domingo, 4 de noviembre de 2018

LA TRAMPA: CAPITULO 3




Pedro Alfonso se sentó en el cochecito eléctrico, miró su reloj y maldijo. La ceremonia se celebraba en Elmwood, Virginia, a una hora en coche desde Wilmington.


—Más vale que nos demos prisa, o llegaré tarde a la maldita boda —dijo.


—¿Maldita boda? —preguntó Sergio Harding mientras conducía hacia el hoyo diecisiete del Club de Campo Overland.


—Malditas todas las bodas —replicó Pedro con desdén.


—¿Tienes algo en contra de ellas?


—Sí. Bueno, en realidad no. Es que tienen tendencia a ser contagiosas.


—Ya te entiendo. Sobre todo cuando tú eres tan buen partido… hoy… ya se sabe, el padrino y la dama de honor…


—¡De eso nada! Entregaré el anillo, brindaré por los novios y me largaré. Ya me preocupé de no conocer a la dama de honor, a la novia, ni a ningún otro invitado. Le dije a Benjamin que no podría asistir a los preparativos nupciales porque tenía compromisos.


—Y porque quieres que te tomen por su mejor amigo cuando sabes perfectamente que no lo eres.


—Vale ya, Sergio. Ese tipo me salvó la vida.


—¡Por Dios! ¡Eso fue hace diez años! Creo que ya le has devuelto el favor.


—Nunca se llega a devolver un favor como ése —dijo Pedro, estremeciéndose al recordar los faros del coche que se metió en la acera a toda velocidad cuando él estaba a punto de entrar en la residencia universitaria. Benjamin Cruz, que salía justo en ese momento, literalmente voló hacia él y le hizo un placaje que consiguió apartarlos a ambos del camino del coche. Y de la muerte, si había que juzgar por el impacto del coche cuando se estrelló contra el edificio—. No lo hubiera contado de no ser por Benjamin.


—Y él hubiera perdido el mejor amigo que pueda tener un gorrón. ¿No fuiste tú quien pagó sus deudas de juego cuando lo perseguía la mafia? Ese tipo siempre estaba metido en líos.


—Sí, pero siempre eran líos interesantes. La universidad no hubiera sido lo mismo sin Benjamin —sonrió Pedro, recordando la gracia del espabilado chico, que no estudiaba allí, sino que hacía chapuzas en el campus universitario y servía la mesa en la residencia estudiantil—. Siempre estaba dispuesto a divertirse.


—Y tú a que te dieran un sablazo. Dime, ¿cuántas veces lo has visto desde Yale? —preguntó Sergio, tomando su palo de golf y siguiendo a Pedro al punto de salida del hoyo.


—Bueno, de vez en cuando.


—Siempre que necesitaba un accionista. Que yo sepa, dos veces, ¿no? Una pizzería y una bolera, y las dos fracasaron.


—Sí —asintió Pedro, dando un golpe con el palo— Benjamin no ha tenido mucha suerte invirtiendo el dinero.


—Quieres decir que es un perdedor nato.


—Pero un buen perdedor —dijo Pedro— Nunca pierde la sonrisa y siempre tiene una buena excusa para el fracaso. Benjamin siempre es optimista. Un tipo encantador.


—Todos los timadores lo son —replicó Sergio, moviendo la cabeza—. Y tú dejas que te time. Eres un incauto. Es por tu complejo de culpabilidad.


—¿Complejo de culpabilidad? —preguntó Pedro, enarcando una ceja.


—Claro. ¿Por qué naciste teniendo una fortuna cuando otros no tienen nada? Menos mal que la mayoría del oro de los Alfonso está invertido en fundaciones o cosas así, si no, lo regalarías todo.


—Bah, cállate.


—La verdad duele ¿eh? —Dijo Sergio mirándolo con seriedad—. Más vale que te enfrentes a ella.  Benjamin Cruz es un timador y tú eres un buenazo. Vamos, que no has ido a su despedida de soltero, pero me apuesto la última peseta a que la has financiado.


Pedro no contestó, simplemente sonrió mientras colocaba la pelota en el punto de salida y miraba al horizonte. No tenía ninguna intención de contarle a Sergio qué más había financiado. Había enviado su regalo de boda, un cheque de doscientos cincuenta mil dólares, a la fiesta de despedida de soltero. Había retrasado el regalo hasta justo antes de la boda a propósito. Quería asegurarse de que Benjamin iba a casarse con la hija de su futuro socio, un hombre con treinta años de experiencia en la construcción. Una mujer y un buen socio deberían servir para mantener a Benjamin a raya. Esta vez sí era una buena oportunidad para Benjamin, pensó Pedro mientras lanzaba la pelota recta por la calle.




