domingo, 24 de noviembre de 2019

PARA SIEMPRE CONTIGO: CAPITULO FINAL





Durante los días siguientes, Pedro y Paula permanecieron perdidos en su mundo particular y no le contaron a nadie que se habían comprometido. El sábado por la tarde, decidieron contar la noticia. Pedro llamó a su familia y Paula se puso al teléfono para saludar. 


Sabía que toda la familia de Pedro se preguntaba por qué había regresado a Youngsville el Día de Acción de Gracias. Los padres de Pedro parecían gente encantadora, y les hicieron prometer que irían a visitarlos en Navidad.


La madre de Paula también se alegró al oír la noticia, y ya tenía dos buenos motivos para ir a Youngsville. Paula sabía que su madre se quedaría impresionada con Pedro. Incluso se sorprendería de que Paula le hubiera robado el corazón.


Cuando Pedro se fue a su apartamento para hacer unas cosas, Paula bajó a casa de Rosa. 


Quería contarles la noticia a todas sus amigas a la vez, pero no encontró a Lila ni a Silvia en casa, y sabía que Yanina había ido a visitar a la familia de Erik.


—Tengo que darte una buena noticia, Rosa —dijo Paula nada más entrar—. Pedro y yo estamos comprometidos.


—¿De veras? ¡Eso es magnífico! —Rosa le dio un gran abrazo—. Ya me imaginaba que pasaba algo así, he visto que su coche lleva aparcado ahí abajo desde el jueves.


Paula se rio y se sonrojó. No habían salido del apartamento ni para comer.


—Sí, bueno… gracias por la comida —contestó ella, refiriéndose al paquete con comida que Rosa le había dejado en la puerta. Después cambió de tema—. Pedro me ha regalado un anillo. Creo que sabía antes que yo que iba a aceptar su propuesta.


—Déjame verlo —Rosa le tomo la mano—. Qué diseño más bonito. ¿Es de Colette?


Paula asintió.


—De la nueva colección que he estado preparando. Franco, mi jefe, se lo ha hecho para mí.


—Qué detalle. Por todo lo que me has contado, Pedro parece un hombre maravilloso. Me alegro mucho por ti, Merri.


—Gracias, Rosa. No puedo esperar a que lo conozcas.


—Yo tampoco —Rosa sonrió, y Paula supo que Pedro y Rosa se llevarían estupendamente—. ¿Por qué no lo invitas a cenar aquí esta semana? Le diré a Silvia, Lila y Yanina que vengan también. Tampoco lo conocen, ¿verdad? Haremos una pequeña celebración.


—Por favor, Rosa. No quiero que te molestes. Ya has celebrado el Día de Acción de Gracias para todos nosotros.


—No es ningún problema —contestó Rosa—. Haremos algo sencillo, te lo prometo. Cuando te vas haciendo mayor, Merri, te das cuenta de lo importante que es celebrar algo siempre que se puede. Vosotras cuatro sois como mi familia. Me encantará teneros aquí a todas y conocer a Pedro, ¡por favor, déjame!


Las palabras de Rosa llegaron a lo más profundo del corazón de Paula. Las chicas de Amber Court también eran como su familia. La familia que nunca había tenido.


—Por supuesto —contestó Paula con una sonrisa—. Para mí será un honor, pero tienes que dejar que te ayude.


—De acuerdo —dijo Rosa.


Después, cuando Paula estaba a punto de marcharse, recordó que llevaba una cajita en el bolsillo.


—Casi se me olvida —le dijo a Rosa—. Te he traído el broche. Muchas gracias por prestármelo.


—De nada. Me encanta ver que alguien lo usa. Las joyas bonitas no deben quedar guardadas en un cajón y sacarse solo en ocasiones especiales.


—Estoy de acuerdo. Pero yo trabajo en ese campo… y tú hablas como si también lo conocieras bien —añadió Paula entre risas.


—No digas tonterías, cariño. No soy ese tipo de mujer, créeme —Rosa abrió la caja y miró el broche—. Pero me gusta saber que tú y las otras chicas habéis utilizado este broche. Creo que voy a dejárselo a Silvia. Es la única que todavía no lo ha tenido.


—Es verdad —dijo Paula.


Rosa cerró la cajita y la puso sobre la mesa.


—Se lo daré la próxima vez que la vea. Puede que le levante el ánimo. Está bastante preocupada por la situación de Colette.


—Sí, se lo ha tomado muy en serio —dijo Paula—. Más que nadie —Paula se sintió culpable—. He estado tan ocupada con Pedro y preparando la exposición, que apenas he estado pendiente de ella —admitió.


