Pero cerrar la puerta de la habitación de Paula a su espalda, fue una de las cosas más duras que había hecho Pedro en mucho tiempo. Quería tenderse a su lado en aquella cama, abrazarla.
Quería sentir aquella indómita y roja melena extendiéndose sobre su pecho. Quería borrar a besos toda su carga de dolor.
Tenía la fuerte sospecha de que eso era también lo que ella quería. Pero no podía hacerlo.
No tenía miedo de enfrentarse con un asesino, pero le aterraba cualquier tipo de compromiso emocional. Las cicatrices todavía estaban demasiado recientes.
Y si embargo, estaba comprometido. Quería proteger a Paula y a Kiara. Y… Que el cielo lo ayudara, también quería hacer el amor con Paula. El deseo corría como fuego por sus venas, mientras se dirigía al cuarto de baño con la intención de tomar una buena ducha fría…
Que le ayudara a despejarse la cabeza.
****
El instituto no había cambiado ni de nombre ni de localización, pero todo lo demás era diferente. El viejo edificio había sido demolido siete años atrás y sustituido por otro nuevo, una estructura moderna, de ladrillo visto.
Eran más las diez cuando llegaron, y los alumnos ya estaban en clase. Se encaminaron directamente a la oficina principal, donde un par de mujeres trabajaban detrás de un mostrador.
Fue Pedro quien habló, con el consentimiento de Paula. Tras presentarse a una empleada, le pidió permiso para examinar los documentos de cuando ella estuvo estudiando allí.
—Puedo darle una copia de su expediente, con sus notas —pronunció la mujer, dirigiéndose directamente a Paula—. Si quieren saber algo más, tendrán que hablar con el director.
—Por el momento nos conformaremos con el expediente.
—Tardaré unos diez minutos en conseguirlo. Pueden esperar aquí o en el salón de actos, donde quieran. Nadie lo está usando esta mañana.
—Esperaremos aquí.
Los diez minutos se convirtieron en veinte. Paula empleó ese tiempo en evocar su estancia en aquel instituto. Siempre había sido una solitaria.
No salía con nadie. En realidad, nunca había salido mucho, ni siquiera después de Meyers Bickham. Sergio había sido su primera relación, y para él no había sido demasiado seria. Desde el mismo día que se casaron había tenido aventuras con otras mujeres, aunque ella no se había enterado de eso hasta mucho después.
—Aquí tiene la copia de su expediente, señora Chaves.
—Impresionante. Sobresaliente en todo —fue su comentario.
—Excepto un par de aprobados en educación física y economía doméstica.
—Es verdad.
—Aunque tal vez habría terminado mejorando la puntuación. Las notas sólo llegan hasta la primera mitad del segundo curso.
—Efectivamente, ya que se fue del centro —apuntó la empleada.
—¿Eso está registrado en el expediente? —inquirió Pedro.
—Sí. La anotación lleva un asterisco con un número. Se explica al final de la hoja.
Paula leyó la nota a pie de página: «Trasladada a otro centro».
—¿Puede usted averiguar a qué otro centro fui trasladada?
—No, porque nadie nos pidió su expediente.
—¿Está segura? —preguntó Pedro, doblando la copia en papel de las notas y guardándosela en un bolsillo de la camisa.
—Sí. Si el nuevo centro nos lo hubiera pedido, se lo habríamos remitido y aquí habría quedado constancia de ello.
—Ya. Dígame… ¿Qué tipo de información adicional podría darnos?
—Registros de asistencia a clase, por ejemplo. O informes sanitarios. La información básica de cualquier alumno.
—Gracias. Con esto será suficiente.
Paula dio las gracias a la empleada y siguió a Pedro hasta la camioneta.
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