LA TRAMPA: CAPITULO 2




Había sido fácil ser agradable con el guapo y manirroto joven. A Leonardo y a Alicia les caía muy bien, y lo veían con frecuencia. Y, sí, tenía que reconocer que a ella también le había gustado mucho. Era muy divertido y le encantaba bailar con él y escuchar sus historias sobre los negocios que había realizado desde que se graduó en Yale. Había sido romántico y halagador recibir la atención continua de un empresario tan rico, dinámico y atrevido. Quizás, pensó, había estado tan cegada por su imagen que se había olvidado de mirar al hombre.


Hasta ayer por la noche, cuando sus besos habían pasado de románticos a exigentes. 


Cuando había intentado… tocarla. La oleada de repulsión que sintió la había asombrado. Una mujer no debería sentir eso hacia el hombre con quien se iba a casar.


—No es el hombre adecuado para mí —dijo, sin saber cómo explicarlo.


—Benjamin Cruz es el hombre adecuado para cualquier mujer que lo pille —gritó Alicia—. ¡No sabes la suerte que tienes porque no sabes nada de los hombres!


—¿Y de quién es la culpa? —exclamó Paula, enfurecida—. Tú me tuviste encarcelada en ese lujoso colegio para chicas, y apenas veía a un chico, excepto en los bailes mensuales, bien vigilados. ¡No es extraño que me enamorara del primer chico que me ha prestado un poco de atención!


—Hace dos años que saliste de esa escuela. Si hubieras ido a la universidad de Georgetown, como queríamos nosotros, hubieras conocido a montones de hombres ¡a los más adecuados!


—No voy a ir a la universidad para conocer hombres.


—No, claro. ¡Tienes que hacer una carrera! —exclamó, irónica, Alicia—. Y vas a la universidad del Estado porque es la mejor en Diseño Arquitectónico. Y pasas todo tu tiempo libre en ese almacén de maderas. No hacía falta que trabajaras. Sabes que Leonardo…


—Lo sé —interrumpió Paula. Pero no quería depender de su Padre para siempre.- Además… mamá, es el mejor sitio para aprender sobre los diferentes tipos de madera. Aunque sólo sea la contable…


—Lo único que digo es que no es culpa nuestra que no hayas tenido tiempo de conocer a cuantos hombres quisieras. Créeme, señorita, ¡un buen marido es mil veces mejor que una carrera! Me asombra que no lo entiendas.


«Yo no soy tú», estuvo a punto de decir Paula.


Pero no lo hizo, no tenía necesidad de criticar a su madre. Pero, al contrario que Alicia, no estaba dispuesta a depender de nadie.


—Quiero ser arquitecto.


—De acuerdo, de acuerdo —dijo Alicia, haciendo un ademán impaciente con la mano—. ¡Adelante! A Benjamin no le importa. Otro punto a su favor. Ten tu hobby. Pero no pierdas esta oportunidad. Tienes la suerte de haber encontrado el hombre perfecto para ti —dijo con voz más suave, agarrando la mano de Paula—. Sabes que lo único que deseo es que seas feliz. Por eso animé a Benjamin… no me mires así, lo admito. Supe desde el momento en que lo conocí que era perfecto para ti. Un joven con tan buen talante, tan agradable. ¡Guapo, además, y rico! Él te quiere Paula, y cuidará de ti.


—Puedo cuidarme yo sola y no pienso casarme con un hombre al que no amo.


—Deja de repetir eso. No lo dices en serio. Y no puedes estar enamorada ahora y cambiar de opinión al minuto siguiente sólo por un impulso momentáneo —dijo Alicia levantándose, con ira y determinación en la cara—. Además, es demasiado tarde. ¡No permitiré que arruines tu vida y me hagas quedar como una estúpida porque tienes un ataque de nervios prematrimoniales!


—No es…


—Me da igual lo que sea. No estás en esto tú sola, señorita. Esta boda significa tanto para mí y para Leonardo como para ti. ¿Quieres arruinar nuestra vida también?


—Pero… —objetó Paula. ¿De qué hablaba su madre? Miró a su padrastro, tenía cara de… ¿miedo?


—Díselo, Leonardo —lo animó su madre.


—Alicia, eso es algo entre él y yo. Si Paula no quiere… —dijo dubitativo.


