martes, 7 de enero de 2020

HEREDERO OCULTO: CAPITULO 20





Paula se quedó completamente inmóvil un momento, con los ojos abiertos como platos, pero después, el calor de Pedro, su pasión, hicieron que empezase a inclinarse hacia él y que cerrase los ojos.


Pedro la abrazó por la cintura y la apretó todavía más contra su cuerpo. Sus labios estaban calientes y se movían con decisión.


Sabía a café y a nata, estaba delicioso. Tal y como Paula recordaba.


Siempre le había resultado un placer besar a Pedro, como un vaso de agua fresca en un caluroso día de verano o un baño después de un duro día de trabajo.


Pedro le acarició la mejilla y se apartó solo lo justo para dejarla respirar y que lo mirase a los ojos. Él tenía la mirada oscura de deseo y Paula
imaginó que la suya era igual. Lo quisiese o no, le gustase o no, no podía negar la pasión que había entre ambos. Incluso en esos momentos, un año después de su separación, después de que su matrimonio se hubiese terminado.


–Llevaba toda la noche deseando hacerlo –murmuró Pedro, acariciándole el rostro justo al lado del labio inferior.


Ella deseó poder decirle todo lo contrario, pero tuvo que admitir que también había pensado en besarlo varias veces desde su inesperada reunión. En especial, durante la cena, mientras se miraban a los ojos a la luz de las velas.


Pero hacerlo no le parecía buena idea. Y estar a solas con él en su habitación de hotel tampoco lo era.


Debía marcharse. Ponerle una mano en el pecho, empujarlo y salir de allí mientras todavía le respondiesen las piernas.


Él levantó la otra mano y la enterró en su pelo.


«Muévete», se dijo Paula.


Pero no se movió. Era como si todo su cuerpo se hubiese quedado petrificado.


–Esto no es buena idea –le dijo, obligándose a actuar–. Debería marcharme.


Él esbozó una sonrisa.


–O podrías quedarte –le susurró–, y ver juntos cómo convertir una mala idea en una buena.




HEREDERO OCULTO: CAPITULO 19




Pensó en su oferta. Barajó sus opciones. 


Sopesó su deseo de ampliar la panadería frente al deseo de que Dany fuese solo suyo y de mantenerlo alejado de Pedro, lo mismo que el control de su negocio.


Pensó que era posible que Pedro se estuviese comportando de manera amable, considerada y generosa para engañarla. Y que, en cuanto ella aceptase su dinero y le permitiese formar parte de su panadería y de la vida de Dany, él podría quitárselo todo.


Su negocio, su seguridad, a su hijo.


¿De verdad creía eso? A pesar de lo duro que había sido el divorcio, Pedro jamás había sido cruel a propósito. No había intentado hacerle daño, no había utilizado su influencia ni el dinero de su familia para dejarla en la indigencia.


Gracias al acuerdo prematrimonial que la familia de Pedro, o, más bien, su madre, le había hecho firmar, Paula se había marchado de aquel
matrimonio con poco más de lo que había tenido al principio, pero era consciente de que podía haber sido todavía peor.


Tenía amigas que habían pasado por divorcios mucho más desagradables, que habían estado casadas con hombres muy ricos que, en un arranque de ira, las habían echado a la calle prácticamente con lo puesto, a veces, acompañadas por sus hijos.


Pedro no había sido nunca ese tipo de hombre. 


Siempre había sido discreto y había preferido enfadarse en silencio a explotar.


Incluso durante el matrimonio, tal vez no hubiese sido todo lo atento que a ella le habría gustado, ni se hubiese tomado en serio las quejas acerca de su familia, o de su distanciamiento, pero jamás habían discutido por tonterías ni la había insultado. Paula había deseado que lo hiciese en varias ocasiones, solo para que le demostrase que le importaba lo suficiente como para discutir.


Pero la respuesta de Pedro al conflicto marital siempre había consistido en bajar la cabeza, guardar silencio y meterse en su despacho a trabajar todavía más.


Pedro también era uno de los hombres más honrados que conocía.


Todo lo relativo a Dany se quedaría en la esfera personal. Mientras que lo relacionado con la panadería sería estrictamente profesional, y lo trataría como tal.


