lunes, 2 de marzo de 2020

LUZ, CAMARA Y... BESO: CAPITULO 46





Paula se apartó de Diana Leeds y fue directa al servicio de señoras. No confiaba en ella misma en aquellos momentos para hablar con la periodista.


—¿No tiene nada que decir, señorita Chaves? 
Vaya, durante la entrevista se comportó de una forma muy distinta.


—¿De modo que se trata de eso? —replicó Paula dándose la vuelta y encarándose con ella—. ¿Todo esto es por la forma en que le hablé?


—Oh, vamos, no diga tonterías…


—Entonces, ¿por qué? ¿Qué tiene contra mí? No me conoce de nada.


—Conozco a las mujeres como usted —dijo la periodista—. He tenido que trabajar muy duro para llegar a donde estoy, y no soporto que una novata llegue, se acueste con un par de jefes, y consiga todo lo que a la gente honrada le cuesta años y años conseguir.


Las palabras de Leeds ocultaban una brumosa desesperación, pero Paula no podía ya sentir compasión por ella. Habían pasado demasiadas cosas.


—¿Y así es como intenta avanzar en su carrera? ¿Publicando un reportaje amarillista sobre la vida privada de los demás? ¿Esto es lo que llaman en The Standard periodismo de investigación?


Leeds se quedó sin palabras.


—Podría haber hecho un reportaje fantástico, podría haber informado sobre el trabajo que está haciendo uno de los productores más jóvenes y prometedores del país, por ejemplo. Sin embargo, eligió el camino fácil pensando que se llenaría de gloria. Y estampó su firma al pie del artículo como si estuviera orgullosa de ello.


Estaba fuera de control. No podía parar. Y Leeds parecía incapaz de detenerla.


—Después de esta noche, nadie recordará los artículos que ha escrito en su dura escalada hacia la cumbre, sólo tendrán en la cabeza la calumnia que acaba de publicar. Y no creo que su periódico vaya a recompensarla por esto después de que AusOne presente una demanda contra él. Porque, señorita Leeds, aunque algunos hechos que relata en su artículo son ciertos, los ha interpretado completamente al revés. Puede que Nicolas Kurtz le haya prometido el cielo, pero no ha pensado en el futuro, y debo decirle que el futuro de AusOne es Pedro Alfonso. Esta historia no termina aquí. Demostraremos que su reportaje es una sarta de mentiras, señorita Leeds.


La periodista, furiosa pero sin saber qué decir, se dio la vuelta y se marchó.


—¡Fantástico! —exclamó Carla aplaudiendo.


Paula, agotada, se sentó en una silla.


—¿Estás bien? —le preguntó Carla.


—Si sobrevivo a esta noche, creo que podré sobrevivir ya a cualquier cosa.


Las dos mujeres descansaron unos instantes en silencio hasta que, por las pantallas, vieron al presentador de la gala anunciando la categoría en la que estaba nominado el programa.


—¡Es nuestro turno! —exclamó Carla.


—Y el ganador es…




LUZ, CAMARA Y... BESO: CAPITULO 45




Pedro se sentó a la mesa y miró alrededor.


—¿Dónde está Paula? —le preguntó a Brian, que se alzó de hombros.


Había perdido la compostura por unos instantes, había salido a tomar el aire y había dejado sola a Paula, cuando su primera responsabilidad era protegerla.


La culpa era suya. Debía habérselo contado todo antes, pero no había sido capaz. Había tenido miedo de que se fuera.


Una posibilidad que le aterraba.


Le había dicho que no tenía lugar para ella en su interior, pero ahora que se había ido, ahora que la posibilidad de que desapareciera definitivamente era real, sentía un inmenso vacío en su interior. De alguna manera, en aquellos meses, Paula se había introducido en su corazón y había desplazado las sombras que hasta entonces lo habían habitado.


Y no estaba dispuesto a perder el único amor verdadero que había experimentado en toda su vida.


¿Dónde estaba?


