viernes, 1 de noviembre de 2019
UN HOMBRE MUY ESPECIAL: CAPITULO 31
Aquello iba a ser más difícil de lo que creía, pensó Paula mientras desayunaba. ¿Cómo iba a encontrar un momento y un lugar de tranquilidad para estar con Pedro? Contempló la posibilidad de conducir más de doscientos kilómetros para llevar los niños a su abuela, pero no podía soportar la idea de tener que aguantar las preguntas de su madre. Después pensó en pedirle a Male que se los llevara a pasar la noche a su casa, pero la escena podría ser incluso peor que con su madre. No, no, seguro que su amiga acabaría haciendo una danza de agradecimiento o algo parecido. Necesitaba una solución que no la hiciera perder la dignidad. Y la necesitaba ya.
-¿Tienes alguna otra idea brillante? -le preguntó a Pedro, que hasta el momento solo había propuesto mandarlos a una academia militar, aunque había reconocido que habría pocas probabilidades de encontrar una con servicio de guardería. Paula no estaba del todo segura de que estuviera bromeando.
-En realidad, tengo varias -dijo con toda tranquilidad justo antes de dar un largo sorbo de café.
-¿Y tienes intención de compartir alguna de ellas conmigo?
-Cuando llegue el momento.
-El momento llegó hace más de una semana - protestó ella mientras miraba el pastel que Pedro ni siquiera había tocado-. Bueno, ¿vas a comerte eso o no?
Él se echó a reír con ganas.
-¿De qué te alimentabas antes de que yo empezara a traerte el desayuno?
-Es que cuando estoy nerviosa como. ¿Te parece bien?
-¿Y ahora estás nerviosa? -le preguntó en tono provocador.
-Sí.
-¿Qué pasa, es que ya no puedes esperar más?
-Eres un poco engreído, ¿no?
-A lo mejor es porque tengo motivos para serlo -siguió bromeando.
Pero ese era precisamente el motivo por el que Paula estaba tan nerviosa. Ella no tenía ningún motivo para pensar que tuviera aptitudes para… bueno, para «eso». Con Aldo nunca había habido nada que fuera como para tirar cohetes.
Y aunque sabía que Pedro estaba bromeando, parecía estar tan seguro de su sexualidad como ella asustada. Lo único que quería era quitárselo de en medio cuanto antes y luego huiría a casa de sus padres y se encerraría durante una década o más.
-Oye, ¿estás bien?
-¿Qué? Ah, sí… sí, estoy bien.
-A mí no puedes engañarme -le dijo poniéndose en pie y tomándola entre sus brazos- Todo va a salir bien, mejor que bien.
Entonces la besó y la hizo pensar que quizá tuviera razón; al estrecharla aún con más fuerza, Paula quedó convencida de que, efectivamente, todo iba a salir bien.
-Vaya, parece que has estado muy ocupada -dijo una voz desde la puerta de la trastienda.
-¡Tía Celina! -saludó Paula intentando separarse de Pedro.
Bien por su dignidad, pensó mientras observaba avergonzada el rostro victorioso de su tía.
Pero…, ¿por qué tenía esa expresión en la cara? Aquello le olía a conspiración.
-¿Es que no va a haber un saludo en condiciones para la tía pródiga?
-Hola, Celina -dijo por fin Pedro-. ¿Qué tal te ha ido?
-Muy bien, gracias. Os preguntaría que habéis hecho vosotros en este tiempo, pero no soy tan vieja como para no reconocer el abrazo de dos amantes cuando lo veo.
-Sí, probablemente porque lo has experimentado unas cuantas veces -respondió Pedro con una carcajada.
Se acercó a ellos comprobando que nada había cambiado a su alrededor.
-¿Y qué le ha pasado a tu pelo, Pedro?
-Fue sacrificado por la causa.
-Y parece que tú has sobrevivido a mi ausencia, diría incluso que tu estado de ánimo ha mejorado desde mi marcha -esa vez era a su sobrina a la que examinaba.
-He estado bien.
-¿Solo bien? -preguntó Pedro, ofendido.
Notó cómo se le iban sonrojando las mejillas más y más.
-De acuerdo. He estado genial, Celina, mejor que en mi vida. Bienvenida.
Su tía seguía mirándola con una sonrisa que parecía querer decir: «te lo dije».
-Bueno, muchas gracias. Supongo que Marcos y Abril están en la escuela aprendiendo nuevas formas de sorprender y aterrorizar -Paula asintió-. ¿Sabes? He echado de menos a esos dos diablillos más de lo que pensaba. La vejez debe de estar ablandándome.
Celina miró primero a su sobrina y luego a Pedro antes de hablar:
-Creo que voy a llevarme a los niños a pasar el fin de semana conmigo. Creo que con eso será suficiente para compensar el tiempo que he estado sin ellos, ¿no creéis? También estoy segura de que vosotros ya encontraréis algo con lo que pasar el tiempo -entonces miró a Pedro de forma extraña, como desafiándolo a llevarle la contraria.
-Eres una joya, Celina -dijo él volviéndose a Paula-. Tengo que volver a trabajar. Luego hablamos, preciosa.
Paula esperó a que Pedro hubiera salido para recuperar al menos parte de la compostura y poder hablar con normalidad.
-¿Y qué te ha traído de vuelta?
-Algo me dijo que podía ser buen momento para regresar.
-¿Algo? ¿No será más bien alguien?
-Está bien… El otro día llamé a Pedro y me comentó que…
-¿Que llamaste a Pedro?
-Te prometo que era la primera vez que lo hacía. Solo quería saber cómo iban las cosas.
-¿Qué cosas? -ahora ya sí que no entendía nada.
-Pues su galería, claro.
-Claro.
-No me he entrometido -aclaró de pronto Celina sin darse cuenta al principio de que negar algo así sin que nadie se lo hubiera preguntado era en realidad como afirmar todo lo contrario-. Bueno… quizá sí le diera un pequeño empujón en la dirección adecuada. Pero el resto ha ocurrido gracias a vosotros mismos. Y cuando he entrado, daba la sensación de que sabíais perfectamente lo que estabais haciendo. La habitación sigue llena de hormonas -añadió riendo-. Además, te prometo que es cierto que he echado mucho de menos a Abril y a Marcos y me apetece mucho llevármelos un par de días. Así que, ¿por qué no subes a casa, te das un baño caliente y te mimas un poco? Y por favor, deja de ruborizarte. Para tener dos hijos, parece que no hubieras tenido una noche romántica en toda tu vida.
-Pues más o menos -respondió ella en voz baja antes de darle las gracias.
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