miércoles, 5 de diciembre de 2018
PASADO DE AMOR: CAPITULO 16
Unos nudillos golpeando en la puerta del baño sacaron a Paula de su vigilia y se dio cuenta de que estaba llorando. Aun en sueños, echaba de menos al niño que había perdido hacía un montón de años.
—Paula, ¿estás bien? —dijo Pedro al otro lado de la puerta.
—Sí, estoy bien —contestó Paula con voz trémula.
—¿Seguro? Me ha parecido oírte llorar…
Paula puso los ojos en blanco, salió de la bañera, se secó rápidamente y se envolvió en una toalla para, a continuación, abrir una rendija la puerta.
—Pedro, estoy bien, de verdad —le aseguró.
—Estás muy pálida —dijo Pedro mirándola a los ojos.
—Será porque me he quedado dormida en la bañera y el agua se ha quedado fría —mintió Paula—. Me voy a vestir y ya salgo, no sea que necesites el baño.
—No, simplemente estaba preocupado por ti.
Paula no supo qué contestar, así que asintió y cerró la puerta.
Diez minutos después, salió del baño perfectamente peinada y luciendo un camisón amarillo a juego con una bata del mismo color.
Sorprendentemente, se encontraba mejor que hacía un rato. Normalmente, solía intentar no pensar en aquellas cosas que habían sucedido siete años atrás, pero, al estar en Crystal Springs y junto a Pedro, le había resultado imposible.
Paula bajó a la cocina y se sirvió una segunda copa de vino. A continuación, se fue al salón, donde estaba Pedro. Podría haber elegido no hablar con él, quedarse en su habitación y no verlo hasta el día siguiente, pero, por una vez en su vida, sus recuerdos no le hacían culpable del embarazo y del aborto.
Por primera vez en su vida, se le ocurrió que, tal vez, cargarlo con aquella inmensa culpa no era justo.
Sí, era cierto que la había dejado embarazada y que nunca la había llamado cuando debería haberlo hecho, pero podría haberlo llamado ella y, en realidad, tendría que haberlo hecho nada más enterarse de que estaba embarazada.
Por supuesto, Paula no le iba a hablar ahora del embarazo y del aborto, probablemente no lo hiciera nunca, pero decidió que tampoco era mala idea sentarse con él y charlar un rato.
Lo cierto era que no se había comportado precisamente de manera agradable desde que se habían vuelto a ver.
Aunque el camisón le llegaba por la mitad del muslo, Pedro, no le miró las piernas cuando se sentó a su lado en el sofá.
—Iba a pedir una pizza —le dijo—. ¿Te apuntas?
—Sí —contestó Paula.
Pedro se levantó y fue hacia el teléfono, momento que aprovechó Paula para disfrutar de la vista.
«Desde luego, qué bien le quedan los vaqueros», pensó Paula.
Tras hacer el pedido, Pedro volvió a sentarse en el sofá y, cuando alargó la mano para dar un trago a su cerveza, Paula le sirvió una copa de vino.
Pedro se quedó mirándola sorprendido, probablemente preguntándose si no le habría puesto veneno dentro. Desde luego, tal y como se había comportado con él desde que se habían vuelto a ver, no era para menos.
—¿Qué celebramos? —preguntó aceptando la copa.
—Nada especial —contestó Paula echándose hacia atrás en el sofá y poniendo los pies sobre la mesa, al igual que él—. Simplemente, te quería dar las gracias por preocuparte por mí antes.
—No me gustaría que mi mejor amigo volviera a casa y se encontrara con que su hermana se ha ahogado en la bañera.
Aquello hizo sonreír a Paula.
—La verdad es que no creo que fuera muy agradable darle la noticia. Aunque lo cierto es que me sorprende que, tal y como te he venido tratando, todavía te preocupes por mí en lugar de haberme estrangulado.
Pedro sonrió.
—La verdad es que se me ha pasado por la cabeza, pero me he controlado porque no me apetece mucho tener antecedentes criminales.
—Menos mal.
A continuación, se hizo un silencio entre ellos que resultó ser un silencio cómodo y agradable durante el cual ambos disfrutaron de su vino.
Hacía una eternidad que Paula no tenía unos momentos de serenidad como aquéllos, aquello no tenía nada que ver con su vida en Los Ángeles, donde no paraba de correr estresada de un sitio para otro.
Allí, nunca tenía tiempo de sentarse y disfrutar del momento y, si lo tenía, era sola, no en compañía de un hombre guapo que prefería beber cerveza a un Martini y comer pizza antes que zambullirse en la nouvelle cuisine.
Además, le gustaba saber que a Pedro le daba exactamente igual la ropa que llevara, que el maquillaje estuviera correcto o no o que fuera mejor o peor peinada.
Aunque llevaba casi diez años evitándolo desesperadamente, lo cierto era que con él era ella misma.
Pedro la había visto con las rodillas llenas de heridas, con chicles en el pelo, llorando como una loca cuando un coche atropelló a su gato y la había ayudado a enterrar a Zoey en el jardín.
Incluso la había visto vomitar los macarrones a la edad de nueve años en la cafetería del colegio y había sido el único, junto con su hermano, que no se había reído sino que le había pasado el brazo por los hombros, la había acompañado la enfermería y había esperado con ella hasta que su madre había ido a buscarla.