—Paula no sabe lo que quiere. Y, sin duda, él cambiará de opinión si lo avergüenza delante de toda la ciudad. ¡Díselo!


—¿De qué se trata, Papá? —preguntó Paula.


—Sólo es que Benjamin pensaba invertir en mi negocio.


—Ya lo sé. Me lo dijiste.


—No te dije que pensaba invertir doscientos cincuenta mil dólares y que yo… bueno, necesito ese capital.


—Ah —musitó Paula. Claro, a eso se dedicaba Benjamin, a invertir en diferentes negocios, se lo había explicado—. De eso hace ya dos meses. ¿Por qué no lo ha hecho aún? Si pensaba invertir…


—No sé a qué se debe el retraso —dijo Leonardo con frustración—. Supongo que después de la boda, cuando sea parte de la familia… pero, Paula, si no quieres…


—¡Basta ya! Es demasiado tarde. Paula, cariño, no puedes tomar una decisión así por la tontería de un momento. Te arrepentirás el resto de tu vida. Y nos afectará a todos.


Su madre continuó hablando, pero Paula no escuchaba. Estaba mirando la cenicienta cara del hombre al que había llamado padre desde los cuatro años. Cuando su madre le había dicho: «Este es tu nuevo papá. Va a cuidar de nosotras». Eso era lo que había hecho. Le había dado amor, apoyo, todo lo que había pedido.
Ahora la necesitaba a ella…


Benjamin le gustaba. Por lo menos antes. 


Quizás su madre tuviera razón. Puede que sólo fueran los nervios de antes de la boda. Quizás fuera natural sentir aprensión, tener miedo de compartir una intimidad que nunca había experimentado antes.


También tenía que pensar en su madre. ¿De verdad quería que quedara como una tonta?


Volvió a mirar a su padrastro. Parecía vencido, indefenso.


Era como si ella tuviera doscientos cincuenta mil dólares en la mano y se negara a dárselos.




LA TRAMPA: CAPITULO 1




Paula tenía la garganta seca. Tomó un sorbo de zumo de naranja e intentó armarse de valor. Lo mejor que podía hacer era soltarlo de sopetón.


—Mamá, tenemos que suspender la boda.


Leonardo Chaves dejó caer la taza de golpe en el platillo y limpió torpemente el líquido derramado. Alicia Chaves miró fijamente a su hija.


—¿Qué? ¿Estás loca? No se puede cancelar una boda dos días antes.


—No puedo casarme con Benjamin.


—¡Vaya por Dios! ¿Habéis tenido una pelea? —Preguntó Alicia con alivio en la voz—. Cariño, no te preocupes. Ha sido todo muy precipitado y agotador y los dos estáis muy tensos. Los nervios de antes de la boda. Eso es todo.


—No nos hemos peleado. Mamá, escucha, yo no…


—No, no pienso escuchar una sola palabra. ¿Quieres convertirnos en el hazmerreír de toda la ciudad?


Paula tragó saliva. A su madre no le gustaba que le estropearan los planes. Pensó en el vestido de novia que colgaba en su armario, en los regalos que seguían llegando, en todas las preparaciones.


—Lo siento —dijo entrecortadamente—. No… no puedo. No quiero a Benjamin.


—Pues entonces lo has disimulado muy bien estos últimos dos meses. ¿No te parece, Leonardo? —dijo Alicia, entrecerrando los ojos.


Leonardo dudó antes de responder, y carraspeó.


—Pensaba… bueno, parecía que habíais encajado perfectamente desde el principio.


—Ya lo sé —Paula se pasó la lengua por los labios. ¿Cómo podía explicarlo? Era como si hubiera estado en las nubes desde que su padrastro le presentó a Benjamin Cruz.


«Sé agradable con él», le había dicho, «está pensando en invertir en el negocio».




LA TRAMPA; SINOPSIS




Paula pensaba que había hecho lo correcto al comprometerse con un hombre que podría salvar el negocio de su padre. Pero no lo amaba... Y el día antes de la boda sólo deseaba huir a cualquier parte donde no pudieran encontrarla.


Pedro Alfonso sólo iba a ser el padrino. Sin embargo, ¡se encontró rescatando a la novia en el último minuto! A Pedro le encantó ayudarla, hasta que se dio cuenta de que Paula no había renunciado del todo a la idea de casarse. Pedro Alfonso era atractivo y millonario... ¡Era el candidato perfecto! ¿Había caído en una trampa tan vieja como la vida misma?

sábado, 3 de noviembre de 2018

BUSCANDO EL AMANTE PERFECTO: EPILOGO




Tailandia, dos años después


Sintiendo la cálida caricia del mar en sus pies, Paula cerró los ojos para saborearla mejor. Una mano se deslizó por su cintura.


