jueves, 3 de octubre de 2019
LOS SECRETOS DE UNA MUJER: CAPITULO 10
—No necesito flores ni nada parecido, pero no me importaría que me lo pidieras con educación —le dijo Hernan.
Estaba sentado cómodamente en la cubierta de su propio barco y parecía estar disfrutando mucho con la situación.
—¿Quieres venir con nosotros o no? —le preguntó Pedro.
—¡Eh! Cuidado con esas exigencias —repuso Hernan—. No tiene nada de extraño que a uno le guste ver que alguien lo necesita…
—Hernan, no estoy para bromas.
—Ya estás enfurruñándote de nuevo. Deberías mirarte la cara y dejar de hacer eso. Puede que te de un aire y te quedes así para siempre.
—¿Sabes qué? No…
—Te tomas todo demasiado en serio, Pedro —lo interrumpió Hernan.
—Tengo un barco lleno de gente esperando a que los lleve de crucero durante diez días. No puedo hacerlo sin tu ayuda. A mí me parece que el tema es bastante serio, así que no sé por qué te extraña que esté algo irritado.
Hernan inclinó la cabeza y asintió. Parecía entender por fin su postura.
—De acuerdo. Muy bien —repuso levantando la mano—. Iré, iré. ¿Qué plan tienes?
—Saldremos sobre las cinco de la tarde. ¿Podrás estar allí a esa hora?
—Creo que sí.
—Genial. Gracias, hombre. Te lo agradezco de verdad.
Hernan sonrió.
—La verdad es que me gusta la idea de que me debas un favor.
—Sólo espero que no me pidas mucho a cambio.
—No, no te preocupes. Sólo lo típico. Unas cuantas botellas de champán francés, un par de rubias…
—Eres totalmente predecible, Hernan —le dijo Pedro mientras se alejaba por el muelle.
—¿Puedo invitar a una chica al viaje? —le preguntó Hernan desde su barco.
—¡No!
—¿Ni siquiera una hinchable?
—Si no molesta al resto de pasajeros…
—Bueno, es bastante calladita.
—Ya me imagino.
—Y te la prestaría alguna noche, si quieres —añadió Hernan mientras reía sus propias gracias.
Le sorprendía que Pedro le hubiera pedido que sustituyera a Ramiro durante esos días.
Se daba cuenta de que, en cualquier otra situación, alguien como Pedro y él nunca podrían llegar a ser amigos. Eran los dos extremos opuestos de una misma filosofía de vida. Hernan creía que tenía que aprovechar todos los placeres de la vida. Encontrar la felicidad allá donde pudiera.
Pedro estaba demasiado ocupado dejando que fuera la vida la que se aprovechara de él para poder pararse a cambiarla.
Desde su punto de vista, Pedro necesitaba despertar de su letargo y darse cuenta de todo lo que estaba a su alrededor y que se estaba perdiendo. Había tenido mala suerte con su ex mujer, pero creía que la amargura que sentía ahora el capitán estaba convirtiéndolo en un hombre que ni siquiera se reconocía cuando se miraba al espejo.
Él lo sabía por experiencia. Había estado a punto de pasar por lo mismo. Su novia lo había dejado plantado en el altar, después de reconocerle que sólo había decidido casarse con él porque estaba interesada en su dinero. Había sido un golpe tan grande que, de haber tenido otra actitud más negativa, se habría quedado hundido por completo.
Una bella rubia con unas piernas larguísimas lo saludó desde el muelle.
—¡Hernan!
—Stella —contestó él al ver quién era.
La había conocido dos noches atrás en un bar de copas. Esa chica era su tipo. Guapa, joven y llena de energía positiva.
—Sube al barco —le dijo.
—Estaba buscándote —comentó ella mientras subía al barco con andares de modelo—. Ese chico con el que me he cruzado… ¿Era tu amigo Pedro?
—Así es. ¿Por qué? ¿Acaso ha intentado ligar contigo?
—Creo que ni siquiera me ha visto —repuso ella mientras lo abrazaba.
—Pobrecillo. ¿Te he dicho ya que tiene algunos problemas personales?
—¿Qué quieres decir con eso? ¿Que no es un mujeriego como tú? —repuso ella bromeando.
—¿Es eso lo que piensas de mí?
—Esa es tu reputación.
—De acuerdo. Lo admito.
Stella sacudió la cabeza.
—Bueno. Sabía lo que me iba a encontrar, pero he venido de todas formas.
—Has venido…
Ella le sonrió.
—Me ofreciste darme una vuelta en tu barco, ¿no lo recuerdas?
Él intentó recordar ese momento. Esa noche había bebido mucho y todos sus recuerdos estaban bastante borrosos.
—Claro que me acuerdo.
Ella miró a su alrededor. Parecía bastante impresionada.
—¡Vaya! Es un yate o algo así, ¿no?
—Algo así.
—¿Vives en él?
Hernan se encogió de hombros.
—Ya… Es increíble, ¿verdad? Intento no sentirme demasiado culpable por llevar esta vida de niño rico.
—Sería una perdida de tiempo lamentable.
—Estamos de acuerdo.
—Bueno, entonces… ¿Nos vamos? —le preguntó ella mientras le sonreía con picardía.
Esa sonrisa le decía que quizá no pudiera estar en el barco de Pedro a las cinco, tal y como le había prometido.
—He crecido en un estado del sur del país —le dijo él—. Y allí nos educan para ser caballeros y no decepcionar nunca a una dama.
—¡Que suerte he tenido!
Hernan alargó la mano para darle una vuelta por cubierta y enseñarle el barco.
—¿Por dónde quieres empezar?
—Creo que voy a dejar que seas tú el que tome esa decisión —repuso ella.
—Bueno, veo que eres una mujer flexible.
—Lo intento.
Hernan sonrió. No podía resistirse a mujeres como aquella.
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