jueves, 6 de diciembre de 2018

PASADO DE AMOR: CAPITULO 18




Al abrir la puerta, se encontró con un adolescente que, efectivamente, le entregó una pizza y se fue muy sonriente con los cinco dólares que Pedro le dio de propina.


Cuando se giró, vio que Paula se había levantado del sofá y estaba poniéndose bien la bata para cubrir la estela de saliva que él había dejado sobre su camisón.


Al recordar aquellos momentos, Pedro sintió que se quedaba sin aire. Si por él hubiera sido, habría dejado la pizza en la cocina, habría vuelto al salón y la habría tomado entre sus brazos para reanudar el momento de arrebato donde lo habían dejado.


Sin embargo, Paula no parecía muy dispuesta a volver a la acción, así que Pedro tuvo que aguantarse.


—La pizza huele muy bien —comentó para romper la tensión que se estaba instalando entre ellos—. ¿Te importaría traer unos platos, por favor?


—Ahora mismo —contestó Paula dirigiéndose a la cocina.


Pedro no le ofendió que ni siquiera lo rozara al pasar por su lado. Aunque no compartía la idea, entendía que Paula necesitara distanciarse.


Pedro volvió a sentarse en el sofá y dejó la caja de la pizza sobre la mesa. Unos segundos después, Paula se sentó a su lado con dos platos y unas cuantas servilletas de papel.


Pedro sirvió dos porciones de pizza en cada plato y rellenó las copas de vino.


—A lo mejor sería mejor que me fuera a mi habitación a cenar —comentó Paula—. Así, tú podrías ver tranquilo la televisión o lo que quisieras.


Lo había dicho sin mirarlo y a Pedro le entraron ganas de maldecir.


—No —contestó acariciándole el brazo—. Te propongo que veamos una película.


Paula no contestó inmediatamente, pero al cabo de unos segundos lo miró a los ojos y sonrió.


—Me parece buena idea, pero la elijo yo.


—Oh, no, la que me espera —gimió Pedro exageradamente echándose hacia atrás en el sofá—. ¿No me digas que me va a tocar ver una película cursi de chicas?


—A lo mejor —contestó Paula sonriente.


Acto seguido, dio un mordisco a la pizza, se puso en pie y cruzó el salón hacia la televisión y el reproductor de DVD.


Pedro se quedó mirando el vaivén de sus caderas, maravillado por sus piernas diciéndose que, comparada con ella, la pizza que se estaba tomando no valía nada.


Paula eligió un DVD, lo colocó y volvió al sofá, pero en esta ocasión mantuvo un cojín entero de distancia entre ellos. Una vez sentada y con la copa de vino en una mano, dio al play con la otra.


—¿Debería empezar a preocuparme? —preguntó Pedro.


—Depende —contestó Paula encogiéndose de hombros.


Los créditos de la película comenzaron a pasar y Pedro escuchó una música que se le hacía conocida y que le hizo sonreír encantado al darse cuenta de que Paula había elegido una de sus películas favoritas.


Se trataba de una película en la que Keanu Reeves y Sandra Bullock hacían todo lo que podían para no perecer en un autobús que avanzaba a toda velocidad. Era una película de aventuras, pero también tenía su parte de romance.


—Madre mía, mañana voy a tener que correr cien kilómetros para quemar todas estas calorías —comentó Paula terminándose la primera porción de pizza.


Por cómo lo había dicho, llevándose un trozo de pimiento verde cubierto de queso a los labios, no parecía que le importara demasiado.


—A lo mejor voy contigo —dijo Pedro sin pensarlo.


Inmediatamente, deseó haberse mordido la lengua porque lo cierto era que, aunque estaba acostumbrado a hacer ejercicio, no salía a correr jamás.


Era cierto que físicamente estaba en forma porque su trabajo le exigía acarrear material para reformar las casas, subir escaleras y muchas cosas más todos los días, pero jamás se ponía pantalones cortos y salía a correr por el barrio.


Sin embargo, por Paula, estaba dispuesto a intentarlo.


—¿Qué pasa? —dijo al ver la cara de incredulidad de ella—. ¿Te crees que no soy capaz de correr?


—Por supuesto que sé que eres capaz de correr, eres capaz de correr si te persigue un oso o si ves una cerveza bien fría, pero la verdad es que no te imagino saliendo a correr para hacer ejercicio.


—Mañana te demostraré que puedo hacerlo —dijo Pedro enarcando una ceja—. ¿A qué hora quieres que quedemos?


—A las seis —contestó Paula.


—Muy bien, a las seis —contestó Pedro, que estaba acostumbrado a madrugar mucho para ir a las obras.


—¿Lo dices en serio? —insistió Paula.


—Ya lo verás.




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