Si no invertía en La Cabaña de Azúcar, solo retiraría su dinero y sus vínculos profesionales, no su amor por Dany ni su determinación de formar parte de la vida de su hijo. Y, por otro lado, si estaba en desacuerdo con algo relativo a Dany, jamás retiraría su inversión en la panadería solo para hacerle daño a ella.


Por desgracia, a ella nunca se le había dado tan bien separar su vida personal de la laboral. Adoraba La Cabaña de Azúcar. Formaba parte de ella, había sido construida con su sangre, su sudor y sus lágrimas y, sobre todo, con su corazón. Si fracasaba, si tenía que cerrar la panadería, una parte de ella moriría también.


Pero todavía más importante que la panadería, quien tenía la mayor parte de su alma y su corazón, era Dany. Sería capaz de prenderle fuego a la panadería si eso significaba mantener la felicidad y la seguridad de su hijo.


Y, para bien o para mal, Pedro era el padre de Dany, una parte de él. También era probable que fuese el único inversor que quisiese invertir tanto dinero en una panadería, y que pensase que sus ideas tenían mérito de verdad.


Cualquiera habría aceptado la oferta sin pensárselo, pero para Paula había demasiadas cosas en juego, lo mismo que para Dany y para tía Helena.


Al final, no hizo caso a su cabeza ni a su corazón. Siguió su instinto.


–De acuerdo –le dijo haciendo un esfuerzo–, pero no quiero tu caridad. Si vamos a hacer esto, quiero que sea oficial y legal. Haremos que Brian redacte los documentos y que deje constancia de que te devolveré el dinero.


Pedro le dedico una sonrisa paternal.


–De acuerdo. Lo llamaré por la mañana para ponernos manos a la obra.


Ella asintió despacio, todavía a regañadientes, todavía insegura.


–Bueno, ya hemos terminado con la parte profesional. Mañana repasaremos los detalles –le dijo él, bajando las manos hasta sus codos antes de añadir–: Ahora viene la parte personal.


Paula pensó que quería volver a hablar de Dany y se le hizo un nudo en el estómago. Contuvo la respiración y esperó a que le dijese que iba a pedir su custodia, o que quería llevárselo a Pittsburgh con él.


En su lugar, Pedro la abrazó e inclinó la cabeza para besarla.




HEREDERO OCULTO: CAPITULO 18





Paula se quitó las manos de los ojos justo antes de que Pedro tomase el ordenador y se girase. 


Atravesó la habitación, se sentó a un lado de la cama, dejó el ordenador y golpeó el espacio que había a su lado a modo de invitación.


–Siéntate un momento –le dijo a Paula–. Quiero enseñarte algo.


Ella arqueó una ceja.


–Ven, quiero enseñarte lo que tengo pensado para La Cabaña de Azúcar.


Eso llamó su atención y aplacó sus sospechas y miedos, dando lugar a otros nuevos. Se acercó a la cama, se sentó y se bajó el vestido para no enseñar las piernas.


Él le dio a un par de teclas y giró el ordenador para que Paula lo viese mejor.


–Has dicho que querías ampliar el negocio al local de al lado, ¿no? Y utilizarlo para hacer pedidos por correo.


–Eso es.


–Bueno, esta sería una primera descripción del proyecto que he hecho antes de la cena. Es lo que creo que costaría reformar el local, cuáles serían tus gastos generales, etcétera. Por supuesto, hay muchos aspectos del negocio que todavía desconozco, así que habrá que ajustarlo, pero esto nos da una idea aproximada de lo que hace falta y de por dónde empezar.


Pedro se levantó un momento y fue a tomar del escritorio una libreta grande y amarilla. Luego volvió a la cama, haciendo que el colchón se moviese suavemente.


–Y este es un boceto rudimentario de la ampliación. Con los mostradores, las estanterías y todo eso.


Paula apartó la vista de la pantalla del ordenador y estudió el dibujo que Pedro tenía en la mano durante un minuto, imaginándose cómo quedaría todo en el local que había al lado de La Cabaña de Azúcar.


Era bueno. Incluso alentador. Y la idea de que algo tan simple pudiese ser realidad algún día, muy pronto, hizo que le diese un vuelco el corazón.


Solo había un problema.


Levantó la cabeza y miró a Pedro a los ojos.


–¿Por qué has hecho todo esto? –le preguntó.


