lunes, 15 de abril de 2019

UN ASUNTO ESCANDALOSO: CAPITULO 20




Pasaron un par de días casi sin que se diese cuenta. El collar iba progresando bien, incluso sin la alentadora presencia de Pedro. Era como si estuviese desahogándose con su trabajo. Sin consultarle, cambió el modelo que le había enseñado para que le diese el visto bueno, o, mejor dicho, el visto bueno del cliente, y trabajó quince horas al día. También tenía los preparativos de la boda de Ramiro y Jesica controlados. Pedro se mantenía alejado de ella y la casa estaba envuelta en un ambiente de paz y educación.


Aunque por las noches, la historia era diferente. Paula era su peor enemiga, ya que no podía dejar de recordar cómo habían hecho el amor. 


Pedro era como una droga. Para evitar ir a su habitación, Paula había empezado a justificar sus acciones. Al fin y al cabo, le estaban pagando una gran cantidad de dinero y le estaban dando la oportunidad de diseñar un collar con la piedra más bonita y valiosa que había visto nunca. ¿Qué más daba quién fuese el cliente?


Y, además, Pedro no la había engañado para llevársela a la cama. Casi había sido ella quien le había tendido una emboscada mientras él estaba sentado en su despacho, comprando un cuadro. Así que no podía echarle la culpa de eso.


¿De verdad había esperado que saliese algo más de aquella situación? Pedro estaba fuera de su alcance.




UN ASUNTO ESCANDALOSO: CAPITULO 19






Esteban llamó mientras estaba desayunando para preguntar si era posible que Paula se pasase por la tienda un par de horas, ya que tenía que acompañar a su novia a hacerse una ecografía. Pedro la acompañó a la ciudad. Ella estaba callada, pero no insolente, y él había estado dándole vueltas a algunas ideas de marketing que quiso compartir con ella.


—¿Qué es lo que estás haciendo? —le preguntó después de que una clienta saliese con un par de pendientes de perlas que le habían costado muy baratos.


—Ganarme la vida —contestó ella.


Pedro paseó por la pequeña habitación.


—¿Es el éxito o el fracaso lo que te da miedo?


—No me importaría llamar un poco la atención —dijo Paula.


—¿Por qué viniste aquí? ¿Por qué a Port?


Ella se rascó el cuello y se encogió de hombros.


—Porque fue donde paré.


Tomó un paño y un frasco de limpia cristales y salió de detrás del mostrador. Iba vestida con unas mallas por debajo de la rodilla, sandalias de tacón alto, una túnica color marrón claro con mangas voluminosas y una enorme rosa de seda de color naranja prendida de la solapa.


Pedro no sabía por qué siempre se fijaba en su atuendo.


—¿De qué estabas huyendo? —insistió.


Paula fue hasta la vitrina que había en la otra punta de la tienda y le dio la espalda.


—Estaba prometida.


Él recordó haber visto algo en un programa de televisión y haberse preguntado si sería verdad.


—Estaba prometida a alguien que estaba convencido de que era la hija de Horacio y, por lo tanto, su heredera.


—Ya me acuerdo —murmuró él, y la vio sonrojarse.


—Recuerdas el escándalo —comentó Paula sin mirarlo.


Pedro se dio cuenta de que no estaba dolida, sino más bien, avergonzada.


—Los medios de comunicación hicieron su agosto —siguió ella—. Algunos titulares fueron muy divertidos. Hasta me habrían hecho gracia si… —fue hacia otra vitrina—. ¿Sabes que me pidió que le devolviese el anillo de compromiso? No paró hasta que Horacio le dijo a Ramiro que fuese a verlo.


Pedro suspiró.


—Tuviste suerte al librarte de el.


Paula puso los ojos en blanco y dejó de sonreír.


—Me cansé de aquello. Siempre soy la hija ilegítima, una cazafortunas maquinadora o la pobre idiota a cuyo novio pillaron con los pantalones bajados.


Después guardó silencio y siguió limpiando los cristales de manera vigorosa.


—¿Por qué aquí?


Ella se encogió de hombros.


—Me gusta la playa y el clima. Y está lo suficientemente lejos de Sidney como para que mucha gente no sepa que tengo algo que ver con los Blackstone —lo miró un momento y sonrió—. Y también porque aquí hay mucha gente de paso. No importa quién seas o lo que seas.


