viernes, 4 de octubre de 2019

LOS SECRETOS DE UNA MUJER: CAPITULO 15




—Por cierto, perdona por llegar tarde —le dijo Hernan.


Pedro encendió el gas de la parrilla y se separó un poco cuando se prendió el fuego.


—Tu tardanza no tendría nada que ver con la rubia que te acompañó hasta el barco, ¿no?


—Bueno, a lo mejor un poco.


—Y, ¿qué es lo que le prometiste?


—Ahí está lo mejor de toda la situación. No le he prometido nada y a ella no le importa en absoluto.


—¿No te parece que es un poco joven para ti?


—No me he fijado.


—¿No viste la mochila rosa de la Barbie que llevaba a sus espaldas?


Hernan puso los ojos en blanco.


—No era tan joven, Pedro.


—Entonces, ¿de qué hablas con alguien de su edad?


—Lo cierto es que hay algunos temas que son intergeneracionales.


—¿Aunque seas dos o tres generaciones mayor que ella?


—Venga, hombre. No le llevo tanta edad.


—No, claro que no —repuso Pedro con tono irónico—. Si os dedicarais a la publicidad, tú podrías hacer el papel de su padre en cualquier anuncio.


—¡Eso me ha dolido!


—Sí. Me temo que la verdad es un arma afilada.


—Eso ya lo sé. A ver que tal te sienta a ti esta otra verdad. Yo prefiero disfrutar de cada momento de felicidad que me da la vida que pasar por ella sin aprovecharla.


—Supongo que si piensas eso es porque tenemos distintas maneras de ver las cosas —le dijo Pedro mientras empezaba a poner el pescado sobre la rejilla de la parrilla.


Hernan se volvió y miró a Paula Chaves y Margo Sheldon, sentadas al otro lado de la cubierta y charlando animadamente.


—Empiezo a pensar que, después de todo, voy a tener que darte las gracias por invitarme a este viaje —le dijo Hernan mientras las miraba—. Son dos chicas bastante atractivas. Y, ¡qué casualidad!, nosotros somos dos chicos solteros y disponibles. Es el plan perfecto, yo no lo habría hecho mejor. Me da la impresión, por supuesto, de que Margo, la estudiosa, es más de tu tipo.


Pedro se puso a cortar rebanadas de pan en la mesa que había colocada al lado de la barbacoa.


—Olvídate de todo eso, Hernan. No eres Hugh Hefner, el sexagenario fundador de Playboy. Y ellas, por si no te habías dado cuenta ya, no son conejitas.


—¿Dejarías que pasara a tu lado una oportunidad como ésta sin hacer nada? —preguntó Hernan completamente confundido.


—¿Eres buen nadador?


—Bastante bueno. Pero…


—Si no quieres que te obligue a demostrármelo volviendo a nado a Miami, será mejor que dejes de agobiarme con el tema.


Hernan abrió la boca para protestar, pero cambió de opinión y volvió a cerrarla.



LOS SECRETOS DE UNA MUJER: CAPITULO 14




Era algo de lo más inusual. Margo era siempre la que escuchaba, no la que hablaba mientras otros atendían.


No podía recordar cuándo se había sentido tan cómoda con una extraña como lo estaba entonces con Paula. Tanto como para hablar de ella misma.


Una vez había escuchado a uno de sus estudiantes hablando de ella. El joven decía que Margo podía haber sido un personaje de una novela de Jane Austen. Les daba la impresión de ser extremadamente reservada y tímida. 


Estaba segura de que el comentario del alumno no pretendía ser un halago hacia su persona, pero lo cierto era que no le había molestado la referencia literaria. Una de sus obras preferidas era Orgullo y prejuicio y, de haber tenido la oportunidad, habría cambiado su vida por la de la protagonista de la novela de Jane Austen sin pensárselo dos veces.


Pero su vida pertenecía al siglo XXI, no al XIX. 


Le daba la impresión de que estaba siempre fuera de lugar.


No podía decirse lo mismo de Paula Chaves.


Se daba cuenta de que ella encajaba. En aquel de escenario de película, con el Caribe al fondo, parecía estar en su salsa. Podía haber sido incluso la protagonista de la portada de alguna revista de elegancia y glamour.


