lunes, 1 de julio de 2019

CAER EN LA TENTACIÓN: CAPITULO 40




Él le acarició el rostro con suavidad y lo levantó hacia sí. Ella lo miró a los ojos con expresión seria. Él no esperaba que ella se echara a llorar, ya que Paula no era de las que sentían pena de sí mismas; pero tampoco esperaba aquella falta total de emoción.


—Paula, tienes un potencial increíble y tienes todo el derecho del mundo a hacer todo lo que puedas para alcanzar tus sueños.


Ella abrió la boca para contestar, pero él la detuvo.


—No estoy presionándote para que hagas nada —continuó él—, y si quieres que encienda el motor y nos marchemos, lo haré. Pero desearía que quisieras pasear conmigo por el campus, un rato, para ver qué se siente.. Quizás entonces querrías rellenar la inscripción que te llegó por correo el otro día.


—¿La viste, eh?


—Sí. Y ya que tú pediste que te la enviaran, deduzco que te interesa. Entonces, ¿por qué no dar una vuelta por aquí y animarte a rellenarlo en lugar de esconderlo en el cajón de tu ropa interior?


Ella se cruzó de brazos y enarcó una ceja.


—¿Y tú qué buscabas en el cajón de mi ropa interior?


Él puso los ojos en blanco.


—Tu lavadora no funcionaba y yo me había quedado sin calzoncillos.


Ella rió y por fin se relajó.


—Pues si querías usar mis braguitas, podías al menos haberme preguntado.


—Olvídalo —dijo él inclinándose sobre ella y acariciándole el cuello con la boca—. Prefiero ir sin nada. Además, no debo usar tu ropa interior porque cada vez tienes menos.


Ella ladeó la cabeza y gimió. Él la imitó mientras seguía besándola en el cuello.


—Eso es porque alguien me la rompe cada noche —murmuró ella.


Él recorrió el camino hasta sus labios y por fin la besó allí, larga y dulcemente, con intención tanto de excitarla como de brindarle apoyo. Se separaron al oír vítores desde el exterior. Varios estudiantes los observaban.


—Bueno, ahora sí que encajas en la universidad —afirmó él.


Esperó la respuesta de ella conteniendo el aliento. Si ella le pedía que se marcharan, él lo haría, aunque sería una desilusión.


Por fin, ella asintió.


—De acuerdo. A ver cómo es este campus.




CAER EN LA TENTACIÓN: CAPITULO 39




Pedro estaba más furioso que nunca consigo mismo por permitirse aquella farsa. El asunto de la moto era ridículo, pero no más que el resto de la historia. Él tenía un BMW aparcado en un garaje a pocas manzanas de allí, era propietario de una casa de dos pisos muy lujosa en el pueblo de al lado, tenía un buen empleo y una cuenta corriente más que saludable... y estaba jugando a ser un desahuciado. «Lo que se hace por amor», pensó.


La palabra «amor» acudió a su cerebro con naturalidad.


Era cierto. Él amaba a Paula. No podía seguir intentando engañarse diciéndose que aquello era un enamoramiento que duraba desde el instituto, o que sólo era una historia sexual. 


Aunque el viernes pasado hubiera sido la primera vez que hubiera visto a Paula, se habría enamorado de ella igualmente.


Paula Chaves alimentaba su alma, a eso se refería él cuando ella le había dicho que tenía que comer más. Y él empezaba a sentir que no volvería a sentirse completo si ella salía de nuevo de su vida.


Lo cual lo colocaba en una posición incómoda. 


Él no quería continuar con su farsa, pero no sabía cómo reaccionaría ella cuando conociera la verdad. Seguramente lo echaría de su lado. Y eso sería un desastre para su vida amorosa. 


Sería incluso peor para Paula, dado todo el trabajo que aún quedaba por hacer antes del cierre del local.


Él había hecho muchas cosas esa semana, pero no las suficientes, ni de lejos. Paula lo necesitaba a él y él también la necesitaba a ella, tenía que admitirlo. Y no estaba dispuesto a arriesgar eso al confesarle su mentira. Lo haría pronto, pero aún no.


—¿Adónde vamos? —preguntó ella rompiendo el silencio dentro del coche.


—Es una sorpresa.


