lunes, 29 de abril de 2019

AMORES, ENREDOS Y UNA BODA: CAPITULO 29





Durante el trayecto al hospital, Paula no fue consciente de nada de lo que pasaba a su alrededor, excepto de que Maria le susurraba para hacer que se sintiera mejor. Sin embargo, Paula tenía el presentimiento de que algo muy grave había sucedido.


Pedro la llevó en brazos hasta urgencias a  pesar de que los médicos trataron de impedírselo. Paula no sabía lo que él decía o hacía, pero muy pronto estuvo en una camilla mientras un hombre de aspecto distinguido la examinaba.


— ¿Le duele?


—Ahora no —respondió ella—. He perdido a mi hijo, ¿verdad?


— ¿Le hizo eso su acompañante? —preguntó él, tocándole el hematoma de la mejilla.


— ¿Pedro? —Preguntó con indignación—. ¡Desde luego que no! Había un borracho en el aparcamiento.


—En ese caso, le dejaremos pasar mientras la mantenemos en observación para escuchar los latidos del bebé —añadió, algo más relajado.


— ¿El bebé está… vivo? —preguntó con incredulidad.


Se sentía tan aliviada que no se molestó en decirle que Pedro no debería estar allí. Cuando el monitor reprodujo los rápidos latidos del corazón del bebé, le pareció la música más hermosa que había escuchado en su vida. Cerró los ojos y empezó a llorar. Ni siquiera miró a Pedro, que estaba en silencio en una esquina de la pequeña habitación.


—Pero estaba sangrando —reiteró, cuando la ansiedad volvió a adueñarse de ella.


—Una pérdida sin importancia. No se preocupe. Le vamos a hacer una ecografía inmediatamente. La veré más tarde en la sala.


—Gracias —suspiró Paula con una leve sonrisa de agradecimiento.


El médico desapareció tras la cortina y se quedaron los dos solos. «Bueno los tres», pensó Paula, acariciándose el vientre con un gesto protector. Luego le miró, con desafío y 
precaución en los ojos.


Pedro parecía tan poco afable, tan serio, que Paula tembló de aprensión.


Resultaba imposible adivinar lo que estaba pensando.


—Yo… gracias por librarme de Simón. Ya puedes irte. Dile a Maria que estoy bien, ¿de acuerdo?


—Gracias por darme permiso —respondió con sarcasmo—. Pero me iré cuando me dé la gana y no antes. ¿Por qué demonios se te ocurrió empezar a salir con Hay? No se me habría ocurrido que te gustase reavivar viejas llamas.


—No estaba…


—Estabas esperándolo en el maldito aparcamiento. Embarazada. ¿Cómo has podido ser tan estúpida e insensata? Un hombre que te pega y te deja embarazada. Si eso es lo que te gusta, ¡adelante! Pero no expongas a una criatura inocente a todo eso.


A Paula la había asustado mucho la idea de que Pedro descubriera que estaba embarazada. Ahora creía que Simón y ella… Debería haberse sentido aliviada, pero sin embargo estaba furiosa. ¿Cómo se atrevía a pensar…? Se había imaginado que se daría cuenta instintivamente de que el bebé era suyo. Estaba enojada con él por no darse cuenta de…


—Naturalmente, debería haberte pedido tu opinión —dijo Paula, enfurecida. A pesar de ello, no pudo evitar fijarse en todos lo detalles, en los ojos azules, en la forma en la que el pelo se le rizaba en el cuello, la sombra que le hacían las pestañas sobre las mejillas…—. Ve a decírselo a Maria. Estará preocupada.


Y dio un suspiro de alivio cuando se marchó a hacer lo que ella le había pedido.




AMORES, ENREDOS Y UNA BODA: CAPITULO 28




Aquella tarde hablaron de lo que jamás habían hablado antes, pero ninguna de ellas mencionó a los hombres que habían marcado sus vidas.


La única persona en Mallory’s que sabía que Paula estaba embarazada era Maria. En aquellos días, no tenía mucho contacto con nadie y menos ahora que se le había acabado el trabajo temporal por lo avanzado de su gestación. Por eso le gustaba visitar a su antigua colega y a su marido. Tenían hijos, pero ya eran unos adolescentes y Paula miraba con envidia las relaciones entre los miembros de aquella gran familia.


