sábado, 4 de agosto de 2018
¿PRÍNCIPE AZUL? : CAPITULO 24
—¡Qué mañana tan maravillosa! —vestida con su chaqueta roja, Paula se estremeció y contempló el claro y brillante cielo azul.
Los dos globos estaban siendo inflados. Philip paseaba de un lado a otro, nervioso, mirando una y otra vez su reloj.
—Le dije que había ganado un vuelo en globo en un concurso —le comentó a Paula—. No me pareció que le encantara la idea.
Era la enésima vez que le hacía ese comentario.
—Vendrá —le aseguró ella, dándole unas palmaditas en el brazo.
—No sé —sacudió la cabeza—. No le gusta perderse la misa.
Paula miró a Pedro para comprobar si había oído eso. Pedro, su cámara y el técnico de sonido estaban revisando el equipo que tenían previsto cargar en el segundo globo para cuando llegara Susie, con el fin de no despertar sus sospechas.
—Tienes el anillo, ¿verdad? —le preguntó Paula.
Philip se palpó el bolsillo de la camisa y volvió a mirar su reloj.
—Voy a llamarla —se volvió bruscamente y se dirigió al pequeño remolque que la empresa de los globos utilizaba como oficina.
Todo estaba listo y Paula dedicó algunos instantes a observar a Pedro. El hotel donde estaban era un alojamiento limpio y cómodo, pero sin una sola gota de carácter ni de encanto.
Suspiró nostálgica al evocar la Posada Charlotte; desde que la abandonaron, Pedro parecía haber ocultado por completo su vena romántica.
—¡Paula! —la llamó Pedro, acercándosele corriendo—. Vas a quedarte helada si sigues ahí.
—Sí, hace frío —admitió—, pero estoy bien.
—Hará mucho más frío con el viento —se quitó su cazadora de cuero—. Estás grabando. Si tiemblas, también lo hará la videocámara —le echó la prenda sobre los hombros.
—Pero, ¿qué vas a ponerte tú? —Paula empezó a protestar, pero él la obligó delicadamente a ponerse la cazadora y le subió la cremallera.
—La empresa de los globos tiene impermeables. Les pediré uno.
—Pero yo podría llevar uno...
—No te abrigaría lo suficiente —le acarició levemente una mejilla—. Y yo quiero que estés bien abrigada.
Paula se conmovió profundamente ante su contacto, pero fue la tierna expresión de su rostro lo que más la afectó. Pedro se preocupaba por ella. Sintiéndose tan ligera como los globos, le plantó un beso en la mejilla.
—Gracias, Pedro.
Él pareció algo asombrado por su gesto, pero también muy complacido.
—¡Veo el coche! ¡Estoy viendo el coche! —gritó en aquel momento Philip, corriendo hacia ellos—. ¡Ha aparecido por fin! ¡Ha venido de verdad! ¿Qué voy a hacer ahora?
El cámara de Pedro había cargado ya el equipo, así que se dirigió hacia el segundo globo. Paula le dio a Philip las últimas instrucciones.
—Procura no ponerte nervioso. ¡Y recuerda que yo también estaré ahí! —y dándole un cariñoso empujón, lo animó a recibir a Susie.
Susie era mucho más alta que Philip. En realidad, era mucho más alta que cualquier otro hombre de la región. Arrebujada en la cazadora de Pedro, Paula permaneció deliberadamente en un segundo plano. Después de presentarse a sí misma como la encargada de grabar el vídeo de recuerdo, volvió a situarse al margen.
Confiaba en que Susie no la reconocería, pero no quería correr riesgos.
Esperaba que Julian, de regreso en la caravana disimulada, estuviera grabando algunas imágenes: de todas formas, se alejó unos pasos para grabar directamente la subida de Philip y de Susie a la canasta del globo. Susie parecía haber aceptado su presencia sin mayores problemas, para alivio de Paula.
Paula ya había montado antes en globo, pero Susie no, a juzgar por la manera en que se agarraba a las cuerdas y le hacía comentarios a Philip. El piloto del globo activó el quemador, y con un sonido que a Paula le recordó el del aliento de un dragón, la canasta se balanceó y el aparato se elevó con facilidad. La tierra se alejaba por momentos. Mientras ascendían, Paula empezó a fijarse en los pensamientos blancos que Philip había plantado. ¿Sería capaz Susie de leerlos? ¿Se dirigiría el globo en aquella dirección?
