sábado, 4 de agosto de 2018

¿PRÍNCIPE AZUL? : CAPITULO 24




—¡Qué mañana tan maravillosa! —vestida con su chaqueta roja, Paula se estremeció y contempló el claro y brillante cielo azul.


Los dos globos estaban siendo inflados. Philip paseaba de un lado a otro, nervioso, mirando una y otra vez su reloj.


—Le dije que había ganado un vuelo en globo en un concurso —le comentó a Paula—. No me pareció que le encantara la idea.


Era la enésima vez que le hacía ese comentario.


—Vendrá —le aseguró ella, dándole unas palmaditas en el brazo.


—No sé —sacudió la cabeza—. No le gusta perderse la misa.


Paula miró a Pedro para comprobar si había oído eso. Pedro, su cámara y el técnico de sonido estaban revisando el equipo que tenían previsto cargar en el segundo globo para cuando llegara Susie, con el fin de no despertar sus sospechas.


—Tienes el anillo, ¿verdad? —le preguntó Paula.


Philip se palpó el bolsillo de la camisa y volvió a mirar su reloj.


—Voy a llamarla —se volvió bruscamente y se dirigió al pequeño remolque que la empresa de los globos utilizaba como oficina.


Todo estaba listo y Paula dedicó algunos instantes a observar a Pedro. El hotel donde estaban era un alojamiento limpio y cómodo, pero sin una sola gota de carácter ni de encanto.


Suspiró nostálgica al evocar la Posada Charlotte; desde que la abandonaron, Pedro parecía haber ocultado por completo su vena romántica.


—¡Paula! —la llamó Pedro, acercándosele corriendo—. Vas a quedarte helada si sigues ahí.


—Sí, hace frío —admitió—, pero estoy bien.


—Hará mucho más frío con el viento —se quitó su cazadora de cuero—. Estás grabando. Si tiemblas, también lo hará la videocámara —le echó la prenda sobre los hombros.


—Pero, ¿qué vas a ponerte tú? —Paula empezó a protestar, pero él la obligó delicadamente a ponerse la cazadora y le subió la cremallera.


—La empresa de los globos tiene impermeables. Les pediré uno.


—Pero yo podría llevar uno...


—No te abrigaría lo suficiente —le acarició levemente una mejilla—. Y yo quiero que estés bien abrigada.


Paula se conmovió profundamente ante su contacto, pero fue la tierna expresión de su rostro lo que más la afectó. Pedro se preocupaba por ella. Sintiéndose tan ligera como los globos, le plantó un beso en la mejilla.


—Gracias, Pedro.


Él pareció algo asombrado por su gesto, pero también muy complacido.


—¡Veo el coche! ¡Estoy viendo el coche! —gritó en aquel momento Philip, corriendo hacia ellos—. ¡Ha aparecido por fin! ¡Ha venido de verdad! ¿Qué voy a hacer ahora?


El cámara de Pedro había cargado ya el equipo, así que se dirigió hacia el segundo globo. Paula le dio a Philip las últimas instrucciones.


—Procura no ponerte nervioso. ¡Y recuerda que yo también estaré ahí! —y dándole un cariñoso empujón, lo animó a recibir a Susie.


Susie era mucho más alta que Philip. En realidad, era mucho más alta que cualquier otro hombre de la región. Arrebujada en la cazadora de Pedro, Paula permaneció deliberadamente en un segundo plano. Después de presentarse a sí misma como la encargada de grabar el vídeo de recuerdo, volvió a situarse al margen. 


Confiaba en que Susie no la reconocería, pero no quería correr riesgos.


Esperaba que Julian, de regreso en la caravana disimulada, estuviera grabando algunas imágenes: de todas formas, se alejó unos pasos para grabar directamente la subida de Philip y de Susie a la canasta del globo. Susie parecía haber aceptado su presencia sin mayores problemas, para alivio de Paula.


Paula ya había montado antes en globo, pero Susie no, a juzgar por la manera en que se agarraba a las cuerdas y le hacía comentarios a Philip. El piloto del globo activó el quemador, y con un sonido que a Paula le recordó el del aliento de un dragón, la canasta se balanceó y el aparato se elevó con facilidad. La tierra se alejaba por momentos. Mientras ascendían, Paula empezó a fijarse en los pensamientos blancos que Philip había plantado. ¿Sería capaz Susie de leerlos? ¿Se dirigiría el globo en aquella dirección?


El globo de Pedro había partido después, pero no tardó en colocarse a su altura.


—Hay tanta tranquilidad aquí arriba. Yo esperaba viento y mucho ruido —comentó Susie.


—Sí —Philip estaba casi paralizado por los nervios.


A Paula le entraron ganas de tranquilizarlo, pero temía estropear la sorpresa.


—¿Vamos a detenernos en algún sitio a comer? —inquirió Susie señalando la nevera portátil que estaba en una esquina de la canasta.


—No sé —musitó Philip.


—Pero bueno, ¿es que no lo has preguntado? —insistió Susie.


Philip negó con la cabeza.


—Creo que eso es el champán —intervino Paula, que no podía permanecer quieta por más tiempo. El pobre Philip parecía como si estuviera a punto de tirarse al vacío.


—¿Champán? —repitió la chica con expresión desaprobadora—. Yo no bebo.