Paula miró al reloj. Estaba esperando a Maria, como tenían por costumbre en el aparcamiento subterráneo de Mallory’s. Pasándose una mano por el abultado abdomen, que ya no conseguía ocultar ni una camisa ni un jersey de talla más grande, pensó en los comentarios que provocaría su presencia en la agencia.


¿Y si Pedro se enterase? ¿Reconocería al niño? 


Sin embargo no era eso lo que ella quería. ¡El niño era sólo suyo!


—Vaya, vaya, vaya…


Paula se sobresaltó y se dio la vuelta.


— ¡Simón!


— ¿Has vuelto a tratar de conseguir tu antiguo trabajo?


Paula se dio cuenta de que estaba borracho.


—Estoy esperando a alguien —dijo, esperando de todo corazón que apareciese Maria.


—Al don perfecto señor Alfonso, supongo —farfulló.


Ella sintió tanto pánico al saber que Pedro estaba en el edificio que no advirtió que Simón la estaba recorriendo de arriba abajo con la mirada. Cuando a Simón se le cayeron las llaves del coche, volvió a ser consciente de la situación.


—Espero que no vayas a conducir en ese estado —dijo Paula cuando olió el tufillo a alcohol que emanaba del cuerpo.


— ¡Espero que no vayas a conducir en ese estado! —repitió, imitándola—. ¡Hago lo que me da la real gana! ¿Me oyes? Eres una…


Paula dio un grito cuando él se abalanzó hacia ella y, agarrándola por el pelo, la empujó contra el coche de Maria.


— ¡Suéltame! —gritó Paula, aunque no quería mostrar miedo.


Simón estaba apoyado contra ella, contra su bebé. Paula quería gritar, pero nadie podía oírla. 


¡Tenía que proteger a su hijo!


—No era lo suficientemente bueno para ti, ¿verdad? Bueno, ahora sí lo voy a ser…


Simón le retorció el pelo con los dedos e intentó besarla, con una boca húmeda y caliente. El cuerpo de Paula estaba rígido por la sorpresa y el asco.


Instintivamente, le mordió en la boca para intentar repeler el asalto. Simón levantó la cabeza, maldiciéndola mientras se palpaba la sangre que le manaba de la herida. A continuación, levantó la mano y la abofeteó tan violentamente que hizo que se le fuera la cara hacia atrás. Estaba a punto de volver a hacerlo cuando alguien lo apartó de ella.


Paula fue deslizándose poco a poco hasta el suelo, ya que las piernas le temblaban tanto que no la sujetaban. Maria apareció a su lado, mientras, algo más allá se oía los golpes producidos por una pelea.


—Algo va mal… —dijo Paula—. El bebé… —añadió con la voz temblándole de miedo.


De repente, Pedro se materializó a su lado.


— ¿Está bien? —preguntó mientras se frotaba los nudillos de la mano derecha.


—Necesitamos una ambulancia —respondió Maria con urgencia.



— ¿Qué le ha hecho ese canalla?


—No, es el bebé —respondió Maria mientras le acariciaba la frente a Paula.


La expresión del rostro de Pedro se heló. 


Recorrió la figura de Paula, desplomada en el suelo, y por fin descubrió el abultamiento de su vientre.


—No hay tiempo. Vamos en mi coche.


Entonces se agachó y la levantó del suelo. 


Parecía una muñeca de trapo entre los brazos de Pedro. Ella estaba pálida como la cera y, cuando abrió un momento los ojos, no pareció reconocerlo.



AMORES, ENREDOS Y UNA BODA: CAPITULO 27




Paula se sobresaltó cuando su madre entró en el pequeño cuarto de estar con una bandeja. 


Dejó de mirar por la ventana y se sentó. La mejor porcelana. Su madre siempre sabía cuándo una ocasión era especial. Paula pensó que sus visitas a casa de su madre se habían hecho tan raras que Lydia Chaves sabía que no había nada de casual en aquella visita.


Paula no protestó mientras su madre echaba el azúcar en la taza con mucha liberalidad, a pesar de que había dejado de tomarlo cuando era una adolescente. Antes, eso la hubiese irritado mucho, pero ahora tenía cosas más importantes en la cabeza.


—Has dejado tu trabajo. ¿Te parece una buena decisión?