Pedro pensó que, a pesar de haber visto su fotografía en muchas ocasiones, no se había dado cuenta de lo guapa que era hasta que la había tenido delante. En esos momentos, era consciente de que contenía la respiración cuando la oía bajar por las escaleras por la mañana, preguntándose con qué mezcla de tejidos y colores lo sorprendería.


Le tendió la mano.


—Ven aquí.


La llevó fuera y señaló el letrero borroso que colgaba encima de la puerta.


—¿Qué pone ahí?


—Paula Chaves. Joyería selecta de Port Douglas.


—Joyería selecta —repitió él—. Ambos sabemos lo mucho que cuesta poder poner esas dos palabras después de tu nombre. ¿Es esta tienda lo que imaginabas cuando empezaste?


—La verdad es que no.


—¿Qué querías?


—Supongo que lo mismo que todo el mundo cuando empieza: quería ser la mejor.


—¿No querías que acudiesen a ti personas importantes, famosas, la realeza, coleccionistas privados? —le preguntó.


—Supongo que sí…


—¿Te habría prestado dinero Horacio Blackstone si hubiese sabido que sólo ibas a llegar a esto?


—¡Eh! —exclamó ella con ojos brillantes.


Pedro se preguntó si no seguiría enfadada después de su conversación de la mañana.


—Esto no es suficiente. Ni la tienda, ni el lugar en el que está.


Volvió a conducirla al interior.


—Tienes los contactos, Paula. Si los Blackstone no te ayudan, invierte en una empresa de marketing. Tal vez mi gente pueda señalarte la dirección a seguir.


Paula frunció el ceño. No estaba convencida.


—Escucha, tengo tantos encargos de la campaña de febrero, que casi no doy abasto.


Pedro empezó a ir y venir por la tienda.


—Tienes que marcharte de aquí. Ir a Sidney… —la vio negar con la cabeza—. Pues a Melbourne. ¿Por qué limitarte tanto? Eres buena, Paula, eres sensacional. ¿Por qué no vas a Nueva York, o a Europa?


—En realidad, estaba pensando en mudarme un par de puertas más abajo.


Él dejó de andar y la miró.


—Hay un local libre dos puertas más abajo, casi en la esquina de los grandes almacenes. Tiene el doble de espacio y es muy moderno.


—¿Quieres ser la mejor? ¿La mejor de Port Douglas?


—Sí, ya sé que esto es un pueblucho —dijo ella con las mejillas encendidas.


—Eh, es tu carrera. Pero nadie te conocerá si no sales de tu cueva.


Ella avanzó, con la cabeza hacia atrás, los puños cerrados y los ojos brillando de ira. Y Pedro se dio cuenta de que sí, seguía dolida por lo que habían hablado por la mañana.


—No puedo ser tan mala —le dijo—, ya que casi me rogaste que trabajase para ti.


—No fue idea mía —le confesó Pedro—. De hecho, yo intenté convencer al cliente de que no te dejase acercarte a ese diamante.


Aquello fue como una patada en el estómago.


Por la mañana, Pedro había escogido sus palabras con cuidado para ponerla en su sitio. 


Paula no tenía derecho a hacerle preguntas, ni debía esperar nada de él.


Pero aquello había sido un duro golpe que había llegado sin previo aviso. Al ver la expresión de su rostro, Paula se dio cuenta de que Pedro no había querido decírselo.


Así que Pedro Alfonso no estaba allí porque ella fuese la mejor diseñadora del lugar. Se sintió abatida y palideció.


¿Qué esperaba? ¿A quién quería engañar? 


Pedro tenía razón: esa tienda no era lo que siempre había imaginado. Era patética. Horacio le había prestado el dinero, pero siempre había insistido en que tenía que volver a Sidney y pensar seriamente en su carrera.


Pedro tomó aire y abrió la boca para hablar, pero ella tenía que hacerlo primero, antes de derrumbarse.


—¿Quién es tu cliente? —le preguntó.


—Paula, lo que importa es que ahora confío por completo en ti.


—¿Y no puedo saber quién me ha contratado?


Él negó con la cabeza.


—Lo siento.


Al menos, podía preguntar sobre la mujer para la que estaba haciendo el collar.


—¿El diamante no es para tu novia?


Pedro apartó la mirada.


—Tú lo diste por hecho, y yo preferí no corregirte.


