domingo, 30 de junio de 2019

CAER EN LA TENTACIÓN: CAPITULO 36




Él se preguntó si sería un buen momento para decirle que el aro era magnético y que no tenía agujereada la oreja. «Seguramente, no», se dijo.


Las palabras de ella lo incomodaban. La intensidad de su voz, su mirada hambrienta... eran para Alfonso. Ella no estaba hablándole a Pedro, el hombre al que había conocido esa semana; estaba hablándole al roquero sin hogar que había contratado el domingo por la noche.


Pedro sabía que era ridículo sentir celos de sí mismo, pero era lo que sentía.


Antes de que pudiera hacer nada, aunque no sabía muy bien el qué, la puerta del local se abrió de par en par. Entraron dos mujeres y Paula les hizo una seña hacia las mesas vacías. 


Ella se había apartado un poco de Pedro, creando algo de espacio para conseguir tranquilizarse. Al verla ruborizarse, Pedro casi se echó a reír. Le resultaba gracioso ver a una mujer tan sensual y provocativa con las mejillas encendidas.


—Será mejor que compruebe si Zeke sigue por aquí, por si ellas quieren comer algo —murmuró Paula—. Esta semana le estoy dejando salir a las dos y regresar a las cinco.


Pedro contempló el local vacío y frunció el ceño.


—Desde el domingo esto no ha vuelto a llenarse, ¿eh?


Ella negó con la cabeza.


—Este mediodía vinieron algunas personas, pero igual que el resto de la semana. Son los que trabajan en las oficinas de alrededor, que todavía se pasan por aquí de lunes a viernes para comer y no tienen que lidiar con los desvíos. Nadie más se molesta en venir por aquí.


Una mirada triste y perdida oscureció su expresión al recordar su situación. Durante un rato, él había logrado subirle el ánimo, la había hecho reír y olvidar. Pero la verdad de por qué estaba él trabajando allí y la incertidumbre de su futuro volvieron a atenazarla.


Pedro había llegado a conocer a Paula tan bien, que comprendía perfectamente por qué el cierre definitivo de La Tentación iba a ser tan duro para ella. Sólo esperaba que su presencia en la vida de ella estuviera haciéndole ese mal trago un poco más fácil. Y quizás fuera una motivación para encarar el futuro cuando todo aquello hubiera terminado.


—¿Estás bien?


Ella inspiró hondo y expulsó el aire. Asintió y le sonrió tímidamente.


—Sí. No estupendamente, pero bien, que es lo que le estaba diciendo a mi hermana antes de que tú llegaras.


—¿A Luciana?


Paula asintió.


—Llamaba desde California. Parece que el fuego que amenazaba la casa de mi tía ya se ha extinguido. Luciana se ha ofrecido a regresar aquí.


Luciana iba a regresar... eso seguramente sería bueno para Paula. Pero haría desaparecer la necesidad de que él estuviera allí. Pedro no se movió y esperó a que ella continuara hablando.


—Le he dicho que no hacía falta —murmuró Paula.


Pedro sintió que el corazón le latía de nuevo.


—¿En serio?


—Sí.


Paula recorrió la sala con una mirada llena de ternura. Contemplo las mesas vacías, excepto una, el escenario, la máquina de discos, las ventanas, las lámparas del techo...


—No me interpretes mal —dijo ella por fin—. Cerrar el local sigue sin gustarme. Pero estoy acostumbrándome a la idea. Empiezo a ver más allá de este mes y hacer algunos planes.


Pedro deseó con todas sus fuerzas que lo incluyera en alguno de esos planes.


—Y todo gracias a ti, Pedro —dijo ella acariciándole el pecho.


Lo miró a los ojos llena de emoción.


—Tú me has dado la fuerza para hacer frente a todo esto sin sentirme tan... abandonada. Al tener tu fuerza a mi lado, he empezado a darme cuenta de que voy a sobrevivir a esto.


Él colocó su mano sobre la de ella y se preguntó si ella sentiría cómo latía su corazón. Porque sus palabras eran puro sentimiento y lo habían conmovido. Y por la forma en que ella lo estaba mirando en ese momento... él podría alimentarse sólo de eso durante semanas.


—Me alegro de que me pidieras que me quedara —le confesó él.


Una de las clientas carraspeó y Paula le hizo una seña.


—Enseguida la atiendo —le dijo.


—Será mejor que regrese al trabajo —dijo él—. ¿Le has contado algo a Luciana sobre tu ayudante?


Ella negó con la cabeza.


—Quiero que no lo sepa. Que lo nuestro sea algo privado.


—Algo íntimo —murmuró él.


—Exactamente.


Pedro lo comprendía, porque él estaba sintiendo lo mismo: deseaba que el resto del mundo los dejara tranquilos una temporada; el tiempo necesario para poder averiguar adónde se dirigían y cómo iban a llegar allí.


—Lo que le he dicho a Luciana es que estoy bien y que no necesito que vuelva hasta el día veintisiete.


Pedro no le cuadraban las fechas.


—¿Eso no es un lunes? Y el último día que puede funcionar el bar es el domingo, ¿no? Día veintiséis.


—Sí, ése es nuestro último día oficial. Pero si La Tentación va a cerrar para siempre, lo hará a lo grande. Ese lunes todo el que quiera acercarse se encontrará una fiesta. Que vengan todos los que sienten aprecio por este lugar: la familia, los amigos, los clientes habituales... —dijo ella y le guiñó un ojo—, los músicos...


—Allí estaré —le aseguró él con ternura.


—Lo sé —dijo ella igual de suave—. De hecho, no querría tener esa fiesta sin ti.



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