En el escenario, el presentador de la gala estaba ya enumerando los nominados a la categoría en que competía Pedro.


¿Dónde podía estar?


—Y el ganador es…




LUZ, CAMARA Y... BESO: CAPITULO 44






Brian ganó el premio en su categoría. Aunque tenía motivos para estar enfadada con él, era imposible no sentirse contenta. El aplauso del público fue ensordecedor. Le sonrió llena de admiración, aquélla era su noche, y ella se lo debía. Era lo que Constanza hubiera hecho de estar allí.


Brian avanzó hacia el escenario saludando a la gente.


Su discurso de agradecimiento fue corto y sencillo, dirigido a la persona que más se lo merecía, aunque nadie supiera quién era.


—Para mi amor —dijo para terminar el discurso—. Sólo tú sabes lo que esto significa para mí, sólo tú me conoces realmente. Gracias.


No miró a nadie en particular, pero todos se volvieron hacia Paula. Ella, en cambio, sabía perfectamente a quién se había dirigido Brian.


Mientras tanto, Kurtz y un alto ejecutivo de AusOne al que no conocía se felicitaban el uno al otro, como si Brian hubiese ganado aquel premio gracias a ellos.


Una cámara se acercó de repente a ella mientras Brian abandonaba el escenario entre aplausos.


—Vaya discurso, Paula —le preguntó el periodista—. ¿Cómo te sientes después de esta dedicatoria?


¿Que cómo se sentía? Sólo era capaz de pensar en Constanza. En que estaría en aquellos momentos sola, sentada frente al televisor, viéndolo todo sin poder celebrarlo, viendo al hombre que amaba en el momento álgido de su carrera y sin poder compartirlo. 


Viendo a otra mujer sentada en su lugar.


Paula se volvió hacia la cámara.


—Creo que cualquier mujer de este planeta se emocionaría al escuchar un discurso como ése del hombre al que amara —dijo Paula.


En ese momento, Brian regresó a la mesa entre los aplausos de todo el mundo, y Paula le sonrió. Entonces las luces volvieron a apagarse y Pedro se levantó y desapareció.


—¿Qué sucede? —le preguntó Brian en voz baja.


—¿Por qué no me lo contaste? ¿Por qué no me dijiste que Pedro estaba detrás de todo?


Brian la miró unos instantes en silencio.


—¿De qué hubiera servido?


—Tenía derecho a saberlo.


—¿Y hubiera sido mejor?


—Sí, al menos no me habría enterado de esta manera —respondió Paula apesadumbrada.


—Eso es verdad —admitió Brian—. Pero también lo es que nadie sabía lo que iba a ocurrir.


—¿Es que no fue todo idea de Pedro?


—No. ¿Por qué crees eso?


Paula le miró sin saber qué responder.


—Cuando entramos en la limusina, la reacción de Pedro no fue la de un hombre que supiera lo que estaba sucediendo. Estaba tan sorprendido como nosotros —y volvió sus ojos hacia Kurtz—. Él, en cambio…


—¿Crees que Kurtz estaba ya al tanto de todo?


—Hasta hace bien poco, Pedro creía que yo era un mujeriego, ¿recuerdas?


—¿Y qué?


—Pues que eso significa que la cadena no confía en él. Creo que Kurtz hizo todo esto para cargarse a Pedro, para dejar claro su poder sobre él.


¿Sería cierto? Lo que estaba diciendo Brian cuadraba con lo que Pedro le había contado. Era posible que Pedro hubiera estado constantemente intentando protegerla, adaptándose a la situación, mientras Kurtz pensaba nuevas formas de sacar provecho de la situación.


De pronto, lo vio todo claro, lo vio desde la perspectiva de Pedro. Había estado todo el tiempo luchando por protegerla a ella e intentando, al mismo tiempo, salvar su carrera, que era lo que más quería en el mundo.


Tenía que hablar con él. Cuanto antes.


Entonces, oyó el ruido de la puerta que daba al vestíbulo y le vio salir.


Ignorando las exhortaciones de Carla, fue corriendo tras él esquivando las mesas que se interponían en su camino.