—No te preocupes —dijo Rosa—. Eso es lo que pasa cuando una se enamora. El resto del mundo desaparece. Estoy segura de que Silvia lo comprenderá —miró la caja que contenía el broche—. Y si no lo comprende ahora, lo hará cuando le suceda a ella.


—Eso espero —Paula pensó en la felicidad que había encontrado con Pedro y deseó que a Silvia le ocurriera lo mismo—. Espero que pronto encuentre a alguien que le guste —añadió Paula—. Se merece lo mejor.


—Por supuesto que sí. Pero ya sabes que no se puede buscar la felicidad. Hay que esperar a que ella te encuentre a ti. Pero tengo la sensación de que pronto encontrará a Silvia.


Paula miró a Rosa y, una vez más, notó ese brillo misterioso en su mirada. Un brillo que le producía curiosidad acerca de su pasado.


«Algún día, Rosa nos contará su secreto», pensó Paula. Sin embargo, se contentó con dedicarle una sonrisa a Rosa, y preguntarse si la intuición que tenía sobre Silvia se convertiría en realidad. Eso esperaba.




PARA SIEMPRE CONTIGO: CAPITULO 39





Justo en ese momento, llamaron al telefonillo. 


Rosa fue a contestar desde el recibidor. 


Paula la oyó hablar con alguien y después vio cómo apretaba el botón para abrir la puerta del portal.


¿Estaba esperando a otro invitado? No había dicho nada, pero como tenía tantos amigos… 


Mientras Paula sacaba las tazas, alguien llamó a la puerta.


—Paula, ¿puedes abrir, cariño? —le preguntó Rosa. Ella estaba sacando una tarta de manzana del horno.


Paula se acercó a la puerta y abrió.


—¡Pedro! —exclamó—. Creía que te habías ido a Wisconsin.


Después sintió un nudo en la garganta.


—Me fui, pero di media vuelta y regresé.


Pedro la miró fijamente y ella sintió un fuerte deseo de lanzarse a sus brazos, pero se contuvo.


No, no podía hacerlo. No sabía por qué había regresado. Probablemente solo para aclarar las cosas antes de volver a marcharse. No era el tipo de hombre que se marchaba sin dar explicaciones.


—¿Podemos hablar en privado? ¿En tu casa? —preguntó él.


—Sí… sí, por supuesto. Espera un momento. Voy a decirle a Rosa que me marcho.


Regresó a la cocina y le dijo a Rosa que Pedro y ella tenían que hablar en privado.


—Tómate tu tiempo. Te guardaré un poco de postre —contestó.


Sin que el resto de los invitados se diera cuenta, Paula salió de la casa y se fue a su apartamento con Pedro. Una vez dentro, sintió un nudo de temor en el estómago.


—Has venido desde muy lejos… ¿qué quieres decirme? —le preguntó.


Pedro se colocó frente a ella. Era tan atractivo… demasiado maravilloso para dejarlo marchar.


—Que te quiero de verdad —dijo él—. Y que quiero que seas mi esposa. No me importa si no quieres formar una familia. Te quiero, Paula. No creo que pudiera vivir sin ti… Y no quiero intentarlo —confesó—. Si aceptas casarte conmigo, seré el hombre más afortunado del mundo.


Paula se quedó de piedra. Ella también había pensado en los problemas que tenía con Pedro, y había llegado a nuevas conclusiones. Pero no creía que iba a poder compartirlas con Pedro.


Comenzó a llorar y se tapó la cara con las manos. Eran lágrimas de felicidad. Pedro la abrazó y la besó en la frente.


—Paula, ¿qué pasa? Por favor, cuéntamelo.


Ella respiró hondo y sonrió.


—He estado pensando, Pedro —le dijo—. Me has ayudado mucho. Tu amor y tu respeto han hecho que muchas cosas fueran posibles para mí. Por una vez en la vida, he conseguido superar mis inseguridades. Y me he dado cuenta de que, en el fondo, siempre he deseado tener hijos, solo que siempre lo he negado y he permitido que el miedo controlara mis sentimientos. Quiero casarme contigo, Pedro, y tener hijos tuyos. Sé que a tu lado, puedo hacer cualquier cosa —le confesó—. Y detesto pensar que algún día tendrás un hijo con otra mujer —añadió—. Quizá tenga miedo de la maternidad, pero eso no podría soportarlo —añadió, y le acarició el rostro.


