domingo, 9 de septiembre de 2018

PERSUASIÓN : CAPITULO 38




Paula nunca supo cuánto tiempo permaneció sentada dentro del automóvil. Hubieran podido pasar eternidades y ella no se habría dado cuenta.


Lo había lastimado... lo había lastimado en una forma terrible. Ella sabía que él en nada se parecía a David. Ahora, quería correr tras él y decírselo. Pero se quedó donde estaba. No podía hacer eso. Tenía que mantener distancia entre los dos, por su propia salvación.


El amor había jugado sucio con ella. No era algo que ella había deseado. En realidad se había resistido, se había resistido con vehemencia. Y tendría que seguir haciéndolo. Si una persona podía enamorarse, ciertamente podía también desenamorarse. Y eso era exactamente lo que ella iba a hacer. Si pudiera alejarse de Pedro, apartarse de su influencia, quizá podría sacárselo de la mente y olvidarlo.


Con David había hecho un buen trabajo. Ahora no tenía idea de dónde estaba él y eso la tenía completamente sin cuidado, mientras él se quedara bien lejos. Si por lo menos pudiera poner la misma distancia entre ella y Pedro...


Con movimientos lentos y rígidos, Paula llevó la mano al picaporte de la puerta y se apeó del automóvil. Entonces, después de un momento de vacilación, empezó a caminar hacia la cabaña. Sólo podía imaginarse dónde estaban Pedro y Príncipe.


Pero no iba a seguir mucho tiempo ignorándolo. 


Cuando se acercó al porche, una figura alta y esbelta emergió de las sombras e hizo que su corazón empezara a palpitar en forma atronadora, como si estuviera tratando de soltarse del pecho y escapársele por la garganta. Paula buscó con la mano una de las vigas de madera para apoyarse.


Pedro no dijo nada cuando se inclinó para abrir la puerta de la cabaña. Cuando lo hubo hecho, dio un paso a un costado a fin de que ella entrara primero.


Paula entró rápidamente, seguida inmediatamente por Príncipe. El gran perro se tendió en su lugar favorito frente al hogar y de inmediato se hundió en un sueño profundo. 


Pedro cerró la puerta y sin palabras pasó sin dirigirle siquiera una mirada.


Paula se quedó mirando esa espalda que se alejaba, con sus ojos violetas ensombrecidos. Observó cómo él caminó tiesamente hasta el pasillo y en seguida oyó que él cerraba la puerta de su habitación.


Un suspiro trémulo, profundo, escapó de sus labios y una niebla de lágrimas le cubrió los ojos. 


Rápidamente, parpadeó. No tenía tiempo para sentimentalismos. Eso era nada más que una trampa que podía retenerla aquí. ¡Y sobre todas las cosas, ella tenía que marcharse!


Había hecho un círculo completo. Al principio, había querido escapar sin entender completamente la razón, pero sabiendo por instinto que era eso lo que debía hacer; después la situación fue cambiando gradualmente y algo confundida ella llegó a perder el deseo de marcharse. Pero vino la revelación, y ahora sabía que tenía que partir.


Pero su problema seguía siendo el mismo. Aún carecía de medio de transporte, hasta que no tuviera sus llaves. Paula lanzó una mirada de frustración hacia el pasillo. ¿Debía insistir y reclamar lo que era suyo? Interiormente se encogió ante la idea y en silencio respondió su propia pregunta. No. Era demasiado pronto. Sus defensas, aunque bien construidas, eran demasiado nuevas para soportar otro asedio... aunque Pedro no parecía interesado en intentarlo nuevamente.


Paula trató de librarse de esos pensamientos pero el pánico volvió a amenazarla. ¿Acaso no sabía lo que pasaba cuando él estaba cerca de ella? Sus emociones se enredaban tanto que ella no sabía dónde estaba. Tenía que alejarse... ¡ya no importaba cómo lo hiciera!


Con pasos rápidos, urgentes, Paula fue a su habitación, puso las maletas sobre la cama y metió dentro de ellas todas las cosas que le fue posible. Lo que dejaba allí podría remplazarlo: un cepillo de dientes, su jabón especial para la cara, polvo para el cuerpo. Mañana, lo primero que tendría que hacer sería marcharse, y esta vez no importaría si tenía que arrastrarse. Sería de día. No habría animales nocturnos al acecho.


Estaba en el proceso de cerrar la última de sus maletas cuando la puerta se abrió a sus espaldas. Paula se volvió sobresaltada, con los ojos dilatados.


Pedro estaba en el vano de la puerta. Si al principio Paula creyó que él tenía intención de acabar lo que había empezado afuera, esa cólera reavivada había remplazado al sufrimiento causado por su hiriente declaración y él estaba una vez más dispuesto a intentar la fuerza, pronto descubrió su error.


Los ojos castaños de él vieron las pruebas de la decisión de ella de marcharse, y por una fracción de segundo una expresión de desesperación se insinuó en sus hermosas facciones. Pero tan rápidamente como apareció, la expresión se borró y Paula se quedó preguntándose si no había sido producto de su imaginación.


—Sería mejor que aguardaras hasta mañana —sugirió él en tono carente de expresión, tal como un extraño se dirigía a otro extraño.


—Sí —repuso Paula secamente—. Eso haré.


Pedro asintió con la cabeza y posó sus ojos en el paisaje que había pintado su padre y que estaba colgado en la pared del dormitorio. 


Quedó callado un momento, y después dijo:
—Cometí una equivocación, Paula —Su mirada volvió a ella en un rápido movimiento. — Nunca debí tratar de hacer que te quedaras. Fue una tontería de mi parte pensar que podría persuadirte a que me quisieras, pero creo que mi única excusa es que deseaba tanto tenerte cerca de mí. Estaba completamente seguro de que yo podría hacerte feliz. —Abrió los dedos para mostrarle las llaves que tenía en la palma de la mano. — Probablemente las necesitarás.


Por un momento, Paula sólo pudo mirar fijamente las llaves. Después, con dedos tan fríos como el metal que buscaba, tomó las llaves de la mano de él.


—Cuídate mucho —le aconsejó él con voz ronca.


En seguida, dio media vuelta, salió y cerró la puerta tras de sí.




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