—Oye, que ya es medianoche… ¿qué estás haciendo tú sola en la playa, a estas horas?


—Pensando en cosas.


—Oh, oh. Eso suena peligroso.


Paula se sonrió. La conocía demasiado bien.


Últimamente su vida en común marchaba a la perfección y ella estaba empezando a labrarse una carrera en el mundo editorial con la segunda edición de su libro. Sin embargo, de repente se había sorprendido pensando… ¿y ahora qué?


Aquel viaje a Tailandia con Hector y Damian parecía estar gritándole la respuesta a esa pregunta.


—¿Echas de menos la CIA?


—Diablos, no.


Una leve brisa agitó su vaporoso vestido.


—¿Realmente eres feliz dedicándote a la escritura?


—Absolutamente —respondió Pedro—. Pero de no haber sido por ti, nunca habría tenido el coraje necesario para dedicarme a ello, ya lo sabes.


Paula se sintió mucho más tranquila. Siempre se había sentido un poco culpable de que Pedro abandonara su trabajo en la CIA por ella. Incluso había tardado un tiempo en acostumbrarse al nuevo Pedro, que se pasaba las mañanas escribiendo novelas de espías y las tardes preparándole las comidas, haciéndole el amor y… en general, haciéndola locamente feliz.


—Aunque también tiene sus inconvenientes —repuso ella—. Ahora tengo que convivir con mis celos.


—¿Celos?


—De que tu primer libro se esté vendiendo mejor que el mío. Eso duele.


Pedro se echó a reír.


—Ya, bueno, pero tú eres mucho mejor escritora que yo. Ya sabes que la calidad siempre acaba perdiendo cuando compite con el sensacionalismo —la estrechó contra su pecho—. ¿Era eso realmente lo que te preocupaba?


—La verdad es que no. Estaba pensando en cosas más importantes, supongo. Como la niña de Hector y Damian.


Se estaba refiriendo a Nia, la preciosa niña que habían adoptado en Tailandia: ése había sido el motivo del viaje conjunto.


—¿Qué pasa con ella?


—Verás, cuando ayer estuvimos en el orfanato, yo…


¿Cómo decirle aquello al antiguo aventurero, espía de la CIA y playboy? ¿Cómo decirle que quería sentar definitivamente la cabeza no solamente casándose, sino teniendo un hijo con él y formando un hogar?


—¿Quieres adoptar un hijo también?


Lo miró a la luz de la luna. No parecía sorprendido, ni temeroso. De hecho, estaba sonriendo.


—Sí —susurró ella.


Durante los dos últimos años, Paula había cambiado radicalmente. La joven alérgica a los compromisos se había convertido en una mujer feliz y estable que… quería un hijo.


—Habría sido imposible entrar en aquel orfanato y no salir pensando en ello. Yo tengo las mismas ganas que tú.


Se lo quedó mirando asombrada. Aunque, por otra parte, debería haberlo adivinado. En realidad eran muy parecidos, en muchos aspectos.


—Oh, gracias a Dios. Me preocupaba tanto que no te gustara la idea…


Pedro se inclinó para besarla tiernamente en los labios.


—Quizá deberíamos hacerlo oficial, ¿no te parece?


—¿Qué quieres decir? —casi tenía miedo de preguntárselo.


—Ya sabes… casándonos.


—Oh. Vaya. Sí, quizá deberíamos…


Pedro se echó a reír.


—No pareces muy contenta.


—Nunca pensé que querrías… formalizar lo nuestro —y ella tampoco, sinceramente. Pero estaba empezando a gustarle la idea.


—Yo sé lo que siento, pero creo que ya va siendo hora de que el resto del mundo se entere. Además, nos servirá para el trámite de adopción, ¿no te parece?


La besó de nuevo, deslizando esa vez la lengua en el dulce interior de su boca. Luego la aferró de las nalgas mientras se apretaba contra ella, con su erección presionando contra su vientre.


—Vamos a la cama —susurró contra sus labios—. Esto hay que celebrarlo…


Fin



BUSCANDO EL AMANTE PERFECTO: CAPITULO 43




Era incapaz de apartar la mirada de Paula. 


