jueves, 6 de diciembre de 2018

PASADO DE AMOR: CAPITULO 20



—Los payasos están pasados de moda.


—Ya, claro, ¿y acaso los ositos son lo último?


—Por lo menos, son monos —contestó Paula cruzándose de brazos—. Estos payasos dan miedo —añadió señalando el papel que Pedro tenía en la mano.


Pedro se quedó mirándolo atentamente.


—Tienes razón —recapacitó dejando el papel en su sitio—. Sin embargo, los ositos no terminan de convencerme.


Paula observó la cenefa que había elegido y decidió que, efectivamente, los ositos eran bastante aburridos.


—Tienes razón. Así que nada de payasos y nada de ositos. ¿Qué otras opciones tenemos?


Mientras hacían recapitulación, Paula se dio cuenta de lo bien que se lo estaba pasando.


Desde luego, aquello la había tomado por sorpresa pues había esperado que aquel día fuera una completa tortura.


Sin embargo, después de ducharse y de cambiarse de ropa, habían desayunado un zumo de naranja y tostadas y se habían ido a la ferretería.


Allí, Paula había dejado que Pedro tomara las riendas ya que, al fin y al cabo, estaba en su salsa y sabía lo que debía comprar.


Sin embargo, ahora se encontraban en la única tienda de telas que había en Crystal Springs y Paula se había hecho con las riendas.


De mutuo acuerdo, habían decidido que, de momento, no iban a comprar los muebles ni las cortinas sino que se iban a limitar a empezar a reformar la habitación.


Sin embargo, no habían podido evitar la tentación de comprar la pintura, una mezcla de azul y verde, perfecto tanto para niña como para niño, que ya estaba cargada en el coche.


—¿Qué te parece éste? —propuso Paula dándole un rollo de papel que iba a la perfección con la muestra de pintura—. Los azules y los verdes van divinamente y todas estas criaturas marinas son adorables.


Se trataba de delfines, tortugas, ballenas y medusas e incluso había algunos tiburones y pulpos preciosos.


Pedro la miró a los ojos y sonrió de manera sensual.


—Me encanta. Podríamos comprar unos cuantos peluches de animales del mar y una cuna y estanterías y una mecedora a juego.


—¿Y no crees tú que a mi hermano y a Karen les gustaría elegir ellos algo de la habitación del niño? —preguntó Paula preocupada.


—No, les va encantar lo que elijamos para ellos. Además, si hay algo que no les gusta, pueden cambiarlo y nosotros no nos sentiremos ofendidos.


—Tienes razón —contestó Paula.


—Entonces, decidido. Venga, agarra unos cuantos rollos de papel de ése y vámonos.


Paula así lo hizo.


—Solo queda una cosa —comentó Pedro mirándola de arriba abajo.


—¿Qué? —dijo Paula mirándose también.


¿Se habría manchado de zumo de naranja en el desayuno?


—¿Piensas trabajar con esa ropa o tienes otra para cambiarte cuando lleguemos a casa?


—Me temo que esto es todo lo que tengo —contestó Paula mordiéndose el labio inferior—. La verdad es que cuando hice la maleta para venirme lo hice con la idea de ir a una boda, la de mi hermano, y no con intención de ponerme a reformar una habitación.


—Pues creo que lo mejor sería que te compraras unos vaqueros y unas cuantas camisetas.


—¿Tú crees? —dijo Paula.


La verdad era que llevaba los pantalones perfectamente planchados y con la raya tan bien hecha que parecían de un militar y el cuerpo de punto era precioso y lo cierto era que no le apetecía nada estropeárselo.


—Sí, venga, vamos al departamento de señoras.


—¿De verdad quieres perder el tiempo mientras yo me pruebo ropa? Te vas a aburrir —comentó Paula.


Pedro sonrió con picardía.


—En estos momentos, no se me ocurre nada que me apetezca más. Con un poco de suerte, a lo mejor me dejas entrar en el probador a ver qué tal te queda lo que hayas elegido.