No podía marcharse así, no antes de que se conociera el nombre del premiado en su categoría.


Entonces, al salir al vestíbulo, se encontró de frente con la última persona que le hubiera gustado ver.


—Vaya, vaya… Mira a quién tenemos aquí.




domingo, 1 de marzo de 2020

LUZ, CAMARA Y... BESO: CAPITULO 43






La primera parte de la gala no era televisada. 


Consistía en la entrega de los premios técnicos, y Paula asistió a ellos sintiendo una solidaridad especial con aquellos profesionales tan poco conocidos. Al fin y al cabo, ella no era más que uno de ellos, una persona recién llegada que tenía más en común con lo que sucedía detrás de las cámaras que con el glamour de las grandes celebridades.


Estaba sentada en una mesa rodeada de todo el equipo de Urban Nature. Pedro se hallaba sentado junto a Kurtz. Ambos estaban rígidos y muy serios. Hablaban entre ellos de vez en cuando, pero Paula, aunque se esforzaba, no podía escuchar completamente la conversación.


—No me importa tu reputación, me da igual —estaba diciendo en ese momento Kurtz—. Pero la cadena sí, y la has puesto en peligro por un lío de faldas.


—No has podido evitarlo, ¿verdad? —le respondió Pedro—. No has compartido una limusina con tu equipo en tu vida, pero hoy no podías perdértelo, querías estar en primera fila para ver mi caída, ¿verdad? Eres despreciable.


—¿Y tú qué eres, Pedro? —replicó Kurtz—. Eres un hombre que no ha dudado en vender a los medios de comunicación a la mujer con la que se acuesta. ¿Le has dicho ya que tú eres el responsable, o estás jugando a ser el chico bueno con ella?


Paula se estremeció y recordó la parte del artículo de Leeds en la que hablaba de los manejos de Pedro con los medios de comunicación. Entonces recordó aquella noche en el restaurante, la noche en que habían tomado la foto. Recordó las idas y venidas de Pedro, sus conversaciones con el maître…


—¿Es eso cierto, Pedro? —le preguntó directamente, ignorando a los demás.


—Paula… —dijo él acercándose a ella.


—¿Es verdad? —insistió Paula.


—No hagas esto, Paula —le pidió Pedro murmurando—, la gente está mirando —añadió levantándose y guiándola hasta uno de los salones, donde algunos de los asistentes bebían y bailaban al son de la música esperando a que llegara la parte televisada de la gala—. Debería habértelo dicho, lo siento.


Paula no sabía qué decir. De repente, los últimos días con él se habían convertido en una sucia mentira.


—¿Qué has hecho?


—Era mi trabajo —respondió Pedro.


—¿Venderme a los medios era parte de tu trabajo? —le preguntó indignada—. Todo fue idea tuya —continuó, comprendiendo todo lo que había ocurrido—. Lo del restaurante… Fuiste tú, ¿verdad?


Pedro no dijo nada.


—¿Y todo lo demás?


—No, eso no lo hice yo. Yo fui responsable de lo que pasó en el restaurante. Pensé que atraería la atención del público. Lo demás fue cosa de Kurtz.


—¿Les dejaste que me hicieran esto? ¿Les dejaste que se lo hicieran a Brian?


—No, Maddox lo sabía.


—¿Cómo? —replicó ella—. Brian lo sabía. Tú lo sabías. La cadena lo sabía. Todo el mundo lo sabía menos la estúpida de Paula.


—Paula, no…


—¿Tanto te importa, Pedro? ¿Tanto te importa tu padre?


—Esto no tiene nada que ver con él —respondió él palideciendo.


—Claro que sí, no lo niegues. Vengarte de él es más importante para ti que lo que tenemos. Mejor dicho, que lo que teníamos.


—No hablas en serio —dijo Pedro.


—Por supuesto que sí. Me has destrozado, Pedro.


—¿Sin darme la oportunidad de explicarme?


—¿Explicarte? Claro, adelante.


