viernes, 1 de noviembre de 2019
UN HOMBRE MUY ESPECIAL: CAPITULO 32
Iban a cenar en Antoine's, un restaurante que ocupaba una vieja mansión cerca del río. Sabía que era un sitio elegante, íntimo y bastante caro y sintió remordimientos al pensar en lo que le iba a costar a Pedro la cena… Pero bueno, se trataba de una noche especial, no iba a estropearla pensando en el dinero.
Una vez decidido el vestido y los zapatos, se ocupó de asuntos más prácticos, como lo que debía meter en el bolso: pintalabios, las llaves, la tarjeta de crédito, un poco de dinero y una pequeña, aunque no por ello menos incómoda, cajita de preservativos. Paula jamás había comprado nada de eso antes. Lo cierto era que su educación al respecto había sido de lo más inadecuada y Aldo había sido «el único en su vida»… hasta ahora.
Una vez con los preservativos en el bolso, no podía dejar de pensar en ellos; en qué haría si no llegaba a utilizarlos, dónde los escondería de los gemelos… y qué pasaría si los utilizaba, seguro que Pedro entendería que hubiera ido preparada. Todo parecía tan… premeditado.
Pero claro, ¿a quién trataba de engañar? Claro que era premeditado. Esa noche iba a hacer el amor con Pedro Alfonso.
Ella lo sabía. Él lo sabía. Hasta Celina lo sabía, o al menos lo imaginaba.
Una vez que hubo dejado a los gemelos en manos de Celina, Paula supo que ya no había marcha atrás. Se puso su vestido preferido con la esperanza de que eso aumentara su confianza en sí misma, y lo cierto era que aquella indumentaria de terciopelo azul, además de sentarle como un guante, era muy sexy. A veces se sentía realmente orgullosa de las cosas que creaba.
UN HOMBRE MUY ESPECIAL: CAPITULO 31
Aquello iba a ser más difícil de lo que creía, pensó Paula mientras desayunaba. ¿Cómo iba a encontrar un momento y un lugar de tranquilidad para estar con Pedro? Contempló la posibilidad de conducir más de doscientos kilómetros para llevar los niños a su abuela, pero no podía soportar la idea de tener que aguantar las preguntas de su madre. Después pensó en pedirle a Male que se los llevara a pasar la noche a su casa, pero la escena podría ser incluso peor que con su madre. No, no, seguro que su amiga acabaría haciendo una danza de agradecimiento o algo parecido. Necesitaba una solución que no la hiciera perder la dignidad. Y la necesitaba ya.
-¿Tienes alguna otra idea brillante? -le preguntó a Pedro, que hasta el momento solo había propuesto mandarlos a una academia militar, aunque había reconocido que habría pocas probabilidades de encontrar una con servicio de guardería. Paula no estaba del todo segura de que estuviera bromeando.
-En realidad, tengo varias -dijo con toda tranquilidad justo antes de dar un largo sorbo de café.
-¿Y tienes intención de compartir alguna de ellas conmigo?
-Cuando llegue el momento.
-El momento llegó hace más de una semana - protestó ella mientras miraba el pastel que Pedro ni siquiera había tocado-. Bueno, ¿vas a comerte eso o no?
Él se echó a reír con ganas.
-¿De qué te alimentabas antes de que yo empezara a traerte el desayuno?
-Es que cuando estoy nerviosa como. ¿Te parece bien?
-¿Y ahora estás nerviosa? -le preguntó en tono provocador.
-Sí.
-¿Qué pasa, es que ya no puedes esperar más?
-Eres un poco engreído, ¿no?
-A lo mejor es porque tengo motivos para serlo -siguió bromeando.
Pero ese era precisamente el motivo por el que Paula estaba tan nerviosa. Ella no tenía ningún motivo para pensar que tuviera aptitudes para… bueno, para «eso». Con Aldo nunca había habido nada que fuera como para tirar cohetes.
Y aunque sabía que Pedro estaba bromeando, parecía estar tan seguro de su sexualidad como ella asustada. Lo único que quería era quitárselo de en medio cuanto antes y luego huiría a casa de sus padres y se encerraría durante una década o más.
-Oye, ¿estás bien?
-¿Qué? Ah, sí… sí, estoy bien.
-A mí no puedes engañarme -le dijo poniéndose en pie y tomándola entre sus brazos- Todo va a salir bien, mejor que bien.
