jueves, 6 de diciembre de 2018
PASADO DE AMOR: CAPITULO 19
Paula estaba haciendo un tremendo esfuerzo para no estallar en carcajadas.
Iba concentrándose en la respiración, intentando no reírse porque, aunque Pedro estaba aguantando como podía, lo estaba pasando mal.
Se había despertado aquella mañana muy temprano y la estaba esperando vestido con pantalones cortos y camiseta cuando ella había bajado, así que habían tomado cada uno una pequeña botella de agua en la mano y habían comenzado a trotar nada más salir de casa.
Todavía no había amanecido y hacía frío.
Al principio, Pedro había ido de maravilla.
Incluso parecía que iba mejor que ella, que estaba más acostumbrada a correr en cinta en el gimnasio que hacerlo por la calle.
Mientras corrían uno al lado del otro, iban charlando sobre lo que tenían que comprar para ponerse manos a la obra aquella misma mañana con la habitación del bebé.
Un rato después, Paul había empezado a trotar más fuerte y había sido entonces cuando Pedro había comenzado a quedarse sin resuello.
No era que Pedro no estuviera en forma, pero era obvio que estaba acostumbrado a hacer otro tipo de ejercicio.
Paula lo miró de reojo y decidió que había tenido suficiente.
Llevaban una hora corriendo y Paula sabía que, con lo cabezota que era, Pedro era capaz de seguir corriendo hasta morir con tal de no dar su brazo a torcer.
Así que bajó el ritmo y esperó a que la alcanzara.
—¿Estás bien? —le preguntó sabiendo perfectamente lo que Pedro iba a contestar.
—Sí, claro que sí —contestó Pedro resoplando—. Podría estar corriendo un par de horas más.
Paula giró la cabeza para que no la viera reírse.
—Eso está muy bien, pero creo que ya hemos tenido suficiente por hoy. Hemos debido de quemar, por lo menos, una ración de pizza y una copa de vino.
Al llegar a casa de su hermano, se pararon y, mientras ella continuaba corriendo en el sitio para permitir que su ritmo cardíaco se desacelerada naturalmente, Pedro se dobló de la cintura hacia adelante, apoyó las manos en las rodillas y comenzó a inhalar aire completamente asfixiado.
Paula también respiraba con dificultad, pero era una sensación que le encantaba.
—Te propongo que nos duchemos y vayamos al pueblo.
Una de las razones por las que Paula había querido salir a correr aquella mañana había sido para liberarse de la ansiedad que le producía el tener que pasar todo el día trabajando con Pedro y, sobre todo, tener que ir con él a comprar artículos de bebé.
Paula era consciente de que iba a ser una situación difícil y quería estar preparada. Salir a correr le había sentado bien y ahora se sentía más fuerte y más preparada para controlar sus emociones.
—Me parece bien. ¿Pasas tú primero al baño? —preguntó Pedro levantándose la camiseta para secarse el sudor de la frente.
Al hacerlo, Paula vio sus maravillosos abdominales y tuvo que dar un trago de agua porque se le había secado la garganta.
—No, pasa tú primero —contestó sinceramente.
Parecía que Pedro lo necesitaba más y, además, a ella no le importaba nada estar un rato sola antes de meterse en la ducha porque, si lo hacía ahora, en el estado en el que estaba, se iba a ver obligada a ducharse con agua helada y prefería esperar un poco y poder ducharse con agua templada.
—¿Seguro?
Paula asintió y abrió la puerta de casa. Pedro subió las escaleras y pocos minutos después Paula oyó el agua correr.
Mientras él se duchaba, ella metió las botellas de agua en el frigorífico y fue a su habitación para elegir la ropa que se iba a poner.
Obviamente, no se había llevado ropa vieja que le sirviera para trabajar, pero decidió que unos pantalones azul marino y una camiseta de punto marrón eran lo suficientemente casuales como para realizar ese trabajo… a menos que Pedro la quisiera poner a pintar o a lijar el suelo, claro.
Al cabo de unos minutos, Pedro apareció con el pelo mojado en la puerta de su habitación.
Solo llevaba una toalla atada a la cintura y Paula no pudo evitar quedarse mirando una gota de agua que cayó de su pelo, se deslizó por su rostro, bajó por su musculado y firme torso y se perdió más allá de su cintura.
—El baño es todo tuyo —dijo Pedro en voz baja.
Paula se mojó los labios y se obligó a mirarlo a los ojos. Al hacerlo, se dio cuenta de que Pedro sonreía encantado. Era obvio que la había pillado mirándolo.
«Desde luego, menuda manera de mantener las distancias», se dijo a sí misma.
Claro que el episodio de la noche anterior en el sofá debía de haberle dejado muy claro que algún interés sí tenía en él.
—Gracias —contestó con voz trémula.
Se había ido a vivir a Los Ángeles para distanciarse de Pedro y había madurado a la fuerza, pero desde que había vuelto a Crystal Springs parecía que estaba volviendo a ser aquella patética adolescente enamorada.
Razón más que de sobra para volver a California cuanto antes e intentar recuperar el equilibrio interno.
Pasaron unos cuantos segundos en los que ninguno de los dos se movió, en los que se limitaron a mirarse fijamente a los ojos.
Paula se dio cuenta de que debía moverse, así que recogió la ropa que había elegido y obligó a sus piernas a desplazarse, pasando al lado de Pedro y teniendo mucho cuidado de no tocarlo, para meterse en el baño.
—No tardo nada —le dijo.
—Tómate todo el tiempo que quieras —contestó él.
Paula lo miró una última vez antes de cerrar la puerta y no pudo evitar estremecerse de pies a cabeza al ver que Pedro la estaba mirando con deseo.
Su propio cuerpo reaccionó con violencia y aquel deseo masculino encontró reflejo femenino en el interior de Paula, que se apresuró a cerrar la puerta y a decidir que, al final, iba a necesitar la ducha de agua helada.
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