domingo, 28 de abril de 2019

AMORES, ENREDOS Y UNA BODA: CAPITULO 25




La alegre voz hizo que Pedro se volviera. Un hombre joven, con una melena rubia hasta los hombros y una mandíbula idéntica a la de Pedro le dio un golpe en el hombro.


Paula, poco a poco, fue intentando recobrar la compostura cuando vio a la joven morena que había visto por la mañana.


—Hola, de nuevo. Intenté que nos retrasáramos —dijo con un tono de disculpa en la voz—, pero el tacto y la discreción no son los puntos fuertes de mi marido. Hola Pedro, cariño… ¿A que parece que está encantado de vernos, Raul?


Entonces, abrazó a Pedro y éste respondió con una risa triste. Parecía algo más relajado cuando abrazó a la joven, pero los ojos estaban llenos de frustración cuando se encontraron de nuevo con los de Paula.


— ¿Llegamos en mal momento? —preguntó Raul mirando con asombro primero a Paula y luego a su hermano.


Tamara soltó una carcajada.


—Cuando repartieron la intuición, Raul estaba el último de la cola — comentó con sequedad—. ¿Queréis tomar una copa, Pedro, o nos vamos?


La actitud franca de Tamara y la curiosidad que había en los ojos de Raul hicieron que Paula se sintiera muy incómoda.


—En realidad, soy yo la que se marcha —murmuró levemente.


El « ¡No! » rotundo de Pedro acabó con las súplicas de la joven pareja.


— ¡Qué genio! —comentó el hermano con un tono de voz que no ocultaba la curiosidad que sentía ante un comportamiento poco usual.


—Yo habría dicho qué grosero y arrogante —dijo Paula, recobrando la voz.


—Es verdad, pero él siempre ha sido así —explicó Raul, haciendo caso omiso de la mirada asesina de su hermano—. ¿Cómo te llamas? Pareces una mujer sensata y distinguida —añadió, pasándole a Pedro el brazo por los hombros—, ¿qué haces con mi hermano?


—Soy Paula Chaves.


—Vamos, Paula Chaves, vente a tomar una copa con mi esposa y conmigo. Estamos de celebración —le dijo mientras le echaba a Pedro una mirada conciliadora—. Tú puedes venir también.


Sin saber cómo, Paula se vio arrastrada al bar y tomó asiento entre el clan Alfonso. Raul era muy alegre y su mujer tenía un buen sentido del humor. La joven pareja parecía haber dado por sentado que Pedro y ella era pareja, un hecho que Paula encontraba algo perturbador. 


«Aunque sería agradable que fuese verdad», pensó mirando a Pedro mientras éste se reía de algún comentario escandaloso de su hermano.


— ¿Estáis de vacaciones? —preguntó Paula bajo la atenta mirada de Pedro.


—De luna de miel con retraso —dijo Tamara, mirando de forma muy íntima a su marido—. Es el único momento en el que nos hemos podido escapar. Tolondra es su amante —añadió con un tono de reproche.


— ¿Lleváis mucho tiempo casados? —preguntó Paula, ahogando un sentimiento de celos ante la intimidad que compartían.


—Tres años…


—Dos meses, cinco días y… —añadió Raul mirando el reloj— y cinco horas y veintisiete minutos.


Entonces, extendió la mano para tomar la de su esposa y se la llevó a los labios.


— ¿Qué tal está Susi? —preguntó Pedro.


—Mamá está como siempre. Te manda recuerdos y quiere saber cuándo vas a volver a casa. Pero yo le dije que estabas ocupado ejerciendo de gran magnate de los negocios. ¿Tienes ya todo bajo control?


—Estoy en ello —respondió Pedro, mirando de reojo a Paula.


—Oliver era todo un carácter —musitó Raul con una sonrisa—. Se podía decir rápidamente que era el hermano de Ruth. Apareció en Tolondra hace unos años para visitar a Pedro —le explicó a Paula—. Fue una especie de visita real, como las de su alteza Ruth, sólo que él se traía a su ayudante personal y ella al peluquero —dijo riendo—. He visto, si me perdonáis la expresión, cinturones más largos que las faldas de la ayudante…


—Creo que deberías saber que Paula fue la ayudante personal de Oliver hasta su muerte —le informó Pedro.


Raulabrió la boca muy sorprendido.


— ¿Tiene alguien un agujero a mano para que me pueda meter? —preguntó —. Lo siento, Paula, no quería ofenderte.


—No te preocupes, Raul. Recientemente he hecho frente a peores insultos — respondió mirando a Pedro.


— ¿Cómo se llamaba? —preguntó Pedro.