—Tienes que entender la posición en la que me encontraba. Quería hacer lo mejor para todos. Lo juré sobre la tumba de tu madre, estaba intentando protegerte…


—¿Protegerme? Aprovecharte, querrás decir. Sólo ha sido deseo, nada más.


—Hace nueve años me acusaste de ser igual que mi madre, de huir en cuanto había un problema —dijo Pedro—. Si te vas ahora, ¿no estarás haciendo tú lo mismo?


Paula le miró sorprendida. ¿Cómo podía acordarse de lo que le había dicho hacía tanto tiempo? Se le había debido de quedar grabado.


—No puedo entender por qué hacerle daño a él es tan importante para ti —murmuró Paula—. Explícamelo, ayúdame a entenderlo, Pedro.


—No hay sitio dentro de mí para nadie más que él, Paula, para el odio que siento por lo que me hizo. Eso es lo que me ha dado fuerzas todos estos años.


Paula le miró y vio el vacío en sus ojos. No era de extrañar que todas sus relaciones hubieran fracasado.


No era de extrañar que hubiera tenido un éxito tan extraordinario. Era lo único que tenía en la vida.


—No, Pedro, ese odio se ha sostenido a sí mismo durante veinte años como un parásito dentro de tu cuerpo. Y ha destruido todo lo que amabas. Primero dejaste el surf. Y ahora me has destrozado a mí.


—No tengo nada que ofrecerte, Paula —dijo soltándole la mano—. No conozco otra forma de ser.


Las luces empezaron a parpadear y los altavoces anunciaron que iba a dar comienzo la retransmisión. Se dirigieron de nuevo a la mesa donde estaba el equipo.


Se sentía traicionada por los hombres que se sentaban a aquella mesa.


—Señoras y caballeros, bienvenidos a una nueva edición de los premios anuales de la televisión, los premios ATA.


Todo el mundo estaba emocionado, lleno de alegría y excitación. Pero ella no. Todo lo que había creído cierto se había desmoronado. 


Hasta respirar le resultaba doloroso. ¿Cómo podía ser la línea entre el amor y el odio tan delgada?




LUZ, CAMARA Y... BESO: CAPITULO 42





En cuanto salieron de la limusina, a Paula empezaron a temblarle las manos. Pero enseguida sintió que Pedro y Brian se apostaban a ambos lados, tomándola cada uno de una mano. Era un gesto ciertamente provocativo. 


Podía confirmar, a ojos de todos, lo que decía el artículo, pero también enviaba un mensaje alto y claro, no tenían nada que esconder. Era un alivio estar apoyada por dos hombres tan experimentados en las relaciones con los medios de comunicación.


—Sonríe, Paula —murmuró Pedro apretándole la mano para darle ánimos cuando llegaron a la alfombra roja donde se apostaban los periodistas detrás de unas vallas colocadas al efecto.


Paula se esforzó al máximo por hacerlo mientras los flashes de miles de cámaras la deslumbraban.


—Así, muy bien —dijo Pedro sonriendo él también, aunque ella podía percibir su desasosiego, su furia.


Se sentía como Dorothy entrando por las puertas del mago de Oz, aunque no estaba segura de si, en realidad, no era más que el león cobarde.


Haciendo un gesto a Pedro, Brian se separó de ellos y se dirigió hacia el grupo de periodistas. 


Directo a la línea de fuego.


Pedro se quedó junto a ella, colocándose a la derecha para alejarla de los periodistas, estrategia que funcionó durante unos segundos.


—¿Señorita Chaves? —le preguntó una joven periodista de una cadena de radio independiente, tan alto que era imposible ignorarla.


Pedro le soltó la mano y la acompañó hacia donde estaba la joven.


Todos los periodistas se arremolinaron alrededor.


—Señorita Chaves —continuó la joven—. Es la primera vez que asiste a estos premios. ¿Cómo se siente?


—Muy emocionada, Corrine —respondió Paula, que conocía de nombre a la joven y la reputación de la cadena de radio, que emitía música independiente y no era muy aficionada a los chismorreos del corazón.