El globo de Pedro había partido después, pero no tardó en colocarse a su altura.
—Hay tanta tranquilidad aquí arriba. Yo esperaba viento y mucho ruido —comentó Susie.
—Sí —Philip estaba casi paralizado por los nervios.
A Paula le entraron ganas de tranquilizarlo, pero temía estropear la sorpresa.
—¿Vamos a detenernos en algún sitio a comer? —inquirió Susie señalando la nevera portátil que estaba en una esquina de la canasta.
—No sé —musitó Philip.
—Pero bueno, ¿es que no lo has preguntado? —insistió Susie.
Philip negó con la cabeza.
—Creo que eso es el champán —intervino Paula, que no podía permanecer quieta por más tiempo. El pobre Philip parecía como si estuviera a punto de tirarse al vacío.
—¿Champán? —repitió la chica con expresión desaprobadora—. Yo no bebo.
—Yo no... —empezó a decir Philip, pero Paula lo interrumpió:
—El champán es una tradición después de los vuelos en globo. Pero creo que también hay sidra fresca...
Susie pareció contentarse un poco. Pero el aspecto de Philip era terrible.
—¡Sonreíd!
Paula empezó a grabar. A su espalda podía oír el rugido del globo de Pedro. Aparte de aquel ruido y del de su propio globo, reinaba una maravillosa tranquilidad. No tenían sensación de moverse; parecía como si fuera la tierra la que se desplazara.
De pronto, el piloto del globo reclamó su atención y Paula bajó la cámara.
—Miren a la derecha —les informó.
Paula puso el zoom y enfocó las enormes letras dibujadas con pensamientos blancos.
—¿Puede descender un poco? Apenas puedo grabarlas. Apresúrese, por favor...
No debió haber dicho eso. Después de un descenso que le dejó el estómago temblando y a Philip con el rostro de un color verde amarillento, Paula pudo leer con facilidad el mensaje de los pensamientos. Intercambió una mirada de complicidad con Philip y luego le hizo una seña a Pedro, antes de comenzar a grabar.
—Eeeh...¿Susie? —Philip le dio unos toquecitos en el hombro.
Susie estaba mirando justamente en la dirección opuesta del campo de pensamientos.
—¡Mira qué vista! —exclamaba.
—Eeeh... la vista es todavía mejor por este lado.
Paula le ordenó mentalmente a Philip que dejara de decir «eeeh» todo el rato.
—¿Aquí dices? —Susie se acercó al otro lado.
Philip se abalanzó entonces entre Susie y la vista.
—Philip, te has puesto delante. No puedo ver nada.
—Susie —la tomó de los brazos—. Te quiero.
—Muy bien, Philip, pero sigo sin poder...
Paula estaba conteniendo la risa con dificultad, de manera que no pudo evitar que se le moviera la cámara.
—Susie, te quiero mucho —añadió con tono decidido.
—¿Philip? —Susie miró de reojo al piloto y a Paula—. Philip, que no estamos solos...
—No me importa. Quiero que todo el mundo se entere —se detuvo para tomar aire—. ¡Quiero a Susie Vancamp! —gritó.
—Philip, ¿qué diablos te ocurre?
El joven se hizo entonces a un lado para que Susie pudiera asomarse al borde de la canasta.
—Esto es lo que me ha ocurrido —le señaló la vista.
—Hay algo escrito —dijo ella, entrecerrando los ojos—. Dice...
—Dice lo siguiente: «¿Quieres casarte conmigo, Susie?».
—No; dice «cásate conmigo, Sue» —lo corrigió ella.
Paula llegó a preguntarse si podría existir en el mundo una novia más despistada que ella.
—Bueno, vale, se me acabaron los pensamientos; no tenía para tantas letras —replicó Philip con lógica irritación.
—¿Quieres decir que tú has hecho eso?
Paula logró capturar con la cámara la expresión asombrada de Susie. Perfecto. Se le estaba poniendo la carne de gallina.
—Sí.
Siguió un silencio prolongado, tenso. Un silencio de suspense.