Ella había estado sintiéndose culpable, pensando en aquella novia. Había pensado que ella era sólo una diversión mientras Pedro estaba allí, solo, aburrido y caliente.


Su madre siempre le había dicho que no pasaba nada por cometer errores, siempre y cuando se aprendiese de ellos. Pero era evidente que la traición de Nico no le había servido para aprender a juzgar a los hombres. De todos modos, sólo conocía a Pedro desde hacía poco más de una semana. No solía acostarse con nadie tan pronto.


Y no sabía si iba a ser capaz de mantenerse alejada de su cama.




UN ASUNTO ESCANDALOSO: CAPITULO 18





Pedro, ¿has oído un rumor acerca de una OPA contra Blackstone Diamonds?


Él abrió los ojos de par en par. Aquella pregunta no le cuadraba.


Pedro estaba tumbado en la cama, pensando que los esporádicos encuentros sexuales que había tenido en su vida no habían solidó incluir sexo por las mañanas, en especial, con la misma mujer que por la noche. Siempre tenía que marcharse corriendo porque tenía una reunión, o un vuelo que tomar.


Tuvo que salir de su ensoñación para responder a Paula.


—¿Hace un minuto estabas gritando de placer y ahora quieres que hablemos de negocios?


Paula estaba tumbada con la cabeza en su pecho. Él miró el reloj; eran las siete y media, hora de levantarse.


—Sí, he oído algo —contestó finalmente—. ¿Quieres un café o vas a quedarte en la cama?


Ella insistió.


—¿Crees que Mateo está involucrado?


¿Habría oído algo la noche anterior?


A él no le había sorprendido que Mateo le pidiese que vendiese sus acciones; sabía que estaba buscando apoyos entre los accionistas de Blackstone Diamonds y que los estaba consiguiendo.


Pero él no estaba dispuesto a ayudarlo, al menos, por el momento.


—¿A qué se debe este interrogatorio antes del desayuno?


Ella no levantó la cabeza de su pecho, y eso lo preocupó.


—Os oí anoche, en el restaurante —le dijo en voz baja—. Hablando de vender tus acciones.


Pedro frunció el ceño. Y retiró todos aquellos bonitos pensamientos acerca de levantarse siempre al lado de la misma mujer. No supo si reír o sentirse ofendido. ¿Quién se creía que era?


—¿Estuviste escuchándonos a escondidas, Paula? Si es así, supongo que sabes que rechacé su propuesta.


Ella levantó la cabeza y lo miró a los ojos. 


Estaba muy seria.


Pedro ya no tuvo ganas de reír.


—Una OPA —le dijo mientras enredaba un dedo en uno de sus rizos—, es algo muy complicado. Necesita el apoyo de la junta directiva y un determinado número de acciones. Yo tengo muy pocas, Paula.


Eso era verdad, pero también sabía que Mateo estaba dispuesto a todo.


—¿Pero si Rafael Vanee te pidiese que las vendas…?


Pedro se quedó inmóvil. Lo había oído todo. Y lo que le estaba haciendo estaba fuera de lugar. Él no estaba acostumbrado a tener que justificarse delante de nadie, y mucho menos delante de una mujer a la que conocía desde hacía poco más de una semana, por increíble que fuese el sexo con ella.


—Sí. Si me diese un buen motivo, vendería —asintió en tono más frío.


Vio decepción en sus ojos y se dio cuenta de que eso le molestaba. En los negocios no había espacio para las emociones.


Pedro, lo que hace daño a los Blackstone, también me hace daño a mí, lo entiendes, ¿verdad?


Era el momento de que ambos recordasen que aquello no era más que una aventura.


—Que estemos acostándonos juntos, Paula, no significa que tengas derecho a preguntarme sobre mis negocios.


Ella se estremeció. Y Pedro se dio cuenta porque lo sintió en el pecho y en el estómago, que estaban debajo de ella, entre las piernas, donde ella tenía su muslo, y en el hombro, donde había apoyado uno de sus brazos.


Pero le mantuvo la mirada. No permitiría que rebasase las fronteras. Después de un momento, la empujó con suavidad para indicarle que quería levantarse. Ella se fue hacia su lado de la cama. Aunque… ¿desde cuándo tenía su propio lado en su cama?


Pedro se miró en el espejo del cuarto de baño y se preguntó qué había pasado, qué había cambiado. Hacía unos minutos había estado saboreando las delicias de un cuerpo muy sexy, y en ese instante se sentía culpable, estaba pensando en los sentimientos de otra persona. 