—¿Tiene alguna estrategia para esta noche? —preguntó de nuevo la joven.


—Si consigo entrar sin que me acribilléis a preguntas, me daré por satisfecha —respondió Paula sonriendo.


Todos los periodistas se echaron a reír. Pedro permanecía a su lado.


—Buena suerte, Paula —dijo la joven echándose a un lado.


Había superado la primera prueba. A un lado, los fans del programa vitoreaban sus nombres mientras Brian les firmaba autógrafos. Y Pedro no se movía de su lado. No podía pedir más. Si llegaba a superar aquella prueba, si lograba entrar por las puertas del hotel, sería gracias a la experiencia y al apoyo de aquellos dos hombres maravillosos.


Brian estaba haciendo todo lo posible por acaparar las miradas de todos, dejando a Paula en segundo plano. Se detuvieron cada pocos metros para responder a algunas preguntas, favoreciendo a algunos periodistas sobre otros. 


El artículo de The Standard había conseguido lo que unos pocos días antes habría parecido imposible, que Pedro y Brian se enfrentaran a los medios de comunicación como un equipo, unidos por un objetivo común, protegerla a ella.


Al llegar al pie de las escaleras, Brian relevó a Pedro y juntos encararon a los últimos periodistas.


—Ava, Brian… —dijo una hermosa periodista que había sido modelo—. Es fantástico tenerles juntos aquí esta noche.


Había una cámara enfocándoles. Si les hacían una pregunta directa, iban a tener que responder a la perfección, sin titubeos, sin ponerse nerviosos.


—Están guapísimos —dijo la periodista—. ¿Quién es su diseñador?


Cielo santo. ¿Quién era el diseñador?


—Glenn Lo —respondió Paula acordándose de repente—. Creo que ha elegido el vestido perfecto para mí —añadió sonriendo.


—Qué suerte la suya, señorita Chaves, rodeada de dos hombres atractivos.


Una alusión velada, pero no un ataque directo. Incluso creyó percibir cierta solidaridad en los ojos de la periodista.


—Bueno, señor Maddox, mucha suerte esta noche con su nominación —añadió la mujer.


Segundos después, por fin pudieron entrar por las puertas del hotel e internarse en el vestíbulo. 


Lo habían conseguido.


Paula sintió como si le bajara la tensión una vez que la adrenalina del momento se hubo disipado.


—Necesito sentarme un momento —murmuró.


—Claro —dijo Pedro, de nuevo junto a ella, llevándole una silla.


Paula se sentó agotada y los dos hombres se quedaron junto a ella charlando distendidamente. Se hubiera quedado allí toda la noche, pero sabía que no podía hacerlo. Ella no era la única importante aquella noche.


—Estoy lista —dijo levantándose de la silla.


El salón donde iba a celebrarse la gala estaba lleno de gente famosa e importantes productores. Paula miró alrededor en busca de Leeds, pero no parecía haber ni rastro de ella, y se relajó.


—¿Dónde tenemos que sentarnos? —le preguntó a Pedro sonriendo.



LUZ, CAMARA Y... BESO: CAPITULO 41





Paula no reconoció a primera vista al hombre que estaba sentado en la limusina, pero advirtió los rostros de furia y preocupación de sus amigos.


Brian leía un periódico con gesto serio.


—¿Nicolas? —dijo Pedro sorprendido entrando en la limusina después de Paula y cerrando la puerta.


—La edición de la tarde es una auténtica bomba —dijo el hombre sin poder ocultar su agitación.


Pedro tomó un ejemplar que estaba tendido sobre el asiento y empezó a leerlo.


El hombre se volvió hacia Paula.


—Encantado de conocerla por fin, señorita Chaves. Me llamo Nicolas Kurtz.


Kurtz. El hombre que había estado convirtiendo la vida de Pedro en un infierno. El hombre que había condenado a Constanza al anonimato.


Paula le estrechó la mano con desconfianza.