—No puedo creer que hayas hecho esto —señaló Susie.
—¡Bueno pues yo te aseguro que sí!
—¿Por qué?
—¡Porque te amo y porque quiero casarme contigo!
Paula pensó que si Philip no empezaba a zarandear a aquella mujer, mucho se temía que lo haría ella misma.
—Pero nadie me llama Sue...
—Yo... —desesperado, Philip miró a Paula.
Sujetando la cámara con un brazo, Paula le hizo una seña dándose unas palmaditas en el pecho.
Philip se llevó una mano al bolsillo de la camisa y sacó una pequeña caja de color azul marino.
Mientras la abría, se aclaró la voz.
—Susie Vancamp, ¿quieres casarte conmigo?
Sin aliento, Susie se llevó ambas manos a la boca. Al fin lo había comprendido.
—¡Has sido tú quien ha plantado esos pensamientos!
Las palabras sonaron ahogadas y Paula no pudo grabarlas bien; seguramente el técnico de sonido tendría que reconstruirlas. O quizá podrían utilizar una de las imágenes de Pedro, que de lejos también debía de estar grabando aquella escena. Le habría gustado volverse para comprobarlo, pero no podía estropear su propia toma.
Philip no se había declarado con una rodilla en tierra, pero en ese caso daba igual. Si lo hubiera hecho, Paula no habría podido encuadrarlos bien a los dos en un espacio tan pequeño. Y se le había vuelto a poner la carne de gallina. En cuanto a la reacción de Susie, había quedado limitada a dos frases: «oh, Philip» y «no me lo puedo creer». Pero aún no había contestado a su petición.
Philip también seguía esperando escuchar ese trascendental «sí».
—¿Susie? —sacó el anillo de la caja.
—Oh, yo... —Susie miró a la cámara y al piloto del globo, y luego al nervioso Philip—. Sí, Philip —respondió al fin, extendiendo la mano.
A Philip le temblaban las manos cuando le puso el anillo. Paula recurrió al zoom para grabar ese detalle, pero tenía los ojos llenos de lágrimas y le resultaba difícil mirar por el objetivo. Se las arregló como pudo para seguir grabando mientras se besaban, y luego bajó la cámara para felicitarles. Luego sacó su radiotransmisor y llamó a Pedro:
—¿Lo has grabado, lo has grabado?
Paula podía verlo reír mientras se acercaba su transmisor a los labios.
—Sí que lo he grabado. Juraría que estás llorando... ¿Qué me dices de la carne de gallina?
Paula sonrió y levantó el pulgar en señal de victoria.
—Dime, ¿puedes enfocarme con el zoom? Ésta será una bonita secuencia de despedida del especial, ¿no te parece?
Se quitó la cazadora de Pedro y saludó con ella a la cámara, para luego señalar el panorama que se extendía a sus pies.
Lo habían hecho. Habían grabado las tres peticiones de matrimonio. Paula pensó que probablemente las montarían en el mismo orden en que las habían rodado. La escena trucada del castillo medieval seguía molestándola un tanto, pero Pedro tenía razón: en cualquier caso, el efecto televisivo sería el mismo.
Para el lunes estarían de regreso en Houston.
Pero antes tenían que volver a Roperville para recoger el coche. Al día siguiente por la mañana, el equipo partiría directamente para Houston. En cuanto a Pedro y Paula, tan pronto como volvieran al hotel esa tarde, ella tenía la intención de reservar un par de habitaciones en cierta romántica posada de estilo victoriano.
Perdida en sus propias fantasías, Paula no prestó excesiva atención a Philip y a Susie.
El todo terreno que hacía el seguimiento de los globos les transmitió por radio el campo en el que les estaba permitido aterrizar. Paula pretendía visitar la finca de los pensamientos con Susie y con Philip, y allí hacerles una entrevista para rematar el especial de San Valentín.
El globo aterrizó suavemente y Paula bajó de la canasta con la botella de champán y dos vasos, después de entregar otra de sidra a la pareja recién comprometida.
—¡Pedro! —observó cómo descendía su globo—. ¡Abre esto, por favor! —le entregó la botella.
—¡Hey! Te he visto correr con ella. Va a reventar.