¿Hasta dónde se estaba implicando?


En algún momento de su relación, Paula había despertado en él el instinto de protección que, durante tanto tiempo, había estado enterrado.


Sus padres, su casa de la niñez, siempre habían sido un refugio para personas perdidas, necesitadas de cariño. ¿Era eso lo que veía Paula en él? ¿Estaría buscando un puerto en el que refugiarse?


Se suponía que lo suyo no era más que una aventura. Desearla cada minuto del día durante el tiempo que habían estado juntos era aceptable. Pensar en levantarse a su lado todas las mañanas debía de estar en el límite y era un tema del que tendría que ocuparse… pronto. 


Hacía años que no tenía una relación de verdad y había sido feliz así.


No entendía por qué estaba justificándose.




domingo, 14 de abril de 2019

UN ASUNTO ESCANDALOSO: CAPITULO 17




Los tres cenaron juntos en un restaurante situado entre palmeras tropicales. Pedro brindó por ella cuando se enteró de que tenía un trabajo nuevo y comentó que eso terminaría de situarla en el mundo del diseño de joyas.


Luego, se volvió hacia Mateo.


—Pensaba haber encontrado el rastro del quinto diamante, pero ha sido una falsa alarma. Lo siento. Te mantendré informado.


Mateo pareció decepcionado, pero levantó su copa.


—Te lo agradezco, Pedro. Alguien tiene que saber algo. Y Paula, estoy deseando trabajar contigo, con un poco de suerte, con las cinco piedras.


Fue uno de los mejores días que recordaba Paula. A su madre le encantaría saber que Mateo se había puesto en contacto con ella y le había dado la oportunidad de reescribir la historia del Corazón del interior de Australia. Si Pedro encontrase el quinto diamante… sería el final perfecto para un día perfecto.


Hasta que, al volver del baño, los sorprendió hablando de negocios. No había pretendido espiarlos, pero se equivocó de palmera y llegó desde una dirección diferente. Vio que Mateo se había sentado en su sitio y estaba hablando muy serio con Pedro. Algo hizo que se detuviese detrás del siguiente tronco cuando oyó mencionar el apellido Blackstone.


—Ya he hablado con tres de los pequeños accionistas —dijo Mateo—. Si tú nos respaldases…


—Si vas en serio, necesitas a Rafael Vanee de tu parte, no a mí. Yo sólo tengo un puñado de acciones.


—Voy a ver a Rafael a la semana que viene, pero, escucha, están en terrenos pantanosos. El imperio Blackstone está derrumbándose sin Horacio. Perrini y Ramiro discuten mucho y Kim se pasa el día intentando calmarlos. Sólo quiero seguir presionándolos.


Paula palideció y tuvo la desagradable sensación de que su primo no estaba jugando limpio.


Esperó a ver qué respondía su amante.


—A mí no me interesan las peleas de perros, Mateo. Las pocas acciones que tengo están funcionando bien.


Paula se relajó un poco y se asomó por detrás del tronco.


Vio a Mateo echándose hacia atrás y poniéndose ambas manos detrás de la cabeza.


—Pensé que no querrías perder la oportunidad de darle una patada a un Blackstone, dada tu experiencia.


Pedro frunció el ceño.


—Yo tenía problemas con Horacio, no con Blackstone Diamonds.


—¿No será que estás mezclando los negocios con el placer? —comentó Mateo de manera despreocupada.


Paula vio que a Pedro le brillaban los ojos.


—No metas a Paula en esto, ¿de acuerdo?


A pesar de la fuerza con que le latía el corazón, Paula oyó que Mateo se disculpaba.


—Entonces, si consigo poner a Vanee de mi parte, ¿podremos contar contigo?


—Si Rafael me dice que venda, venderé.


Paula se quedó un par de segundos más detrás de la palmera, intentando serenarse. El hecho de que Pedro no hubiese negado que tenía algo con ella hizo que se sintiera extrañamente optimista. Pero la decepcionó que Mateo no estuviese preparado para que ambas familias se reconciliasen. ¿Acaso llegaría a estarlo algún día?


También se sintió culpable por estar confraternizando con el enemigo. Tal vez, con dos enemigos.




UN ASUNTO ESCANDALOSO: CAPITULO 16




—¿Qué tal va?


