viernes, 1 de noviembre de 2019

UN HOMBRE MUY ESPECIAL: CAPITULO 30




-Os encontraré tarde o temprano -amenazó Paula mientras se alejaba a propósito de las risillas que salían de debajo de un escritorio-. Sé que estáis por aquí en algún sitio.


Cuando Abril y Marcos habían aparecido pidiéndole que jugara con ellos al escondite, su primer impulso había sido decirles que no podía; pero enseguida se dio cuenta de que eso era lo que les había dicho últimamente cada vez que habían querido que jugara con ellos. Así que, allí estaba ella después de una dura jornada de trabajo, mirando debajo de todos y cada uno de los muebles de la tienda.


-¿Eso que veo debajo del sofá son vuestros pies? -preguntó dándoles la espalda y sabiendo que los gemelos la estaban viendo; por eso estaba de rodillas y moviendo el trasero cuando se oyó la campanilla de la puerta y entró alguien. 


Con un suspiro, Paula se quejó de la casualidad de estar en tal posición justo enfrente de la puerta.


-¿No nos ha pasado esto ya antes?


La voz profunda y sexy de Pedro hizo que un escalofrío le recorriera la columna vertebral. Se dio la vuelta inmediatamente y se puso en pie.


-Lo sé. Tenemos que dejar esta costumbre, ¿verdad? -notó que llevaba algo en la mano y sonrió. Pedro la había acostumbrado a hacerle pequeños regalos, nada lujoso ni caro, solo pequeños detalles como jabones perfumados-. ¿Qué llevas en esa bolsa?


-Es una sorpresa.


Paula se acercó con la mano extendida.


-Pero no es para ti -añadió él, sonriente-. ¿Dónde están Abril y Marcos?


Aquello la dejó boquiabierta, era la primera vez que preguntaba por ellos por su nombre; normalmente eran los dos pequeños demonios o algún apelativo cariñoso como ese.


-Ahí los tienes.


Los dos niños salieron de su escondrijo sin decir ni palabra y esperaron sin moverse hasta que Pedro estuvo a su lado.


-Hola, chicos. Os he hecho una cosa -anunció rebuscando en la bolsa-. Se llaman guairas.


Ambos empezaron a mirar su regalo por todos lados totalmente maravillados y llenos de respeto. En pocos segundos, acabaron por llevárselos a la boca y producir un sonido que a punto estuvo de reventarles el tímpano a su madre y a Pedro. Paula se puso las manos en los oídos.


-Regalos de abuela -murmuró.


-¿Qué? -le preguntó él, confundido.


-Así se les llama a los juguetes que hacen tanto ruido -tuvo que explicárselo aún más al ver que él seguía sin comprenderlo-: Solo a alguien que no vive con niños podría ocurrírsele regalar una cosa así.


-De todos modos, he debido hacer algo mal al montarlos porque normalmente no suenan tan alto. Te lo prometo.


De pronto, a Paula ya no le importaba el ruido que hicieran, sino lo que significaban.


-¿Los has hecho tú?


Pedro sonrió y a ella le pareció que estaba algo avergonzado. Le gustaba aún más por ser capaz de mostrar su lado más sensible, y eso hacía que confiara más en él. Si consiguiera aceptar a Marcos y a Abril, ella podría dar rienda suelta a todo lo que sentía por él. Aunque lo cierto era que no estaba haciendo demasiado por controlarlo. Siguiendo un impulso, le pasó los brazos por el cuello y tiró de él para besarlo.


-¡Vaya! -su exclamación de sorpresa se acalló en cuanto sus bocas se tocaron.


Fue un beso breve y tierno, era más bien una promesa. Después de besarlo, Paula se quedó apoyada en su pecho.


-¿Qué haces, mami?


Al darse la vuelta se encontró con las miradas de sus hijos, que los escudriñaban como si fueran dos zoólogos estudiando una rara especie animal. Intentó separarse de Pedro, pero él no la dejó.


-Creo que quieren estar en privado -dedujo Marcos.


-Pues vámonos -convino Abril y, acto seguido, como si ya lo hubieran ensayado antes, desaparecieron en la trastienda.


-Ahora ya puedes soltarme -le dijo Paula dándole un pequeño codazo.


-¿Por qué? Me gusta estar así. Además, Abril y Marcos tienen que saber que no son los únicos con derecho a tenerte.


-¿Con derecho? ¿Qué pasa, estás marcando tu territorio? -le preguntó encogiendo la nariz ante tal idea, lo que provocó que él se echara a reír.


-Lo que quería decir era que a lo mejor va siendo hora de que vean que su mamá es algo más que una mamá.


Le hizo cosquillas y consiguió que por fin la soltara.


-¿Y qué tiene de malo ser una mamá?


-Bueno, no hago más que meter la pata. Será mejor que me largue antes de que me eches.


Haría falta mucho más que eso para que acabara echándolo, especialmente ahora que había visto que había mostrado interés por los niños.


-Pedro -lo llamó con un susurro-, los gemelos tenían razón. Creo que ha llegado la hora de que nos busquemos un momento y un lugar para estar en privado tú y yo.


-Amen -respondió él con una enorme sonrisa.


Paula sintió un escalofrío. Acababa de comprometerse.




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