–No hay nada escrito en piedra –murmuró él, dejando a un lado el cuaderno y volviendo a orientar el ordenador hacia él–. Y no va a ser barato, créeme, pero la ampliación es una buena idea. Creo que es inteligente y que generará rendimientos a largo plazo. En especial, si te va bien con los pedidos.


A ella le volvió a dar un vuelco el corazón, se le humedecieron las palmas de las manos de sudor, se le hizo un nudo en la garganta. Era tan agradable ver que alguien compartía su entusiasmo y apoyara sus ideas.


Pero, en aquel caso, había demasiadas condiciones.


–Eso no responde a mi pregunta –insistió en voz baja.


Y luego volvió a hacerle la pregunta a Pedro, aunque una parte de ella tuviese miedo de su respuesta.


–¿Por qué has hecho todo esto?


Él cerró el ordenador y lo dejó en la mesita de noche junto con el cuaderno.


–Necesitas un socio para hacerlo, Paula. Lo sabes, si no, no habrías acudido a Blake and Fetzer.


A ella se le aflojó el pulso y sintió como si la temperatura bajase diez grados de repente.


–Ya te he dicho, Pedro, que no quiero tu dinero.


Él echó los hombros hacia atrás y puso la espalda recta, apretó la mandíbula, indicación de que iba a ponerse testarudo e iba a querer imponer su ley.


–Y yo ya te he dicho, Paula, que no voy a marcharme a ninguna parte. Al menos, por un tiempo. Y, mientras esté aquí, será mejor que aprovechemos nuestro tiempo con sensatez. ¿Por qué no empezar con la ampliación, para que estés un paso más cerca de tu meta?


De repente, Pedro volvía a parecer relajado y sensato. Paula siempre había odiado aquello, porque solía darle la razón.


Porque, normalmente, Pedro tenía razón, al menos, en lo relativo a los negocios. Y él lo sabía.


–No quiero tu ayuda, Pedro.


Paula se puso en pie, se abrazó por la cintura y empezó a andar. Al llegar a la puerta se dio la media vuelta y volvió, con la mirada fija en la desgastada moqueta que había a sus pies.


–No quiero estar atada a ti, no quiero deberte nada.


–Ya es un poco tarde para eso, ¿no crees?


Ella se detuvo y levantó la cabeza para mirarlo a los ojos. Pedro tenía una ceja morena arqueada y sonreía de medio lado.


–Tenemos un hijo juntos. Y eso nos ata mucho más que cualquier asociación empresarial.


Ella parpadeó. Se maldijo. Pedro volvía a tener razón.


Para bien o para mal, estaban atados hasta el final de los días por su hijo.


Tendrían que verse en los cumpleaños, en las fiestas del colegio, en las actividades extraescolares, cuando estuviese enfermo, durante la pubertad, cuando tuviese novia, cuando se hiciese el primer piercing o el primer tatuaje…


Se estremeció y deseó que no se hiciese piercings ni tatuajes. Ese sería un tema que no le importaría delegar en Pedro.


Pero teniendo en cuenta lo horrible y dolorosa que había sido su separación, al menos para ella, era normal que no tuviese ganas de compartir nada más con él. E incluso que hubiese intentado ocultarle la existencia de Dany, para empezar. Tal vez no hubiese sido lo correcto, pero su vida habría sido mucho menos complicada así.


–Eso es diferente –admitió en voz baja.


Él inclinó la cabeza, aunque Paula no supo si lo hacía porque estaba de acuerdo con ella o no.


–Te sientas como te sientas al respecto –le dijo Pedro–, eso no cambia los hechos. Voy a quedarme en Summerville a conocer a mi hijo y a recuperar el tiempo perdido, varias semanas, por lo menos. Y creo que deberías aprovecharte de ello, y de que esté dispuesto a invertir en tu panadería.


Se levantó de la cama y fue hasta donde estaba ella, le puso las manos en los hombros desnudos.


–Piénsalo, Pau –murmuró, clavando sus ojos verdes en los de ella–. Utiliza la cabeza en vez de aferrarte a tu orgullo. La mujer de negocios inteligente que hay en ti sabe que tengo razón, sabe que sería una locura desperdiciar esta oportunidad. Aunque te la esté dando tu despreciable exmarido.


Dijo lo último con una rápida y sensual sonrisa y haciéndole un guiño.