Paula levantó la vista de la mesa, de nuevo enfrascada en su trabajo.


—Hoy empiezo con la cadena.


Estaba trabajando con platino, que siempre era un reto que la divertía. Para muchas joyas era un metal demasiado débil y denso, pero con la práctica, cada vez era más sencillo trabajar con él y los resultados merecían la pena.


Pedro tomó un taburete y se sentó a su lado. 


Estaba convirtiéndose en un hábito, el ir allí a verla trabajar. Parecía fascinado por todo el proceso.


—Debe de ser muy excitante, crear algo desde el principio hasta el final y saber que te sobrevivirá.


Estaba hojeando de nuevo los contenidos de su carpeta, algo que hacía con frecuencia. En todas las páginas encontraba algo que le resultaba interesante y le preguntaba por qué había decidido hacer una determinada combinación de textura y color. Paula rompía todas las reglas, pero los resultados eran muy bonitos.


Y a ella la animaba su interés. Parecía comprenderla de verdad, compartir su visión de la relación entre las piedras y los metales preciosos. A la mayoría de las personas sólo le interesaba el producto final, no la creación. Era agradable que alguien tuviese la misma manera de ver las cosas por una vez.


Habían pasado varios días desde la excursión en barco. Paula casi ni se daba cuenta del tiempo que hacía, ya que sólo había salido del taller para terminar con los preparativos de la boda de Ramiro y Jesica, o para hacer el amor con Quinn.


Lo miró. Por el momento, había sido capaz de contenerse para no preguntarle acerca de la persona a la que iba a regalarle el diamante. Era un hombre honrado, a pesar de haber intentado coaccionarla para conseguir que trabajase para él. Un hombre leal, que no le haría promesas ni jugaría con sus sentimientos.


Ella no solía hacer así las cosas, pero tenía que comportarse de forma madura. Sólo había tenido una relación, que había sido desastrosa y le había hecho sentir, una vez más, que no era lo suficientemente buena. Pero ése no era el problema de Pedro. Pertenecían a mundos diferentes y aquello no era una «relación», sino más bien una «situación» y, por el momento, no le parecía una mala situación.


Y no lo sería siempre y cuando no intentase convertirla en otra cosa.


Sonó su teléfono y bajó la linterna. Era Esteban, que la llamaba de la tienda para decirle que Mateo Chaves había ido a verla. Paula le dio la dirección de la casa de la playa y se preparó para conocer a su primo. Varios minutos después, y muy nerviosa, le pidió a Pedro que abriese la puerta mientras ella se quedaba unos pasos detrás de él.


—¿Paula? —fue lo primero que dijo Mateo, mirándolos a ambos, confundido—. No sabía que os conocieseis —añadió, dándole la mano a Pedro.


Éste retrocedió y la hizo avanzar, sonriendo de manera tranquilizadora.


—Paula está diseñando una joya para mí.


Ella miró a su primo a la cara. Era casi tan alto como Pedro, más delgado, tenía el pelo grueso y de color arena y los ojos grises, que le recordaban a los de su madre.


—Entra y siéntate —le dijo Pedro, conduciéndolo hasta el salón. Luego, le ofreció un refresco y se retiró.


Paula entrelazó las manos. No sabía cuál era el motivo de su visita y deseó que por fin quisiese conocer a la rama australiana de su familia. 


Empezó preguntándole por Benito, que era un tema peligroso, ya que hacía meses que se hablaba de la infidelidad de su esposa y de la paternidad de su hijo. Pero él sacó una fotografía de la cartera y se la mostró con orgullo.


El niño parecía triste, serio. Paula le preguntó cuántos años tenía.


—Tres y medio —respondió Mateo.


—¿Has venido de vacaciones? —se atrevió a preguntarle después.


—He pensado que ya era hora de que nos conociésemos —dijo él—. También quería hablar con Pedro, pero no tenía ni idea de que iba a encontraros juntos.


Paula notó que se ruborizaba.


—Como te ha dicho, estoy ayudándolo con un diseño.


—Me alegro por ti —comentó Mateo sonriendo—. En este negocio, una recomendación de Pedro Alfonso es algo muy valioso. Por cierto, he visto tu catálogo de la colección que salió de febrero, es impresionante.


Ella sonrió. Había tenido mucho trabajo sólo con el lanzamiento de la colección para Blackstone, y con ello había demostrado que Horacio, que había sido quien la había animado a diseñar joyas, sabía muy bien lo que hacía.