—Tú sueñas, bonito.


—Sí, de eso puedes estar segura —contestó Pedro mientras Paula comenzaba a elegir vaqueros.





PASADO DE AMOR: CAPITULO 19




Paula estaba haciendo un tremendo esfuerzo para no estallar en carcajadas.


Iba concentrándose en la respiración, intentando no reírse porque, aunque Pedro estaba aguantando como podía, lo estaba pasando mal.


Se había despertado aquella mañana muy temprano y la estaba esperando vestido con pantalones cortos y camiseta cuando ella había bajado, así que habían tomado cada uno una pequeña botella de agua en la mano y habían comenzado a trotar nada más salir de casa.


Todavía no había amanecido y hacía frío.


Al principio, Pedro había ido de maravilla.


Incluso parecía que iba mejor que ella, que estaba más acostumbrada a correr en cinta en el gimnasio que hacerlo por la calle.


Mientras corrían uno al lado del otro, iban charlando sobre lo que tenían que comprar para ponerse manos a la obra aquella misma mañana con la habitación del bebé.


Un rato después, Paul había empezado a trotar más fuerte y había sido entonces cuando Pedro había comenzado a quedarse sin resuello.


No era que Pedro no estuviera en forma, pero era obvio que estaba acostumbrado a hacer otro tipo de ejercicio.


Paula lo miró de reojo y decidió que había tenido suficiente.


Llevaban una hora corriendo y Paula sabía que, con lo cabezota que era, Pedro era capaz de seguir corriendo hasta morir con tal de no dar su brazo a torcer.


Así que bajó el ritmo y esperó a que la alcanzara.


—¿Estás bien? —le preguntó sabiendo perfectamente lo que Pedro iba a contestar.


—Sí, claro que sí —contestó Pedro resoplando—. Podría estar corriendo un par de horas más.


Paula giró la cabeza para que no la viera reírse.


—Eso está muy bien, pero creo que ya hemos tenido suficiente por hoy. Hemos debido de quemar, por lo menos, una ración de pizza y una copa de vino.


Al llegar a casa de su hermano, se pararon y, mientras ella continuaba corriendo en el sitio para permitir que su ritmo cardíaco se desacelerada naturalmente, Pedro se dobló de la cintura hacia adelante, apoyó las manos en las rodillas y comenzó a inhalar aire completamente asfixiado.


Paula también respiraba con dificultad, pero era una sensación que le encantaba.


—Te propongo que nos duchemos y vayamos al pueblo.


Una de las razones por las que Paula había querido salir a correr aquella mañana había sido para liberarse de la ansiedad que le producía el tener que pasar todo el día trabajando con Pedro y, sobre todo, tener que ir con él a comprar artículos de bebé.


Paula era consciente de que iba a ser una situación difícil y quería estar preparada. Salir a correr le había sentado bien y ahora se sentía más fuerte y más preparada para controlar sus emociones.


—Me parece bien. ¿Pasas tú primero al baño? —preguntó Pedro levantándose la camiseta para secarse el sudor de la frente.


Al hacerlo, Paula vio sus maravillosos abdominales y tuvo que dar un trago de agua porque se le había secado la garganta.


—No, pasa tú primero —contestó sinceramente.


Parecía que Pedro lo necesitaba más y, además, a ella no le importaba nada estar un rato sola antes de meterse en la ducha porque, si lo hacía ahora, en el estado en el que estaba, se iba a ver obligada a ducharse con agua helada y prefería esperar un poco y poder ducharse con agua templada.


—¿Seguro?


Paula asintió y abrió la puerta de casa. Pedro subió las escaleras y pocos minutos después Paula oyó el agua correr.


Mientras él se duchaba, ella metió las botellas de agua en el frigorífico y fue a su habitación para elegir la ropa que se iba a poner.


Obviamente, no se había llevado ropa vieja que le sirviera para trabajar, pero decidió que unos pantalones azul marino y una camiseta de punto marrón eran lo suficientemente casuales como para realizar ese trabajo… a menos que Pedro la quisiera poner a pintar o a lijar el suelo, claro.


