lunes, 16 de marzo de 2020

ANTES DEL AMANECER: CAPITULO 37




Pedro la sostuvo para que no cayera, y acto seguido recogió el móvil del suelo. Después de identificarse, escuchó el relato de la agresión sufrida por Ana Jackson. Alguien había entrado en el apartamento que Ana estaba ocupando. Al parecer, había regresado a tiempo de sorprenderlo, y había sido golpeada con un objeto pesado.


Aún seguía inconsciente. Un vecino había visto la puerta abierta y la había encontrado tendida en el suelo, en el umbral. Su estado era crítico.


Paula se quedó en la cocina hasta que Pedro cortó la comunicación, y acto seguido se dejó llevar hasta el porche. Se sentó en el columpio y él se instaló a su lado. Intentó rodearle los hombros con un brazo, pero ella se apartó.


No dejó de mirarse las manos, nerviosa, mientras escuchaba los detalles de sus labios.


—Puede que Ana muera, y todo esto es culpa mía, Pedro—pronunció cuando él hubo terminado—. Yo quise compensarla de alguna forma al dejarle mi apartamento, y resulta que por poco la mato…


—El teniente dice que el robo es el móvil más probable.


—Nunca se habían producido allanamientos ni robos en el edificio. No sé cómo, ni por qué, pero esto está relacionado con las amenazas y con Meyers Bickham. Estoy segura de ello.


Pedro no se le ocurrió discutir con ella. Además, tenía la sensación de que llevaba razón, aunque eso no explicaba nada. ¿Por qué Ana? ¿Y por qué molestarse con el apartamento de Paula cuando el autor de las amenazas sabía que se encontraba en el norte de Georgia?


O quizá no lo supiera. Tal vez el tipo ignorara que se había trasladado a la casa de Pedro, dando por supuesto que había regresado al apartamento después del incendio de la cabaña. 


Pero si se había enterado de que había hablado con el sheriff Wesley… Tenía que saber que estaba viviendo allí.


—Ana es una buena persona, Pedro. Tiene sesenta y tantos años y vive para la enseñanza universitaria. Lo pasó bastante mal después de la muerte de su marido, pero había logrado rehacerse y seguir adelante. Incluso estaba redecorando y haciendo obras en su casa. Ahora en cambio…


Pedro se preguntó que podía decirle. Nada que pudiera cambiar las cosas.


—Quizá lo supere…


—Pero todavía está inconsciente, y en estado crítico. No es una perspectiva demasiado prometedora.


—Puedes llamar al hospital y preguntar directamente por ella. Quizá se haya producido algún cambio para mejor.


—Si ella no se hubiera quedado en el apartamento… Si yo no hubiera venido… —de repente se interrumpió a mitad de la frase, y le agarró una mano—. Si hubiera regresado allí con Kiara, ella habría podido…


Se le quebró la voz.


—No imagines cosas, Paula. Lo importante es que Kiara está con nosotros, a salvo.


—A salvo por ahora. Pero esto no se detendrá aquí. Es lo que siempre me ha pasado con Meyers Bickham. Cada vez que he intentado dejarlo atrás, ha surgido de nuevo para torturarme. Detesto tanto ese lugar…


—¿Quieres hablar de ello?


Paula se tensó, rígida, como si la sangre que corría por sus venas se hubiera transformado en duro cemento.


—Sólo era un viejo caserón donde alojaban a los niños huérfanos, que no tenían ningún lugar a dónde ir.



—¿Entonces… Por qué lo odias tanto?


—Porque… Porque… Allí me sentí muy sola.


De pronto, la sorpresa y el dolor por lo que le había sucedido a Ana, más los miedos y terrores de los últimos días, la asaltaron a la vez de golpe. Los sollozos sacudieron convulsivamente su cuerpo. En esa ocasión sí que pudo Pedro estrecharla entre sus brazos, porque no se resistió.


No podía explicar sus sentimientos por Paula.


Lo único que sabía era que sufría terriblemente viéndola así. Y que haría cualquier cosa con tal de mantenerla a salvo. Cualquier cosa.


Finalmente el ataque de llanto empezó a ceder. Pedro le ofreció un pañuelo.


—Perdona por haber reaccionado de esta manera.


—Tenías todo el derecho del mundo.


—No puedo seguir así, esperando cada vez a que se produzca un nuevo horror.  Evidentemente permanecer callada no basta. Tengo que hacer algo. Tengo que encontrar alguna forma de luchar.


—Ahora sí que estás hablando con lógica.


