domingo, 9 de septiembre de 2018

PERSUASIÓN : CAPITULO 40




Finalmente una noche, corno un volcán a punto de explotar, el tormento emocional que sufría Paula se hizo demasiado intenso para soportarlo. Ella estaba en su casa, acababa de cancelar una cita para salir con el pretexto de que le dolía la cabeza pero no se sentía dispuesta a admitir que no era la cabeza lo que le dolía. Trató de dormir pero terminó removiéndose inquieta hasta que las sábanas tuvieron un aspecto como si un ejército hubiera acampado sobre ellas durante la noche antes de partir apresuradamente. Inquieta, fue a la pequeña cocina y abrió la puerta del refrigerador. Esa noche no había cenado pues no le apetecía ningún alimento, pero ahora, sólo por tener algo que hacer, revolvió dentro del refrigerador hasta que encontró un poco de carne cocida, un huevo duro y dos pepinillos encurtidos que quedaban en un frasco. Cargó todo en sus brazos y lo llevó a la sala.


Normalmente, Paula miraba muy poca televisión. Era un entretenimiento que usaba sólo ocasionalmente. Y nunca lograba interesarse en las películas viejas, aunque fuesen buenas. La verdad era que nunca tenía tiempo. Pero ahora lo tenía. Era tarde, alrededor de las dos si sus ojos inflamados habían mirado correctamente el reloj de la cocina, y no tenía otra cosa que hacer.


Encendió la televisión y se acurrucó en una posición cómoda en el sofá. Inmediatamente comprobó que había sintonizado el televisor durante uno de esos largos intervalos comerciales que poblaban el aire en horas de la noche, de modo que regresó a la cocina en busca de algo para beber.


Con un leve gruñido de protesta descubrió que la Coca Cola que quedaba en el refrigerador apenas alcanzaba para mojar el fondo de su vaso vacío. Tenía que sacar otra de la despensa, pero cuando quiso sacar hielo del refrigerador vio que las dos bandejas estaban vacías. ¡Demonios!, se dijo disgustada. ¡Todo se estaba viniendo abajo en el apartamento! Estaba muy distraída, muy descuidada. Desde que regresara de la cabaña se comportaba como una mujer hechizada, o sonámbula.


Paula se detuvo y soltó un juramento.


—¡Maldición!


¿Es que nunca podría vivir tranquila? ¡Hasta las cosas más ordinarias le recordaban a Pedro! ¿Cuánto tiempo más le llevaría olvidarlo?


Entonces, súbitamente, sus manos dejaron de temblar mientras sostenía la bandeja para hielo bajo el grifo abierto. Los acordes de una melodía conocida llegaron desde la sala.


Paula se quedó perfectamente inmóvil, con los ojos cerrados con fuerza mientras oía los versos que le causaban un intenso dolor interior.


"Alguien que me vigile", repitió su mente una y otra vez. El agua llenó la bandeja y se fue por el sumidero. Paula dejó caer la bandeja y corrió a la sala con las manos mojadas. ¡No! ¡No era justo! ¿Por qué esa canción? ¿Por qué esta noche, y no otra cualquiera?


Mientras sus ojos incrédulos miraban fijamente la pantalla, la imagen televisada se desvaneció y fue remplazada por la imagen de Pedro bailando con su madre, y muchas imágenes más de las otras veces en que la ternura y el cariño de él le habían sido revelados. Mientras la voz de la cancionista gritaba quejosamente su dolor, Paula se dejó caer lentamente al suelo alfombrado, con los puños apretados.


¡A pesar de la distancia que había puesto entre ella y Pedro era como si en este mismo minuto él estuviera en esa misma habitación! Paula pudo ver la forma en que su pelo se encendía con relámpagos rojizos bajo la luz del sol, la forma en que sus ojos color canela relucían de felicidad y buen humor, la tristeza que a él no le dio vergüenza mostrar cuando perdieron la batalla por las vidas de los cuatro conejitos, la forma en que él había inclinado la cabeza sobre su madre en actitud protectora, la forma en que la miraba a ella cuando la deseaba, la cualidad ronca, viril de su voz.