—Confío en ti lo suficiente como para creer que puedes vencer una dificultad tan insignificante como un tapón de champán —se echó a reír.
—¡Vaya! ¡Alguien que está de buen humor! —se dispuso a abrir la botella.
—Claro que estoy de buen humor. ¡Ha sido estupendo! El vuelo del globo, la petición...
—Bueno —sirvió los dos vasos y le tendió uno—. Aparte de por un aterrizaje perfecto, ¿por qué quieres brindar?
Paula se dijo que podría proponerle muchos brindis, pero después de haber asistido a la romántica escena del globo, se sintió más animada que de costumbre. De manera deliberada, chocó su vaso con el de Pedro.
—Brindemos por nosotros.
Y esperó. Ella había hecho el primer movimiento, pero Pedro iba a tener que tomar el primer trago.
—¿Estamos brindando por una exitosa asociación? —inquirió él con voz levemente ronca.
—Podría ser.
—Paula... —por un instante una expresión de vacilante anhelo cruzó por su rostro, para desaparecer casi de inmediato—. Muy bien —se inclinó para besarla suavemente, delante del equipo, de los pilotos de los globos y de todo aquel que quisiera mirarlos—. Por nosotros — dijo, y levantó su vaso.
viernes, 3 de agosto de 2018
¿PRÍNCIPE AZUL? : CAPITULO 23
—¡Hola! —Paula sonrió a la cámara—. El equipo de Hartson Flowers se encuentra en las llanuras del este de Texas, donde Philip Pressman va a declararse a Susie Vancamp...
Pedro se apoyó en la caravana mientras observaba trabajar a Paula. Aquella mujer lo había sorprendido; o más bien impresionado.
Justo cuando más había temido perderse en la romántica atmósfera de la posada de Charlotte, ella le había sugerido que volaran a Odessa para grabar esa petición de matrimonio, en vez de esperar en Roperville a que mejorara el tiempo.
Habría esperado que ella agotara el mayor tiempo posible en la posada. Francamente, había llegado a prever algunos momentos difíciles y violentos, pero nuevamente Paula había demostrado que era una profesional, con lo que su admiración por ella no había hecho sino aumentar.
Dado que el viaje de Roperville a Odessa suponía once horas de viaje en coche, Paula y él habían decidido ir en avión. La caravana con el equipo llegó el viernes; para entonces ellos ya habían hablado con Philip y preparado todo el fragmento.
Aquel mismo día, sábado, estaban grabando las imágenes de apoyo; al siguiente rodarían la petición de matrimonio. Pedro esperaba que todo saliera bien. En ese caso podría volver a su oficina el miércoles. O incluso el martes, si se daban prisa.
—¿Pedro? ¿Qué crees tú? ¿Debería grabar la introducción desde aquí mismo? —Paula señaló el campo que se extendía a su espalda.
—No es necesario. Si hay tiempo suficiente, podrías intentar grabar una introducción mañana, cuando los globos estén en el aire.
—Buena idea —aprobó Paula, sacando su bloc de notas—. Veamos... Julian y yo estaremos en el segundo globo. ¿Quieres aprovechar la oportunidad de subir con Philip y Susie?
—Yo no voy a subir —declaró Julian detrás de ella—. Detesto las alturas.
—Luego sacarás imágenes de tierra —repuso Paula sin inmutarse—. Pedro, tu cámara y tú iréis en el segundo globo; yo me llevaré una videocámara y subiré con Philip y Susie. Les diré que estoy haciendo un recuerdo en vídeo de su vuelo. Después meteremos la voz —añadió, garabateando notas mientras hablaba.
Pedro era consciente de que Paula acababa de reasignar las funciones de todo el grupo en un santiamén. Había programado todo aquel segmento con admirable eficiencia, y sin perder el tiempo discutiendo con Julian porque no hubiera querido subir al globo; había aceptado el hecho como inevitable y había terminado por superar la dificultad. Era la conjunción perfecta de romanticismo y sentido práctico.
