martes, 7 de enero de 2020

HEREDERO OCULTO: CAPITULO 18





Paula se quitó las manos de los ojos justo antes de que Pedro tomase el ordenador y se girase. 


Atravesó la habitación, se sentó a un lado de la cama, dejó el ordenador y golpeó el espacio que había a su lado a modo de invitación.


–Siéntate un momento –le dijo a Paula–. Quiero enseñarte algo.


Ella arqueó una ceja.


–Ven, quiero enseñarte lo que tengo pensado para La Cabaña de Azúcar.


Eso llamó su atención y aplacó sus sospechas y miedos, dando lugar a otros nuevos. Se acercó a la cama, se sentó y se bajó el vestido para no enseñar las piernas.


Él le dio a un par de teclas y giró el ordenador para que Paula lo viese mejor.


–Has dicho que querías ampliar el negocio al local de al lado, ¿no? Y utilizarlo para hacer pedidos por correo.


–Eso es.


–Bueno, esta sería una primera descripción del proyecto que he hecho antes de la cena. Es lo que creo que costaría reformar el local, cuáles serían tus gastos generales, etcétera. Por supuesto, hay muchos aspectos del negocio que todavía desconozco, así que habrá que ajustarlo, pero esto nos da una idea aproximada de lo que hace falta y de por dónde empezar.


Pedro se levantó un momento y fue a tomar del escritorio una libreta grande y amarilla. Luego volvió a la cama, haciendo que el colchón se moviese suavemente.


–Y este es un boceto rudimentario de la ampliación. Con los mostradores, las estanterías y todo eso.


Paula apartó la vista de la pantalla del ordenador y estudió el dibujo que Pedro tenía en la mano durante un minuto, imaginándose cómo quedaría todo en el local que había al lado de La Cabaña de Azúcar.


Era bueno. Incluso alentador. Y la idea de que algo tan simple pudiese ser realidad algún día, muy pronto, hizo que le diese un vuelco el corazón.


Solo había un problema.


Levantó la cabeza y miró a Pedro a los ojos.


–¿Por qué has hecho todo esto? –le preguntó.


–No hay nada escrito en piedra –murmuró él, dejando a un lado el cuaderno y volviendo a orientar el ordenador hacia él–. Y no va a ser barato, créeme, pero la ampliación es una buena idea. Creo que es inteligente y que generará rendimientos a largo plazo. En especial, si te va bien con los pedidos.


A ella le volvió a dar un vuelco el corazón, se le humedecieron las palmas de las manos de sudor, se le hizo un nudo en la garganta. Era tan agradable ver que alguien compartía su entusiasmo y apoyara sus ideas.


Pero, en aquel caso, había demasiadas condiciones.


–Eso no responde a mi pregunta –insistió en voz baja.


Y luego volvió a hacerle la pregunta a Pedro, aunque una parte de ella tuviese miedo de su respuesta.


–¿Por qué has hecho todo esto?


Él cerró el ordenador y lo dejó en la mesita de noche junto con el cuaderno.


–Necesitas un socio para hacerlo, Paula. Lo sabes, si no, no habrías acudido a Blake and Fetzer.


A ella se le aflojó el pulso y sintió como si la temperatura bajase diez grados de repente.


–Ya te he dicho, Pedro, que no quiero tu dinero.


Él echó los hombros hacia atrás y puso la espalda recta, apretó la mandíbula, indicación de que iba a ponerse testarudo e iba a querer imponer su ley.


–Y yo ya te he dicho, Paula, que no voy a marcharme a ninguna parte. Al menos, por un tiempo. Y, mientras esté aquí, será mejor que aprovechemos nuestro tiempo con sensatez. ¿Por qué no empezar con la ampliación, para que estés un paso más cerca de tu meta?


De repente, Pedro volvía a parecer relajado y sensato. Paula siempre había odiado aquello, porque solía darle la razón.


Porque, normalmente, Pedro tenía razón, al menos, en lo relativo a los negocios. Y él lo sabía.


–No quiero tu ayuda, Pedro.


Paula se puso en pie, se abrazó por la cintura y empezó a andar. Al llegar a la puerta se dio la media vuelta y volvió, con la mirada fija en la desgastada moqueta que había a sus pies.


–No quiero estar atada a ti, no quiero deberte nada.


–Ya es un poco tarde para eso, ¿no crees?


Ella se detuvo y levantó la cabeza para mirarlo a los ojos. Pedro tenía una ceja morena arqueada y sonreía de medio lado.


–Tenemos un hijo juntos. Y eso nos ata mucho más que cualquier asociación empresarial.


Ella parpadeó. Se maldijo. Pedro volvía a tener razón.


Para bien o para mal, estaban atados hasta el final de los días por su hijo.


Tendrían que verse en los cumpleaños, en las fiestas del colegio, en las actividades extraescolares, cuando estuviese enfermo, durante la pubertad, cuando tuviese novia, cuando se hiciese el primer piercing o el primer tatuaje…


Se estremeció y deseó que no se hiciese piercings ni tatuajes. Ese sería un tema que no le importaría delegar en Pedro.


Pero teniendo en cuenta lo horrible y dolorosa que había sido su separación, al menos para ella, era normal que no tuviese ganas de compartir nada más con él. E incluso que hubiese intentado ocultarle la existencia de Dany, para empezar. Tal vez no hubiese sido lo correcto, pero su vida habría sido mucho menos complicada así.


–Eso es diferente –admitió en voz baja.


Él inclinó la cabeza, aunque Paula no supo si lo hacía porque estaba de acuerdo con ella o no.


–Te sientas como te sientas al respecto –le dijo Pedro–, eso no cambia los hechos. Voy a quedarme en Summerville a conocer a mi hijo y a recuperar el tiempo perdido, varias semanas, por lo menos. Y creo que deberías aprovecharte de ello, y de que esté dispuesto a invertir en tu panadería.


Se levantó de la cama y fue hasta donde estaba ella, le puso las manos en los hombros desnudos.


–Piénsalo, Pau –murmuró, clavando sus ojos verdes en los de ella–. Utiliza la cabeza en vez de aferrarte a tu orgullo. La mujer de negocios inteligente que hay en ti sabe que tengo razón, sabe que sería una locura desperdiciar esta oportunidad. Aunque te la esté dando tu despreciable exmarido.


Dijo lo último con una rápida y sensual sonrisa y haciéndole un guiño.


Y fue aquel guiño, y el hecho de que supiese lo poco que le gustaba tenerlo allí, lo que hizo que Paula decidiese pararse a pensar, tal y como él le había sugerido.




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