Un gemido largo y grave nació en la garganta de Paula. ¡No! ¡Oh, Dios! ¡Todavía lo amaba! 


Empezó a mecerse hacia atrás y adelante sobre sus rodillas flexionadas. ¡Nunca había dejado de amarlo y probablemente siempre sería así! Todo lo que habían hecho las dos últimas semanas era demostrarle lo realmente solitaria y vacía que había sido su existencia antes de conocerlo.


¡Lo amaba!


Su cuerpo empezó a temblar y ella empezó a reír... fue un sonido agudo, trémulo, entrecortado, muy parecido al llanto.


Está bien. Lo admitió. ¿Pero qué iba a hacer al respecto? ¿Qué podía hacer?


Cruzó los brazos sobre su pecho y se abrazó los hombros. Tenía que pensar. No podía regresar a la cabaña, entrar y hacer lisa y llanamente su insólito anuncio, ¿verdad? ¿Qué pensaría Pedro? Lanzó otra trémula carcajada. 


¡Probablemente pensaría que ahora la loca era ella! Pero si él la amaba como había dicho...


Paula se puso de pie de un salto y volvió a llevar su pospuesta comida a la cocina y el seguro frío del refrigerador.


¿Por qué no? ¿Por qué no regresar a la cabaña? Una profunda excitación empezó a desenroscarse en la boca de su estómago.


Parecía que las primeras horas de esa madrugada no pasarían nunca. Paula pasó la mayor parte del tiempo sentada en medio de su cama, con los brazos abrazando sus rodillas flexionadas, sonriéndose de anticipación. 


Se sentía otra vez como una muchacha adolescente... tan nueva... recién nacida al amor. Y ahora conocía la diferencia. Había creído amar a David, pero eso fue más una clase de amor adolescente, un capricho que no resistió la prueba del tiempo o de las primeras dificultades. Pero con Pedro... Paula apretó con más fuerza sus rodillas. Pedro era un hombre que encontraba alegría en dar y que se entregaba sin condiciones a aquellos a quienes amaba. Ahora que por fin ella lo admitía, descubrió cuan profundos eran sus sentimientos. Lo amaba más de lo que hubiera creído posible.


Eso había sido lo que había temido todo ese tiempo: amarlo tan profundamente, o tener la capacidad de amarlo así. Y ahora, mirando hacia atrás el tiempo perdido, se sentía más impaciente a cada instante. El había sido cariñoso con ella desde el principio, como en la historia que le habían contado sobre el padre y la madre, cómo ellos se habían enamorados en su primera cita. ¡Quizá en la familia de él todos creían en el amor a primera vista!


No veía la hora de que fuera de día.




PERSUASIÓN : CAPITULO 39




¡A la mañana siguiente Paula era libre! Y con cada kilómetro que su Datsun iba devorando, la cabaña quedaba cada vez más lejos. ¿Por qué, entonces, no se sentía mejor? Había logrado lo que quería. Tenía su automóvil, casi todo su orgullo, y estaba lejos del tremendo poder de la influencia de Pedro. ¿Por qué persistía esa sensación de desazón?


Con una decidida sacudida de su oscura cabeza, Paula entrecerró los ojos para protegerlos del brillo del sol que salía y pisó aún con más fuerzas el acelerador. Estaba libre. 


Libre de volver a reanudar su vida donde se había interrumpido, libre de ir y venir por donde y cuando quisiera y de marcharse cuando le diera la gana.


Sólo que la libertad física es mucho más fácil de conquistar que la libertad emocional, hecho que Paula aprendería por el camino más duro en los días siguientes.


Deliberadamente se mantuvo alejada de la agencia pues no quería tener que explicarle a Marcia la razón de que hubiera regresado tan pronto, y los días parecieron alargarse eternamente. Después, el lunes, en un trabajo que hubiera debido resultarle extremadamente interesante y estimulante, estuvo extrañamente aletargada.


Durante las dos semanas siguientes su vida fue como un viaje en una gigantesca montaña rusa; sólo que las subidas no fueron muy altas y las caídas fueron espantosas.