—¿Y voy a regresar a tiempo al bar a las cinco para atender a la multitud que vendrá esta noche?


Él asintió.


—Sí, estarás a tiempo.


No hablaron mucho durante el resto del camino. 


Él entró en la autopista y Paula adivinó que se dirigían a Austin, pero no se imaginaba adónde en concreto. Intentó que él le diera alguna pista.


—¿Vamos al centro de tatuaje donde yo me hice el mío para que tú puedas hacerte otro igual?


Él resopló y negó con la cabeza.


—Lo siento, pero en este cuerpo no entran agujas a menos que contengan vacunas o calmantes recetados por el médico.


Ella fijó la mirada en el aro de su oreja y enarcó una ceja.


—¿Y entonces eso?


Pedro agarró el aro y tiró de él. El pendiente magnético saltó de su oreja y se quedó en su mano.


—¡Eres un mentiroso! —le espetó ella indignada.


Pedro rió ante su reacción.


—¿Crees que estoy tan loco como para permitir que alguien me agujeree innecesariamente el cuerpo? La hermana pequeña de Rodrigo y Jeremias creyó que el rebelde del grupo debía llevar un pendiente, así que me lo regaló.


—¡Eres un farsante! —dijo ella y rompió a reír—. La próxima vez que una mujer te tire su camiseta, quizás le diga que eres un farsante con un pendiente de mentira.


Un farsante, efectivamente. Eso era lo que él era, pensó Pedro. Se le tensó el cuerpo y su buen humor se desvaneció. Era fácil olvidar durante un rato que estaba fingiendo, pero la verdad siempre saltaba una y otra vez y le recordaba lo falso que estaba siendo. A saber lo que diría Paula cuando se enterara.


«A lo mejor se ríe, igual que ha hecho con el pendiente», se dijo, pero no se lo creía ni él.


Paula no pareció advertir que él estaba abstraído.


—Pues a mí el aro me parece muy sexy, tengas agujero en la oreja o no —afirmó.


Recogió el pendiente y se lo puso de nuevo a él con unas cuantas caricias y besos en el cuello y la oreja. Él gimió de placer.


—O regresas a tu asiento o voy a salirme de la carretera —le advirtió Pedro.


Ella casi ronroneó.


—Oh, sí, sexo en el coche en un área de descanso... —dijo. Colocó su mano sobre el muslo de él y la subió hacia su ingle.


Él ahogó otro gemido.


—Paula, quiero decir que si continúas así vamos a tener un accidente.


Eso no la detuvo, Paula continuó besando y lamiendo su cuello y acariciándole el muslo. Él le sujetó la mano.


—Ya es suficiente. Tenemos que llegar a un lugar.


—Entonces dime adónde vamos y me detendré.


Él vio la expresión traviesa del rostro de ella y supo que no sospechaba adónde se dirigían.


—Llegaremos allí enseguida.


—¿Y eso cuándo es?


—Eres implacable, ¿lo sabías?


Ella apartó su mano y asintió. Esperó a que él le dijera adónde iban, pero él no le dio ni una pista.


Al poco tiempo entraban en el campus de la universidad.


—¿Es aquí? —preguntó ella atónita—. ¿Me has traído a la universidad de Texas?


Exactamente. Paula había comentado que quería estudiar una carrera y él había visto el paquete con el formulario de inscripción que había recibido ella el lunes. Paula lo había escondido, como si le diera vergüenza que alguien lo viera, y casi ni lo había abierto. Pedro creía adivinar por qué: ella necesitaba un empujón, una muestra de apoyo, una razón para rellenar el formulario. Una razón para creer que podía cumplir sus sueños y hacer algo totalmente inesperado con su vida.


Pedro aparcó el coche junto al edificio de Administración. Como era verano, el lugar no estaba tan abarrotado como durante el curso normal y no tuvieron problemas para encontrar aparcamiento.


—¿Crees que parecerá que tenemos dieciocho años? —preguntó él apagando el motor.


Ella lo miró con escepticismo.


—Lo dudo. Aunque me inscribiera aquí, y tuviera dieciocho años, creo que seguiría destacando por rara.


Él agarró su mano y le dio un ligero apretón.