—Pero es una lógica a la que tú estás acostumbrado, no yo. Creo que en mi vida siempre he escogido el camino más fácil, el de la menor resistencia.


—¿Tú? ¿Una mujer que se crió en un orfanato, que se escapó con quince años y que ahora es profesora de historia en una universidad? Yo diría que siempre has sido una gran luchadora.


—Pero no con armas, ni con la fuerza bruta. Yo simplemente persigo lo que quiero e ignoro todo aquello con lo que no quiero enfrentarme. Fue así como olvidé la mayor parte de lo que me pasó en Meyers Bickham, al igual que fingí que mi matrimonio con Sergio podía tener algún futuro, cuando en realidad se estaba cayendo a trozos. De la misma manera, a estas alturas ya habría intentado olvidarme de todas esas amenazas si no hubieran alcanzado un nivel intolerable. Son ellas las que no me ignoran a mí.


—Pero has sobrevivido, Paula, y sigues luchando por ser feliz con Kiara. Para eso se requiere mucho coraje. Mucho más que el necesario para disparar contra un enemigo. Por eso los hombres se matan inútilmente en las guerras y las mujeres mantienen vivo el amor y la esperanza. Somos nosotros los que escogemos el camino fácil. Y equivocado.


—Pero ahora tengo que luchar a tu manera. Dime qué es lo que tengo que hacer.


—Creo que deberíamos empezar visitando el instituto donde estudiaste y consultando sus archivos. Luego tendremos que devolverle la visita al sheriff Nicolas Wesley para informarlo de todo lo que ha pasado aquí. Y espero que confíe en nosotros lo suficiente como para no ocultarnos ningún detalle.


—¿Cuándo quieres que partamos?


—Mañana. No es un viaje muy largo.  Tomaremos la autopista cincuenta y dos.


Paula estiró las piernas, deteniendo el balanceo del columpio.


—¿Mañana? ¿Tan pronto?


—No hay razón para retrasarlo.


—Lo sé. Ojalá Sergio se hubiera llevado a Kiara a pasar el verano para alejarla de todo esto. No quiero que se asuste, pero si se queda con nosotros, terminará por percibir el peligro de esta situación.


—Creo que deberíamos dejarla con Dolores.


—No puedo dejarla en manos de una desconocida. De hecho, no puedo dejarla en manos de nadie, con todo lo que está pasando.


—Allí estará a salvo. Hablaré con Henry para que no la pierdan en ningún momento de vista.


—Henry es un granjero, Pedro. No está preparado para lidiar con el psicópata al que nos enfrentamos.


—Es un antiguo boina verde. Probablemente sea el único hombre del contorno capaz de hacerle frente a ese tipo.


—¡Vaya…! Así que al final resulta que no has llevado una vida tan aislada como parecía…


—Henry me ayudó a empezar con el huerto de frutales. Su padre tenía un manzanar. Hablamos un poco. Los hombres también hablamos.


Paula soltó un profundo suspiro.


—De acuerdo, Pedro. No puedo seguir aquí sentada, sin hacer nada. Mañana por la mañana iremos a la granja de los Callahan y hablaremos con Dolores. Luego visitaremos mi antiguo instituto e iremos a hablar con el sheriff.


—Bien —era un comienzo, pero había más. Detestaba sacarlo a colación aquella noche, en el estado en que se encontraba. Sin embargo, era necesario—. Hay otra cosa que puedes hacer, Paula.


—¿Qué es?


—Tienes que intentar recordar detalles de tu vida en el orfanato, especialmente cualquier cosa que tenga que ver con el sótano. Me gustaría que tomaras notas de cualquier cosa que te viniera a la cabeza.


Pedro percibió inmediatamente el cambio que se operó en ella. Fue como si acabara de arrebatarle su anterior resolución para sustituirla por algo oscuro y siniestro.


—Lo intentaré.


—Y si me necesitas esta noche, ya sabes dónde estoy. La puerta del final del pasillo.


Era una oferta que no había esperado hacerle, y que tampoco estaba muy seguro de poder cumplir. En realidad, no sabía muy bien lo que sentía.


Hasta aquella misma semana, había pensado que su alma se había secado, que se había quedado sin sentimientos. Eso había cambiado, pero aun así no sabía qué era lo que podía ofrecerle a una mujer como Paula.


A partir de ese momento, tendría que ser muy cuidadoso. Protección era lo único que ella necesitaba de él. Y lo único que estaba absolutamente decidido a darle.




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