¡No podía sacarse a Pedro de la mente! Y era peor, mucho peor de cuando lo vio por primera vez. No importaba lo que hiciera, adonde fuera o con quién estuviese, sus pensamientos estaban constantemente dirigidos a él, a su aspecto, a la sensación de tenerlo cerca, al sonido de su voz. 


Todo lo que había sucedido en la cabaña pasaba por su mente una y otra vez. ¡Hasta se sorprendió echando de menos a Príncipe!


PERSUASIÓN : CAPITULO 38




Paula nunca supo cuánto tiempo permaneció sentada dentro del automóvil. Hubieran podido pasar eternidades y ella no se habría dado cuenta.


Lo había lastimado... lo había lastimado en una forma terrible. Ella sabía que él en nada se parecía a David. Ahora, quería correr tras él y decírselo. Pero se quedó donde estaba. No podía hacer eso. Tenía que mantener distancia entre los dos, por su propia salvación.


El amor había jugado sucio con ella. No era algo que ella había deseado. En realidad se había resistido, se había resistido con vehemencia. Y tendría que seguir haciéndolo. Si una persona podía enamorarse, ciertamente podía también desenamorarse. Y eso era exactamente lo que ella iba a hacer. Si pudiera alejarse de Pedro, apartarse de su influencia, quizá podría sacárselo de la mente y olvidarlo.


Con David había hecho un buen trabajo. Ahora no tenía idea de dónde estaba él y eso la tenía completamente sin cuidado, mientras él se quedara bien lejos. Si por lo menos pudiera poner la misma distancia entre ella y Pedro...


Con movimientos lentos y rígidos, Paula llevó la mano al picaporte de la puerta y se apeó del automóvil. Entonces, después de un momento de vacilación, empezó a caminar hacia la cabaña. Sólo podía imaginarse dónde estaban Pedro y Príncipe.


Pero no iba a seguir mucho tiempo ignorándolo. 


Cuando se acercó al porche, una figura alta y esbelta emergió de las sombras e hizo que su corazón empezara a palpitar en forma atronadora, como si estuviera tratando de soltarse del pecho y escapársele por la garganta. Paula buscó con la mano una de las vigas de madera para apoyarse.


Pedro no dijo nada cuando se inclinó para abrir la puerta de la cabaña. Cuando lo hubo hecho, dio un paso a un costado a fin de que ella entrara primero.


Paula entró rápidamente, seguida inmediatamente por Príncipe. El gran perro se tendió en su lugar favorito frente al hogar y de inmediato se hundió en un sueño profundo. 


Pedro cerró la puerta y sin palabras pasó sin dirigirle siquiera una mirada.


Paula se quedó mirando esa espalda que se alejaba, con sus ojos violetas ensombrecidos. Observó cómo él caminó tiesamente hasta el pasillo y en seguida oyó que él cerraba la puerta de su habitación.


Un suspiro trémulo, profundo, escapó de sus labios y una niebla de lágrimas le cubrió los ojos. 


Rápidamente, parpadeó. No tenía tiempo para sentimentalismos. Eso era nada más que una trampa que podía retenerla aquí. ¡Y sobre todas las cosas, ella tenía que marcharse!


Había hecho un círculo completo. Al principio, había querido escapar sin entender completamente la razón, pero sabiendo por instinto que era eso lo que debía hacer; después la situación fue cambiando gradualmente y algo confundida ella llegó a perder el deseo de marcharse. Pero vino la revelación, y ahora sabía que tenía que partir.


Pero su problema seguía siendo el mismo. Aún carecía de medio de transporte, hasta que no tuviera sus llaves. Paula lanzó una mirada de frustración hacia el pasillo. ¿Debía insistir y reclamar lo que era suyo? Interiormente se encogió ante la idea y en silencio respondió su propia pregunta. No. Era demasiado pronto. Sus defensas, aunque bien construidas, eran demasiado nuevas para soportar otro asedio... aunque Pedro no parecía interesado en intentarlo nuevamente.


Paula trató de librarse de esos pensamientos pero el pánico volvió a amenazarla. ¿Acaso no sabía lo que pasaba cuando él estaba cerca de ella? Sus emociones se enredaban tanto que ella no sabía dónde estaba. Tenía que alejarse... ¡ya no importaba cómo lo hiciera!