Al cabo de unos minutos, Pedro apareció con el pelo mojado en la puerta de su habitación.


Solo llevaba una toalla atada a la cintura y Paula no pudo evitar quedarse mirando una gota de agua que cayó de su pelo, se deslizó por su rostro, bajó por su musculado y firme torso y se perdió más allá de su cintura.


—El baño es todo tuyo —dijo Pedro en voz baja.


Paula se mojó los labios y se obligó a mirarlo a los ojos. Al hacerlo, se dio cuenta de que Pedro sonreía encantado. Era obvio que la había pillado mirándolo.


«Desde luego, menuda manera de mantener las distancias», se dijo a sí misma.


Claro que el episodio de la noche anterior en el sofá debía de haberle dejado muy claro que algún interés sí tenía en él.


—Gracias —contestó con voz trémula.


Se había ido a vivir a Los Ángeles para distanciarse de Pedro y había madurado a la fuerza, pero desde que había vuelto a Crystal Springs parecía que estaba volviendo a ser aquella patética adolescente enamorada.


Razón más que de sobra para volver a California cuanto antes e intentar recuperar el equilibrio interno.


Pasaron unos cuantos segundos en los que ninguno de los dos se movió, en los que se limitaron a mirarse fijamente a los ojos.


Paula se dio cuenta de que debía moverse, así que recogió la ropa que había elegido y obligó a sus piernas a desplazarse, pasando al lado de Pedro y teniendo mucho cuidado de no tocarlo, para meterse en el baño.


—No tardo nada —le dijo.


—Tómate todo el tiempo que quieras —contestó él.


Paula lo miró una última vez antes de cerrar la puerta y no pudo evitar estremecerse de pies a cabeza al ver que Pedro la estaba mirando con deseo.


Su propio cuerpo reaccionó con violencia y aquel deseo masculino encontró reflejo femenino en el interior de Paula, que se apresuró a cerrar la puerta y a decidir que, al final, iba a necesitar la ducha de agua helada.



PASADO DE AMOR: CAPITULO 18




Al abrir la puerta, se encontró con un adolescente que, efectivamente, le entregó una pizza y se fue muy sonriente con los cinco dólares que Pedro le dio de propina.


Cuando se giró, vio que Paula se había levantado del sofá y estaba poniéndose bien la bata para cubrir la estela de saliva que él había dejado sobre su camisón.


Al recordar aquellos momentos, Pedro sintió que se quedaba sin aire. Si por él hubiera sido, habría dejado la pizza en la cocina, habría vuelto al salón y la habría tomado entre sus brazos para reanudar el momento de arrebato donde lo habían dejado.


Sin embargo, Paula no parecía muy dispuesta a volver a la acción, así que Pedro tuvo que aguantarse.


—La pizza huele muy bien —comentó para romper la tensión que se estaba instalando entre ellos—. ¿Te importaría traer unos platos, por favor?


—Ahora mismo —contestó Paula dirigiéndose a la cocina.


Pedro no le ofendió que ni siquiera lo rozara al pasar por su lado. Aunque no compartía la idea, entendía que Paula necesitara distanciarse.


Pedro volvió a sentarse en el sofá y dejó la caja de la pizza sobre la mesa. Unos segundos después, Paula se sentó a su lado con dos platos y unas cuantas servilletas de papel.


Pedro sirvió dos porciones de pizza en cada plato y rellenó las copas de vino.


—A lo mejor sería mejor que me fuera a mi habitación a cenar —comentó Paula—. Así, tú podrías ver tranquilo la televisión o lo que quisieras.


Lo había dicho sin mirarlo y a Pedro le entraron ganas de maldecir.


—No —contestó acariciándole el brazo—. Te propongo que veamos una película.


Paula no contestó inmediatamente, pero al cabo de unos segundos lo miró a los ojos y sonrió.


—Me parece buena idea, pero la elijo yo.