Octavio Llewellyn le había pedido que se quedara tras acabar las seis semanas previas para hacer efectiva su dimisión. Se había sentido emocionada y agradecida por su interés en que se quedara.


—Era necesario. Tengo buenas referencias. Ahora me he apuntado una agencia de trabajo temporal.


—Pero, estarás buscando algo mejor, ¿verdad?


Paula tomó aliento.


—En teoría, un embarazo no debería suponer ningún impedimento para que te contraten, pero, en la realidad, resulta siempre un obstáculo. Nunca lo dicen, pero…


Su madre abrió mucho los ojos bien maquillados.


Había entendido el mensaje. Paula, que había estado esperando gritos, se relajó un poco. Tal vez aquello no iba a ir tan mal como ella había esperado.


— ¿Te lo vas a quedar?


— ¡Sí! —respondió.


—Así que voy a ser abuela. ¿Quieres más té?


—Nunca dejarás de sorprenderme —comentó Paula con una sonrisa incrédula en los labios.


—En este caso, la sorprendida soy yo. Me imagino que te cerrarás en banda si te pregunto el nombre del padre, ¿verdad? —Dijo Lydia mientras una expresión de dolor recorría el rostro de su hija—. En ese caso, no lo haré. Me ceñiré a los asuntos prácticos. ¿Estás pensando venirte aquí?


Paula notó algo de alivio en el rostro de la madre cuando negó con la cabeza. La pequeña casa de campo sólo tenía dos dormitorios y en uno de ellos sólo cabía una cama pequeña.


—No, me quedaré en mi piso.


Las últimas seis semanas habían sido uno de los periodos más confusos de su vida, pero más allá de la confusión y del miedo, había descubierto una gran felicidad por llevar el hijo de Pedro en sus entrañas. No se había dado cuenta de esa alegría hasta que el médico le había hecho la misma pregunta que su madre.


Entonces, descubrió cuánto deseaba a aquel hijo y pasó de sentirse abrumada por el peso de la responsabilidad a ser una madre feliz y expectante.


— ¿Cómo te las vas a arreglar… económicamente?


—Como tú.


— ¿Va a ayudarte el padre? Tu padre nunca eludió su responsabilidad, Paula. Mi trabajo en la floristería no nos hubiese mantenido.


Paula apartó los ojos. Se sentía incómoda por que no podía decirle a su madre que le resultaba imposible decirle a Pedro lo del bebé. ¿Cómo podía esperar un compromiso de lo que sólo había sido una relación física? No tenía derecho a hacerle aceptar un hijo no deseado y prefería guardar silencio. El hecho de que ella se hubiera enamorado no alteraba la naturaleza superficial de la relación que había existido entre ellos.


—En realidad, Oliver me dejó un legado…


Lydia se puso blanca.


— ¿Me estás intentando decir que Oliver…? —Preguntó con voz ahogada—. ¡No!


— ¡Mamá! —Exclamó Paula, sintiéndose herida—. Tú también… — dijo. Pero poco a poco el enojo se fue transformando en preocupación al ver la palidez de su madre—. ¿Quieres algo… un coñac…?


—No, estoy bien.


—Pues no lo parece —dijo Paula—. Oliver me dejó un montón de acciones. Pero no me preguntes por qué. No tengo ni idea.


—Te equivocas, querida. Yo sí lo sé. Lo sé muy bien.


— ¿Qué?


—Antes de conocer a tu padre, conocí a Oliver Mallory’s. Lo conocí muy bien…


— ¿Por qué no me lo dijiste cuando empecé a trabajar para él?


—Porque yo le pedí a Oliver que te admitiera como administrativa.


— ¿Estás diciéndome que me nombró su ayudante personal porque te acostaste hace años con él? —preguntó Paula, sintiendo que le faltaba el aire.


—No… yo no tuve nada que ver con eso. No te hubiese dado ni siquiera la primera oportunidad, si no hubieras valido. Oliver no toleraba la incompetencia —dijo, retorciéndose las manos—. Fue sólo que yo quise darte un empujoncito. Lo necesitabas tanto. Había tantas chicas tan preparadas como tú… Sólo quería ayudar.


— ¿Y se acordaba de ti después de tantos años?


—No tuvimos sólo una aventura. Estuve a punto de casarme con él.


—Oliver y tú… —murmuró con incredulidad—. ¿No era mi…?