Con pasos rápidos, urgentes, Paula fue a su habitación, puso las maletas sobre la cama y metió dentro de ellas todas las cosas que le fue posible. Lo que dejaba allí podría remplazarlo: un cepillo de dientes, su jabón especial para la cara, polvo para el cuerpo. Mañana, lo primero que tendría que hacer sería marcharse, y esta vez no importaría si tenía que arrastrarse. Sería de día. No habría animales nocturnos al acecho.


Estaba en el proceso de cerrar la última de sus maletas cuando la puerta se abrió a sus espaldas. Paula se volvió sobresaltada, con los ojos dilatados.


Pedro estaba en el vano de la puerta. Si al principio Paula creyó que él tenía intención de acabar lo que había empezado afuera, esa cólera reavivada había remplazado al sufrimiento causado por su hiriente declaración y él estaba una vez más dispuesto a intentar la fuerza, pronto descubrió su error.


Los ojos castaños de él vieron las pruebas de la decisión de ella de marcharse, y por una fracción de segundo una expresión de desesperación se insinuó en sus hermosas facciones. Pero tan rápidamente como apareció, la expresión se borró y Paula se quedó preguntándose si no había sido producto de su imaginación.


—Sería mejor que aguardaras hasta mañana —sugirió él en tono carente de expresión, tal como un extraño se dirigía a otro extraño.


—Sí —repuso Paula secamente—. Eso haré.


Pedro asintió con la cabeza y posó sus ojos en el paisaje que había pintado su padre y que estaba colgado en la pared del dormitorio. 


Quedó callado un momento, y después dijo:
—Cometí una equivocación, Paula —Su mirada volvió a ella en un rápido movimiento. — Nunca debí tratar de hacer que te quedaras. Fue una tontería de mi parte pensar que podría persuadirte a que me quisieras, pero creo que mi única excusa es que deseaba tanto tenerte cerca de mí. Estaba completamente seguro de que yo podría hacerte feliz. —Abrió los dedos para mostrarle las llaves que tenía en la palma de la mano. — Probablemente las necesitarás.


Por un momento, Paula sólo pudo mirar fijamente las llaves. Después, con dedos tan fríos como el metal que buscaba, tomó las llaves de la mano de él.


—Cuídate mucho —le aconsejó él con voz ronca.


En seguida, dio media vuelta, salió y cerró la puerta tras de sí.




sábado, 8 de septiembre de 2018

PERSUASIÓN : CAPITULO 37




Paula no podía apartar los ojos de la pareja. La madre de Pedro tenía los ojos cerrados, pero podían verse lágrimas acumuladas entre sus pestañas.


Un intenso dolor de compasión le atravesó el corazón. Haber amado y haber sido amada tanto... Ella jamás había visto o experimentado un amor semejante. En realidad, nunca había conocido o vivido una situación familiar donde hubiera tanto cariño. Sus ojos seguían a Pedro, atentos a la forma en que él tenía que encorvarse un poco para adaptarse a la pequeña estatura de su madre... tal como hacía con ella. Veía cómo su cabeza de pelo castaño se los dos en sus propias cavilaciones. Paula tuvo que esforzarse por volver a la realidad cuando el Trans Am se detuvo junto al Datsun de ella. Le lanzó una rápida mirada a Pedro, aunque la oscuridad de la noche no le permitía ver mucho. Sin embargo, era consciente de la presencia de él, y como reacción, se encogió todavía más en su asiento.


Ese movimiento arrancó a Pedro de sus meditaciones. El volvió la cabeza hacia ella y ella pudo sentir el contacto de esa mirada.


—Estás muy callada —susurró suavemente él.


Un temblor atravesó a Paula, pero rápidamente cedió.


—Tú tampoco has estado muy locuaz —replicó ella.


El siguió observándola a través de la intensa oscuridad. Durante varios minutos siguió observándola y ella empezó a preguntarse si él tenía ojos de animal nocturno que le permitieran verla claramente. Se movió incómoda en su asiento, deseosa de marcharse pero retenida por una fuerza invisible.


Finalmente, él suspiró y admitió:
—No.