—Oh, no, la que me espera —gimió Pedro exageradamente echándose hacia atrás en el sofá—. ¿No me digas que me va a tocar ver una película cursi de chicas?


—A lo mejor —contestó Paula sonriente.


Acto seguido, dio un mordisco a la pizza, se puso en pie y cruzó el salón hacia la televisión y el reproductor de DVD.


Pedro se quedó mirando el vaivén de sus caderas, maravillado por sus piernas diciéndose que, comparada con ella, la pizza que se estaba tomando no valía nada.


Paula eligió un DVD, lo colocó y volvió al sofá, pero en esta ocasión mantuvo un cojín entero de distancia entre ellos. Una vez sentada y con la copa de vino en una mano, dio al play con la otra.


—¿Debería empezar a preocuparme? —preguntó Pedro.


—Depende —contestó Paula encogiéndose de hombros.


Los créditos de la película comenzaron a pasar y Pedro escuchó una música que se le hacía conocida y que le hizo sonreír encantado al darse cuenta de que Paula había elegido una de sus películas favoritas.


Se trataba de una película en la que Keanu Reeves y Sandra Bullock hacían todo lo que podían para no perecer en un autobús que avanzaba a toda velocidad. Era una película de aventuras, pero también tenía su parte de romance.


—Madre mía, mañana voy a tener que correr cien kilómetros para quemar todas estas calorías —comentó Paula terminándose la primera porción de pizza.


Por cómo lo había dicho, llevándose un trozo de pimiento verde cubierto de queso a los labios, no parecía que le importara demasiado.


—A lo mejor voy contigo —dijo Pedro sin pensarlo.


Inmediatamente, deseó haberse mordido la lengua porque lo cierto era que, aunque estaba acostumbrado a hacer ejercicio, no salía a correr jamás.


Era cierto que físicamente estaba en forma porque su trabajo le exigía acarrear material para reformar las casas, subir escaleras y muchas cosas más todos los días, pero jamás se ponía pantalones cortos y salía a correr por el barrio.


Sin embargo, por Paula, estaba dispuesto a intentarlo.


—¿Qué pasa? —dijo al ver la cara de incredulidad de ella—. ¿Te crees que no soy capaz de correr?


—Por supuesto que sé que eres capaz de correr, eres capaz de correr si te persigue un oso o si ves una cerveza bien fría, pero la verdad es que no te imagino saliendo a correr para hacer ejercicio.


—Mañana te demostraré que puedo hacerlo —dijo Pedro enarcando una ceja—. ¿A qué hora quieres que quedemos?


—A las seis —contestó Paula.


—Muy bien, a las seis —contestó Pedro, que estaba acostumbrado a madrugar mucho para ir a las obras.


—¿Lo dices en serio? —insistió Paula.


—Ya lo verás.




miércoles, 5 de diciembre de 2018

PASADO DE AMOR: CAPITULO 17




En cuanto sus bocas se tocaron, los años que habían transcurrido se evaporaron y todas las fantasías que Pedro había tenido en la vida sobre Paula inundaron su mente.


Sentía sus labios cálidos, su lengua juguetona, sabía a vino y a algo más, a algo que era única y exclusivamente de ella.


Pedro deslizó la mano bajo el sexy camisón y acarició la suavidad de sus piernas. Paula parecía tan entregada al beso como él pues lo había agarrado de la nuca y jugaba con su pelo mientras lo besaba.


Pedro se apretó contra ella.


Qué bien olía.


Sentía sus pezones a través de la tela que separaba sus cuerpos y se moría por sentirlos en la boca y en la palma de las manos.


Pedro abandonó su boca para rendir homenaje a su mejilla, a su pómulo y al lóbulo de su oreja.


Paula se apretó contra él, ronroneando de placer y subió una pierna para abrazarlo de la cintura, lo que provocó que el deseo de Pedro, que ya se había disparado, resultara incontrolable.


Se apretó todavía más contra ella, deseando estar desnudo ya para encontrarse en el interior de su cuerpo cuanto antes.


