sábado, 3 de noviembre de 2018

BUSCANDO EL AMANTE PERFECTO: CAPITULO 43




Era incapaz de apartar la mirada de Paula. 


Resplandecía con una belleza aún más impresionante de lo que recordaba. Algo en ella había cambiado durante el tiempo que habían permanecido separados. Quizá fuera ese aire de calma, de serenidad.


No quería pasar un solo día más alejado de ella, por no hablar de un mes. Ni un solo minuto.


La observó en la recepción, mientras esperaba a que empezara el baile. Había sido de los primeros en abandonar la ceremonia. 


Necesitaba escoger bien su momento: una ocasión en que pudieran hablar tranquilos, sin que nadie los interrumpiera. Y necesitaba también reunir el coraje necesario para enfrentarse de nuevo a ella y entregarse sin reservas ni condiciones. Desnudar su corazón y exponerlo al placer más absoluto… o al más lacerante dolor.


Por fin estaba preparado.


Paula recorrió la sala con la mirada, sin verlo, y Pedro se sintió sorprendido a la vez que deleitado al descubrir su expresión decepcionada. Fue entonces cuando empezó a sonar la música.


A la segunda canción, cuando ya la pista se había llenado de parejas, Pedro comprendió que había llegado su ocasión. Salió de entre las sombras y se dirigió directamente hacia ella.


—¿Me concedes este baile?


Paula se volvió hacia él, sonriente.


—¡Pedro! ¿Cómo has…?


Se llevó un dedo a los labios.


—Tengo mis fuentes secretas de información…


La llevó a la pista, donde estaba sonando una canción lenta. Mientras se movían al ritmo de la música, la estrechó delicadamente en sus brazos.


—Cuando te marchaste de Italia… —le confesó de pronto— me di cuenta de que había estado viviendo mi vida por las razones equivocadas.


Tenía un nudo en la garganta. No había ensayado lo que le diría cuando al fin estuvieran frente a frente. Simplemente había confiado en que su corazón le dictaría las palabras. Lo que no había previsto era que la emoción pudiera robarle la voz.


Paula lo miró como si le estuviera hablando en un idioma extranjero.


—¿Y cuáles son las razones correctas?


—Tener alguien a quien amar. Alguien por quien hacer sacrificios.


Por un momento pareció como si fuera a discutir con él, pero al final repuso sencillamente:
—Ya.


—No quiero que volvamos a separarnos.


—¿Pero qué pasa con tu trabajo?


—He presentado mi dimisión.


—¿Qué? —estaba impresionada—. ¿Has… dimitido?


—Quiero cambiar de vida. Tu marcha me obligó a plantearme algunas preguntas fundamentales. Como por ejemplo si estaba huyendo de los compromisos escudándome detrás de mi trabajo. O incluso si me hice agente de la CIA precisamente para evitar esos compromisos.


Paula lo miraba asombrada.


—Me di cuenta de que si mi trabajo me atraía tanto era porque me ayudaba a evitar comprometerme con nadie o nada que no fuera la CÍA. Me mantenía a distancia de los demás. Ya no quiero ser ese hombre.


—¿Por qué?


—Porque te quiero. No debí haberte dejado marchar. Debí haberte dicho que eras el amor de mi vida y que no soportaría vivir sin ti.


Las palabras habían brotado de sus labios sin previo aviso, y ahora que las había pronunciado, ahora que ya estaban flotando en el aire con todo su peso y significado, se sorprendió de lo poco que le había costado. Y de lo muy aliviado que se sentía.


Si ahora Paula le rompía el corazón, al menos sabría que lo había entregado todo. Que se había arriesgado.


Pero Paula estaba llorando. Se enjugó las lágrimas con el dorso de la mano mientras lo observaba como si fuera a desaparecer en cualquier momento.


—Yo también te quiero —le dijo al fin—. Me daba miedo lo mucho que te quería. Por eso me fui.


—No vuelvas a huir —le pidió Pedro—. Por favor. Quédate y dame una oportunidad.


—Ya no quiero huir más.


La creía. De repente, en sus brazos, la sentía sólida, real. Ya no se iría a ninguna parte. 


Atrayéndola hacia sí, la besó profunda, apasionadamente. Y comprendió, al fin, que había encontrado su hogar.




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