Por eso le había extrañado tanto que se hubieran pasado tres cuartos de hora charlando como si tuvieran mucho en común. Lo que más le había sorprendido había sido darse cuenta de que aquella mujer la escuchaba de verdad. 


Margo estaba acostumbrada a que la gente asintiera y le diera la razón sin detenerse a atender sus explicaciones. Nunca le había llamado la atención la falta de interés de la gente en su profesión. Después de todo, los detalles de la Física Cuántica no eran un tema de conversación que diera para mucho. Para ella, en cambio, lo era todo.


Cuando empezó a contarle con demasiado detalle lo que hacía cada día, Paula, al contrario que la mayor parte de la gente, cambió de tema con mucho tacto y le hizo algunas preguntas más personales. Parecía interesada en saber cómo era ser mujer y tener que trabajar en un mundo que estaba monopolizado por hombres. 


También quiso saber si soñaba con cambiar algún día de profesión y hacer algo diferente. La última pregunta fue la que más le sorprendió. 


Paula le preguntó si había hombres guapos en su departamento de investigación en Harvard.


Casi se atragantó con el té helado.


—¿Estás bien? —le preguntó Paula mientras le daba unos golpecitos en la espalda.


—Sí… Sí —repuso ella mientras tosía y se aclaraba la garganta.


—¿Ha sido por algo que he dicho?


—No, no. Pero la verdad es que nunca me habían preguntado eso.


—¿Por qué no?


—Bueno… La verdad es que no soy una experta en la materia.


—¿Por qué? —le preguntó la mujer con sorpresa.


—Supongo que… Bueno, no se puede decir que sea una autoridad en lo que se refiere a esas cosas.


—¿Y quién lo es? Los hombres son tan cambiantes… Cuando crees que conoces a uno, se transforma en algo completamente diferente.


Margo se rió.


—Bueno, no se que decirte. La verdad es que no suelo salir con chicos.


—¿No hay muchas oportunidades en la universidad para eso?


—Supongo que sí, pero no para alguien como yo —repuso ella intentando no parecer disgustada.


Paula la miró con detenimiento durante unos segundos.


—Y, ¿cómo eres, Margo Sheldon? Cuéntamelo.


No era la primera vez que le hacían esa pregunta. Se la habían hecho profesores o asesores profesionales, pero nunca alguien como Paula ni en una situación como aquella. 


Porque lo que de verdad quería saber era cómo se definía ella misma como posible objeto de interés de algún hombre.


—No tengo ni idea —contestó con brutal sinceridad después de un momento.


—Bueno, ¿no te parece que este viaje puede ser la oportunidad perfecta para descubrirlo?





LOS SECRETOS DE UNA MUJER: CAPITULO 13





No entendía qué le pasaba.


Se quedó mirando el horizonte desde la cubierta y dejando que la brisa agitara su pelo. Le entraron ganas de echarse a reír. No entendía cómo podía sentirse tan contenta al haber conseguido sorprender a Pedro Alfonso al decirle que sabía cocinar. Estaba claro que él había asumido lo contrario. Y había estado en lo cierto. No sabía que iba a preparar para el desayuno del día siguiente. Esperaba que a todo el mundo le encantara tomar cereales por la mañana, porque ella no iba a ser capaz de hacer ninguna otra cosa.


Se sentó en una silla. Quería disfrutar de lo que quedaba de atardecer. El sol estaba a punto de sumergirse en el océano. Había algo de aire y el velero se dejó mecer suavemente por las olas, como si fuera una cuna.


Sintió algo de malestar en el estómago, pero se le pasó pronto. Se imaginó que sólo era cansancio después de un viaje tan largo. Había conducido directamente desde el estado de Virginia hasta el de Florida. Sólo había parado para ir al servicio y tomarse un café de vez en cuando. No había querido detenerse más, estaba deseando alejarse de allí y poner kilómetros entre ella y su ex marido.


Margo Sheldon se acercó a ella y le ofreció una botella de agua mineral. Su sonrisa reflejaba algo de inseguridad.


—Pensé que a lo mejor tendrías sed —le dijo.


—Gracias —repuso ella mientras señalaba la silla a su lado—. Siéntate, por favor.


Margo hizo lo que le sugería. Se sentó al borde de la silla y con la mano se alisó los bermudas. 


