domingo, 4 de noviembre de 2018

LA TRAMPA: CAPITULO 2




Había sido fácil ser agradable con el guapo y manirroto joven. A Leonardo y a Alicia les caía muy bien, y lo veían con frecuencia. Y, sí, tenía que reconocer que a ella también le había gustado mucho. Era muy divertido y le encantaba bailar con él y escuchar sus historias sobre los negocios que había realizado desde que se graduó en Yale. Había sido romántico y halagador recibir la atención continua de un empresario tan rico, dinámico y atrevido. Quizás, pensó, había estado tan cegada por su imagen que se había olvidado de mirar al hombre.


Hasta ayer por la noche, cuando sus besos habían pasado de románticos a exigentes. 


Cuando había intentado… tocarla. La oleada de repulsión que sintió la había asombrado. Una mujer no debería sentir eso hacia el hombre con quien se iba a casar.


—No es el hombre adecuado para mí —dijo, sin saber cómo explicarlo.


—Benjamin Cruz es el hombre adecuado para cualquier mujer que lo pille —gritó Alicia—. ¡No sabes la suerte que tienes porque no sabes nada de los hombres!


—¿Y de quién es la culpa? —exclamó Paula, enfurecida—. Tú me tuviste encarcelada en ese lujoso colegio para chicas, y apenas veía a un chico, excepto en los bailes mensuales, bien vigilados. ¡No es extraño que me enamorara del primer chico que me ha prestado un poco de atención!


—Hace dos años que saliste de esa escuela. Si hubieras ido a la universidad de Georgetown, como queríamos nosotros, hubieras conocido a montones de hombres ¡a los más adecuados!


—No voy a ir a la universidad para conocer hombres.


—No, claro. ¡Tienes que hacer una carrera! —exclamó, irónica, Alicia—. Y vas a la universidad del Estado porque es la mejor en Diseño Arquitectónico. Y pasas todo tu tiempo libre en ese almacén de maderas. No hacía falta que trabajaras. Sabes que Leonardo…


—Lo sé —interrumpió Paula. Pero no quería depender de su Padre para siempre.- Además… mamá, es el mejor sitio para aprender sobre los diferentes tipos de madera. Aunque sólo sea la contable…


—Lo único que digo es que no es culpa nuestra que no hayas tenido tiempo de conocer a cuantos hombres quisieras. Créeme, señorita, ¡un buen marido es mil veces mejor que una carrera! Me asombra que no lo entiendas.


«Yo no soy tú», estuvo a punto de decir Paula.


Pero no lo hizo, no tenía necesidad de criticar a su madre. Pero, al contrario que Alicia, no estaba dispuesta a depender de nadie.


—Quiero ser arquitecto.


—De acuerdo, de acuerdo —dijo Alicia, haciendo un ademán impaciente con la mano—. ¡Adelante! A Benjamin no le importa. Otro punto a su favor. Ten tu hobby. Pero no pierdas esta oportunidad. Tienes la suerte de haber encontrado el hombre perfecto para ti —dijo con voz más suave, agarrando la mano de Paula—. Sabes que lo único que deseo es que seas feliz. Por eso animé a Benjamin… no me mires así, lo admito. Supe desde el momento en que lo conocí que era perfecto para ti. Un joven con tan buen talante, tan agradable. ¡Guapo, además, y rico! Él te quiere Paula, y cuidará de ti.


—Puedo cuidarme yo sola y no pienso casarme con un hombre al que no amo.


—Deja de repetir eso. No lo dices en serio. Y no puedes estar enamorada ahora y cambiar de opinión al minuto siguiente sólo por un impulso momentáneo —dijo Alicia levantándose, con ira y determinación en la cara—. Además, es demasiado tarde. ¡No permitiré que arruines tu vida y me hagas quedar como una estúpida porque tienes un ataque de nervios prematrimoniales!


—No es…


—Me da igual lo que sea. No estás en esto tú sola, señorita. Esta boda significa tanto para mí y para Leonardo como para ti. ¿Quieres arruinar nuestra vida también?


—Pero… —objetó Paula. ¿De qué hablaba su madre? Miró a su padrastro, tenía cara de… ¿miedo?


—Díselo, Leonardo —lo animó su madre.


—Alicia, eso es algo entre él y yo. Si Paula no quiere… —dijo dubitativo.


—Paula no sabe lo que quiere. Y, sin duda, él cambiará de opinión si lo avergüenza delante de toda la ciudad. ¡Díselo!


—¿De qué se trata, Papá? —preguntó Paula.


—Sólo es que Benjamin pensaba invertir en mi negocio.


—Ya lo sé. Me lo dijiste.


—No te dije que pensaba invertir doscientos cincuenta mil dólares y que yo… bueno, necesito ese capital.


—Ah —musitó Paula. Claro, a eso se dedicaba Benjamin, a invertir en diferentes negocios, se lo había explicado—. De eso hace ya dos meses. ¿Por qué no lo ha hecho aún? Si pensaba invertir…


—No sé a qué se debe el retraso —dijo Leonardo con frustración—. Supongo que después de la boda, cuando sea parte de la familia… pero, Paula, si no quieres…


—¡Basta ya! Es demasiado tarde. Paula, cariño, no puedes tomar una decisión así por la tontería de un momento. Te arrepentirás el resto de tu vida. Y nos afectará a todos.


Su madre continuó hablando, pero Paula no escuchaba. Estaba mirando la cenicienta cara del hombre al que había llamado padre desde los cuatro años. Cuando su madre le había dicho: «Este es tu nuevo papá. Va a cuidar de nosotras». Eso era lo que había hecho. Le había dado amor, apoyo, todo lo que había pedido.
Ahora la necesitaba a ella…


Benjamin le gustaba. Por lo menos antes. 


Quizás su madre tuviera razón. Puede que sólo fueran los nervios de antes de la boda. Quizás fuera natural sentir aprensión, tener miedo de compartir una intimidad que nunca había experimentado antes.


También tenía que pensar en su madre. ¿De verdad quería que quedara como una tonta?


Volvió a mirar a su padrastro. Parecía vencido, indefenso.


Era como si ella tuviera doscientos cincuenta mil dólares en la mano y se negara a dárselos.




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