Entonces la besó y la hizo pensar que quizá tuviera razón; al estrecharla aún con más fuerza, Paula quedó convencida de que, efectivamente, todo iba a salir bien.
-Vaya, parece que has estado muy ocupada -dijo una voz desde la puerta de la trastienda.
-¡Tía Celina! -saludó Paula intentando separarse de Pedro.
Bien por su dignidad, pensó mientras observaba avergonzada el rostro victorioso de su tía.
Pero…, ¿por qué tenía esa expresión en la cara? Aquello le olía a conspiración.
-¿Es que no va a haber un saludo en condiciones para la tía pródiga?
-Hola, Celina -dijo por fin Pedro-. ¿Qué tal te ha ido?
-Muy bien, gracias. Os preguntaría que habéis hecho vosotros en este tiempo, pero no soy tan vieja como para no reconocer el abrazo de dos amantes cuando lo veo.
-Sí, probablemente porque lo has experimentado unas cuantas veces -respondió Pedro con una carcajada.
Se acercó a ellos comprobando que nada había cambiado a su alrededor.
-¿Y qué le ha pasado a tu pelo, Pedro?
-Fue sacrificado por la causa.
-Y parece que tú has sobrevivido a mi ausencia, diría incluso que tu estado de ánimo ha mejorado desde mi marcha -esa vez era a su sobrina a la que examinaba.
-He estado bien.
-¿Solo bien? -preguntó Pedro, ofendido.
Notó cómo se le iban sonrojando las mejillas más y más.
-De acuerdo. He estado genial, Celina, mejor que en mi vida. Bienvenida.
Su tía seguía mirándola con una sonrisa que parecía querer decir: «te lo dije».
-Bueno, muchas gracias. Supongo que Marcos y Abril están en la escuela aprendiendo nuevas formas de sorprender y aterrorizar -Paula asintió-. ¿Sabes? He echado de menos a esos dos diablillos más de lo que pensaba. La vejez debe de estar ablandándome.
Celina miró primero a su sobrina y luego a Pedro antes de hablar:
-Creo que voy a llevarme a los niños a pasar el fin de semana conmigo. Creo que con eso será suficiente para compensar el tiempo que he estado sin ellos, ¿no creéis? También estoy segura de que vosotros ya encontraréis algo con lo que pasar el tiempo -entonces miró a Pedro de forma extraña, como desafiándolo a llevarle la contraria.
-Eres una joya, Celina -dijo él volviéndose a Paula-. Tengo que volver a trabajar. Luego hablamos, preciosa.
Paula esperó a que Pedro hubiera salido para recuperar al menos parte de la compostura y poder hablar con normalidad.
-¿Y qué te ha traído de vuelta?
-Algo me dijo que podía ser buen momento para regresar.
-¿Algo? ¿No será más bien alguien?
-Está bien… El otro día llamé a Pedro y me comentó que…
-¿Que llamaste a Pedro?
-Te prometo que era la primera vez que lo hacía. Solo quería saber cómo iban las cosas.
-¿Qué cosas? -ahora ya sí que no entendía nada.
-Pues su galería, claro.
-Claro.
-No me he entrometido -aclaró de pronto Celina sin darse cuenta al principio de que negar algo así sin que nadie se lo hubiera preguntado era en realidad como afirmar todo lo contrario-. Bueno… quizá sí le diera un pequeño empujón en la dirección adecuada. Pero el resto ha ocurrido gracias a vosotros mismos. Y cuando he entrado, daba la sensación de que sabíais perfectamente lo que estabais haciendo. La habitación sigue llena de hormonas -añadió riendo-. Además, te prometo que es cierto que he echado mucho de menos a Abril y a Marcos y me apetece mucho llevármelos un par de días. Así que, ¿por qué no subes a casa, te das un baño caliente y te mimas un poco? Y por favor, deja de ruborizarte. Para tener dos hijos, parece que no hubieras tenido una noche romántica en toda tu vida.
-Pues más o menos -respondió ella en voz baja antes de darle las gracias.
UN HOMBRE MUY ESPECIAL: CAPITULO 30
-Os encontraré tarde o temprano -amenazó Paula mientras se alejaba a propósito de las risillas que salían de debajo de un escritorio-. Sé que estáis por aquí en algún sitio.