—¿Lo dices de verdad? —preguntó él, con expresión de sorpresa y felicidad.


—Completamente.


Él sonrió y la besó.


—Eres la única mujer de mi vida, Paula. Ahora y siempre.


—Lo mismo digo —murmuró ella, y lo besó otra vez. Antes de que las cosas llegaran demasiado lejos, Pedro se retiró.


—Espera, casi se me olvida. Tengo algo para ti… —sacó un caja de terciopelo azul del bolsillo. 


Paula reconoció en seguida el logotipo de Colette y sintió que le temblaron las manos cuando él se la dio.


—Bueno, ¿no vas a abrirla? —preguntó él con una sonrisa.


—Por supuesto —dijo ella, y abrió la caja.


—Oh, Pedro… ¿cómo lo sabías? —preguntó con incredulidad.


Era su anillo de compromiso favorito de la Colección Para Siempre. El anillo con el que siempre había soñado y que deseaba que le entregara un hombre muy especial.


Su sueño se había convertido en realidad.



Pedro tomó el anillo y lo colocó en el dedo de Paula.


—Te queda perfecto —dijo con orgullo. Levantó su mano y la besó—. Franco me dijo que era tu favorito, y me ha hecho éste a partir de tu diseño. ¿Así que voy a tener el honor de que te cases conmigo, Paula?


—Sí, era mi favorito —dijo ella, y miró a Pedro y después el anillo—. Diseñaré nuestros anillos de boda —le dijo, y lo tomó de la mano y lo llevó hasta el dormitorio—. Creo que el grupo que está en casa de Rosa puede pasar sin nosotros, ¿no crees? —le preguntó Paula con un susurro sexy.


—No les quedará más remedio —el brillo de los ojos de Pedro y el tono de su voz, la excitaron—. Menos mal que es un fin de semana largo.


Paula se rio y él la tomó en brazos y la llevó a la cama.


—Hmm… tienes razón. Qué bien.


Pedro se colocó sobre ella y se besaron durante largo rato. Se querían tanto que necesitarían más de diez vidas para expresar su amor o satisfacer su deseo.




PARA SIEMPRE CONTIGO: CAPITULO 38




Paula no recibió noticias de Pedro, ni esa noche, ni el día siguiente. Terminó el alfiler de corbatas y los llaveros que le había encargado y pensó en mandárselos al despacho. Lo habría hecho si hubiera sido otro cliente. Pero no quería que pareciera que trataba de forzarlo para que la llamara, así que decidió guardar las piezas durante el fin de semana. Después, hablaría con él por última vez. El miércoles, cada vez que sonaba el teléfono en su despacho, se sobresaltaba. Después, por la tarde, pensó que Pedro ya se habría marchado al aeropuerto y que no la había llamado para despedirse.


¿Habían terminado y ella no era capaz de asumirlo? Quizá nunca más volviera a saber de él. No podía esperar que después de rechazar la propuesta de matrimonio de Pedro, él volviera para arrodillarse ante ella. Él no iba a suplicarle que aceptara la propuesta. De eso estaba segura.


El miércoles por la noche, cuando Paula regresó del supermercado encontró un mensaje de David Martin en el contestador automático. Se sorprendió al oír su voz. Se preguntaba si estaría enfadado por cómo había reaccionado ella ante sus insinuaciones, y si habría cambiado de opinión acerca de la exposición. Pero sin Pedro, la exposición ya no le parecía importante.


Sin embargo, David parecía animado y lo único que quería era darle algunas instrucciones acerca de cómo enviar las esculturas a la galería. Al parecer, él iba a actuar como si nada hubiera pasado y todo le indicaba que eso era lo que ella debía hacer también.


David le dijo que iba a estar fuera de la ciudad unos días, y que si necesitaba algo contactara con su ayudante. Después le deseó que Pedro y ella pasaran unas buenas vacaciones.


«Vaya ironía», pensó Paula. «Estas van a ser las peores vacaciones de mi vida».


El Día de Acción de Gracias, se puso a preparar la tarta por la mañana. Estuvo a punto de buscar alguna excusa para no ir a casa de Rosa, pero sabía que todas iban a insistir para que fuera y que no podría librarse. Así que, hacia la una del mediodía, se vistió y bajó.


Silvia, Yanina y Erik ya estaban allí. El aroma a pavo invadía la casa y Paula sintió que se le hacía la boca agua.


Rosa salió de la cocina con un delantal y recibió a Paula con un gran abrazo. Después, puso cara de asombro y Paula se dio cuenta de que Rosa se había fijado en que llevaba su broche en el vestido.