—¿Padre? —dijo Lydia con una sonrisa amargada—. No, pero podría haberlo sido, si todo hubiese salido de otro modo. Oliver era un hombre muy ambicioso —recordó—. Creía que una mujer y unos hijos hubiesen sido una carga para su carrera. Le di un ultimátum pensando que me escogería a mí. Pero no lo hizo. Luego, me casé con tu padre, te tuve a ti y luego Oliver volvió a aparecer. Y reanudamos lo que habíamos dejado a medias.


—¿Lo supo papá?


—Oliver se las arregló para que se enterara. Podía llegar a ser despiadado, quería que yo dejara a tu padre y… a ti. Pero no pude. No volví a verlo después de la última discusión, y tu padre y yo intentamos arreglar lo nuestro. Nunca me perdonó y se marchó. Así que, ya ves, a su manera, de la única manera que sabía, Oliver intentó compensarnos por lo que nos hizo.


—Pensé que papá se había marchado por mi culpa —dijo Paula con la voz temblando por el llanto.


—Sabía que estaba siendo egoísta al dejarte pensar eso, pero también sabía la mala opinión que te hubieras formado de mí si te hubiese dicho la verdad. Pablo siempre trató de mantener el contacto con nosotras. Estuvo trabajando en el extranjero durante mucho tiempo y cuando volvió, ya tenía una nueva familia de la que ocuparse.


—Y yo sobraba…


—No, cariño, no es eso. Fue que se sentía un extraño después de todos esos años. Pero nunca olvidó su compromiso económico con nosotras.


Paula pensó en que, si hubiera sabido todo aquello, no se habría sentido tan abandonada y culpable. Pero ya era demasiado tarde para especulaciones. Su padre había muerto hacía tres años. Lydia añadió:
—En todos esos años, nunca traté de ponerme en contacto con Oliver ni le pedí nada hasta que empezaste a buscar trabajo… ¡Te lo juro!


Paula abrazó a su madre. Todas aquellas revelaciones le hacían verla con distintos ojos. 


Siempre había creído que era una persona superficial y ahora descubría que se había pasado media vida intentando olvidar una trágica historia de amor en brazos de otros hombres.





domingo, 28 de abril de 2019

AMORES, ENREDOS Y UNA BODA: CAPITULO 26




A continuación, Paula se fue. Pedro ni siquiera había intentado detenerla, pero viendo la cara que había puesto cuando mencionó a su madre, era de esperar. Antes de que se metiera en un taxi, Tamara la alcanzó corriendo.


—¡No te vayas, Paula! —suplicó.


—¿Te pidió Pedro que vinieras a decirme eso? No, ¿verdad? —añadió cuando vio la expresión de la cara de Tamara.


—Sé que se portó muy mal contigo. Puede que no sea un hombre moderno —admitió—, pero le gustan las mujeres. Con lo de su madre, le tocaste la fibra sensible.


Paula contuvo el aliento y miró a Tamara a los ojos.


—Yo no le gusto, Tamara. Sólo quiere acostarse conmigo… en contra de lo que le dice su instinto.


—¿Te gusta él a ti?


A Paula se le hizo un nudo en la garganta.


—No… pero estoy…


Se puso pálida cuando se dio cuenta de lo que había estado a punto de confesar. No podía estar enamorada de él… el destino no podía ser tan cruel. Le dio indicaciones al conductor del taxi y se metió dentro. Se sintió enferma por lo que había estado a punto de admitir.


No tuvo que decírselo a Tamara, pero pudo ver en los ojos de ella que la entendía. Sin embargo, se dio cuenta de que no la traicionaría. Paula se
encogió de hombros mientras le caían abundantes lágrimas por las mejillas.


¿Qué podía hacer cuando todo parecía estar fuera de control?




AMORES, ENREDOS Y UNA BODA: CAPITULO 25




La alegre voz hizo que Pedro se volviera. Un hombre joven, con una melena rubia hasta los hombros y una mandíbula idéntica a la de Pedro le dio un golpe en el hombro.


Paula, poco a poco, fue intentando recobrar la compostura cuando vio a la joven morena que había visto por la mañana.


—Hola, de nuevo. Intenté que nos retrasáramos —dijo con un tono de disculpa en la voz—, pero el tacto y la discreción no son los puntos fuertes de mi marido. Hola Pedro, cariño… ¿A que parece que está encantado de vernos, Raul?