—Vas a destacar como una rubia despampanante y todos los estudiantes van a enamorarse de ti. No creas que no he pensado en eso, así que deberías premiarme por mi falta de celos, muestra de mi madurez —dijo él y la miró lascivamente—. Los favores sexuales son una recompensa de lo más adecuada.


Su broma no logró sacar a Paula de su repentino mal humor.


—No es sólo mi edad lo que me hace distinta.


—¿A qué te refieres?


Paula contempló el edificio a través de la ventanilla del coche, los campos de deportes, los estudiantes de los cursos de verano... Suspiró ruidosamente.


—Mi lugar está en un bar, sirviendo copas y defendiéndome de los pervertidos. No en una universidad —dijo ella en voz baja y sacudió la cabeza—. Y desde luego, no como profesora de instituto.


Aquella mujer llena de dudas era la Paula que prácticamente nadie conocía. Su imagen solía ser la de una mujer llena de confianza en sí misma, lo cual era lógico dado su buen aspecto, su atractiva personalidad y su agudo ingenio.


Pedro supo que en aquel momento estaba con la Paula desconocida para el mundo: la soñadora, la callada, la que dudaba de sus habilidades y de su propia inteligencia. La que a veces parecía tan sola.


Aquélla que él había descubierto contemplando absorta la hoguera tantos años atrás.




CAER EN LA TENTACIÓN: CAPITULO 38




Ella se estremeció. Nunca había visto a Alfonso tan furioso. Era un espectáculo verlo enfadado, tan grande, tan fuerte y hablando tan alto. No lo temía porque sabía que nunca le haría daño. 


Aunque eso no evitaba que se sintiera un poco intimidada. Pero comprendía su punto de vista.


Alfonso era tan orgulloso como ella. Y así como ella no quería su caridad, él no quería su dinero. 


Estaban empatados.


A menos que ella encontrara alguna otra forma de compensarlo, sin que él se enterara hasta que ya estuviera hecho. Una idea empezó a formarse en su mente y Paula se sintió mejor. 


Algunos de sus clientes eran mecánicos, seguro que alguno podía arreglar la moto de Alfonso.


Paula asintió.


—De acuerdo —dijo suavemente, dejándole creer que había ganado aquel asalto—. No volveré a intentar pagarte.


—Me alegro.


—Pero tienes que comer más.


Él la miró con curiosidad, quitó el freno de mano y arrancó.


—¿Por qué? —preguntó él.


—Si lo que vas a obtener a cambio de tu trabajo, es un techo y comida, no es justo que sólo te alimentes de las hamburguesas que prepara Zeke.


Él no contestó nada durante unos minutos. Paula observó que agarraba el volante con firmeza.


—Me estás alimentando de muchas más formas que ésa —afirmó él en voz baja pero con pasión.


Al principio, Paula pensó en las referencias más traviesas de ese comentario. Pero por la forma en que él lo había dicho, ella sospechó que no hablaba de la forma en que la había devorado cada noche.


Paula pasó el resto del viaje preguntándose a qué se había referido él.




domingo, 30 de junio de 2019

CAER EN LA TENTACIÓN: CAPITULO 37





A pesar de estar atravesando uno de los periodos más duros de su vida, Paula se sentía mejor que en mucho tiempo. Era muy extraño. 


Le entristecía profundamente perder el bar y al mismo tiempo era más feliz que nunca a nivel personal. Y todo gracias a Alfonso.


«Sólo es una aventura», se recordaba una y otra vez. Pero en el fondo sabía que lo que estaba creciendo entre ellos era otra cosa. ¿Un hechizo? Quizás. Lo único que sabía era que él la hacía reír en todo momento, la encendía en todo momento y la hacía sentirse protegida y nada sola.


Se había acostumbrado rápidamente a dormir a su lado en la cama. A veces se despertaba en mitad de la noche y lo contemplaba durante un buen rato. Él era bello y arrebatador incluso dormido.


Algunas veces, durante el día, lo había pillado tarareando alguna canción en voz baja y había pensado en pedirle que le cantara algo. Sólo a ella. Pero no se había decidido a pedírselo. Le parecía algo demasiado personal... demasiado íntimo.


Y además no quería que le cantara una canción que había escrito para otra mujer.


Se repetía a menudo que no les quedaba mucho tiempo, que en cuanto La Tentación cerrara, Alfonso también se iría de su vida. Y no podía evitar preguntarse si podrían continuar juntos después de ese momento. O para siempre.