Resplandecía con una belleza aún más impresionante de lo que recordaba. Algo en ella había cambiado durante el tiempo que habían permanecido separados. Quizá fuera ese aire de calma, de serenidad.


No quería pasar un solo día más alejado de ella, por no hablar de un mes. Ni un solo minuto.


La observó en la recepción, mientras esperaba a que empezara el baile. Había sido de los primeros en abandonar la ceremonia. 


Necesitaba escoger bien su momento: una ocasión en que pudieran hablar tranquilos, sin que nadie los interrumpiera. Y necesitaba también reunir el coraje necesario para enfrentarse de nuevo a ella y entregarse sin reservas ni condiciones. Desnudar su corazón y exponerlo al placer más absoluto… o al más lacerante dolor.


Por fin estaba preparado.


Paula recorrió la sala con la mirada, sin verlo, y Pedro se sintió sorprendido a la vez que deleitado al descubrir su expresión decepcionada. Fue entonces cuando empezó a sonar la música.


A la segunda canción, cuando ya la pista se había llenado de parejas, Pedro comprendió que había llegado su ocasión. Salió de entre las sombras y se dirigió directamente hacia ella.


—¿Me concedes este baile?


Paula se volvió hacia él, sonriente.


—¡Pedro! ¿Cómo has…?


Se llevó un dedo a los labios.


—Tengo mis fuentes secretas de información…


La llevó a la pista, donde estaba sonando una canción lenta. Mientras se movían al ritmo de la música, la estrechó delicadamente en sus brazos.


—Cuando te marchaste de Italia… —le confesó de pronto— me di cuenta de que había estado viviendo mi vida por las razones equivocadas.


Tenía un nudo en la garganta. No había ensayado lo que le diría cuando al fin estuvieran frente a frente. Simplemente había confiado en que su corazón le dictaría las palabras. Lo que no había previsto era que la emoción pudiera robarle la voz.


Paula lo miró como si le estuviera hablando en un idioma extranjero.


—¿Y cuáles son las razones correctas?


—Tener alguien a quien amar. Alguien por quien hacer sacrificios.


Por un momento pareció como si fuera a discutir con él, pero al final repuso sencillamente:
—Ya.


—No quiero que volvamos a separarnos.


—¿Pero qué pasa con tu trabajo?


—He presentado mi dimisión.


—¿Qué? —estaba impresionada—. ¿Has… dimitido?


—Quiero cambiar de vida. Tu marcha me obligó a plantearme algunas preguntas fundamentales. Como por ejemplo si estaba huyendo de los compromisos escudándome detrás de mi trabajo. O incluso si me hice agente de la CIA precisamente para evitar esos compromisos.


Paula lo miraba asombrada.


—Me di cuenta de que si mi trabajo me atraía tanto era porque me ayudaba a evitar comprometerme con nadie o nada que no fuera la CÍA. Me mantenía a distancia de los demás. Ya no quiero ser ese hombre.


—¿Por qué?


—Porque te quiero. No debí haberte dejado marchar. Debí haberte dicho que eras el amor de mi vida y que no soportaría vivir sin ti.


Las palabras habían brotado de sus labios sin previo aviso, y ahora que las había pronunciado, ahora que ya estaban flotando en el aire con todo su peso y significado, se sorprendió de lo poco que le había costado. Y de lo muy aliviado que se sentía.


Si ahora Paula le rompía el corazón, al menos sabría que lo había entregado todo. Que se había arriesgado.


Pero Paula estaba llorando. Se enjugó las lágrimas con el dorso de la mano mientras lo observaba como si fuera a desaparecer en cualquier momento.


—Yo también te quiero —le dijo al fin—. Me daba miedo lo mucho que te quería. Por eso me fui.


—No vuelvas a huir —le pidió Pedro—. Por favor. Quédate y dame una oportunidad.


—Ya no quiero huir más.


La creía. De repente, en sus brazos, la sentía sólida, real. Ya no se iría a ninguna parte. 


Atrayéndola hacia sí, la besó profunda, apasionadamente. Y comprendió, al fin, que había encontrado su hogar.




BUSCANDO EL AMANTE PERFECTO: CAPITULO 42





Maui, tres meses después



Paula parpadeó para contener las lágrimas cuando vio a su hermano vestido de esmoquin blanco. Habían sido tantas las noches que había pasado en blanco temiendo que Hector no llegara a sobrevivir y a alcanzar la edad adulta… y ahora allí estaba: radiante, feliz, a punto de casarse.