Pero en ese momento era mejor no mencionar su nombre.


—Ése es el otro motivo por el que estoy aquí —continuó Mateo—. Supongo que habrás oído que he recuperado el cuarto de los diamantes del Corazón.


Paula asintió con cautela.


—Tengo una idea —añadió él—, y me gustaría que formases parte de ella.


—¿De qué manera? —quiso saber Paula, que se preguntaba si aquello sería una conspiración contra los Blackstone.


—Quiero hacer con ellos un collar que permanezca siempre en la familia Chaves y que puedan ponerse todas las futuras novias de la misma.


Paula se quedó boquiabierta.


—¡Qué idea tan maravillosa!


—Espero que mi padre piense lo mismo.


Ella asintió. Seguro que aquello apaciguaba un poco al hombre, después de los sinsabores de los últimos años.


—Mateo, a mi madre le encantaría también recuperar la relación que tenía con Oliver y con tu madre, contigo y con Benito. ¿Crees que existe alguna posibilidad?


—Yo no tengo nada en contra de Sonya, Paula, pero no puedo hablar por mi padre. ¿Qué te parece si vamos poco a poco y empezamos por que seas tú quien diseñe la Rosa nupcial?


La Rosa nupcial. Paula se sintió embriagada de emoción.


—Será un honor —dijo entre dientes, mirando fijamente la fotografía de Benito para ocultar sus lágrimas.


A pesar de que tenía muy buena relación con sus primos Kim y Ramiro, y que no había dudado jamás del amor que su madre sentía por ella, nunca había sentido que tuviera una familia de verdad. Encontrar una nueva familia y participar en la reunión de sus miembros era todo un privilegio. Le dio la sensación de que iba a llevarse bien con Mateo, igual que le había pasado con Javier.


Y después sintió una euforia mucho más egoísta. Primero, el precioso diamante amarillo que estaba arriba, en la caja fuerte, y en esos momentos, los diamantes de la Rosa de los Blackstone. ¡Y ella tan sólo tenía veintisiete años!


—Es una pena que todavía no haya salido a la luz el quinto diamante.


—En eso estoy ahora —comentó Mateo de manera misteriosa—. Mientras tanto, me gustaría que diseñases el collar como si tuvieses las cinco piedras. ¿Podrías hacerlo?


—Por supuesto. ¿Podrías esperar un par de semanas, hasta que termine lo que estoy haciendo aquí?


Él asintió.


—La verdad es que hasta el momento sólo había pensado en convencerte para que lo hicieses.


—Bueno, pues ya está —contestó ella sonriendo—. Estaré encantada de hacerlo y me alegro mucho de que hayas pensado en mí.


Él sonrió sólo un poco, pero toda su cara se iluminó.


—Eres una diseñadora con mucho talento y una Chaves. Eres perfecta.


Charlaron durante una hora acerca del negocio de la joyería y del pequeño Benito, y terminaron comentando el reciente compromiso de Javier con Briana. Paula pensó que debía de ser muy raro para Mateo ver cómo su hermano se casaba con la hermana de la que había sido su esposa, pero éste le dijo que siempre le había gustado mucho Briana. Como estaba más relajada, Paula se atrevió incluso a mencionar los rumores que habían corrido durante las últimas semanas, acerca de que Javier era el hijo perdido de Horacio. Para su alivio, Mateo no pareció ofenderse al oír su nombre.


—Supongo que la madre biológica de Javier tendría mucho que decir al respecto.


A Paula le sorprendió la respuesta; no había leído nada acerca de ella en los periódicos.


—Yo la conozco. Suele pedirle dinero a Javier con frecuencia, y luego desaparece hasta que necesita más —confesó Mateo.


A ella le dio pena Javier, que era un hombre increíblemente guapo, un abogado con mucho éxito, y estaba recién prometido. A pesar de su impecable exterior, por dentro debía de haber sufrido mucho.


Aunque, al menos, sabía quién era su madre…


Como si Mateo se hubiese dado cuenta de su repentina tristeza, dijo que iba a intentar convencer a su hermano para organizar una reunión familiar muy pronto.


—En estos momentos está acompañando a Briana, que tenía un trabajo en el extranjero, pero tal vez cuando vuelvan podamos vernos todos.


—¿Y Benito? —preguntó ella—. ¿Y mi madre?


—¿Por qué no?