viernes, 3 de agosto de 2018

¿PRÍNCIPE AZUL? : CAPITULO 22




—¡Paula, menos mal que me has llamado!


—Georgina, ¿qué es lo que pasa? ¿Estás bien? —agarrando con fuerza el auricular, Paula se sentó en el alféizar de la ventana de su habitación, preparándose para recibir malas noticias.


—Yo estoy bien, pero acabo de recibir una carta de ese tipo de Odessa. Quiere que su petición figure en nuestro show.


—Para el próximo año, espero.


—No, para ahora mismo. Es mejor que lo de los veleros... ¿ya has grabado los veleros?


Paula contempló por la ventana el paisaje gris y lluvioso.


—No, sigue lloviendo.


—Entonces, dile a ese tipo que lo sientes mucho, pero que el tiempo no ha cooperado... Al fin y al cabo, era un candidato de reserva. Y vete a Odessa.


Paula flexionó las piernas y apoyó la cabeza en las rodillas. Se sentía reacia a abandonar aquel pedazo de paraíso que apenas había empezado a saborear. La chimenea, la tranquilidad... y Pedro.


A pesar de su romántica cena, evidentemente Pedro estaba esperando a que volvieran a Houston antes de expresarle abiertamente lo que sentía. Abandonar aquella petición por otra apresuraría demasiado las cosas...


—Dime qué es lo que tiene de maravillosa la petición de Odessa —le preguntó a Georgina.


—El hombre —respondió, y revisó sus archivos—. Philip. Philip pretende declararse a bordo de un globo aerostático.


—Ya hemos hecho eso.


—Pero es que él ha plantado un campo de pensamientos blancos en los que podrá leerse desde el cielo: Cásate conmigo, Sue. Nos ha enviado una fotografía que demuestra que realmente lo ha hecho. Será estupendo, ¿no te parece?


Paula cerró los ojos mientras la carne se le ponía de gallina. Una buen señal. No se le había vuelto a poner la carne de gallina desde lo del circo. O desde que estuvo cenando con Pedro la otra noche. Suspiró.


—De acuerdo, hablaré con Pedro de ello. Ponme al corriente de los detalles.


Georgina lo hizo y luego charlaron durante unos minutos acerca de su embarazo. Después de colgar el teléfono, Paula se preguntó por qué no le había confesado a su amiga sus nuevos sentimientos por Pedro. Siempre había pensado que, cuando estuviera enamorada, lo gritaría a los cuatro vientos, pero ahora estaba descubriendo el placer de saborear en soledad aquella sensación. La prudencia de Pedro se le estaba contagiando, pensó con cierto arrepentimiento.


Bueno, ahora disponía de una excusa perfectamente válida para ir a buscarlo. Lo encontró trabajando, sentado ante una mesa del salón.


—Pensé que estarías en tu dormitorio.


—La doncella lo está arreglando —respondió sonriendo.


Paula se fijó muy bien en aquella sonrisa. Era más cálida que una simple sonrisa de cortesía, pero definitivamente era contenida, prudente; le estaba diciendo que esperara. De acuerdo, ella esperaría. Después de todo, durante toda su vida había estado esperando encontrar el verdadero amor; unos cuantos días más no cambiarían lo que sentía.


—Acabo de hablar con Georgina.


—¿Y bien?


—A ver qué es lo que piensas de esto...



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