Paula se obligó a pensar en otra cosa. La puerta se abrió. Para su sorpresa, era Dina. La camarera llegaba antes de su horario. Llevaba entrando a las cinco toda la semana, y esa noche iba a ser la única en la que Paula realmente necesitara su ayuda. Era viernes e iba a tocar un grupo de country, así que esperaban a bastante gente con ganas de beber y de pasárselo bien. No como el resto de la semana, en que los pocos clientes habían estado medio dormidos.


—¿Cómo estás? —saludó a la camarera—. Zeke ya se ha ido, por si estás... ya sabes... intentando tener algo con él.


Dina puso los ojos en blanco.


—He renunciado a Zeke. Ese hombre está más ciego que un murciélago, no ve la joya que tiene delante de él.


—Es tímido.


Ambas mujeres se sorprendieron de la intervención masculina. Alfonso se acercó a ellas desde el pasillo trasero del local. Llevaba toda la mañana trabajando, descolgando de las paredes viejas fotografías y pósters, e intentando averiguar si habría forma de salvar el mural que Paula había hecho pintar en la pared el año anterior. El mismo artista que había pintado los carteles de La Tentación había creado un mural que contenía el espíritu del local: representaba el jardín del Edén.


Dina resopló.


—¿Que es tímido? ¡Me río!


—Lo digo en serio —insistió Pedro sentándose en un taburete y agarrando una botella de agua que le ofreció Paula—. Ayer me preguntó cuándo un hombre puede permitirse que una mujer le pida una cita.


Dina se ruborizó.


—Yo desde luego no le he pedido ninguna cita.


—Déjame adivinar —intervino Cat—. ¿Le has pedido sexo?


Dina intentó golpearla con el bolso, pero Paula se apartó fácilmente y se rió ante la expresión furiosa de la mujer.


—Era una broma —añadió Paula—. Sé que no estás completamente desesperada.


Alfonso bebió de su botella de agua.


—Creo que lo que Zeke me preguntaba era si sería apropiado que él dijera que sí —explicó, y al ver que Dina no decía nada, continuó—. Creo que lo dijo en caso de que alguien le pidiera una cita en algún momento.


Dina se quedó boquiabierta y se arregló el pelo con expresión satisfecha.


—¿Se refería a mí?


—Eso creo —contestó él.


Dina sujetó a Pedro de las mejillas y le dio un sonoro beso en los labios. Paula tuvo que contener una carcajada al verlo sonrojarse. Para ser alguien tan sexy y tan seguro de sí mismo, él a veces reaccionaba como si fuera tímido.


—Ha merecido la pena venir hoy antes de tiempo —aseguró la camarera mientras entraba detrás de la barra y guardaba su bolso.


—¿Por qué has venido antes? —le preguntó Paula.


—Me han dado órdenes de que te sustituyera esta tarde.


—¿Órdenes?


Paula frunció el ceño confundida. Entonces miró a Alfonso y vio su expresión de satisfecho consigo mismo.


—¿Tú has...?


—Sí —respondió él sin dejarla terminar—. Yo se lo he pedido. Gracias por venir, Dina. Paula se merece una tarde libre.


—¿Una tarde libre?


—¿Tienes algún gen de loro del que no me hayas hablado? —bromeó él.


—El único pájaro que hay por aquí es el gallo que trabaja en la cocina —intervino Dina—. Y yo soy la mujer que va a desordenarle un poco las plumas.


—No me cabe duda —dijo Alfonso.


Dina se acicaló y luego empujó a Paula fuera de la barra. Sin hacer caso de sus protestas, Alfonso la agarró de la mano y la llevó consigo hacia la puerta.


—¡No puedo irme así como así! —protestó ella.


—Claro que sí, Dina se ocupará de todo.


Paula se dio por vencida y se dejó llevar al exterior, donde brillaba el sol de la tarde.


—No te derrites con la luz del sol, ¿verdad? —preguntó él al verla entrecerrar los ojos.


—Soy ave nocturna —admitió ella—. Y me gusta vivir en los bares. Pero debo admitir que esto es agradable.


Pedro condujo a Paula al aparcamiento de la parte de atrás del bar y se encaminó hacia el coche de ella. Ella se detuvo en seco.