Pedro se afanó en besarla por el cuello y en ir hacia el escote, bajando hasta sus pechos para besarla y succionarle los pezones a través del camisón hasta hacerla gritar de placer.


Pedro la deseaba como nunca y necesitaba hacerla suya cuanto antes.


Ahora.


Antes de que Paula cambiara de opinión.


Como si Paula le hubiera leído el pensamiento, las manos de ambos se dirigieron a la cremallera de los vaqueros de Pedro, lo que hizo que se miraran a los ojos y sonrieran.


En un segundo, la cremallera estaba bajada y la mano de Paula sobre su erección.


En ese momento, llamaron al timbre.


Pedro sintió que el corazón se le caía a los pies y pensó en seguir besándola como si no hubiera oído la puerta con la esperanza de que Paula se hiciera también la tonta, pero, al mirarla de nuevo a los ojos, vio que la pasión había comenzado a retirarse de ella.


No era que Paula estuviera horrorizada, pero, desde luego, parecía haber vuelto a la realidad y Pedro no creyó que estuviera dispuesta a tirarse el suelo para terminar lo que habían comenzado.


Volvió a sonar el timbre.


—Será la pizza —aventuró Paula.


—Sí —contestó Pedro mirándose en aquellos ojos azules e intentando controlar su respiración entrecortada.


El repartidor volvió a insistir.


—Ya voy —ladró Pedro poniéndose en pie y saliendo del salón.



PASADO DE AMOR: CAPITULO 16




Unos nudillos golpeando en la puerta del baño sacaron a Paula de su vigilia y se dio cuenta de que estaba llorando. Aun en sueños, echaba de menos al niño que había perdido hacía un montón de años.


—Paula, ¿estás bien? —dijo Pedro al otro lado de la puerta.


—Sí, estoy bien —contestó Paula con voz trémula.


—¿Seguro? Me ha parecido oírte llorar…


Paula puso los ojos en blanco, salió de la bañera, se secó rápidamente y se envolvió en una toalla para, a continuación, abrir una rendija la puerta.


Pedro, estoy bien, de verdad —le aseguró.


—Estás muy pálida —dijo Pedro mirándola a los ojos.


—Será porque me he quedado dormida en la bañera y el agua se ha quedado fría —mintió Paula—. Me voy a vestir y ya salgo, no sea que necesites el baño.


—No, simplemente estaba preocupado por ti.


Paula no supo qué contestar, así que asintió y cerró la puerta.


Diez minutos después, salió del baño perfectamente peinada y luciendo un camisón amarillo a juego con una bata del mismo color.


Sorprendentemente, se encontraba mejor que hacía un rato. Normalmente, solía intentar no pensar en aquellas cosas que habían sucedido siete años atrás, pero, al estar en Crystal Springs y junto a Pedro, le había resultado imposible.


Paula bajó a la cocina y se sirvió una segunda copa de vino. A continuación, se fue al salón, donde estaba Pedro. Podría haber elegido no hablar con él, quedarse en su habitación y no verlo hasta el día siguiente, pero, por una vez en su vida, sus recuerdos no le hacían culpable del embarazo y del aborto.


Por primera vez en su vida, se le ocurrió que, tal vez, cargarlo con aquella inmensa culpa no era justo.


Sí, era cierto que la había dejado embarazada y que nunca la había llamado cuando debería haberlo hecho, pero podría haberlo llamado ella y, en realidad, tendría que haberlo hecho nada más enterarse de que estaba embarazada.


Por supuesto, Paula no le iba a hablar ahora del embarazo y del aborto, probablemente no lo hiciera nunca, pero decidió que tampoco era mala idea sentarse con él y charlar un rato.


Lo cierto era que no se había comportado precisamente de manera agradable desde que se habían vuelto a ver.


Aunque el camisón le llegaba por la mitad del muslo, Pedro, no le miró las piernas cuando se sentó a su lado en el sofá.


—Iba a pedir una pizza —le dijo—. ¿Te apuntas?