Y fue aquel guiño, y el hecho de que supiese lo poco que le gustaba tenerlo allí, lo que hizo que Paula decidiese pararse a pensar, tal y como él le había sugerido.




lunes, 6 de enero de 2020

HEREDERO OCULTO: CAPITULO 17




Era evidente que la pelota estaba en el campo de Pedro, la pelota, y todo lo demás, así que, en esos momentos, lo único que podía hacer era ser amable y esperar que él continuase siéndolo también.


Pedro la agarró del codo para salir del restaurante, guiándola por un pasillo enmoquetado de camino a la entrada.


–Sube a mi habitación –le susurró al oído.


Ella lo miró sorprendida, con incredulidad.


Él se echó a reír al ver su reacción.


–No es una proposición –le aseguró–, aunque no me opondría a algún coqueteo después de la cena.


Al llegar al vestíbulo, la hizo girar a la izquierda, en dirección a las escaleras que llevaban a las habitaciones.


–Quiero enseñarte algo –continuó diciéndole mientras subían despacio.


–Eso sí que suena a proposición indecente –comentó ella.


Pedro sonrió y se metió la mano en el bolsillo para sacar la llave de su habitación. No era una tarjeta, sino una llave de las de verdad, con un enorme llavero de plástico con forma de faro.


–Me conoces bien, nunca necesité frases seductoras cuando nos conocimos, ni las necesito ahora.


Eso era cierto. Había sido demasiado encantador como para intentar ligar con ella del modo en que lo habían hecho el noventa por ciento de los chicos por entonces. Esa era una de las cosas que habían hecho que le resultase todavía más atractivo, que hubiese destacado entre los demás.


Al llegar a la puerta de la habitación, Pedro la abrió y se apartó para dejarla entrar. Paula había estado antes en el hostal, pero no en las habitaciones, así que se quedó unos segundos mirando a su alrededor.


Pedro se quitó la chaqueta del traje y la dejó sobre el respaldo de una mecedora antes de ir hacia el escritorio que había en la pared de enfrente.


Mientras abría su ordenador portátil y lo encendía, Paula retrocedió y disfrutó de la vista. 


Sabía que era una bajeza, y que no tenía sentido, teniendo en cuenta que le había dicho a todo el mundo que se alegraba de haberse divorciado y que ya no estaba enamorada de él, que lo había superado por completo.


Pero que fuese su exmujer no significaba que no fuese una mujer de carne y hueso.


La cara camisa blanca se pegaba a sus anchos hombros. El pantalón, que debía de haberle costado más de lo que sacaba ella en una semana en la panadería, se ajustaba a sus caderas y, sobre todo, a su trasero. Un trasero redondeado, bonito, que no parecía haber cambiado mucho desde que se habían
separado.


Paula se llevó la mano al rostro, se tapó los ojos y se reprendió en silencio por ser tan débil. ¿Qué le estaba pasando? ¿Estaba loca? ¿O tendría un virus? ¿O era que las hormonas del embarazo todavía estaban haciendo de las suyas?


Separó los dedos un poco, miró por la rendija y supo cuál era su problema.


Para empezar, que sabía lo que había debajo de aquella camisa y aquellos pantalones. Conocía muy bien la fuerza de sus músculos, la suavidad de su piel.


Sabía cómo se movía, cómo olía y cómo era tener su cuerpo apretado contra el de él.


Para continuar, sus hormonas debían de seguir locas. Y no solo las del embarazo, sino todas en general.


Eso no la sorprendía. Siempre había sido un pelele en manos de Pedro. Le bastaba una mirada provocadora para ponerse como un flan. Con que le rozase la mejilla con los nudillos o los labios con los suyos, perdía el control.


Teniendo en cuenta el tiempo que hacía que no estaban juntos, el tiempo que hacía que Paula era solo una incubadora humana y una mamá a tiempo completo, no era de extrañar que su mente le estuviese jugando aquella mala pasada.


Y no le cabía la menor duda de que, si Pedro se daba cuenta, aprovecharía su vulnerabilidad y su revuelo interior, así que lo más sensato sería no decir ni hacer nada que la delatase.