Entonces, abrazó a Pedro y éste respondió con una risa triste. Parecía algo más relajado cuando abrazó a la joven, pero los ojos estaban llenos de frustración cuando se encontraron de nuevo con los de Paula.


— ¿Llegamos en mal momento? —preguntó Raul mirando con asombro primero a Paula y luego a su hermano.


Tamara soltó una carcajada.


—Cuando repartieron la intuición, Raul estaba el último de la cola — comentó con sequedad—. ¿Queréis tomar una copa, Pedro, o nos vamos?


La actitud franca de Tamara y la curiosidad que había en los ojos de Raul hicieron que Paula se sintiera muy incómoda.


—En realidad, soy yo la que se marcha —murmuró levemente.


El « ¡No! » rotundo de Pedro acabó con las súplicas de la joven pareja.


— ¡Qué genio! —comentó el hermano con un tono de voz que no ocultaba la curiosidad que sentía ante un comportamiento poco usual.


—Yo habría dicho qué grosero y arrogante —dijo Paula, recobrando la voz.


—Es verdad, pero él siempre ha sido así —explicó Raul, haciendo caso omiso de la mirada asesina de su hermano—. ¿Cómo te llamas? Pareces una mujer sensata y distinguida —añadió, pasándole a Pedro el brazo por los hombros—, ¿qué haces con mi hermano?


—Soy Paula Chaves.


—Vamos, Paula Chaves, vente a tomar una copa con mi esposa y conmigo. Estamos de celebración —le dijo mientras le echaba a Pedro una mirada conciliadora—. Tú puedes venir también.


Sin saber cómo, Paula se vio arrastrada al bar y tomó asiento entre el clan Alfonso. Raul era muy alegre y su mujer tenía un buen sentido del humor. La joven pareja parecía haber dado por sentado que Pedro y ella era pareja, un hecho que Paula encontraba algo perturbador. 


«Aunque sería agradable que fuese verdad», pensó mirando a Pedro mientras éste se reía de algún comentario escandaloso de su hermano.


— ¿Estáis de vacaciones? —preguntó Paula bajo la atenta mirada de Pedro.


—De luna de miel con retraso —dijo Tamara, mirando de forma muy íntima a su marido—. Es el único momento en el que nos hemos podido escapar. Tolondra es su amante —añadió con un tono de reproche.


— ¿Lleváis mucho tiempo casados? —preguntó Paula, ahogando un sentimiento de celos ante la intimidad que compartían.


—Tres años…


—Dos meses, cinco días y… —añadió Raul mirando el reloj— y cinco horas y veintisiete minutos.


Entonces, extendió la mano para tomar la de su esposa y se la llevó a los labios.


— ¿Qué tal está Susi? —preguntó Pedro.


—Mamá está como siempre. Te manda recuerdos y quiere saber cuándo vas a volver a casa. Pero yo le dije que estabas ocupado ejerciendo de gran magnate de los negocios. ¿Tienes ya todo bajo control?


—Estoy en ello —respondió Pedro, mirando de reojo a Paula.


—Oliver era todo un carácter —musitó Raul con una sonrisa—. Se podía decir rápidamente que era el hermano de Ruth. Apareció en Tolondra hace unos años para visitar a Pedro —le explicó a Paula—. Fue una especie de visita real, como las de su alteza Ruth, sólo que él se traía a su ayudante personal y ella al peluquero —dijo riendo—. He visto, si me perdonáis la expresión, cinturones más largos que las faldas de la ayudante…


—Creo que deberías saber que Paula fue la ayudante personal de Oliver hasta su muerte —le informó Pedro.


Raulabrió la boca muy sorprendido.


— ¿Tiene alguien un agujero a mano para que me pueda meter? —preguntó —. Lo siento, Paula, no quería ofenderte.


—No te preocupes, Raul. Recientemente he hecho frente a peores insultos — respondió mirando a Pedro.


— ¿Cómo se llamaba? —preguntó Pedro.


—Señorita Jones —replicó Raul, algo incómodo.


—Eso es… Oliver tenía buena vista para un par de buenas… piernas. Pero Paula lleva las faldas mucho más largas, al menos en el trabajo. De hecho, parece que va de uniforme, con el pelo recogido y las gafas. ¿De veras las necesitas? —le preguntó.