—Sí —contestó Paula.


Pedro se levantó y fue hacia el teléfono, momento que aprovechó Paula para disfrutar de la vista.


«Desde luego, qué bien le quedan los vaqueros», pensó Paula.


Tras hacer el pedido, Pedro volvió a sentarse en el sofá y, cuando alargó la mano para dar un trago a su cerveza, Paula le sirvió una copa de vino.


Pedro se quedó mirándola sorprendido, probablemente preguntándose si no le habría puesto veneno dentro. Desde luego, tal y como se había comportado con él desde que se habían vuelto a ver, no era para menos.


—¿Qué celebramos? —preguntó aceptando la copa.


—Nada especial —contestó Paula echándose hacia atrás en el sofá y poniendo los pies sobre la mesa, al igual que él—. Simplemente, te quería dar las gracias por preocuparte por mí antes.


—No me gustaría que mi mejor amigo volviera a casa y se encontrara con que su hermana se ha ahogado en la bañera.


Aquello hizo sonreír a Paula.


—La verdad es que no creo que fuera muy agradable darle la noticia. Aunque lo cierto es que me sorprende que, tal y como te he venido tratando, todavía te preocupes por mí en lugar de haberme estrangulado.


Pedro sonrió.


—La verdad es que se me ha pasado por la cabeza, pero me he controlado porque no me apetece mucho tener antecedentes criminales.


—Menos mal.


A continuación, se hizo un silencio entre ellos que resultó ser un silencio cómodo y agradable durante el cual ambos disfrutaron de su vino.


Hacía una eternidad que Paula no tenía unos momentos de serenidad como aquéllos, aquello no tenía nada que ver con su vida en Los Ángeles, donde no paraba de correr estresada de un sitio para otro.


Allí, nunca tenía tiempo de sentarse y disfrutar del momento y, si lo tenía, era sola, no en compañía de un hombre guapo que prefería beber cerveza a un Martini y comer pizza antes que zambullirse en la nouvelle cuisine.


Además, le gustaba saber que a Pedro le daba exactamente igual la ropa que llevara, que el maquillaje estuviera correcto o no o que fuera mejor o peor peinada.


Aunque llevaba casi diez años evitándolo desesperadamente, lo cierto era que con él era ella misma.


Pedro la había visto con las rodillas llenas de heridas, con chicles en el pelo, llorando como una loca cuando un coche atropelló a su gato y la había ayudado a enterrar a Zoey en el jardín.
Incluso la había visto vomitar los macarrones a la edad de nueve años en la cafetería del colegio y había sido el único, junto con su hermano, que no se había reído sino que le había pasado el brazo por los hombros, la había acompañado la enfermería y había esperado con ella hasta que su madre había ido a buscarla.


En la adolescencia, se había convertido en su héroe y, para ser sincera consigo misma, lo seguía siendo. Era un héroe imperfecto, sí, pero un héroe al fin y al cabo. Todo el mundo tenía derecho a cometer unos cuantos errores en la vida, ¿no?


Paula dio otro trago de vino y echó la cabeza hacia atrás. Desde luego, tenía que estar muy relajada si se le estaba pasando por la cabeza la posibilidad de perdonarlo.


—¿Te has preguntado alguna vez qué habría ocurrido si no nos hubiéramos criado juntos? Quiero decir, ¿qué habría ocurrido si nos hubiéramos conocido aquella noche? —dijo Pedro de repente sacándola de sus pensamientos.


Sorprendentemente, Paula no sintió como un puñetazo en la boca del estómago ni se le tensaron todos los músculos del cuerpo, pero sí dio otro trago al vino y se obligó a relajarse mentalmente.


Era obvio que Pedro necesitaba hablar de aquello, lo había intentado ya varias veces, así que Paula decidió darle una oportunidad aunque lo cierto era que no sabía si iba a poder resistirlo.


—No sé si te entiendo muy bien —contestó mirándolo.