—Oh, Rosa, me lo he puesto para que no se me olvide devolvértelo. Toma —comenzó a quitárselo.


—No seas tonta. Quédatelo, solo un día más, Merri —le dijo Rosa—. Te queda muy bien con ese vestido, y prefiero vértelo puesto que guardado en un cajón. Además —añadió Rosa—, estoy pensando en prestárselo a Silvia. Se lo daré más tarde, después de la cena. Siempre le ha gustado, y ahora que Yanina, Lila y tú, ya lo habéis usado, creo que le toca a ella.


Paula aceptó, pero prometió en silencio que cuando terminara la cena se lo devolvería.


Reunirse con sus amigas y una buena comida era lo que Paula necesitaba para olvidarse durante un rato de que su relación con Pedro había terminado. Aun así, Pedro estaba siempre presente en sus pensamientos, y a veces, se abstraía de la conversación y lo imaginaba en Greenbrier rodeado de su familia.


Después de la cena, comenzaron a hablar de la compra de Colette, y Paula se metió en la conversación.


—He oído que ha comprado más acciones —dijo Silvia con preocupación—. Ya no queda mucho.


—Quizá a alguien se le ocurra cómo detenerlo. ¿No hay ninguna postura legal que pueda adoptar la empresa? —preguntó Lila.


—Sí, los abogados están buscando la manera de detenerlo —dijo Yanina—. Pero se las sabe todas.


—Me pregunto cuáles son sus motivos —dijo Nico.


—Es evidente que sabe que si lo consigue va a destrozar la vida de mucha gente, pero no parece importarle —interrumpió Silvia—. Debe de ser un hombre miserable.


—Sí —dijo Paula—. Eso mismo pienso yo.


—Bueno, ya vale de pesimismos —dijo Rosa—. Puede que después de todo, salga bien.


—Ya sabes lo que dicen en el béisbol —dijo Erik—. No ha terminado hasta que ha terminado.


Rosa se rio.


—Bueno, esta fiesta no termina hasta que nos hayamos comido todo el postre. ¿Quién me ayuda a traer el café y las tartas? Creo que hay una para cada uno.


—Yo voy, Rosa —se ofreció Paula. Esperaba poder marcharse después del café.



sábado, 23 de noviembre de 2019

PARA SIEMPRE CONTIGO: CAPITULO 37





Paula hizo un gran esfuerzo para ir a trabajar. Al mediodía, le contó sus problemas a Silvia, quien le ofreció todo su apoyo pero ninguna solución. 


Después de hablar con ella, Paula se sintió mejor. Sabía que solo ella podía resolver ese problema.


Cuando aquella noche llegó a casa se encontró con Rosa, que salía del portal.


—Paula, ¿cómo estás? Hace mucho que no te veo. Debes de estar trabajando mucho para la exposición.


—Sí, paso en el estudio todo el tiempo que puedo.


—Tengo muchas ganas de ver tus nuevos trabajos. Seguro que son maravillosos —dijo Rosa—. Pareces cansada, cariño. Espero que no estés abusando del trabajo.


Paula sabía que ese día tenía muy mal aspecto. Había llorado sin parar y tenía los ojos hinchados. Se sentía agotada y quería meterse en la cama.


—Estoy bien —le dijo a Rosa—. Me voy a acostar prontísimo.


—Muy bien, dormir es lo mejor que hay. Lo cura todo —comentó Rosa—. ¿Pedro no ha vuelto todavía?


Paula evitó su mirada y contestó:
—Sí, volvió anoche. Pero se va mañana a visitar a sus padres en Wisconsin.


—¿Ah? ¿Y tú no vas con él?


—Me lo ha pedido —confesó Paula—. Pero he decidido no ir.


«También me ha pedido que me case con él», pensó, pero no pudo decírselo a Rosa.


—Ah —exclamó Rosa. Paula pensó que iba a hacerle más preguntas, pero no fue así—. Si no tienes planes, estaré encantada de que vengas a casa. Vendrán Silvia, Erik y Yanina, los gemelos —añadió—. Puede que Lila y Nico también se pasen. Será divertido —le prometió.


—De acuerdo —dijo Paula—. Gracias por la invitación. No podía soportar la idea de quedarse sola, y menos cuando le iban tan mal las cosas con Pedro—. ¿Qué tal si llevo una tarta de calabaza?


—Estupendo. Es mi favorita —contestó Rosa.





