domingo, 4 de noviembre de 2018

LA TRAMPA: CAPITULO 3




Pedro Alfonso se sentó en el cochecito eléctrico, miró su reloj y maldijo. La ceremonia se celebraba en Elmwood, Virginia, a una hora en coche desde Wilmington.


—Más vale que nos demos prisa, o llegaré tarde a la maldita boda —dijo.


—¿Maldita boda? —preguntó Sergio Harding mientras conducía hacia el hoyo diecisiete del Club de Campo Overland.


—Malditas todas las bodas —replicó Pedro con desdén.


—¿Tienes algo en contra de ellas?


—Sí. Bueno, en realidad no. Es que tienen tendencia a ser contagiosas.


—Ya te entiendo. Sobre todo cuando tú eres tan buen partido… hoy… ya se sabe, el padrino y la dama de honor…


—¡De eso nada! Entregaré el anillo, brindaré por los novios y me largaré. Ya me preocupé de no conocer a la dama de honor, a la novia, ni a ningún otro invitado. Le dije a Benjamin que no podría asistir a los preparativos nupciales porque tenía compromisos.


—Y porque quieres que te tomen por su mejor amigo cuando sabes perfectamente que no lo eres.


—Vale ya, Sergio. Ese tipo me salvó la vida.


—¡Por Dios! ¡Eso fue hace diez años! Creo que ya le has devuelto el favor.


—Nunca se llega a devolver un favor como ése —dijo Pedro, estremeciéndose al recordar los faros del coche que se metió en la acera a toda velocidad cuando él estaba a punto de entrar en la residencia universitaria. Benjamin Cruz, que salía justo en ese momento, literalmente voló hacia él y le hizo un placaje que consiguió apartarlos a ambos del camino del coche. Y de la muerte, si había que juzgar por el impacto del coche cuando se estrelló contra el edificio—. No lo hubiera contado de no ser por Benjamin.


—Y él hubiera perdido el mejor amigo que pueda tener un gorrón. ¿No fuiste tú quien pagó sus deudas de juego cuando lo perseguía la mafia? Ese tipo siempre estaba metido en líos.


—Sí, pero siempre eran líos interesantes. La universidad no hubiera sido lo mismo sin Benjamin —sonrió Pedro, recordando la gracia del espabilado chico, que no estudiaba allí, sino que hacía chapuzas en el campus universitario y servía la mesa en la residencia estudiantil—. Siempre estaba dispuesto a divertirse.


—Y tú a que te dieran un sablazo. Dime, ¿cuántas veces lo has visto desde Yale? —preguntó Sergio, tomando su palo de golf y siguiendo a Pedro al punto de salida del hoyo.


—Bueno, de vez en cuando.


—Siempre que necesitaba un accionista. Que yo sepa, dos veces, ¿no? Una pizzería y una bolera, y las dos fracasaron.


—Sí —asintió Pedro, dando un golpe con el palo— Benjamin no ha tenido mucha suerte invirtiendo el dinero.


—Quieres decir que es un perdedor nato.


—Pero un buen perdedor —dijo Pedro— Nunca pierde la sonrisa y siempre tiene una buena excusa para el fracaso. Benjamin siempre es optimista. Un tipo encantador.


—Todos los timadores lo son —replicó Sergio, moviendo la cabeza—. Y tú dejas que te time. Eres un incauto. Es por tu complejo de culpabilidad.


—¿Complejo de culpabilidad? —preguntó Pedro, enarcando una ceja.


—Claro. ¿Por qué naciste teniendo una fortuna cuando otros no tienen nada? Menos mal que la mayoría del oro de los Alfonso está invertido en fundaciones o cosas así, si no, lo regalarías todo.


—Bah, cállate.


—La verdad duele ¿eh? —Dijo Sergio mirándolo con seriedad—. Más vale que te enfrentes a ella.  Benjamin Cruz es un timador y tú eres un buenazo. Vamos, que no has ido a su despedida de soltero, pero me apuesto la última peseta a que la has financiado.


Pedro no contestó, simplemente sonrió mientras colocaba la pelota en el punto de salida y miraba al horizonte. No tenía ninguna intención de contarle a Sergio qué más había financiado. Había enviado su regalo de boda, un cheque de doscientos cincuenta mil dólares, a la fiesta de despedida de soltero. Había retrasado el regalo hasta justo antes de la boda a propósito. Quería asegurarse de que Benjamin iba a casarse con la hija de su futuro socio, un hombre con treinta años de experiencia en la construcción. Una mujer y un buen socio deberían servir para mantener a Benjamin a raya. Esta vez sí era una buena oportunidad para Benjamin, pensó Pedro mientras lanzaba la pelota recta por la calle.




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