Ya se había quitado las medias y la oscura falda con la que había subido a bordo. También se había quitado la chaqueta, pero aún llevaba la blusa blanca abotonada hasta el cuello.


Se ajustó sus gruesas gafas, que no tardaron ni dos segundos en volver a deslizarse por su nariz.


—A ver qué sale de allí —le dijo Margo mientras señalaba la parrilla y los lenguados que estaban esperando ser cocinados.


Tenía una voz fuerte y algo ronca, no era la que podría esperarse por su apariencia. Paula abrió la botella y tomó un trago de agua.


—Sí, a ver que consiguen cocinar.


Margo miró a los dos hombres que estaban concentrados en encender el fuego de la parrilla.


—Un par bastante interesante, ¿no?


Paula los miró también.


—Sí…


—Mi padre fue el que organizó este viaje así que yo no sabía muy bien qué era lo que me iba a encontrar. Pero…


—No se parece en nada a lo que te habías imaginado, ¿verdad? —la interrumpió Paula—. A mí me ha pasado lo mismo.


Se quedaron calladas durante unos minutos.


Ninguna de las dos fue más allá en sus explicaciones.


Vio cómo Margo miraba a Hernan y le dio la impresión de que sus ojos reflejaban cierto anhelo. No había anillos en las manos de la joven. Supuso que no estaría casada, ya que además estaba de vacaciones con su padre. Un padre que parecía una de las personas más aburridas que había conocido en su vida.


Margo tenía una piel tersa y lisa. Sus ojos, que sobresalían por encima de las gafas, eran de un bonito color azul. Su peinado y la ropa que llevaba hacían que pareciera mayor de lo que era. A Paula le pareció intuir que la joven estaba muy sola y eso hizo que quisiera acercarse más a ella, aunque acababa de conocerla.


—Háblame de tu trabajo —le pidió.


Margo la miró sorprendida. Le dio la impresión de que no estaba acostumbrada a que nadie se interesara por lo que hacía.




jueves, 3 de octubre de 2019

LOS SECRETOS DE UNA MUJER: CAPITULO 12




El atardecer teñía de rosa el horizonte mientras dejaban el puerto de Miami a sus espaldas.


Hernan había aparecido a bordo del Gaby llevando la camisa hawaiana más estridente que había visto en su vida. Se hizo enseguida con los pasajeros, sobre todo con las hermanas Granger. A las señoras les encantó que Hernan halagara sus idénticos y coloridos vestidos.


Pedro tenía algo muy claro. Con Hernan en el barco, nadie iba a tener tiempo para aburrirse.


Llevaban media hora navegando cuando le cedió el timón a su amigo. Se dirigió hacia la cocina con pescado que acababa de sacar del arcón frigorífico que había en cubierta. Al pie de las escaleras, tuvo que echarse a un lado para no chocarse con Paula Chaves, que salía de su camarote.


La mujer dio un respingo al ver los peces que llevaba en su mano y se aplastó contra la pared más cercana.


—Lo siento, no pretendía asustarla —le dijo él sin apartar el pescado de la cara de la mujer.


—No lo ha hecho —contestó ella.


—A Hernan no le vendría nada mal tener un ayudante en la cocina. Sabe cocinar, ¿no?


—Claro —repuso ella sin vacilar un instante.


—Me alegro. Puede empezar mañana por la mañana. Hernan le dirá dónde está todo.


Ella no dejó que sus palabras la amedrentaran.


—Puedo empezar ahora con el pescado, si quiere. Lo cierto es que el lenguado es una de mis especialidades. Y esos son lenguados, ¿verdad?


—Sí, así es —repuso él sin poder ocultar su sorpresa.


Pero no acababa de convencerlo. Esa mujer tenía las uñas perfectas, como si acabara de salir de un salón de manicura.


—Pasa mucho tiempo en la cocina, ¿no? —le preguntó él.


Ella se guardó las manos en los bolsillos.


—Los guantes me han salvado la vida…


—Intentaré recordarlo —repuso él yendo hacia la cocina.


—¿Está seguro de que no quiere que fría los lenguados? —preguntó ella con seguridad en su voz.


—Esta noche no hace falta. Pero ya le diré a Hernan que cuente con usted para mañana.


—Muy bien —repuso ella.