—Para mí, Paula, siempre has sido como mi hermana. Ya sé que eres hermana de Nico, pero nos hemos criado juntos y tu familia prácticamente me adoptó, así que para mí también eras mi hermana —le explicó Pedro sonriendo con tristeza—. Sin embargo, los dos sabemos que no me comporté contigo como si fueras mi hermana aquella noche en mi coche y llevo años queriendo pedirte perdón por ello.


Paula sintió que el corazón se le encogía y percibió cómo la ira de siempre intentaba abrirse camino, pero consiguió controlarla.


—¿Por qué me quieres pedir perdón? Si mal no recuerdo, no fuiste tú el único que hizo cosas aquella noche en aquel coche.


—Me aproveché de ti —contestó Pedro—. Tú eras joven y estabas confusa y… además eras virgen. Yo tenía más edad y más experiencia que tú y debería haber parado la situación antes de haber pasado a mayores.


Aquello hizo reír a Paula.


Pedro, puedes dormir tranquilo, nunca te he guardado rencor por haberme desvirgado. Te aseguro que no me habría acostado contigo si no hubiera querido.


—Aun así, no me parece correcto por mi parte lo que hice —insistió Pedro—. Tus padres siempre me trataron como a un hijo, confiaban en mí y en que siempre cuidaría de ti y te protegería, no en que me aprovecharía de ti.


Pedro, no te aprovechaste de mí —insistió Paula—. Pedro, estaba enamorada de ti desde los trece años —añadió en un hilo de voz.


Le había costado admitirlo, pero no le parecía justo que Pedro siguiera viviendo con aquella culpa injustificada. Merecía saber la verdad.


—No me creo que no te dieras cuenta —continuó—. Estaba completamente enamorada de ti, iba detrás de mi hermano y de ti a todas partes como un perrito, escribía «señora de Pedro Alfonso» en todos mis cuadernos y hacía todo lo que podía para llamar tu atención. Aquella noche, quise acostarme contigo y planeé la situación tal y como ocurrió.


Pedro se incorporó y se quedó mirándola fijamente.


—No tenía ni idea —dijo al cabo de un rato.


A continuación, se pasó los dedos por el pelo.


—Y te aseguro que me hubiera gustado saberlo porque yo sentía exactamente lo mismo por ti.


La sorpresa y la incredulidad se apoderaron de Paula, que sintió un repentino mareo y una sensación como de estar flotando fuera de su cuerpo.


Aquello no podía estar sucediendo. Debía de ser que seguía dormida en la bañera, pero Pedro volvió a hablar para sacarla de su confusión.


—Me encantabas, pero me decía una y otra vez que éramos como hermanos y que no debía sentirme atraído por ti —confesó—. Pero no lo podía evitar. Te aseguro que lo intenté, intenté controlar mi atracción por ti, pero nunca lo conseguí. Cuando te veía en el colegio o por ahí, o cuando venía a tu casa a ver a tu hermano y estabas tú no podía dejar de mirarte y de desearte y, entonces, aquella noche después del partido no pude controlarme por más tiempo porque llevaba una eternidad queriendo hacer el amor contigo.


Paula llevaba años creyendo que Pedro se había acostado aquella noche con ella única y exclusivamente porque era hombre y le había apetecido estar con una mujer, daba igual quién, y ahora resultaba que no, que él también se había sentido atraído por ella durante mucho tiempo.


Aquello era demasiado.


—No me lo puedo creer —murmuró Paula.


Pedro se acercó a ella y sus piernas se rozaron. A continuación, Pedro deslizó la mano a la altura de su rodilla y comenzó a acariciarla formando círculos con el pulgar.


—Sentíamos lo mismo el uno por el otro y no nos dimos cuenta —murmuró mirándola a los ojos.


A continuación, deslizó su mirada hasta los labios de Paula, que los sintió tan secos que los recorrió con la lengua para humedecerlos.


—¿Y sabes qué? —añadió Pedro en un tono de voz que hizo que Paula que se estremeciera—. Te sigo deseando.