En la adolescencia, se había convertido en su héroe y, para ser sincera consigo misma, lo seguía siendo. Era un héroe imperfecto, sí, pero un héroe al fin y al cabo. Todo el mundo tenía derecho a cometer unos cuantos errores en la vida, ¿no?
Paula dio otro trago de vino y echó la cabeza hacia atrás. Desde luego, tenía que estar muy relajada si se le estaba pasando por la cabeza la posibilidad de perdonarlo.
—¿Te has preguntado alguna vez qué habría ocurrido si no nos hubiéramos criado juntos? Quiero decir, ¿qué habría ocurrido si nos hubiéramos conocido aquella noche? —dijo Pedro de repente sacándola de sus pensamientos.
Sorprendentemente, Paula no sintió como un puñetazo en la boca del estómago ni se le tensaron todos los músculos del cuerpo, pero sí dio otro trago al vino y se obligó a relajarse mentalmente.
Era obvio que Pedro necesitaba hablar de aquello, lo había intentado ya varias veces, así que Paula decidió darle una oportunidad aunque lo cierto era que no sabía si iba a poder resistirlo.
—No sé si te entiendo muy bien —contestó mirándolo.
—Para mí, Paula, siempre has sido como mi hermana. Ya sé que eres hermana de Nico, pero nos hemos criado juntos y tu familia prácticamente me adoptó, así que para mí también eras mi hermana —le explicó Pedro sonriendo con tristeza—. Sin embargo, los dos sabemos que no me comporté contigo como si fueras mi hermana aquella noche en mi coche y llevo años queriendo pedirte perdón por ello.
Paula sintió que el corazón se le encogía y percibió cómo la ira de siempre intentaba abrirse camino, pero consiguió controlarla.
—¿Por qué me quieres pedir perdón? Si mal no recuerdo, no fuiste tú el único que hizo cosas aquella noche en aquel coche.
—Me aproveché de ti —contestó Pedro—. Tú eras joven y estabas confusa y… además eras virgen. Yo tenía más edad y más experiencia que tú y debería haber parado la situación antes de haber pasado a mayores.
Aquello hizo reír a Paula.
—Pedro, puedes dormir tranquilo, nunca te he guardado rencor por haberme desvirgado. Te aseguro que no me habría acostado contigo si no hubiera querido.
—Aun así, no me parece correcto por mi parte lo que hice —insistió Pedro—. Tus padres siempre me trataron como a un hijo, confiaban en mí y en que siempre cuidaría de ti y te protegería, no en que me aprovecharía de ti.
—Pedro, no te aprovechaste de mí —insistió Paula—. Pedro, estaba enamorada de ti desde los trece años —añadió en un hilo de voz.
Le había costado admitirlo, pero no le parecía justo que Pedro siguiera viviendo con aquella culpa injustificada. Merecía saber la verdad.
—No me creo que no te dieras cuenta —continuó—. Estaba completamente enamorada de ti, iba detrás de mi hermano y de ti a todas partes como un perrito, escribía «señora de Pedro Alfonso» en todos mis cuadernos y hacía todo lo que podía para llamar tu atención. Aquella noche, quise acostarme contigo y planeé la situación tal y como ocurrió.
Pedro se incorporó y se quedó mirándola fijamente.
—No tenía ni idea —dijo al cabo de un rato.
A continuación, se pasó los dedos por el pelo.
—Y te aseguro que me hubiera gustado saberlo porque yo sentía exactamente lo mismo por ti.
La sorpresa y la incredulidad se apoderaron de Paula, que sintió un repentino mareo y una sensación como de estar flotando fuera de su cuerpo.
Aquello no podía estar sucediendo. Debía de ser que seguía dormida en la bañera, pero Pedro volvió a hablar para sacarla de su confusión.
—Me encantabas, pero me decía una y otra vez que éramos como hermanos y que no debía sentirme atraído por ti —confesó—. Pero no lo podía evitar. Te aseguro que lo intenté, intenté controlar mi atracción por ti, pero nunca lo conseguí. Cuando te veía en el colegio o por ahí, o cuando venía a tu casa a ver a tu hermano y estabas tú no podía dejar de mirarte y de desearte y, entonces, aquella noche después del partido no pude controlarme por más tiempo porque llevaba una eternidad queriendo hacer el amor contigo.
Paula llevaba años creyendo que Pedro se había acostado aquella noche con ella única y exclusivamente porque era hombre y le había apetecido estar con una mujer, daba igual quién, y ahora resultaba que no, que él también se había sentido atraído por ella durante mucho tiempo.
Aquello era demasiado.
—No me lo puedo creer —murmuró Paula.
Pedro se acercó a ella y sus piernas se rozaron. A continuación, Pedro deslizó la mano a la altura de su rodilla y comenzó a acariciarla formando círculos con el pulgar.
—Sentíamos lo mismo el uno por el otro y no nos dimos cuenta —murmuró mirándola a los ojos.
A continuación, deslizó su mirada hasta los labios de Paula, que los sintió tan secos que los recorrió con la lengua para humedecerlos.
—¿Y sabes qué? —añadió Pedro en un tono de voz que hizo que Paula que se estremeciera—. Te sigo deseando.
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