Nuevamente se hizo silencio entre los dos. 


Después, él preguntó:
—¿Has pensado en lo que te dije?


En el estómago de Paula se formó un nudo de tensión. No había pensado en otra cosa... ¡además de en su propio e indeseado descubrimiento!


—Sí.


La palabra sonó cortante, seca, pero ella se sintió sumamente aliviada.


—¿Y...?


—¿Y qué? —La irritación pareció dominar a Pedro.


—¡Deja de hacerte la estúpida, Paula! Sabes de qué estoy hablando. ¡Quiero casarme contigo!


—¿Eso es una novedad? —replicó ella en tono burlón, alegrándose por la oscuridad—. Has estado deciéndomelo desde el primer día que nos encontramos.


—¿Eso es todo lo que tienes que decir? —preguntó él.


Paula pudo sentir la frustración que lo embargaba, pero trató de endurecerse todavía más. En una voz que dejaba poco lugar para la esperanza, contestó:
—Quiero las llaves de mi automóvil, Pedro.


Oyó que él aspiraba profunda y rápidamente y experimentó el primer ataque a su ciudadela.


—¿No te importa que yo te ame? —preguntó él.


Rápidamente, Paula reparó el daño causado por el primer ataque y se preparó para el siguiente.


—No.


—¿Porqué?


—Porque no te pedí que me amaras.


Pedro se inclinó hacia ella, la aferró con fuerza de los hombros y la hizo volverse hacia él. Inconscientemente, le hundió los dedos en la carne.


—Sé que te sientes atraída por mí...


—Por supuesto —lo interrumpió ella—. ¿Acaso no sucede lo mismo con todas las mujeres?


Paula sintió que él sonreía tensamente.


—Ahora estoy interesado solamente en una mujer.


—Y ella no está interesada en ti. Estoy harta de ser el juguetito de tu juego, Pedro. Quiero irme a mi casa.


—Ya te he dicho. Esto no es ningún juego.


—Para mí, sí.


Los dedos de Pedro apretaron todavía más, pero Paula sabía que él todavía no se percataba de ello. Lo enfrentó con valentía, como una sombra apenas discernible que se negaba a retroceder acobardada. Sabía que a fin de liberarse tendría que persuadirlo. El miedo la impulsó.


—De veras, estás empezando a dejarme un poco fría, Pedro. ¿Nadie te ha rechazado jamás, en serio?


Sintió que la cólera que venía acumulándose dentro de él alcanzaba un pico febril. El pasó enteramente por alto la segunda parte de la pregunta de ella y se concentró en la primera. 


Posiblemente no había oído nada más allá de la primera parte.


—Te dejo fría. —Lanzó una carcajada áspera. — ¡Vaya si te dejo fría! —La atrajo violentamente hacia él.


Físicamente, Paula perdió el equilibrio. Pero mentalmente seguía librando la guerra y no tenía intención de perder.


Los labios de él casi tocaban los suyos cuando siseó:
—Tú eres exactamente igual a todos los demás, ¿verdad, Pedro? Si una mujer no te da lo que quieres, tú lo tomas. ¿Acaso las cosas no son así? Exactamente como hacía mi ex marido... pero por lo menos él tuvo el recuerdo de mi amor, y la verdad del mismo, hasta que lo mató su torpeza.


Si hubiera desenvainado un cuchillo y lo hubiera hundido profundamente en los órganos vitales de él, no habría podido lastimar más a Pedro


Un violento estremecimiento lo acometió e instantáneamente la fuerza de sus dedos cedió. 


Aun en la oscuridad Paula percibió la palidez y la expresión de repulsión de la cara de él.


En seguida él la soltó completamente y abrió la puerta de su lado del automóvil. Príncipe, recién despierto, saltó entre los dos asientos y corrió detrás de la silueta de su amo que se alejaba, dejando a Paula sola, temblorosa, saboreando el amargo sabor de su victoria.



PERSUASIÓN : CAPITULO 36




Después de la cena, la fiesta perdió la mayor parte de su brillo para Paula.


Todos los demás parecían felices... las miradas de parientes hablando a toda velocidad como si llevaran largo tiempo sin verse, esperando la aparición de la mujer que no tenía idea de que ellos estaban allí.


