ¿Tan pronto?


—No hay razón para retrasarlo.


—Lo sé. Ojalá Sergio se hubiera llevado a Kiara a pasar el verano para alejarla de todo esto. No quiero que se asuste, pero si se queda con nosotros, terminará por percibir el peligro de esta situación.


—Creo que deberíamos dejarla con Dolores.


—No puedo dejarla en manos de una desconocida. De hecho, no puedo dejarla en manos de nadie, con todo lo que está pasando.


—Allí estará a salvo. Hablaré con Henry para que no la pierdan en ningún momento de vista.


—Henry es un granjero, Pedro. No está preparado para lidiar con el psicópata al que nos enfrentamos.


—Es un antiguo boina verde. Probablemente sea el único hombre del contorno capaz de hacerle frente a ese tipo.


—¡Vaya…! Así que al final resulta que no has llevado una vida tan aislada como parecía…


—Henry me ayudó a empezar con el huerto de frutales. Su padre tenía un manzanar. Hablamos un poco. Los hombres también hablamos.


Paula soltó un profundo suspiro.


—De acuerdo, Pedro. No puedo seguir aquí sentada, sin hacer nada. Mañana por la mañana iremos a la granja de los Callahan y hablaremos con Dolores. Luego visitaremos mi antiguo instituto e iremos a hablar con el sheriff.


—Bien —era un comienzo, pero había más. Detestaba sacarlo a colación aquella noche, en el estado en que se encontraba. Sin embargo, era necesario—. Hay otra cosa que puedes hacer, Paula.


—¿Qué es?


—Tienes que intentar recordar detalles de tu vida en el orfanato, especialmente cualquier cosa que tenga que ver con el sótano. Me gustaría que tomaras notas de cualquier cosa que te viniera a la cabeza.


Pedro percibió inmediatamente el cambio que se operó en ella. Fue como si acabara de arrebatarle su anterior resolución para sustituirla por algo oscuro y siniestro.


—Lo intentaré.


—Y si me necesitas esta noche, ya sabes dónde estoy. La puerta del final del pasillo.


Era una oferta que no había esperado hacerle, y que tampoco estaba muy seguro de poder cumplir. En realidad, no sabía muy bien lo que sentía.


Hasta aquella misma semana, había pensado que su alma se había secado, que se había quedado sin sentimientos. Eso había cambiado, pero aun así no sabía qué era lo que podía ofrecerle a una mujer como Paula.


A partir de ese momento, tendría que ser muy cuidadoso. Protección era lo único que ella necesitaba de él. Y lo único que estaba absolutamente decidido a darle.