LOS SECRETOS DE UNA MUJER: CAPITULO 11




El teléfono móvil de Paula no recibía cobertura desde la cubierta del Gaby. Decidió acercarse a una cabina de teléfonos que había visto antes en el muelle.


Se acercó hasta allí y marcó el número de su servicio de mensajes. Cargó la llamada en su tarjeta de crédito. Le preocupaba un poco que Agustin pudiera hacer que alguien investigara su paradero y que esa persona pudiera localizarla por el rastro que estaba dejando su tarjeta de crédito, pero decidió no agobiarse por eso. En un par de horas saldría de allí y Agustin no podría encontrarla en medio del mar.


Escuchó el primer mensaje.


—Paula, ¿dónde estás?


Era de Agustin. Parecía muy enfadado. Debía de haber vuelto a casa antes de lo previsto. No pudo evitar sonreír al imaginar su frustración al ver que no estaba la bolsa de piel en su vestidor.


—¿Cómo te has podido atrever a entrar así en mi casa? Me encontré un papelito con los códigos de seguridad que estuviste probando. Quiero que me devuelvas esa bolsa y que no falte ni un billete. ¡Y la quiero ahora!


Escuchó el fuerte sonido que su ex hizo al colgar el teléfono.


El segundo mensaje también era de Agustin. Esa vez le hablaba con menos hostilidad. 


Estaba intentando parecer más conciliador para intentar convencerla.


—Venga, Paula. Todo esto es ridículo. Necesito esa bolsa. De otra forma, va a pasar algo horrible. ¿Por qué no quedamos para hablar?


Iba a cansarse de esperarla si pensaba que iba a llamarlo para verlo y charlar.


Había otros tres mensajes de su ex marido. En los dos primeros aún estaba bastante tranquilo. 


En el último estaba ya fuera de sí. Nunca lo había oído tan enfadado. O quizá fuera desesperación lo que había en su voz.


Estaba satisfecha con el resultado. Le encantaba ver que estaba sufriendo.


El último mensaje era de Juan. Parecía bastante preocupado.


—Paula, Agustin me ha llamado cuatro veces durante la última hora. Quería saber dónde estás. Ha amenazado con llamar a la policía. Creo que deberías hablar con él.


Colgó el auricular. No le preocupaba que Agustin llamara a la policía. Le hubiera encantado ver cómo explicaba a las autoridades de dónde había salido todo el dinero en efectivo que tenía escondido en su vestidor.


Salió de la cabina y volvió hasta el barco. Estaba deseando salir de allí cuanto antes. No era lo que esperaba de un crucero, pero tenía todos los ingredientes básicos de unas vacaciones. 


Estaría en el mar, disfrutando del sol y del cielo azul.


No creía que pudiera ser muy duro.



LOS SECRETOS DE UNA MUJER: CAPITULO 10




—No necesito flores ni nada parecido, pero no me importaría que me lo pidieras con educación —le dijo Hernan.



Estaba sentado cómodamente en la cubierta de su propio barco y parecía estar disfrutando mucho con la situación.


—¿Quieres venir con nosotros o no? —le preguntó Pedro.


—¡Eh! Cuidado con esas exigencias —repuso Hernan—. No tiene nada de extraño que a uno le guste ver que alguien lo necesita…


—Hernan, no estoy para bromas.


—Ya estás enfurruñándote de nuevo. Deberías mirarte la cara y dejar de hacer eso. Puede que te de un aire y te quedes así para siempre.


—¿Sabes qué? No…


—Te tomas todo demasiado en serio, Pedro —lo interrumpió Hernan.


—Tengo un barco lleno de gente esperando a que los lleve de crucero durante diez días. No puedo hacerlo sin tu ayuda. A mí me parece que el tema es bastante serio, así que no sé por qué te extraña que esté algo irritado.


Hernan inclinó la cabeza y asintió. Parecía entender por fin su postura.


—De acuerdo. Muy bien —repuso levantando la mano—. Iré, iré. ¿Qué plan tienes?


—Saldremos sobre las cinco de la tarde. ¿Podrás estar allí a esa hora?


—Creo que sí.


—Genial. Gracias, hombre. Te lo agradezco de verdad.


Hernan sonrió.


—La verdad es que me gusta la idea de que me debas un favor.


—Sólo espero que no me pidas mucho a cambio.