Paula se mantuvo apartada lo más posible después que Pedro, sin decir palabra, la llevó abajo y desapareció en seguida después de haberla depositado en un sillón cerca de una de sus tías.


La tía no hizo más que alabar a su sobrino; según descripción, él era nada menos que un santo. Nadie podría encontrar un marido mejor.


Paula escuchó y sintió deseos de gritar.


Y ese deseo fue aumentado a medida que los parientes se acercaban uno tras otro para conocerla, preguntándose cada uno a su modo cómo iban las relaciones entre ella y Pedro.


"Amigos, solamente amigos" respondía ella una y otra vez, hasta que creyó que las palabras quedarían grabadas en su cerebro por el resto de su vida.


Casi había llegado al punto de buscar una forma de escapar cuando Verónica recorrió apresuradamente las habitaciones pidiendo a todos que hicieran silencio pues el automóvil de su marido acababa de detenerse en el camino privado.


En seguida se hizo silencio en toda la casa. 


Paula también esperó, con los nervios tensos, pero no por la misma razón. Dejó que sus ojos vagaran por la habitación y notó por primera vez las flores distribuidas estratégicamente.


Su mirada dejó de examinar la habitación para dedicarse a la gente. Altos, bajos, gordos, flacos, viejos, jóvenes, de edad mediana, bien vestidos, mal vestidos, con buen gusto y con mal gusto. Eran una mezcla heterogénea, como cualquier otra multitud. Pero tenían una cosa en común, lo placentero de sus expresiones. Y si algunos pocos parecían contrariados o preocupados, por las líneas que marcaban sus rostros ella supo que esa situación era solamente temporaria.


Finalmente su búsqueda tuvo su recompensa. Pedro estaba de pie al lado de su hermana en el extremo de la habitación, esperando, aparentemente, la entrada de su madre. Pero sus ojos estaban posados en ella, Paula quedó atrapada por esa mirada. Él le enviaba un mensaje y ella lo recibía. "No seas cobarde", la desafiaba él. "Ven aquí... quédate a mi lado. ¡Hazlo! ¡Sigue tu impulso!"


Le costó un esfuerzo tremendo, pero Paula logró apartar la mirada. Al hacerlo estaba reconociendo el desafío de él, no tuvo duda alguna. Pero quizá era una cobarde. ¿Había un refrán que decía que los cobardes viven más tiempo? Quizá lo que ella necesitaba era más tiempo para pensar. Todo había sido tan precipitado, tan inesperado.


La puerta principal se abrió y se oyó una voz femenina que protestaba.


—Teo, no sé por qué insistes en hacer esto. Puedo ver las nuevas cortinas en cualquier momento. En realidad, hoy yo no quería salir y...


Entonces la mujer apareció. Si le hubieran pedido a Paula que señalara a la madre de Pedro, jamás habría elegido correctamente. La mujer era menuda, no mucho más grande que ella misma; su pelo era de un opaco tono castaño, su cara, aunque no fea, no se aproximaba a la escultural belleza de sus hijos. 


La mujer se detuvo y miró sorprendida la habitación llena de gente. En sus labios se formó una pregunta silenciosa. Pero entonces vio a Verónica y a Pedro, y supo la verdad.


Verónica no esperó más. Corrió los pocos metros que las separaban y rodeó a su madre con un abrazo cariñoso.


—Feliz aniversario, mamá.


Pedro tomó en seguida el lugar de su hermana. Se inclinó para tomar a su madre en brazos y cuando lo hizo, la expresión atónita de su madre se disolvió en una bruma de lágrimas. Pronto todos empezaron a felicitarla y a converger sobre la sorprendida mujer.


Paula no advirtió que Pedro se detuvo junto a ella, de modo que dio un pequeño respingo cuando él dijo, suavemente:
—Ven a conocer a mi madre.


Dejó que él la condujera a través de la habitación. Cuando la presentaban, Paula se percató de que era el centro de atención de un numeroso grupo. Se encogió interiormente cuando creyó que Pedro continuaría con la farsa y la presentaría como prometida, pero su preocupación fue infundada. Ni él ni Verónica dijeron nada.