—Soy muy miope.


—Eso explica por qué sale contigo, hermanito.


—Estábamos hablando de negocios —se apresuró Paula a responder.


El joven Alfonso la miró con una divertida expresión de escepticismo.


—Debe de haber sido muy interesante trabajar para Oliver.


Paula miró a Tamara con una expresión de agradecimiento.


—Lo era. Lo hecho de menos —dijo, sin importarle lo que pudieran pensar.


—Paula tenía una posición privilegiada en la agencia. Debe de ser muy duro ver cómo vas perdiendo la influencia.


—Lo que quería decir es que hecho de menos a Oliver como persona — replicó Paula.


— ¿Tienes algo en los ojos?


Pedro había notado el brillo que se le había puesto en los ojos.


—Sólo mis lentillas —respondió ella con severidad.


Raul, animado por las miradas insinuantes de su esposa y la patada que ésta le dio en la espinilla, interrumpió la incómoda pausa.


—Mamá está en una nube desde que le di la buena noticia. Le he dicho que tendrá que comportarse si va a ser abuela.


—Eres tan presumido que das asco —comentó Pedro, retirando la atenciónde pAULa—. Te crees que nadie ha engendrado un niño antes que tú.


—Pero no con tan inteligente y tan guapo cómo será el nuestro —respondió su hermano.


—Los dos estáis haciendo que Paula se avergüence —protestó Tamara—. ¿No te lo había dicho Pedro? También nos sorprendió bastante a nosotros. Pensé que simplemente era que me mareaba en los aviones —recordó Tamara—. Me he acostumbrado tanto a que Raul se lo cuente a todo el mundo que había dado por hecho que… Pedro es más discreto.


— ¡Enhorabuena! —murmuró Paula afectuosamente. Así se explicaba aquella alegría entre ellos. ¿Tendría el bebé la barbilla obstinada de los Alfonso?, se preguntó, con una sonrisa inconsciente en los labios.


— ¿Te gustaría a ti tener un niño? —Bromeó Raul—. Tienes que tener cuidado, hermano.


—A Paula sólo le preocupa su carrera, Raul. No creo que los sentimientos maternales le quiten el sueño.


Paula se dio cuenta de que a Pedro no le había gustado el comentario de su hermano. La presunción de que ella no quería tener hijos hizo que Paula se enojara, aunque probablemente lo que Pedro había querido decir era que ella no era la persona adecuada para tenerlos… Aquel comentario le había hecho mucho daño.


— ¿Es que las mujeres que sólo se preocupan por su carrera no pueden tener hijos? —preguntó, con la cabeza muy erguida.


—En la vida cada uno elige su camino. La mujer que sólo tiene un hijo para no perderse la experiencia, es egoísta. También hay que dar algo a cambio. No me parece que sea adecuado para mujeres como tú.


—Sois los hombres los que no podéis arreglároslas con todo —comentó Tamara, rompiendo un silencio que resultaba muy incómodo—. Las mujeres llevan haciéndolo años. Además, yo estoy a favor de compartirlo todo. Raul tiene muchas ganas de ayudar con los pañales.


— ¿Sí? —preguntó Raul.


— ¿Para mujeres como yo? —dijo Paula, ignorando totalmente el comentario pacificador de Tamara. La suposición de Pedro había ido demasiado lejos—. No te pares. Estoy deseando oír el sermón que me quieres echar. Dime, ¿están grabadas en piedra en algún sitio todas tus opiniones?


—A lo largo de toda la Historia ha habido ejemplos de mujeres que defendían su descendencia contra cualquier contratiempo. Lo que está peor documentado es que hubo muchas otras sin ningún sentimiento maternal. Son esas mujeres las que no deberían tener hijos. No digo que todo esto sea un hecho de nuestro tiempo.


—Fue un día muy triste cuando las mujeres conseguimos el derecho al voto, ¿verdad? —respondió Paula, con los ojos brillantes de rabia.


—No te lo tienes que tomar como algo personal.


—¿Cómo que no? —le espetó, levantándose de la silla—. No soy tu madre, Pedro Alfonso, así que no tienes que ponerte agresivo conmigo. Mi carencia de sentimientos maternales no es asunto tuyo. De hecho —añadió—, nada de lo que yo haga es asunto tuyo.