—No, no te preocupes. Sólo lo típico. Unas cuantas botellas de champán francés, un par de rubias…


—Eres totalmente predecible, Hernan —le dijo Pedro mientras se alejaba por el muelle.


—¿Puedo invitar a una chica al viaje? —le preguntó Hernan desde su barco.


—¡No!


—¿Ni siquiera una hinchable?


—Si no molesta al resto de pasajeros…


—Bueno, es bastante calladita.


—Ya me imagino.


—Y te la prestaría alguna noche, si quieres —añadió Hernan mientras reía sus propias gracias.


Le sorprendía que Pedro le hubiera pedido que sustituyera a Ramiro durante esos días.


Se daba cuenta de que, en cualquier otra situación, alguien como Pedro y él nunca podrían llegar a ser amigos. Eran los dos extremos opuestos de una misma filosofía de vida. Hernan creía que tenía que aprovechar todos los placeres de la vida. Encontrar la felicidad allá donde pudiera.


Pedro estaba demasiado ocupado dejando que fuera la vida la que se aprovechara de él para poder pararse a cambiarla.


Desde su punto de vista, Pedro necesitaba despertar de su letargo y darse cuenta de todo lo que estaba a su alrededor y que se estaba perdiendo. Había tenido mala suerte con su ex mujer, pero creía que la amargura que sentía ahora el capitán estaba convirtiéndolo en un hombre que ni siquiera se reconocía cuando se miraba al espejo.


Él lo sabía por experiencia. Había estado a punto de pasar por lo mismo. Su novia lo había dejado plantado en el altar, después de reconocerle que sólo había decidido casarse con él porque estaba interesada en su dinero. Había sido un golpe tan grande que, de haber tenido otra actitud más negativa, se habría quedado hundido por completo.


Una bella rubia con unas piernas larguísimas lo saludó desde el muelle.


—¡Hernan!


—Stella —contestó él al ver quién era.


La había conocido dos noches atrás en un bar de copas. Esa chica era su tipo. Guapa, joven y llena de energía positiva.


—Sube al barco —le dijo.


—Estaba buscándote —comentó ella mientras subía al barco con andares de modelo—. Ese chico con el que me he cruzado… ¿Era tu amigo Pedro?


—Así es. ¿Por qué? ¿Acaso ha intentado ligar contigo?


—Creo que ni siquiera me ha visto —repuso ella mientras lo abrazaba.


—Pobrecillo. ¿Te he dicho ya que tiene algunos problemas personales?


—¿Qué quieres decir con eso? ¿Que no es un mujeriego como tú? —repuso ella bromeando.


—¿Es eso lo que piensas de mí?


—Esa es tu reputación.


—De acuerdo. Lo admito.


Stella sacudió la cabeza.


—Bueno. Sabía lo que me iba a encontrar, pero he venido de todas formas.


—Has venido…


Ella le sonrió.


—Me ofreciste darme una vuelta en tu barco, ¿no lo recuerdas?


Él intentó recordar ese momento. Esa noche había bebido mucho y todos sus recuerdos estaban bastante borrosos.


—Claro que me acuerdo.


Ella miró a su alrededor. Parecía bastante impresionada.


—¡Vaya! Es un yate o algo así, ¿no?


—Algo así.


—¿Vives en él?


Hernan se encogió de hombros.


—Ya… Es increíble, ¿verdad? Intento no sentirme demasiado culpable por llevar esta vida de niño rico.


—Sería una perdida de tiempo lamentable.


—Estamos de acuerdo.


—Bueno, entonces… ¿Nos vamos? —le preguntó ella mientras le sonreía con picardía.


Esa sonrisa le decía que quizá no pudiera estar en el barco de Pedro a las cinco, tal y como le había prometido.


—He crecido en un estado del sur del país —le dijo él—. Y allí nos educan para ser caballeros y no decepcionar nunca a una dama.


—¡Que suerte he tenido!


Hernan alargó la mano para darle una vuelta por cubierta y enseñarle el barco.


—¿Por dónde quieres empezar?


—Creo que voy a dejar que seas tú el que tome esa decisión —repuso ella.


—Bueno, veo que eres una mujer flexible.


—Lo intento.


Hernan sonrió. No podía resistirse a mujeres como aquella.