Vista de cerca, la madre de Pedro no era más espectacular que desde el extremo de la habitación, excepto por sus ojos. Eran de un suave color gris paloma, vivaces, llenos de amor y de lágrimas. La bondad y la ternura eran las ventanas hacia el alma de esta mujer, y cuando ella la saludó con afecto, Paula se sintió reconfortada pero al mismo tiempo presa de una gran tristeza.


A continuación, y sin mucho esfuerzo, pudo escabullirse de la multitud y observar desde un costado mientras los presentes eran entregados y abiertos. Numerosas veces oyó mencionar el nombre del padre de Pedro. Al principio fue con pena; después, con tonos de afectuoso recuerdo. Empezaron a circular historias graciosas y la gente empezó a reírse, sin excluir a la madre de Pedro, aunque la risa de la mujer sonaba un poco tensa.


Durante todo ese tiempo Paula permaneció sola, olvidada, que era exactamente lo que ella quería puesto que en realidad no era parte de la familia.


Sin embargo, tuvo que participar en la cena que siguió, y como le tocó sentarse al lado de Pedro, su apetito ya reducido fue prácticamente nulo. El notó que ella comía muy poco pero no hizo ningún comentario y se contentó con hablar con un primo que estaba sentado frente a ellos. 


Paula fingió escuchar, pero las palabras se borraron. Ella se limitaba a existir, casi flotando a la deriva. No sabía qué pasaba con ella, por qué todo parecía estar sucediéndole a una extraña, como si ella fuera una cascara vacía que ocupaba un espacio y que hablaba sólo cuando se veía obligada a hacerlo.


Pedro había dicho que la amaba. ¿Toda esta experiencia era nada más que un sueño... un mal sueño, en realidad? Por el rabillo del ojo observó que Pedro pinchaba un trozo de pollo con el tenedor y se lo llevaba a la boca. El la había besado, le había dicho que la deseaba, le había dicho que la amaba y después que quería casarse con ella. ¡Oh, Dios! ¿Por qué? Sólo porque un hombre diga que te ama y que quiere casarse contigo, no significa que tengas que responder afirmativamente. Ni siquiera tienes que responder. El dijo que no creía que lo que existía entre los dos fuera meramente una atracción sexual. ¿Era verdad? ¡Maldición, estaba tan confundida! ¿Esta fiesta no iba a terminar nunca? Ansiaba regresar a la tranquilidad de la cabaña. Ahora deseaba estar allí. Necesitaba paz, silencio. Tenía que pensar.


Después de la comida Paula se movió silenciosamente con la multitud y entró a una habitación del fondo de la casa de donde habían retirado los muebles. Se sobresaltó cuando un toque suave como una pluma en su brazo le llamó la atención.


Era Verónica. Pero la atención no era para ella. 


Con los ojos llenándosele de lágrimas, Verónica señaló la pareja que, en ese momento, eran los únicos que ocupaban el centro del área despejada. Eran Pedro y su madre; bailaban a los melancólicos compases de una melodía de Gershwin. Los oídos de Paula habían estado al principio sordos para la música, pero mientras observaba, el sonido se le hizo más claro: "Alguien que me vigile". Los versos eran cantados por una mujer cuya voz sonaba cargada de emoción y que hacía que hasta el más endurecido de los que la oían sintieran las profundidades de su deseo.


—Era la canción favorita de mis padres —susurró Verónica con la voz tensa, los ojos llenos de lágrimas—. Todos los años, desde que nosotros podemos recordar, ya fuera que celebraran su aniversario con una fiesta o no, mi padre siempre ponía ese disco y bailaban con mi madre. Entre ellos, era una especie de ritual. El me contó una vez que la primera vez que salieron juntos fueron al cine a ver una película cuyo tema principal era esa canción. Dijo que se enamoró de mamá en aquel momento y que ella se enamoró de él. Se casaron pocas semanas después.


La canción continuó y Pedro siguió moviéndose lentamente con su madre.


—Me alegro de que Pedro baile ahora con ella —dijo Verónica—. Está muy bien. El se parece mucho a papá cuando era joven.