domingo, 9 de septiembre de 2018
PERSUASIÓN : CAPITULO 40
Finalmente una noche, corno un volcán a punto de explotar, el tormento emocional que sufría Paula se hizo demasiado intenso para soportarlo. Ella estaba en su casa, acababa de cancelar una cita para salir con el pretexto de que le dolía la cabeza pero no se sentía dispuesta a admitir que no era la cabeza lo que le dolía. Trató de dormir pero terminó removiéndose inquieta hasta que las sábanas tuvieron un aspecto como si un ejército hubiera acampado sobre ellas durante la noche antes de partir apresuradamente. Inquieta, fue a la pequeña cocina y abrió la puerta del refrigerador. Esa noche no había cenado pues no le apetecía ningún alimento, pero ahora, sólo por tener algo que hacer, revolvió dentro del refrigerador hasta que encontró un poco de carne cocida, un huevo duro y dos pepinillos encurtidos que quedaban en un frasco. Cargó todo en sus brazos y lo llevó a la sala.
Normalmente, Paula miraba muy poca televisión. Era un entretenimiento que usaba sólo ocasionalmente. Y nunca lograba interesarse en las películas viejas, aunque fuesen buenas. La verdad era que nunca tenía tiempo. Pero ahora lo tenía. Era tarde, alrededor de las dos si sus ojos inflamados habían mirado correctamente el reloj de la cocina, y no tenía otra cosa que hacer.
Encendió la televisión y se acurrucó en una posición cómoda en el sofá. Inmediatamente comprobó que había sintonizado el televisor durante uno de esos largos intervalos comerciales que poblaban el aire en horas de la noche, de modo que regresó a la cocina en busca de algo para beber.
Con un leve gruñido de protesta descubrió que la Coca Cola que quedaba en el refrigerador apenas alcanzaba para mojar el fondo de su vaso vacío. Tenía que sacar otra de la despensa, pero cuando quiso sacar hielo del refrigerador vio que las dos bandejas estaban vacías. ¡Demonios!, se dijo disgustada. ¡Todo se estaba viniendo abajo en el apartamento! Estaba muy distraída, muy descuidada. Desde que regresara de la cabaña se comportaba como una mujer hechizada, o sonámbula.
Paula se detuvo y soltó un juramento.
—¡Maldición!
¿Es que nunca podría vivir tranquila? ¡Hasta las cosas más ordinarias le recordaban a Pedro! ¿Cuánto tiempo más le llevaría olvidarlo?
Entonces, súbitamente, sus manos dejaron de temblar mientras sostenía la bandeja para hielo bajo el grifo abierto. Los acordes de una melodía conocida llegaron desde la sala.
Paula se quedó perfectamente inmóvil, con los ojos cerrados con fuerza mientras oía los versos que le causaban un intenso dolor interior.
"Alguien que me vigile", repitió su mente una y otra vez. El agua llenó la bandeja y se fue por el sumidero. Paula dejó caer la bandeja y corrió a la sala con las manos mojadas. ¡No! ¡No era justo! ¿Por qué esa canción? ¿Por qué esta noche, y no otra cualquiera?
Mientras sus ojos incrédulos miraban fijamente la pantalla, la imagen televisada se desvaneció y fue remplazada por la imagen de Pedro bailando con su madre, y muchas imágenes más de las otras veces en que la ternura y el cariño de él le habían sido revelados. Mientras la voz de la cancionista gritaba quejosamente su dolor, Paula se dejó caer lentamente al suelo alfombrado, con los puños apretados.
¡A pesar de la distancia que había puesto entre ella y Pedro era como si en este mismo minuto él estuviera en esa misma habitación! Paula pudo ver la forma en que su pelo se encendía con relámpagos rojizos bajo la luz del sol, la forma en que sus ojos color canela relucían de felicidad y buen humor, la tristeza que a él no le dio vergüenza mostrar cuando perdieron la batalla por las vidas de los cuatro conejitos, la forma en que él había inclinado la cabeza sobre su madre en actitud protectora, la forma en que la miraba a ella cuando la deseaba, la cualidad ronca, viril de su voz.
Un gemido largo y grave nació en la garganta de Paula. ¡No! ¡Oh, Dios! ¡Todavía lo amaba!
Empezó a mecerse hacia atrás y adelante sobre sus rodillas flexionadas. ¡Nunca había dejado de amarlo y probablemente siempre sería así! Todo lo que habían hecho las dos últimas semanas era demostrarle lo realmente solitaria y vacía que había sido su existencia antes de conocerlo.
¡Lo amaba!
Su cuerpo empezó a temblar y ella empezó a reír... fue un sonido agudo, trémulo, entrecortado, muy parecido al llanto.
Está bien. Lo admitió. ¿Pero qué iba a hacer al respecto? ¿Qué podía hacer?
Cruzó los brazos sobre su pecho y se abrazó los hombros. Tenía que pensar. No podía regresar a la cabaña, entrar y hacer lisa y llanamente su insólito anuncio, ¿verdad? ¿Qué pensaría Pedro? Lanzó otra trémula carcajada.
¡Probablemente pensaría que ahora la loca era ella! Pero si él la amaba como había dicho...
Paula se puso de pie de un salto y volvió a llevar su pospuesta comida a la cocina y el seguro frío del refrigerador.
¿Por qué no? ¿Por qué no regresar a la cabaña? Una profunda excitación empezó a desenroscarse en la boca de su estómago.
Parecía que las primeras horas de esa madrugada no pasarían nunca. Paula pasó la mayor parte del tiempo sentada en medio de su cama, con los brazos abrazando sus rodillas flexionadas, sonriéndose de anticipación.
Se sentía otra vez como una muchacha adolescente... tan nueva... recién nacida al amor. Y ahora conocía la diferencia. Había creído amar a David, pero eso fue más una clase de amor adolescente, un capricho que no resistió la prueba del tiempo o de las primeras dificultades. Pero con Pedro... Paula apretó con más fuerza sus rodillas. Pedro era un hombre que encontraba alegría en dar y que se entregaba sin condiciones a aquellos a quienes amaba. Ahora que por fin ella lo admitía, descubrió cuan profundos eran sus sentimientos. Lo amaba más de lo que hubiera creído posible.
Eso había sido lo que había temido todo ese tiempo: amarlo tan profundamente, o tener la capacidad de amarlo así. Y ahora, mirando hacia atrás el tiempo perdido, se sentía más impaciente a cada instante. El había sido cariñoso con ella desde el principio, como en la historia que le habían contado sobre el padre y la madre, cómo ellos se habían enamorados en su primera cita. ¡Quizá en la familia de él todos creían en el amor a primera vista!
No veía la hora de que fuera de día.
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