—Hay que ser rastrera… —murmuró Brian entre dientes.


—¿Qué demonios ha pasado? —preguntó Pedro fuera de sí mirando a Kurtz mientras Carla tomaba de la mano a Paula.


—Dímelo tú —respondió Kurtz.


Brian dejó de mala manera el periódico que había estado leyendo sobre el asiento, Paula lo tomó y leyó el titular.



El inesperado éxito de la estrella de la televisión no es tan inesperado.


«Oh, no…», se dijo Paula.


—Esto es más que sensacionalismo, Nicolas —continuó Pedro—. Es un calumnia.


—Los investigadores de The Standard han tenido mucho trabajo últimamente, sí —dijo Kurtz con ironía.


—No deberías leerlo, Paula —dijo Brian—. No esta noche.


—¡Precisamente! —exclamó Carla—. Va a estar expuesta a los periodistas, a los focos… Va a caminar entre fieras, debe estar preparada.


—Yo lo leeré —se ofreció Kurtz.


—No, lo haré yo —dijo Brian tomando el periódico y aclarándose la garganta—. «Justo cuando las mujeres estaban empezando a ganarse una reputación profesional en los medios de comunicación, llega alguien a enturbiarlo…»


—¿Será posible…? —protestó Carla.


—«Paula Chaves apareció de la nada y pareció ser la punta de lanza de una generación dispuesta a mostrar la forma real de ser de las mujeres de hoy en día. Sin embargo, después de pasar un día en compañía de la señorita Chaves y de su incondicional grupo de seguidores, hemos descubierto la verdad que se esconde detrás del famoso programa Urban Nature».


Paula miró a Pedro, que la observaba preocupado.


—«El set de rodaje destila nepotismo y trapos sucios» —dijo Brian, que de vez en cuando se saltaba los pasajes más duros—. «Chaves es una vieja amiga del joven y atractivo productor Pedro Alfonso. Él mismo reconoció haber escrito el papel prácticamente para la señorita Chaves…»


Paula empezó a temblar y a tener escalofríos.


—«Le llevó sólo un día al equipo de investigación de este periódico descubrir la verdadera historia de Chaves y Alfonso. Con una sola visita a la Costa Sur…»


Habían ido a casa. ¿Cómo habían sido capaces?


—«Existen sospechas no confirmadas de que el señor Alfonso sufrió abusos de pequeño. La infancia de la señorita Chaves parece haber sido, por el contrario, idílica. Hablando con los habitantes de la localidad, casi todos nos comentaron que, de adolescente, la señorita Chaves pasaba mucho tiempo con el señor Alfonso, significativamente mayor que ella. En cualquier caso, la relación entre ambos no es sólo una cosa del pasado…»


A Brian le costaba cada vez más seguir leyendo.


—«Es evidente que Chaves y Alfonso son algo más que amigos».


Paula cerró los ojos, como si una tonelada de hielo hubiera caído sobre ella.


—«Lo que este periódico se pregunta es si el señor Brian Maddox será consciente de que está siendo utilizado para encubrir la relación entre su compañera de reparto y el joven productor del programa».


—Ya es suficiente —bramó Pedro.


No podía creerlo. El objetivo de la periodista no habían sido Brian y Constanza, sino Pedro y ella. 


Ése había sido el verdadero fin de sus preguntas y sus cortinas de humo.


«¿Por qué?», se preguntó mirando a Pedro, suplicando con los ojos que la ayudara a comprender lo que estaba pasando.


—Eras una presa fácil, Paula —dijo él—. Debería habérmelo imaginado. Debería haberla echado en cuanto la vi.


—Sólo habrías conseguido avivar las sospechas —apuntó Kurtz—, y dañar la relación entre AusOne y The Standard.


—¿Dañar la relación entre AusOne y The Standard? —repitió Pedro indignado—. ¿Y qué pasa con el daño que se le está haciendo a Paula?