—Señorita Jones —replicó Raul, algo incómodo.


—Eso es… Oliver tenía buena vista para un par de buenas… piernas. Pero Paula lleva las faldas mucho más largas, al menos en el trabajo. De hecho, parece que va de uniforme, con el pelo recogido y las gafas. ¿De veras las necesitas? —le preguntó.


—Soy muy miope.


—Eso explica por qué sale contigo, hermanito.


—Estábamos hablando de negocios —se apresuró Paula a responder.


El joven Alfonso la miró con una divertida expresión de escepticismo.


—Debe de haber sido muy interesante trabajar para Oliver.


Paula miró a Tamara con una expresión de agradecimiento.


—Lo era. Lo hecho de menos —dijo, sin importarle lo que pudieran pensar.


—Paula tenía una posición privilegiada en la agencia. Debe de ser muy duro ver cómo vas perdiendo la influencia.


—Lo que quería decir es que hecho de menos a Oliver como persona — replicó Paula.


— ¿Tienes algo en los ojos?


Pedro había notado el brillo que se le había puesto en los ojos.


—Sólo mis lentillas —respondió ella con severidad.


Raul, animado por las miradas insinuantes de su esposa y la patada que ésta le dio en la espinilla, interrumpió la incómoda pausa.


—Mamá está en una nube desde que le di la buena noticia. Le he dicho que tendrá que comportarse si va a ser abuela.


—Eres tan presumido que das asco —comentó Pedro, retirando la atenciónde pAULa—. Te crees que nadie ha engendrado un niño antes que tú.


—Pero no con tan inteligente y tan guapo cómo será el nuestro —respondió su hermano.


—Los dos estáis haciendo que Paula se avergüence —protestó Tamara—. ¿No te lo había dicho Pedro? También nos sorprendió bastante a nosotros. Pensé que simplemente era que me mareaba en los aviones —recordó Tamara—. Me he acostumbrado tanto a que Raul se lo cuente a todo el mundo que había dado por hecho que… Pedro es más discreto.


— ¡Enhorabuena! —murmuró Paula afectuosamente. Así se explicaba aquella alegría entre ellos. ¿Tendría el bebé la barbilla obstinada de los Alfonso?, se preguntó, con una sonrisa inconsciente en los labios.


— ¿Te gustaría a ti tener un niño? —Bromeó Raul—. Tienes que tener cuidado, hermano.


—A Paula sólo le preocupa su carrera, Raul. No creo que los sentimientos maternales le quiten el sueño.


Paula se dio cuenta de que a Pedro no le había gustado el comentario de su hermano. La presunción de que ella no quería tener hijos hizo que Paula se enojara, aunque probablemente lo que Pedro había querido decir era que ella no era la persona adecuada para tenerlos… Aquel comentario le había hecho mucho daño.


— ¿Es que las mujeres que sólo se preocupan por su carrera no pueden tener hijos? —preguntó, con la cabeza muy erguida.


—En la vida cada uno elige su camino. La mujer que sólo tiene un hijo para no perderse la experiencia, es egoísta. También hay que dar algo a cambio. No me parece que sea adecuado para mujeres como tú.


—Sois los hombres los que no podéis arreglároslas con todo —comentó Tamara, rompiendo un silencio que resultaba muy incómodo—. Las mujeres llevan haciéndolo años. Además, yo estoy a favor de compartirlo todo. Raul tiene muchas ganas de ayudar con los pañales.


— ¿Sí? —preguntó Raul.


— ¿Para mujeres como yo? —dijo Paula, ignorando totalmente el comentario pacificador de Tamara. La suposición de Pedro había ido demasiado lejos—. No te pares. Estoy deseando oír el sermón que me quieres echar. Dime, ¿están grabadas en piedra en algún sitio todas tus opiniones?


—A lo largo de toda la Historia ha habido ejemplos de mujeres que defendían su descendencia contra cualquier contratiempo. Lo que está peor documentado es que hubo muchas otras sin ningún sentimiento maternal. Son esas mujeres las que no deberían tener hijos. No digo que todo esto sea un hecho de nuestro tiempo.


—Fue un día muy triste cuando las mujeres conseguimos el derecho al voto, ¿verdad? —respondió Paula, con los ojos brillantes de rabia.


—No te lo tienes que tomar como algo personal.


—¿Cómo que no? —le espetó, levantándose de la silla—. No soy tu madre, Pedro Alfonso, así que no tienes que ponerte agresivo conmigo. Mi carencia de sentimientos maternales no es asunto tuyo. De hecho —añadió—, nada de lo que yo haga es asunto tuyo.



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