Se le secó la garganta. De pronto, había sentido la súbita necesidad de tocarla. El impulso era tan abrumador que tuvo que retroceder hasta el otro lado de la caravana para dejar de verla. Una vez allí, se apoyó de espaldas en el vehículo mientras reconocía para sus adentros que sus sentimientos por Paula Chaves eran más fuertes de lo que convendría a una amigable relación profesional. Probablemente siempre había sentido eso por ella, aunque había intentado convencerse de que no le gustaba, de que lo irritaba y de que le faltaba sentido práctico.
Pero no era así, ni mucho menos, y durante aquel viaje Paula se lo había demostrado repetidas veces; como por ejemplo la disposición con que había abandonado aquel paraíso romántico, la Posada Charlotte. Había disfrutado mucho de su estancia allí, pero cuando llegó la hora de partir, había partido sin mirar hacia atrás.
Pedro era el único que estaba mirando hacia atrás. Recordaba bien la manera en que Paula lo había mirado durante la cena. Recordaba su rostro mientras le había hablado de su infancia privada de cariño. Y él era el único que había caído bajo el hechizo de la Posada Charlotte.
Pero, en realidad, no importaba lo que sintiera por Paula o si ella sentía algo por él. Después del especial de San Valentín, ella se iría con su show a Nueva York, o a Los Ángeles, mientras que él se quedaría en Houston. Así tenía que ser, Pedro no tenía ningún derecho a retenerla... eso suponiendo que pudiera hacerlo. Y una vez que Paula regresara a casa y volviera a sumergirse en su rutina, no tardaría en olvidarlo.
Lo mejor que Pedro podía esperar era convertirse en un recuerdo entrañable para Paula.
¿PRÍNCIPE AZUL? : CAPITULO 22
—¡Paula, menos mal que me has llamado!
—Georgina, ¿qué es lo que pasa? ¿Estás bien? —agarrando con fuerza el auricular, Paula se sentó en el alféizar de la ventana de su habitación, preparándose para recibir malas noticias.
—Yo estoy bien, pero acabo de recibir una carta de ese tipo de Odessa. Quiere que su petición figure en nuestro show.
—Para el próximo año, espero.
—No, para ahora mismo. Es mejor que lo de los veleros... ¿ya has grabado los veleros?
Paula contempló por la ventana el paisaje gris y lluvioso.
—No, sigue lloviendo.
—Entonces, dile a ese tipo que lo sientes mucho, pero que el tiempo no ha cooperado... Al fin y al cabo, era un candidato de reserva. Y vete a Odessa.
Paula flexionó las piernas y apoyó la cabeza en las rodillas. Se sentía reacia a abandonar aquel pedazo de paraíso que apenas había empezado a saborear. La chimenea, la tranquilidad... y Pedro.
A pesar de su romántica cena, evidentemente Pedro estaba esperando a que volvieran a Houston antes de expresarle abiertamente lo que sentía. Abandonar aquella petición por otra apresuraría demasiado las cosas...
—Dime qué es lo que tiene de maravillosa la petición de Odessa —le preguntó a Georgina.
—El hombre —respondió, y revisó sus archivos—. Philip. Philip pretende declararse a bordo de un globo aerostático.
—Ya hemos hecho eso.
—Pero es que él ha plantado un campo de pensamientos blancos en los que podrá leerse desde el cielo: Cásate conmigo, Sue. Nos ha enviado una fotografía que demuestra que realmente lo ha hecho. Será estupendo, ¿no te parece?
Paula cerró los ojos mientras la carne se le ponía de gallina. Una buen señal. No se le había vuelto a poner la carne de gallina desde lo del circo. O desde que estuvo cenando con Pedro la otra noche. Suspiró.
—De acuerdo, hablaré con Pedro de ello. Ponme al corriente de los detalles.
Georgina lo hizo y luego charlaron durante unos minutos acerca de su embarazo. Después de colgar el teléfono, Paula se preguntó por qué no le había confesado a su amiga sus nuevos sentimientos por Pedro. Siempre había pensado que, cuando estuviera enamorada, lo gritaría a los cuatro vientos, pero ahora estaba descubriendo el placer de saborear en soledad aquella sensación. La prudencia de Pedro se le estaba contagiando, pensó con cierto arrepentimiento.
Bueno, ahora disponía de una excusa perfectamente válida para ir a buscarlo. Lo encontró trabajando, sentado ante una mesa del salón.
—Pensé que estarías en tu dormitorio.