—¿Y si vamos en tu moto?


Él negó tajantemente con la cabeza.


—De ninguna manera.


—Vamos, a mí no me dan miedo.


—Pues deberían —murmuró él y se encogió de hombros—. Además, sólo tengo un casco.


—Entonces viviremos peligrosamente.


Aquellas palabras provocaron una violenta reacción en él, que la sujetó por los hombros.


—¡No! No quiero que te subas a un trasto de ésos con casco, como para permitir que lo hagas sin él...


Ella se apoyó una mano en la cadera y enarcó una ceja.


—Verás, si estás intentando convencerme para que no lo haga, lo estás haciendo muy mal.


Él se la quedó mirando, comprendió lo que ella quería decir y balbuceó:
—Paula...


—Era una broma —dijo ella y se soltó de él.


Se acercó a la Harley, que relucía bajo el sol.


—Es una auténtica belleza —dijo, pasando la mano sobre el asiento—. Elegante y peligrosa.


Para sorpresa de ella, él frunció el ceño. ¿No solían los dueños de las motos estar orgullosos de ellas?


—Sigamos —dijo él—. ¿Quieres conducir tú, ya que vamos en tu coche?


Ella hizo un mohín y lo intentó una vez más.


—¿De verdad que no podemos ir en esta maravilla?


—Está... estropeada, ¿recuerdas?


¿Cómo se le había podido olvidar?, se reprendió Paula y se acordó de lo que le había dicho Banks la otra noche: la moto no funcionaba bien últimamente, pero Alfonso no tenía dinero para repararla. Y ella estaba montando una escenita cuando él era demasiado orgulloso como para admitir el auténtico problema.


Sin decir nada más, Paula se colgó de su brazo, lo condujo hasta su coche y se sentó en el asiento del copiloto.


Él se subió y encendió el motor. Seguía con la mandíbula apretada.


—Alfonso, lo siento de veras —dijo ella intentando transmitirle que le comprendía—. Se me había olvidado que está estropeada. Cuando te pague por tu trabajo aquí, tendrás dinero para...


Él se giró hacia ella y la fulminó con la mirada.


—No vas a pagarme ni un céntimo.


—Pero si estás trabajando para mí...


—Y también me acuesto contigo —le espetó él.


—Sí, eso es por la noche. Pero durante el día...


—Paula, no voy a aceptar tu dinero.


Era su turno de ponerse orgullosa. Ella no necesitaba la caridad de nadie.


—Hicimos un trato. Sabes que no te habría permitido hacer tanto trabajo si no fuera a pagarte por ello.


Él no se enterneció un ápice.


—Eso fue antes de que tú y yo tuviéramos sexo. Cuando yo iba a dormir en el almacén, era un trabajo. Pero estoy durmiendo en tus brazos. No soy un maldito gigoló que cobre por ayudar a la mujer con la que tiene una relación.



CAER EN LA TENTACIÓN: CAPITULO 36




Él se preguntó si sería un buen momento para decirle que el aro era magnético y que no tenía agujereada la oreja. «Seguramente, no», se dijo.


Las palabras de ella lo incomodaban. La intensidad de su voz, su mirada hambrienta... eran para Alfonso. Ella no estaba hablándole a Pedro, el hombre al que había conocido esa semana; estaba hablándole al roquero sin hogar que había contratado el domingo por la noche.


Pedro sabía que era ridículo sentir celos de sí mismo, pero era lo que sentía.


Antes de que pudiera hacer nada, aunque no sabía muy bien el qué, la puerta del local se abrió de par en par. Entraron dos mujeres y Paula les hizo una seña hacia las mesas vacías. 


Ella se había apartado un poco de Pedro, creando algo de espacio para conseguir tranquilizarse. Al verla ruborizarse, Pedro casi se echó a reír. Le resultaba gracioso ver a una mujer tan sensual y provocativa con las mejillas encendidas.


—Será mejor que compruebe si Zeke sigue por aquí, por si ellas quieren comer algo —murmuró Paula—. Esta semana le estoy dejando salir a las dos y regresar a las cinco.


Pedro contempló el local vacío y frunció el ceño.


—Desde el domingo esto no ha vuelto a llenarse, ¿eh?