PARA SIEMPRE CONTIGO: CAPITULO 36





Un poco más tarde, entraron en el apartamento de Paula y dejaron el equipaje junto a la puerta. 


Sin molestarse siquiera en encender una luz, Pedro la abrazó y comenzó a quitarle la ropa. Paula también deseaba sentir el roce de su piel y pronto acabaron en la habitación. Se tumbaron en la cama y comenzaron a besarse. 


Ella nunca había tardado tan poco en desear que la poseyera, y él nunca se había apresurado tanto para unir sus cuerpos.


Hicieron el amor con ferocidad y llegaron al éxtasis a la vez. Después se quedaron dormidos, y a mitad de noche se despertaron para hacer el amor despacio. Cuando la luz del sol entró por la mañana, Paula se despertó. 


Deseaba dormir durante todo el día, pero no podía. Se percató de que la cama estaba vacía y de que olía a café.


—Buenos días, dormilona —la saludó al verla. 


Llevaba un albornoz azul y estaba sentado en la cocina. Tomaba café y leía el periódico. Ya se había duchado y afeitado, y el pelo mojado resaltaba los rasgos de su rostro.


Ella no pudo resistirse y le acarició la mejilla.


—Hmm, como la del trasero de un bebé —bromeó.


—Exacto —comentó él, y le dio una palmadita en el trasero.


Ella se rio y se alejó de Pedro. Se sirvió un café y se sentó frente a él.


—Te he echado de menos —le dijo otra vez—. He echado de menos verte así por las mañanas.


—¿Con pelos de loca y los ojos hinchados? —se rió.


—Y tu voz ronca —añadió él—. Creo que eso es lo que más me gusta. Tienes una voz muy sexy.


Pedro, ¿cómo va a ser sexy? —preguntó ella, y dio un sorbo de café.


—No lo sé. Toda tú me pareces sexy —admitió con una sonrisa, y le tomó la mano—. He estado pensando en la conversación que tuvimos el otro día, Paula —le dijo—. Es más, he pensado mucho en ella mientras estaba fuera.


—¿Te refieres a lo de que te acompañe a Wisconsin? —preguntó ella. Si volvía a invitarla, lo acompañaría.


—Sí, a eso… Pero más a lo que tú me dijiste después. A eso de que no estabas segura acerca de nuestro futuro y de que fueras la mujer adecuada para mí.


—Oh, sí, ya recuerdo —contestó Paula. Se estremeció y separó la mano de la de él.


—He tenido mucho tiempo para pensar mientras estaba fuera —dijo mientras se ponía en pie y se acercaba a ella—. Me he dado cuenta de una cosa, de algo muy importante —se puso frente a ella y colocó las manos sobre sus hombros.


—¿El qué? —preguntó Paula mirándolo a los ojos.


—Me he dado cuenta de que nunca te he dicho lo mucho que te quiero. Te quiero, profunda y sinceramente.


Paula sintió que se le derretía el alma.


—Yo también te quiero —contestó en un susurró—. Te quiero mucho.


Él la abrazó y la besó. Después la miró.


—Quiero que te cases conmigo, Paula. Sé que no nos conocemos desde hace mucho, pero estoy seguro de que es lo que quiero. Estoy convencido de que estamos hechos el uno para el otro. Sé que tienes tus dudas, pero no hay nada que no podamos solucionar juntos —le aseguró—. Por favor, dime que sí, y dime que vendrás a Wisconsin conmigo para conocer a mi familia.


Paula se quedó de piedra.


Se separó de él y se dirigió al salón.


Pedro… esto es tan repentino. No sé qué decir —contestó dubitativa.


—Solo di que sí —dijo él—. Sabemos que nos queremos. Y que no podemos estar separados… ¿Qué más hay que saber?


Ella se volvió para mirarlo.


—Mucho más —dijo con tristeza—. Hay que pensar muchas otras cosas. Te quiero con todo mi corazón —le prometió—, pero eso no lo soluciona todo.


Él se acercó y la miró con asombro.


—¿Qué es lo que hay que solucionar? —entornó los ojos y le preguntó—. ¿Es David Martin, verdad? Estás viéndote con él… o quieres hacerlo —la acusó.


Pedro, ¡no seas ridículo! Entre David Martin y yo no ha pasado nada. Y nunca pasaría, aunque no te hubiera conocido a ti.


—Ojalá pudiera creerlo —dijo Pedro enfadado—. Pero todo empieza a cuadrar. Lo distante que has estado estos días. Tan ocupada. Tu negativa a venir conmigo a Greenbrier. Cada vez que te llamaba la semana pasada, estabas con él, e incluso anoche, él estaba contigo en tu estudio.