—Eso es algo en lo que deberías haber pensado antes de contratar a una novia de juventud e instalarla en tu casa —respondió Kurtz—. Todo esto es responsabilidad tuya, Alfonso, no mía.


Paula pensó en los años de duro trabajo que le había costado hacerse un nombre dentro del mundo del diseño. Años de esfuerzo destruidos en un segundo.


Y, para colmo, en menos de diez minutos tendría que sonreír delante de cientos de cámaras. Sólo de pensarlo le entraban ganas de llorar.


—¡Parad el coche! —exclamó Carla—. No podemos ir.


—Vamos a ir —afirmó Kurtz tajante.


—Si no vamos, será como darle la razón a Leeds —apuntó Brian furioso.


—Ella tiene razón… —murmuró Paula llevándose las manos a la cara.


—No, Paula, no la tiene —dijo Pedro—. No puedes echarte atrás, aunque sea duro. No puedes darle esa satisfacción.


—¿En serio? —reaccionó Paula, al borde de la histeria—. ¿Qué parte de lo que ha dicho es mentira exactamente? ¿No es cierto que nos conocemos desde hace mucho tiempo? ¿No es cierto que usaste mis diseños para el programa? ¿No es cierto que fue inesperado el que apostaras por mí? ¿No es cierto que nos estamos acostando? ¿Qué diablos quieres que hagamos ahora?


En el interior de la limusina se hizo el silencio. 


Todos intentaban pensar fríamente cuando el Milana Hotel, el lugar donde se celebraría la gala, apareció a lo lejos.


Pedro se inclinó hacia delante y le dijo algo al conductor, que aminoró la marcha.


¿Para qué ir más despacio? ¿Acaso iban a ganar algo?


—¿Qué más dice? —preguntó Paula.


—Más de lo mismo —respondió Pedro—. Suelta un par de perlas sobre mi ética profesional y Brian se lleva también un par de puñetazos.


Paula miró a Brian enseguida, preguntándose si su secreto habría salido a la luz. Brian negó con la cabeza imperceptiblemente. Nadie se dio cuenta, pero ella sí. Había conseguido mantener a Constanza a salvo.


—Muy bien —empezó Pedro—. Sólo hay dos formas de jugar a esto. En la primera, saldremos ahí afuera como un equipo unido, sin fisuras. Para empezar, todos estarán pendientes de un posible enfrentamiento entre Brian y yo. No debe ocurrir. Brian y yo debemos mostrar una amistad armoniosa durante toda la noche.


Brian asintió con la cabeza.


—Paula, tu deberás regalarles tu maravillosa sonrisa sin desfallecer. No te quedes a solas con nadie en ningún momento. Debes estar siempre con uno de nosotros. Y si quieres ir al servicio, avisa antes a Carla para que vaya contigo. No vamos a darles nada, absolutamente nada. ¿Entendido?


—Por supuesto —respondió ella.


—¿Y cuál es la segunda forma? —preguntó Brian.


—No asistir a la gala —respondió Pedro.


—¡Eso no es una opción! —protestó Kurtz.


—La decisión es de Paula —continuó Pedro sin hacer caso a Kurtz—. Si ella quiere salir ahí fuera, yo estaré a su lado.


—Y yo también —dijeron al unísono Carla y Brian.


Paula cerró los ojos y valoró las dos opciones. Dar la vuelta y regresar a su hogar era lo más sencillo, pero con ello sólo conseguiría aplazar lo inevitable. Alguien la encontraría antes o después. Por otro lado, salir allí, en medio de tanta gente, iba a ser duro, lo más difícil que hubiera hecho jamás.


Cuando abrió los ojos de nuevo, vio a Pedro observándola. Confiaba en ella. Iba a estar a su lado de forma incondicional, eligiera lo que eligiese. Y Brian también.


El hotel cada vez estaba más cerca.


—Si nos han nominado, tendremos que asistir a la gala, ¿no? —dijo Paula irguiéndose en el asiento.


Kurtz suspiró aliviado.


—Decidle al conductor que pare —añadió Paula con firmeza—. Ha llegado el momento.