Cuando Abril y Marcos habían aparecido pidiéndole que jugara con ellos al escondite, su primer impulso había sido decirles que no podía; pero enseguida se dio cuenta de que eso era lo que les había dicho últimamente cada vez que habían querido que jugara con ellos. Así que, allí estaba ella después de una dura jornada de trabajo, mirando debajo de todos y cada uno de los muebles de la tienda.
-¿Eso que veo debajo del sofá son vuestros pies? -preguntó dándoles la espalda y sabiendo que los gemelos la estaban viendo; por eso estaba de rodillas y moviendo el trasero cuando se oyó la campanilla de la puerta y entró alguien.
Con un suspiro, Paula se quejó de la casualidad de estar en tal posición justo enfrente de la puerta.
-¿No nos ha pasado esto ya antes?
La voz profunda y sexy de Pedro hizo que un escalofrío le recorriera la columna vertebral. Se dio la vuelta inmediatamente y se puso en pie.
-Lo sé. Tenemos que dejar esta costumbre, ¿verdad? -notó que llevaba algo en la mano y sonrió. Pedro la había acostumbrado a hacerle pequeños regalos, nada lujoso ni caro, solo pequeños detalles como jabones perfumados-. ¿Qué llevas en esa bolsa?
-Es una sorpresa.
Paula se acercó con la mano extendida.
-Pero no es para ti -añadió él, sonriente-. ¿Dónde están Abril y Marcos?
Aquello la dejó boquiabierta, era la primera vez que preguntaba por ellos por su nombre; normalmente eran los dos pequeños demonios o algún apelativo cariñoso como ese.
-Ahí los tienes.
Los dos niños salieron de su escondrijo sin decir ni palabra y esperaron sin moverse hasta que Pedro estuvo a su lado.
-Hola, chicos. Os he hecho una cosa -anunció rebuscando en la bolsa-. Se llaman guairas.
Ambos empezaron a mirar su regalo por todos lados totalmente maravillados y llenos de respeto. En pocos segundos, acabaron por llevárselos a la boca y producir un sonido que a punto estuvo de reventarles el tímpano a su madre y a Pedro. Paula se puso las manos en los oídos.
-Regalos de abuela -murmuró.
-¿Qué? -le preguntó él, confundido.
-Así se les llama a los juguetes que hacen tanto ruido -tuvo que explicárselo aún más al ver que él seguía sin comprenderlo-: Solo a alguien que no vive con niños podría ocurrírsele regalar una cosa así.
-De todos modos, he debido hacer algo mal al montarlos porque normalmente no suenan tan alto. Te lo prometo.
De pronto, a Paula ya no le importaba el ruido que hicieran, sino lo que significaban.
-¿Los has hecho tú?
Pedro sonrió y a ella le pareció que estaba algo avergonzado. Le gustaba aún más por ser capaz de mostrar su lado más sensible, y eso hacía que confiara más en él. Si consiguiera aceptar a Marcos y a Abril, ella podría dar rienda suelta a todo lo que sentía por él. Aunque lo cierto era que no estaba haciendo demasiado por controlarlo. Siguiendo un impulso, le pasó los brazos por el cuello y tiró de él para besarlo.
-¡Vaya! -su exclamación de sorpresa se acalló en cuanto sus bocas se tocaron.
Fue un beso breve y tierno, era más bien una promesa. Después de besarlo, Paula se quedó apoyada en su pecho.
-¿Qué haces, mami?
Al darse la vuelta se encontró con las miradas de sus hijos, que los escudriñaban como si fueran dos zoólogos estudiando una rara especie animal. Intentó separarse de Pedro, pero él no la dejó.
-Creo que quieren estar en privado -dedujo Marcos.
-Pues vámonos -convino Abril y, acto seguido, como si ya lo hubieran ensayado antes, desaparecieron en la trastienda.
-Ahora ya puedes soltarme -le dijo Paula dándole un pequeño codazo.
-¿Por qué? Me gusta estar así. Además, Abril y Marcos tienen que saber que no son los únicos con derecho a tenerte.
-¿Con derecho? ¿Qué pasa, estás marcando tu territorio? -le preguntó encogiendo la nariz ante tal idea, lo que provocó que él se echara a reír.
-Lo que quería decir era que a lo mejor va siendo hora de que vean que su mamá es algo más que una mamá.
Le hizo cosquillas y consiguió que por fin la soltara.