—Apareció. Yo no lo invité —le aseguró Paula.


—¿Qué pasa, que es más joven? ¿O es que crees que ya me has dejado atrás? —preguntó Pedro, y comenzó a pasear por la habitación—. Como una mariposa que sale del capullo. Una vez que te han salido las alas, te vas a buscar algo mejor, ¿no?


Pedro… —estaba tan disgustado. Paula nunca lo había visto así. Por lo general, era él quien la animaba a ella, pero se habían intercambiado los papeles. Se acercó a él y le acarició la espalda—. Pedro, por favor. Escucha. David no significa nada para mí. ¿Cómo puedo demostrártelo? Si me pides que abandone la exposición y que nunca más hable con él, lo haré.


Pedro frunció el ceño y la miró. Ella sintió que sus palabras le habían llegado al corazón y que comenzaba a creerla.


—¿Harías eso por mí?


—Sí, si me lo pidieras. Si eso te convenciera de que no ha pasado nada entre David Martin y yo.


Él suspiró y pasó los dedos entre el cabello.


—Nunca te pediría que hicieras eso, Paula. Y te creo —admitió. Se separó de ella y se acercó a la ventana—. Siento haber desconfiado de ti. Supongo que ha sido un acto reflejo producto de mi anterior matrimonio —le dijo—. Pero aún no me has explicado el motivo por el que no aceptas mi propuesta.


—Mis dudas acerca de casarme contigo no tienen nada que ver con David, ni con mi carrera, ni con nada de lo que has dicho hasta ahora.


—Entonces, ¿qué es? —Pedro la miró—. Me debes una explicación, ¿no crees?


Paula respiró hondo. Le resultaba difícil contarle cuáles eran sus miedos, pero sabía que debía hacerlo.


Pedro, me encantaría casarme contigo. Todo el tiempo, imagino compartir mi futuro contigo —comenzó—. Pero no quiero tener hijos, y sé que para ti es muy importante formar una familia. Por lo que me has contado, parece que ese era uno de los motivos por los que tu primer matrimonio fracasó.


Pedro se quedó helado. Tragó saliva.


—Sí, supongo que eso es cierto… pero tú nunca me has dicho que no quieres tener niños, Paula.


—Bueno… nunca hemos hablado de ello, ¿no? —señaló—. Creo que diste por sentado que compartía tu opinión… o quizá piensas que todas las mujeres desean tener hijos —suspiró y se sentó en el sofá.


—Pero… ¿por tu carrera? Podemos tener toda la ayuda que quieras, Paula. Cuando nos casemos, podrás dejar de trabajar en Colette y dedicarte solo a la escultura.


—Oh, Pedro. No es que no quiera tener hijos contigo. A veces sueño con ello —admitió, y sintió que las lágrimas afloraban a sus ojos—. Pero me aterroriza convertirme en madre. Sé que lo haría fatal. Mi madre nunca me enseñó cómo hay que hacerlo. No sé cómo se da el amor que un niño necesita para crecer bien. Sería un desastre. Lo sé. Terminaría decepcionándote, y tú acabarías odiándome —le dijo.


—Paula… —se puso de rodillas y colocó las manos en sus hombros—. Nunca podría odiarte. ¿Qué estás diciendo? Serías una madre maravillosa. Mira cómo cuidas a Lucy. La tratas como si fuera un bebé, y está muy mimada —añadió con una sonrisa, para intentar alegrarla.


—Oh, Pedro… —le acarició la mejilla—. Por favor, créeme… —comenzó a llorar otra vez—. Lo haría si pudiera. Pero no puedo.


Él la abrazó y dio un largo suspiro.


—No llores, Paula. Por favor. Intento comprenderte, en serio —dijo él. El tono de su voz era tan áspero que Paula se preguntó si él también iba a llorar. Cuando se calmó y pudo mirarlo a los ojos, se percató de que había acertado. Pedro tenía los ojos llenos de lágrimas.


Le acarició la mejilla y él le tomó la mano y le besó la palma. Se puso en pie, y respiró hondo.


—Será mejor que vaya a vestirme —dijo él—. Tengo que ir a la oficina.


—Sí, por supuesto —dijo Paula. Se quedó allí sentada y vio cómo Pedro desaparecía en la habitación. El día había empezado muy bien, pero después… a pesar de que el sol brillaba en el exterior, lo veía todo negro, como si fuera medianoche.