—La doncella lo está arreglando —respondió sonriendo.
Paula se fijó muy bien en aquella sonrisa. Era más cálida que una simple sonrisa de cortesía, pero definitivamente era contenida, prudente; le estaba diciendo que esperara. De acuerdo, ella esperaría. Después de todo, durante toda su vida había estado esperando encontrar el verdadero amor; unos cuantos días más no cambiarían lo que sentía.
—Acabo de hablar con Georgina.
—¿Y bien?
—A ver qué es lo que piensas de esto...
¿PRÍNCIPE AZUL? : CAPITULO 21
Hasta la última de las habitaciones de todos los moteles y hoteles del pueblo estaba reservada.
Estaba teniendo lugar el certamen regional de bandas de música universitarias, y toda la población estaba hasta los topes. Pedro no tardó en darse cuenta de que, a fin de cuentas, había tenido mucha suerte de encontrar habitaciones.
La posada Charlotte era cara y había esperado servirse de eso como excusa para trasladarse, si eso era posible, pero ahora Paula y él tendrían que pasar allí al menos aquella noche. O más, si el tiempo no mejoraba. A juzgar por su expresión cuando vio la posada, Paula estaba encantada. Lo mejor que podía esperar Pedro era que al día siguiente saliera el sol; así podrían dedicarse a su trabajo.
Empapado, estremecido de frío y pensando en el magnífico aspecto del fuego que ardía en el salón, Pedro firmó en el libro de huéspedes. Sólo una de las habitaciones tenía bañera dentro, y se la había cedido a Paula.
—¿Le gustaría a usted y a su acompañante cenar aquí esta noche? —le preguntó la mujer que les había recibido un poco antes.
—Sí —respondió Pedro; salir con aquel tiempo no le apetecía nada en absoluto.
La mujer sonrió con expresión de complicidad.
—Disponemos de una habitación privada para las parejas jóvenes; se la enseñaré esta tarde. Servimos los aperitivos a las seis. La cena a las siete.
Pedro consultó su reloj; eran cerca de las cuatro y media.
—Muy bien.
Pero aquello no marchaba nada bien.
La habitación de Paula estaba en el piso bajo, y la de Pedro en el tercero, así que habían quedado en encontrarse en el salón. En seguida se dio cuenta de que no estaba vestido debidamente. Otras tres parejas, todos matrimonios jubilados, estaban charlando con Paula cuando entró en la sala. Las cenas elegantes no habían entrado ni en su programa ni en su presupuesto...
Paula llevaba un vestido negro, y se había puesto unos pendientes de brillantes. Tenía un aspecto maravilloso... Aunque siempre estaba maravillosa.
Pedro permaneció por unos instantes en el umbral observando la facilidad con que Paula cautivaba con su conversación a los otros huéspedes... de la misma forma que lo había cautivado a él. Vibrante y efervescente: así era Paula, y la gente parecía animarse en su presencia.
—¡Pedro, aquí estás! —Paula atravesó la habitación, lo tomó de la mano y prácticamente lo arrastró hasta donde se encontraban los demás.
Secretamente divertido, se integró en una conversación sobre la historia de la posada Charlotte, mientras pensaba en la facilidad que tenía Paula para hablar con la gente. En cierto momento ella lo tomó del brazo, lo cual lo sorprendió, pero no puso ninguna objeción.
Momentos después, su anfitriona les informó que la cena estaba lista y, con una sonrisa, llevó a Pedro y a Paula a una pequeña habitación de planta redonda, contigua al salón.
—Este es el nido de los amantes —les explicó con una maliciosa sonrisa antes de desaparecer.
Pedro se había quedado pálido como el papel.
—¡Oh, Pedro!
—Pensé que aquí podríamos hablar con más tranquilidad de la programación de mañana —se dijo que probablemente aquella excusa le sonaba a Paula tan falsa como a él mismo—. Y si el tiempo no mejora, nuestra tercera pareja podría usar esta habitación para su petición...
Si acaso era posible, la expresión de Paula se suavizó aun más. Tomándole una mano, le dijo con un suspiro:
—Está bien. No tienes por qué justificarte por haber reservado esta habitación. Sabías que me encantaría —se sentó en una silla, esbozando una cariñosa e íntima sonrisa—. Y ésa es razón suficiente.