-¿Y qué tiene de malo ser una mamá?
-Bueno, no hago más que meter la pata. Será mejor que me largue antes de que me eches.
Haría falta mucho más que eso para que acabara echándolo, especialmente ahora que había visto que había mostrado interés por los niños.
-Pedro -lo llamó con un susurro-, los gemelos tenían razón. Creo que ha llegado la hora de que nos busquemos un momento y un lugar para estar en privado tú y yo.
-Amen -respondió él con una enorme sonrisa.
Paula sintió un escalofrío. Acababa de comprometerse.
jueves, 31 de octubre de 2019
UN HOMBRE MUY ESPECIAL: CAPITULO 29
Pedro miró con frustración la estantería que acababa de hacer. A pesar de haberla medido una y mil veces, seguía torcida.
Parecía que la galería comenzaba a tomar forma. Pero no quería gastar más dinero en el negocio, prefería dejarlo para hacer algún viaje, como por ejemplo a México, para pescar con sus amigos. También necesitaba saber que le resultaría fácil cortar los lazos con Paula si decidía que había llegado el momento de volar.
Aunque parecía que esos lazos cada vez eran más fuertes. Durante el día escuchaba su máquina de coser, o la oía hablar con los clientes… Lo cierto era que estaba más pendiente de ella que del trabajo que tenía enfrente de sus propias narices. Tenía que admitirlo, había quedado atrapado en el mismo instante que cayó en la trampa de los gemelos.
-¿Nos haces algo?
Con el susto de oír aquella vocecilla de repente, Pedro se pegó un martillazo en el dedo.
Los gemelos lo observaban con cara de inocencia, pero él no pudo sino devolverles una mirada de tremenda rabia.
-¡Maldita sea! ¿Es que nadie os ha enseñado que no podéis colaron en los sitios de esta manera?
-No -respondió Marcos alegremente.
-De lo que estoy seguro es de que vuestra madre os ha dicho que no os metáis aquí sin permiso.
-¿Nos haces algo? -volvió a preguntar Abril como si Pedro no hubiera dicho ni palabra-. Mamá nos dijo que habías hecho el árbol del que colgaban los globos, lo tiene al lado de la cama. A nosotros también nos gustan los globos.
Pedro parpadeó para volver a concentrarse en esa alocada conversación, ya que se había quedado pensando en que Paula tenía su árbol junto a la cama.
-Pero los globos no los hice yo.
-No importa. Entonces haznos otra cosa.
«¡Qué niños tan encantadores!»
Tuvo que hacer un gran esfuerzo para relajarse y no dar rienda suelta al mal genio que se estaba apoderando de él. Dado que parecía que iba a tener que tomarse un descanso, dejó el martillo sobre la estantería.
-¿Y por qué iba yo a querer haceros algo?
-Porque si lo haces, le diremos a mamá que nos caes bien.
Nada como un poco de chantaje.
-¿Y qué os parece si vuelvo a llevaros con vuestra madre y le digo lo que habéis venido a hacer?
-Tú no harías eso -advirtió Abril con total seguridad.
-¿Por qué no?
-Porque mamá se pondrá muy triste si se entera de que hemos vuelto a pasar por el túnel, y tú no quieres ponerla triste -añadió con una malévola sonrisa.
Aunque se tratara de un chantaje puro y duro, tenía que reconocer que lo que decía era cierto.
No quería molestar a Paula por una tontería así. Parecía que por fin estaba consiguiendo poner en orden su vida y eso era lo que él deseaba para ella. Y no solo porque ella fuera feliz.
-Tenéis razón. Vuestra madre me gusta mucho -y eso era quedarse corto-. Bueno, ¿y para qué habéis venido?
-Estaba demasiado ocupada como para controlarnos y hay otra mujer en ropa interior en nuestro cuarto de juegos, así que decidimos dejarla «en pirado».
-¿Cómo?
-Sí -empezó a explicarle Marcos-. Mamá nos ha dicho que las clientas prefieren estar «en pirado» cuando se quitan la ropa.
-Probablemente quería decir en «privado» -corrigió Pedro reprimiendo la risa-. A veces la gente quiere estar sola, a eso se le llama «estar en privado».
-Ya, como cuando tú miras a todos lados antes de besar a mamá.
Estaba claro que no había mirado con demasiada atención.
-Sí, más o menos como eso.
