lunes, 6 de enero de 2020
HEREDERO OCULTO: CAPITULO 17
Era evidente que la pelota estaba en el campo de Pedro, la pelota, y todo lo demás, así que, en esos momentos, lo único que podía hacer era ser amable y esperar que él continuase siéndolo también.
Pedro la agarró del codo para salir del restaurante, guiándola por un pasillo enmoquetado de camino a la entrada.
–Sube a mi habitación –le susurró al oído.
Ella lo miró sorprendida, con incredulidad.
Él se echó a reír al ver su reacción.
–No es una proposición –le aseguró–, aunque no me opondría a algún coqueteo después de la cena.
Al llegar al vestíbulo, la hizo girar a la izquierda, en dirección a las escaleras que llevaban a las habitaciones.
–Quiero enseñarte algo –continuó diciéndole mientras subían despacio.
–Eso sí que suena a proposición indecente –comentó ella.
Pedro sonrió y se metió la mano en el bolsillo para sacar la llave de su habitación. No era una tarjeta, sino una llave de las de verdad, con un enorme llavero de plástico con forma de faro.
–Me conoces bien, nunca necesité frases seductoras cuando nos conocimos, ni las necesito ahora.
Eso era cierto. Había sido demasiado encantador como para intentar ligar con ella del modo en que lo habían hecho el noventa por ciento de los chicos por entonces. Esa era una de las cosas que habían hecho que le resultase todavía más atractivo, que hubiese destacado entre los demás.
Al llegar a la puerta de la habitación, Pedro la abrió y se apartó para dejarla entrar. Paula había estado antes en el hostal, pero no en las habitaciones, así que se quedó unos segundos mirando a su alrededor.
Pedro se quitó la chaqueta del traje y la dejó sobre el respaldo de una mecedora antes de ir hacia el escritorio que había en la pared de enfrente.
Mientras abría su ordenador portátil y lo encendía, Paula retrocedió y disfrutó de la vista.
Sabía que era una bajeza, y que no tenía sentido, teniendo en cuenta que le había dicho a todo el mundo que se alegraba de haberse divorciado y que ya no estaba enamorada de él, que lo había superado por completo.
Pero que fuese su exmujer no significaba que no fuese una mujer de carne y hueso.
La cara camisa blanca se pegaba a sus anchos hombros. El pantalón, que debía de haberle costado más de lo que sacaba ella en una semana en la panadería, se ajustaba a sus caderas y, sobre todo, a su trasero. Un trasero redondeado, bonito, que no parecía haber cambiado mucho desde que se habían
separado.
Paula se llevó la mano al rostro, se tapó los ojos y se reprendió en silencio por ser tan débil. ¿Qué le estaba pasando? ¿Estaba loca? ¿O tendría un virus? ¿O era que las hormonas del embarazo todavía estaban haciendo de las suyas?
Separó los dedos un poco, miró por la rendija y supo cuál era su problema.
Para empezar, que sabía lo que había debajo de aquella camisa y aquellos pantalones. Conocía muy bien la fuerza de sus músculos, la suavidad de su piel.
Sabía cómo se movía, cómo olía y cómo era tener su cuerpo apretado contra el de él.
Para continuar, sus hormonas debían de seguir locas. Y no solo las del embarazo, sino todas en general.
Eso no la sorprendía. Siempre había sido un pelele en manos de Pedro. Le bastaba una mirada provocadora para ponerse como un flan. Con que le rozase la mejilla con los nudillos o los labios con los suyos, perdía el control.
Teniendo en cuenta el tiempo que hacía que no estaban juntos, el tiempo que hacía que Paula era solo una incubadora humana y una mamá a tiempo completo, no era de extrañar que su mente le estuviese jugando aquella mala pasada.
Y no le cabía la menor duda de que, si Pedro se daba cuenta, aprovecharía su vulnerabilidad y su revuelo interior, así que lo más sensato sería no decir ni hacer nada que la delatase.
Por entre los dedos, Paula lo vio desabrocharse los primeros botones de la camisa y aflojarse el cuello. Era una costumbre que tenía. Recordó habérselo visto hacer casi todas las noches al llegar del trabajo. Casi siempre pasaba un par de horas más trabajando en su despacho de casa, pero el primer paso para relajarse había sido siempre quitarse la chaqueta y la corbata, desabrocharse la camisa y remangársela.
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Ojalá lleguen a buen puerto, por el bien del bebé.
ResponderBorrarEsta siendo bastante razonable Pedro dadas las circunstancias... ella tendría que aclararle que se quiso comunicar con el y no la dejaron...
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