Sintiendo reseca la garganta, Pedro se llevó a los labios su copa de agua. El hado parecía haberlo dispuesto todo de aquella forma y no había nada que pudiera hacer para evitarlo. Por otro lado, sinceramente, tampoco sabía lo que quería hacer.
Paula se inclinó hacia adelante, apoyando la barbilla en los nudillos. Pedro la miró con expresión de sospecha por encima del borde de su copa.
—Quiero saberlo todo sobre Pedro Alfonso.
—No hay mucho que contar —repuso con tono despreocupado.
—Oh, yo creo que sí —Paula tomó un sorbo de agua, sin dejar de mirarlo a los ojos.
A Pedro se le aceleró la respiración. Fuerzas incomprensibles parecían haberse puesto en movimiento. Fuerzas poderosas contra las que no debería oponerse. Al otro lado de aquella mesa se hallaba sentada una hermosa mujer que le estaba dedicando toda su atención. Una hermosa mujer a la que había estrechado entre sus brazos hacía dos noches. Una hermosa mujer a la que le gustaría besar una y otra vez hasta que la cabeza le diera vueltas...
—Háblame de tu familia. ¿Tienes sobrinas?
Pedro suspiró profundamente y empezó a hablar.
Una vez que empezó a hablar, ya no pudo detenerse. Era como si hasta entonces Paula sólo hubiera conocido una versión en blanco y negro de Pedro y ahora lo viera a todo color.
Medio maravillada, medio compasiva, escuchó la historia de sus padres, de su hermana y de su cuñado Patricio, el poeta.
Pedro le contó los hechos con una tenue exasperación que indicaba bien a las claras que se preocupaba constantemente por su familia.
Paula empezó a valorar la gran responsabilidad que había asumido a una edad en que, normalmente, la mayoría de las personas todavía se estaba planteando qué hacer con su vida. También le dijo muchas más cosas de las que pensaba; no en vano Paula tenía una larga experiencia en entrevistas. El talante y la actitud de Pedro ponían de manifiesto a un hombre que había madurado demasiado rápido, y que en el proceso se había convertido en una persona seria y sombría.
Para cuando el chef les sirvió la sopa de verduras, como aperitivo antes de la cena, Pedro había conseguido intrigar aún más a Paula. Cuando les fue servida la ensalada, la intriga se había convertido en admiración. Y la admiración se tornó placer y deseo de entablar sólida amistad durante el segundo plato... Pero lo mejor llegó con el postre, cuando se convenció de que acababa de enamorarse de él.
Lo supo en el mismo instante en que sucedió.
Su torrente de palabras se había ido consumiendo poco a poco. Pedro se inclinó hacia adelante y le tomó ambas manos entre las suyas.
—Necesitaba hablar de mi familia —le miraba las manos mientras hablaba—. No sé por qué lo has hecho... pero gracias por haberme escuchado —y le besó los nudillos con exquisita ternura.
Paula lo miraba con fijeza, absolutamente cautivada. Pedro le sonrió con una expresión tan sincera y abierta que la conmovió hasta el fondo del alma. Fue entonces cuando se enamoró de él.
Debería haberlo esperado. Desde el momento en que la besó a la luz de la luna, había estado balanceándose en el abismo. Pero aquella revelación de Pedro había terminado por empujarla al abismo.
Pedro le soltó las manos cuando la dueña de la posada apareció para servirles el café. Paula se sentía como si estuviera flotando. Pedro Alfonso... tan guapo, tan sincero, tan discreto, sin llamar la atención sobre sí mismo... El hombre que la había estado apoyando durante años, sin que ella se diera cuenta.... El hombre al que amaba.
Era cierto que la primera impresión no había sido nada positiva. Pero una vez que había empezado a sentirse atraída por él, todo había ocurrido a una velocidad celérica. Y se le había puesto la piel de carne de gallina para demostrarlo...
—Esta noche ya no les molestaré más —dijo la mujer antes de retirarse.
Paula miraba el café sin verlo realmente.
Todavía se estaba recuperando de la impresión que se había llevado al darse cuenta de que estaba enamorada.
