miércoles, 5 de diciembre de 2018

PASADO DE AMOR: CAPITULO 17




En cuanto sus bocas se tocaron, los años que habían transcurrido se evaporaron y todas las fantasías que Pedro había tenido en la vida sobre Paula inundaron su mente.


Sentía sus labios cálidos, su lengua juguetona, sabía a vino y a algo más, a algo que era única y exclusivamente de ella.


Pedro deslizó la mano bajo el sexy camisón y acarició la suavidad de sus piernas. Paula parecía tan entregada al beso como él pues lo había agarrado de la nuca y jugaba con su pelo mientras lo besaba.


Pedro se apretó contra ella.


Qué bien olía.


Sentía sus pezones a través de la tela que separaba sus cuerpos y se moría por sentirlos en la boca y en la palma de las manos.


Pedro abandonó su boca para rendir homenaje a su mejilla, a su pómulo y al lóbulo de su oreja.


Paula se apretó contra él, ronroneando de placer y subió una pierna para abrazarlo de la cintura, lo que provocó que el deseo de Pedro, que ya se había disparado, resultara incontrolable.


Se apretó todavía más contra ella, deseando estar desnudo ya para encontrarse en el interior de su cuerpo cuanto antes.


Pedro se afanó en besarla por el cuello y en ir hacia el escote, bajando hasta sus pechos para besarla y succionarle los pezones a través del camisón hasta hacerla gritar de placer.


Pedro la deseaba como nunca y necesitaba hacerla suya cuanto antes.


Ahora.


Antes de que Paula cambiara de opinión.


Como si Paula le hubiera leído el pensamiento, las manos de ambos se dirigieron a la cremallera de los vaqueros de Pedro, lo que hizo que se miraran a los ojos y sonrieran.


En un segundo, la cremallera estaba bajada y la mano de Paula sobre su erección.


En ese momento, llamaron al timbre.


Pedro sintió que el corazón se le caía a los pies y pensó en seguir besándola como si no hubiera oído la puerta con la esperanza de que Paula se hiciera también la tonta, pero, al mirarla de nuevo a los ojos, vio que la pasión había comenzado a retirarse de ella.


No era que Paula estuviera horrorizada, pero, desde luego, parecía haber vuelto a la realidad y Pedro no creyó que estuviera dispuesta a tirarse el suelo para terminar lo que habían comenzado.


Volvió a sonar el timbre.


—Será la pizza —aventuró Paula.


—Sí —contestó Pedro mirándose en aquellos ojos azules e intentando controlar su respiración entrecortada.


El repartidor volvió a insistir.


—Ya voy —ladró Pedro poniéndose en pie y saliendo del salón.



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