Entonces los gemelos empezaron a dar vueltas por la galería, justo como lo había hecho su madre unas semanas antes: tocándolo todo, probando cada uno de los instrumentos…. Y poniendo a Pedro al borde de un ataque de nervios.
«Relájate. Déjalos que miren y que toquen lo que quieran. Prometiste que pasarías más tiempo con ellos. ¿Qué más da si se cae algo y se rompe en mil pedazos? ¿Qué importaría que hubieras tardado treinta horas en hacerlo?»
Justo cuando estaba intentando convencerse para tener paciencia, tuvo que dar un salto para atrapar, a ras del suelo, un instrumento de ébano que se le había escurrido a Marcos de las manos.
-Ya que esa mujer quiere estar en privado, ¿podemos jugar aquí? -le preguntó Marcos como si estuviera acostumbrado a que la gente tuviera que saltar para agarrar al vuelo las cosas que él tiraba.
-Chicos, hoy no es un buen día. Tengo muchas cosas que hacer.
-No tienes tiempo para estar con nosotros -resumió Abril con tristeza-. Igual que papá. Venga, Marcos, vámonos -le dijo a su hermano-. Un papá de verdad nunca sería tan malo.
-Maldita sea -protestó Pedro en cuanto hubieron salido de allí.
Había vuelto a meter la pata. Ahora esos dos irían corriendo a decirle a su madre lo mal que se había portado con ellos. Tenía que hacer algo.
UN HOMBRE MUY ESPECIAL: CAPITULO 28
Pasaron volando dos semanas, y fueron las más felices de la vida de Paula. Fueron los cuatro juntos a cenar, a jugar al parque o a patinar a la pista de hielo. Los gemelos se estaban portando tan bien, que había empezado a preguntarse si los verdaderos Abril y Marcos no habrían sido abducidos y sustituidos por dos impostores mucho más tranquilos y educados. Los observó jugando en la trastienda y pensó que ojalá siguieran así las cosas.
-Vaya, bonito… payaso -dijo mirando la figura de arcilla que habían hecho.
-No es un payaso -respondió Marcos-. Es nuestro verdadero papá.
Los psicólogos ya le habían advertido que la rabia y el enfado acabarían aflorando en sus hijos y, obviamente, un Aldo que pudieran estrujar era una buena manera de liberar su enfado hacia él. Paula se quedó mirándolos en silencio unos segundos.
-Hablando de papás… quiero preguntaros algo.
-¿El qué? -respondieron al unísono pero sin levantar la cabeza de su figurita.
-¿Cómo es que no le habéis hecho a Pedro el juego del papá?
Ninguno de los dos dijo ni una palabra durante un largo rato.
-Porque nos dijiste que no lo hiciéramos -respondió Marcos por fin.
-Hay un montón de cosas que os digo que no hagáis y aun así las hacéis. ¿Por qué ahora sí me habéis obedecido?
-Porque esto es importante -esa vez fue Abril la que contestó-. Además, Pedro nos cae bien. Es estupendo.
-Eso está muy bien, yo también creo que es estupendo. Pero, de todos modos, os habéis estado comportando de una manera muy rara últimamente.
-Solo hemos sido buenos.
-Eso es precisamente a lo que me refiero. Sé que os dije que Pedro no está acostumbrado a estar con niños, pero eso no quiere decir que tengáis que actuar como robots…
-Es que queremos gustarle -explicó Abril-. No queremos que se vaya como hizo papá.
Directo al corazón.
-Pero eso no fue culpa vuestra. Veréis, lo que quiero que hagáis es que os comportéis con normalidad, dejad que llegue a conoceros como realmente sois.
Marcos soltó la arcilla un momento.
-¡Bieeeen! ¿Eso significa que podemos…?
Paula levantó la mano para detenerlo antes de que fuera demasiado tarde.
-No, no podéis hacerle el juego del papá, ni atarlo, ni pintarle la furgoneta ni nada parecido. Solo… sed vosotros mismos. Pero con mejores modales. ¿De acuerdo?
-De acuerdo.
En ese momento sonó la campanilla de la puerta de la tienda.
-Debe de ser mi próxima clienta. Chicos, necesito que salgáis de aquí un rato para que pueda probarse el vestido. ¿Por qué no vais a jugar a casa un rato?
Marcos y Abril aplastaron el Aldo de arcilla y salieron de allí corriendo.
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