—Y ahora yo quiero saberlo todo sobre Paula Chaves —le dijo en aquel momento Pedro, riendo suavemente e imitando sus anteriores palabras—. Háblame de tu familia.
Paula tuvo que recordarse que aquella pregunta era inocente y bienintencionada. Pedro no podía saber que se negaba por principio a hablar de su familia. Ya se disponía a decírselo, cuando vaciló. Aquel hombre tan cerrado en sí mismo se había sincerado con ella. Creía estar enamorada de Pedro, y sospechaba que él sentía lo mismo.
No podía negarse a hablar de lo que le había ocurrido a su familia.
Por un instante, Pedro pensó que Paula no iba a contestarle.
—Mi padre murió cuando yo tenía ocho años —respondió al fin, evitando mirarlo a los ojos—. Mi madre volvió a casarse cuando cumplí diez, y mi padrastro y yo no nos llevábamos bien.
—Lo lamento...
Paula hizo un gesto de indiferencia y continuó su relato:
—Yo no era su hija; era un gasto extra. Él... se quejaba de cada céntimo que gastaba en mí. Mi madre no cesaba de decirme que deberíamos sentirnos agradecidas de tener un techo sobre nuestras cabezas. Me marché de casa tan pronto como pude... ¿Sabes? me resulta muy duro hablar de esto.
—Entonces, no tienes por qué...
—Sí —lo interrumpió ella.
Sin decirle nada, Pedro le tomó una mano.
Estaba fría.
—Yo creía... creía que una vez que yo me hubiera marchado, mi madre lo abandonaría.
—Y no lo hizo —al ver que asentía, añadió—: Conocí a tus padres cuando visitaron el estudio —recordaba bien al hombre que le había preguntado cuánto dinero le pagaba a su hija. No a su hijastra... sino a su hija. Pedro no se lo había dicho y la situación se había tornado bastante incómoda. Al intentar recordar a su madre, sólo logró visualizar a una persona silenciosa, pasiva, sin personalidad.
—Cuando mamá no lo dejó, me di cuenta de que era porque no tenía ningún otro lugar a dónde ir, así que alquilé un apartamento de dos habitaciones tan pronto como pude permitírmelo, y le dije que podía venirse a vivir conmigo. Pero aun así se quedó con él.
Al detectar el tono dolido de su voz, Pedro le apretó la mano.
—Quizá no quería significar una carga para ti.
—¿De la misma manera que yo lo era para ella? —inquirió, mirándolo con la misma expresión que una niña herida pidiendo ayuda, consuelo.
—Tú jamás serás una carga para nadie —declaró Pedro con firmeza—. Tu madre debía de amar a tu padrastro; por eso se quedó con él.
—¿Cómo podría alguien amar a una persona así?
«Y no a mí»; esas eran las últimas palabras de la pregunta que no llegó a pronunciar.
—Bueno, ya te he dicho que llegué a conocerlo y... —Pedro estuvo a punto de decirle que el hombre no era tan malo, pero se detuvo; no podía mentirle. La miró fijamente a los ojos—... bueno, es un tipo detestable, asqueroso.
Paula parpadeó por un instante, y luego rió sorprendida. Tuvo que llevarse una mano a la boca para contener una carcajada.
—No debí haber dicho eso —se disculpó Pedro, aunque no lo sentía.
—Sí —sonrió Paula—. Sí que debías decirlo. Es un tipo detestable —rió de nuevo—. ¡Me he pasado años intentando ganarme la aprobación de un tipo detestable! —continuó riendo hasta que se le saltaron las lágrimas. Después de frotarse los ojos, continuó—: Y sigo viviendo en un apartamento de dos dormitorios, esperando el día en que mi madre se dé cuenta de que está casada con un tipo detestable, en vez de con un príncipe.
Sacudiendo la cabeza con gesto arrepentido, Paula aspiró profundamente. Ya recuperada del todo, señaló el plato de bombones que la anfitriona les había servido con el café, y que todavía no habían probado.
—Vaya, nos hemos olvidado de estas maravillas... —exclamó con tono divertido.
Pedro se dijo que la Paula de siempre había vuelto, pero ahora sabía que el fondo se ocultaba una niña pequeña que sólo ansiaba ser amada.
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