Ella negó con la cabeza.


—Este mediodía vinieron algunas personas, pero igual que el resto de la semana. Son los que trabajan en las oficinas de alrededor, que todavía se pasan por aquí de lunes a viernes para comer y no tienen que lidiar con los desvíos. Nadie más se molesta en venir por aquí.


Una mirada triste y perdida oscureció su expresión al recordar su situación. Durante un rato, él había logrado subirle el ánimo, la había hecho reír y olvidar. Pero la verdad de por qué estaba él trabajando allí y la incertidumbre de su futuro volvieron a atenazarla.


Pedro había llegado a conocer a Paula tan bien, que comprendía perfectamente por qué el cierre definitivo de La Tentación iba a ser tan duro para ella. Sólo esperaba que su presencia en la vida de ella estuviera haciéndole ese mal trago un poco más fácil. Y quizás fuera una motivación para encarar el futuro cuando todo aquello hubiera terminado.


—¿Estás bien?


Ella inspiró hondo y expulsó el aire. Asintió y le sonrió tímidamente.


—Sí. No estupendamente, pero bien, que es lo que le estaba diciendo a mi hermana antes de que tú llegaras.


—¿A Luciana?


Paula asintió.


—Llamaba desde California. Parece que el fuego que amenazaba la casa de mi tía ya se ha extinguido. Luciana se ha ofrecido a regresar aquí.


Luciana iba a regresar... eso seguramente sería bueno para Paula. Pero haría desaparecer la necesidad de que él estuviera allí. Pedro no se movió y esperó a que ella continuara hablando.


—Le he dicho que no hacía falta —murmuró Paula.


Pedro sintió que el corazón le latía de nuevo.


—¿En serio?


—Sí.


Paula recorrió la sala con una mirada llena de ternura. Contemplo las mesas vacías, excepto una, el escenario, la máquina de discos, las ventanas, las lámparas del techo...


—No me interpretes mal —dijo ella por fin—. Cerrar el local sigue sin gustarme. Pero estoy acostumbrándome a la idea. Empiezo a ver más allá de este mes y hacer algunos planes.


Pedro deseó con todas sus fuerzas que lo incluyera en alguno de esos planes.


—Y todo gracias a ti, Pedro —dijo ella acariciándole el pecho.


Lo miró a los ojos llena de emoción.


—Tú me has dado la fuerza para hacer frente a todo esto sin sentirme tan... abandonada. Al tener tu fuerza a mi lado, he empezado a darme cuenta de que voy a sobrevivir a esto.


Él colocó su mano sobre la de ella y se preguntó si ella sentiría cómo latía su corazón. Porque sus palabras eran puro sentimiento y lo habían conmovido. Y por la forma en que ella lo estaba mirando en ese momento... él podría alimentarse sólo de eso durante semanas.


—Me alegro de que me pidieras que me quedara —le confesó él.


Una de las clientas carraspeó y Paula le hizo una seña.


—Enseguida la atiendo —le dijo.


—Será mejor que regrese al trabajo —dijo él—. ¿Le has contado algo a Luciana sobre tu ayudante?


Ella negó con la cabeza.


—Quiero que no lo sepa. Que lo nuestro sea algo privado.


—Algo íntimo —murmuró él.


—Exactamente.


Pedro lo comprendía, porque él estaba sintiendo lo mismo: deseaba que el resto del mundo los dejara tranquilos una temporada; el tiempo necesario para poder averiguar adónde se dirigían y cómo iban a llegar allí.


—Lo que le he dicho a Luciana es que estoy bien y que no necesito que vuelva hasta el día veintisiete.


Pedro no le cuadraban las fechas.


—¿Eso no es un lunes? Y el último día que puede funcionar el bar es el domingo, ¿no? Día veintiséis.


—Sí, ése es nuestro último día oficial. Pero si La Tentación va a cerrar para siempre, lo hará a lo grande. Ese lunes todo el que quiera acercarse se encontrará una fiesta. Que vengan todos los que sienten aprecio por este lugar: la familia, los amigos, los clientes habituales... —dijo ella y le guiñó un ojo—, los músicos...


—Allí estaré —le aseguró él con ternura.


—Lo sé —dijo ella igual de suave—. De hecho, no querría tener esa fiesta sin ti.