Se había desvivido por cuidarlo durante su infancia y también después, en su problemática adolescencia, con sus experimentos con el sexo y sus flirteos con la heroína. De alguna manera, ambos habían terminado sobreviviendo a todo eso.


Y allí estaban. Hector era feliz. Un hombre adulto del que Paula estaba orgullosa. En cuanto a ella, no era feliz, pero al menos estaba en camino de conocerse a sí misma. Había tenido sus altibajos, pero escribir el libro le había dado una seguridad que nunca antes había sentido.


—¿Distraída con tus reflexiones? —le preguntó una voz masculina. Paula se volvió y descubrió a Hector a su lado, ajustándose la flor del ojal.


—Llámalo orgullo de hermana mayor.


—No irás a ponerte ñoña y sentimental…


—Yo creía que a ti te encantaba lo ñoño y lo sentimental —fue ella quien terminó de colocarle a flor… que era rosa y antes había sido azul lavanda.


—Y me encanta: precisamente por eso no creo que pueda soportar esta ceremonia si te oigo lloriquear a mi espalda.


Paula parpadeó varias veces para contener las lágrimas.


—No lloraré. Te lo prometo.


Hector le dio un abrazo.


—Hermanita… ¿qué voy a hacer contigo?


—Me siento orgullosa de ti… eso es todo.


La miró muy serio.


—Ya sabes que si hoy estoy vivo es gracias a ti.


Paula sacudió la cabeza, luchando contra las malditas lágrimas.


Pero cuando vio que Hector se echaba a llorar, va no hubo remedio. En cuestión de segundos, su maquillaje quedó arruinado.


—Cállate.


—No. Tú eres la única persona en el mundo que me quiso y me cuidó durante mucho tiempo, y quiero que sepas que lo tengo bien presente. Que lamento haberte puesto las cosas tan difíciles.


Paula se mordió el labio. No había sido consciente de lo mucho que había necesitado escuchar aquello.


—Gracias.


—Sé que yo no estaría aquí de no haber sido por ti.


—Tú eres mi familia, Hector —susurró—. Sobrevivimos juntos. Tú me diste un propósito en la vida.


Hector se enjugó las lágrimas.


—Pero te escapaste a Europa a la primera oportunidad que se te presentó.


Nunca antes se lo había echado en cara. 


Siempre había existido una tensión entre ellos, un reconocimiento tácito de que Hector había sido la causa principal por la que ella había necesitado marcharse, abandonar el país, alejarse todo lo posible de sus responsabilidades.


—Te seguía queriendo, por supuesto: lo que pasa es que no podía seguir cargando con el peso de la responsabilidad. Una vez que me convencí de que te las arreglarías perfectamente solo, sentí la necesidad de cambiar de vida.


—Te eché mucho de menos.


—Y yo a ti. Me alegro de haber vuelto.


—¿No estás resentida conmigo?


—Nunca lo he estado.


Hector volvió a abrazarla, emocionado. Paula aspiró profundamente, llenándose los pulmones de su colonia cara y rezando una silenciosa plegaria de agradecimiento.


—¿Ya hemos terminado de lloriquear?


—Sí, definitivamente. ¿Preparada para llevarme al altar?


—Desde luego.


La música empezó a sonar en el instante en que salieron del edificio del club: la fresca brisa del mar les dio la bienvenida. Hector y Damian habían querido avanzar los dos hacia el altar. Primero fue el turno de Hector, acompañado por Paula; luego servían las «damas de honor» y, finalmente, Damian con sus padres.


Paula esperaba que Hector no se sintiera muy ¿penado de ver a los padres de su novio cuando los suyos ya no estaban, pero sabía que ése era un dolor al que ya se había acostumbrado. Un dolor que había forjado la personalidad de los dos hermanos.


Le apretó la mano con fuerza mientras desfilaban bajo la mirada de los asistentes sentados en sus sillas blancas, a la sombra de las palmeras. Una vez ante el altar, se hizo a un lado mientras esperaban la llegada de Damian y sus padres.


Pero de repente la mirada de Paula se posó en una familiar figura, de pie al fondo. Pelo largo y oscuro, una sombra de barba, ojos ocultos detrás de unas gafas negras… Pedro.


El estómago le dio un vuelco. Pedro.


¿Qué estaba haciendo allí, en la boda de su hermano?


Tenía la mirada clavada en ella: incluso llegó a alzarse las gafas para que no le cupiera la menor duda. Había calor y emoción en sus ojos.


Y los de Paula volvieron a llenarse de lágrimas.