Por entre los dedos, Paula lo vio desabrocharse los primeros botones de la camisa y aflojarse el cuello. Era una costumbre que tenía. Recordó habérselo visto hacer casi todas las noches al llegar del trabajo. Casi siempre pasaba un par de horas más trabajando en su despacho de casa, pero el primer paso para relajarse había sido siempre quitarse la chaqueta y la corbata, desabrocharse la camisa y remangársela.


HEREDERO OCULTO: CAPITULO 16




Paula disfrutó de la cena. Pedro la llevó al restaurante del hostal e intentó inflarla a vino y a buñuelos de cangrejo. Dado que todavía le daba el pecho a Dany, no podía tomar vino, pero los buñuelos de cangrejo estaban deliciosos.


No obstante, en cuanto la camarera llegó con los cafés y hubieron decidido el postre, Paula supo que su tiempo de gracia se había terminado. Pedro agarró la taza de cerámica con ambas manos y se inclinó hacia delante, haciendo que ella se pusiese tensa.


–¿Cómo fue el embarazo? –le preguntó, yendo directo al grano, como de costumbre.


–Creo que fue bastante normal –le contestó–. Teniendo en cuenta que era la primera vez que estaba embarazada y que no sabía qué era lo que debía esperar, pero no hubo complicaciones y las náuseas matutinas no fueron fuertes. A veces las náuseas se tienen también en otros momentos del día y eso hizo que abrir la panadería y trabajar doce horas al día fuese toda una aventura –añadió riendo–. Aunque no tan horrible como esperaba.


Después, Pedro quiso conocer todos los detalles del nacimiento de Dany. La fecha, la hora, cuánto había pesado, cuánto tiempo había durado el parto. Y Paula pensó que, si ella hubiese estado en su lugar, también habría estado desesperada por saber y memorizar todos aquellos datos.


–Tenía que haber estado allí –comentó Pedro en voz baja, con la vista clavada en la mesa. Luego la miró–. Me merecía haber estado allí. Por todo.


A Paula se le encogió el corazón y se preparó para el ataque, para que Pedro lanzase contra ella toda la ira y el resentimiento que debía de sentir… y era probable que se lo mereciese. No obstante, Pedro continuó hablando en el mismo tono.


–Por mucho que me moleste, no podemos dar marcha atrás, solo podemos seguir adelante. Así que este es el trato,Paula.


La miró con sus ojos verdes como debía de mirar a sus rivales en los negocios y le dijo:
–Ahora que sé de la existencia de Dany, quiero formar parte de todo. Me quedaré aquí un tiempo, hasta que te acostumbres a la idea. Hasta que yo me acostumbre a ser padre y él empiece a reconocerme como tal. Pero, después, voy a querer llevármelo a casa.


Al oír aquello, Paula se quedó inmóvil y agarró con fuerza la taza de café.


–No es una amenaza –le advirtió Pedro enseguida–. No estoy diciendo que vaya a querer llevármelo a Pittsburgh para siempre. Sinceramente, todavía no sé cómo lo vamos a hacer, pero ya hablaremos de eso después. Solo me refería a llevarlo de visita, para poder presentárselo a mi familia, para que mi madre sepa que tiene otro nieto.


Paula pensó que Eleanora estaría encantada. 


Otro nieto, sobre todo, otro nieto varón que pudiese llevar el apellido Alfonso, pero la madre del niño era otro tema. Y la madre de Pedro solo estaría contenta con Paula fuera de juego.


–¿Y si yo no estoy de acuerdo? Con nada.


Él arqueó una ceja.


–Entonces, supongo que me vería obligado a amenazarte, pero ¿estás segura de que es eso lo que quieres? Creo que he sido bastante comprensivo con toda esta situación, aunque ambos sepamos que tengo motivos para estar furioso al respecto.


Pedro dio un sorbo a su café e inclinó la cabeza. Parecía estar mucho más tranquilo que ella.


–Si quieres que me ponga furioso y que te amenace, también puedo hacerlo, solo tienes que decírmelo, pero si prefieres que actuemos como dos adultos maduros, decididos a crear el mejor ambiente posible para su hijo, entonces te sugiero que accedas a mis planes.


–¿Acaso tengo elección? –protestó ella, entendiendo mejor que nunca lo que significaba estar entre la espada y la pared.


Pedro sonrió de manera chulesca y confiada.


–Pudiste elegir entre contarme o no que estabas embarazada, para empezar, y decidiste no hacerlo, así que no. Ahora la pelota está en mi campo.