—Yo no... —empezó a decir Philip, pero Paula lo interrumpió:


—El champán es una tradición después de los vuelos en globo. Pero creo que también hay sidra fresca...


Susie pareció contentarse un poco. Pero el aspecto de Philip era terrible.


—¡Sonreíd!


Paula empezó a grabar. A su espalda podía oír el rugido del globo de Pedro. Aparte de aquel ruido y del de su propio globo, reinaba una maravillosa tranquilidad. No tenían sensación de moverse; parecía como si fuera la tierra la que se desplazara.


De pronto, el piloto del globo reclamó su atención y Paula bajó la cámara.


—Miren a la derecha —les informó.


Paula puso el zoom y enfocó las enormes letras dibujadas con pensamientos blancos.


—¿Puede descender un poco? Apenas puedo grabarlas. Apresúrese, por favor...


No debió haber dicho eso. Después de un descenso que le dejó el estómago temblando y a Philip con el rostro de un color verde amarillento, Paula pudo leer con facilidad el mensaje de los pensamientos. Intercambió una mirada de complicidad con Philip y luego le hizo una seña a Pedro, antes de comenzar a grabar.


—Eeeh...¿Susie? —Philip le dio unos toquecitos en el hombro.


Susie estaba mirando justamente en la dirección opuesta del campo de pensamientos.


—¡Mira qué vista! —exclamaba.


—Eeeh... la vista es todavía mejor por este lado.


Paula le ordenó mentalmente a Philip que dejara de decir «eeeh» todo el rato.


—¿Aquí dices? —Susie se acercó al otro lado.


Philip se abalanzó entonces entre Susie y la vista.


—Philip, te has puesto delante. No puedo ver nada.


—Susie —la tomó de los brazos—. Te quiero.


—Muy bien, Philip, pero sigo sin poder...


Paula estaba conteniendo la risa con dificultad, de manera que no pudo evitar que se le moviera la cámara.


—Susie, te quiero mucho —añadió con tono decidido.


—¿Philip? —Susie miró de reojo al piloto y a Paula—. Philip, que no estamos solos...


—No me importa. Quiero que todo el mundo se entere —se detuvo para tomar aire—. ¡Quiero a Susie Vancamp! —gritó.


—Philip, ¿qué diablos te ocurre?


El joven se hizo entonces a un lado para que Susie pudiera asomarse al borde de la canasta.


—Esto es lo que me ha ocurrido —le señaló la vista.


—Hay algo escrito —dijo ella, entrecerrando los ojos—. Dice...


—Dice lo siguiente: «¿Quieres casarte conmigo, Susie?».


—No; dice «cásate conmigo, Sue» —lo corrigió ella.


Paula llegó a preguntarse si podría existir en el mundo una novia más despistada que ella.


—Bueno, vale, se me acabaron los pensamientos; no tenía para tantas letras —replicó Philip con lógica irritación.


—¿Quieres decir que tú has hecho eso?


Paula logró capturar con la cámara la expresión asombrada de Susie. Perfecto. Se le estaba poniendo la carne de gallina.


—Sí.


Siguió un silencio prolongado, tenso. Un silencio de suspense.


—No puedo creer que hayas hecho esto —señaló Susie.


—¡Bueno pues yo te aseguro que sí!


—¿Por qué?


—¡Porque te amo y porque quiero casarme contigo!


Paula pensó que si Philip no empezaba a zarandear a aquella mujer, mucho se temía que lo haría ella misma.


—Pero nadie me llama Sue...


—Yo... —desesperado, Philip miró a Paula.


Sujetando la cámara con un brazo, Paula le hizo una seña dándose unas palmaditas en el pecho.


Philip se llevó una mano al bolsillo de la camisa y sacó una pequeña caja de color azul marino. 


Mientras la abría, se aclaró la voz.


—Susie Vancamp, ¿quieres casarte conmigo?


Sin aliento, Susie se llevó ambas manos a la boca. Al fin lo había comprendido.


—¡Has sido tú quien ha plantado esos pensamientos!


Las palabras sonaron ahogadas y Paula no pudo grabarlas bien; seguramente el técnico de sonido tendría que reconstruirlas. O quizá podrían utilizar una de las imágenes de Pedro, que de lejos también debía de estar grabando aquella escena. Le habría gustado volverse para comprobarlo, pero no podía estropear su propia toma.


Philip no se había declarado con una rodilla en tierra, pero en ese caso daba igual. Si lo hubiera hecho, Paula no habría podido encuadrarlos bien a los dos en un espacio tan pequeño. Y se le había vuelto a poner la carne de gallina. En cuanto a la reacción de Susie, había quedado limitada a dos frases: «oh, Philip» y «no me lo puedo creer». Pero aún no había contestado a su petición.


Philip también seguía esperando escuchar ese trascendental «sí».


—¿Susie? —sacó el anillo de la caja.


—Oh, yo... —Susie miró a la cámara y al piloto del globo, y luego al nervioso Philip—. Sí, Philip —respondió al fin, extendiendo la mano.


A Philip le temblaban las manos cuando le puso el anillo. Paula recurrió al zoom para grabar ese detalle, pero tenía los ojos llenos de lágrimas y le resultaba difícil mirar por el objetivo. Se las arregló como pudo para seguir grabando mientras se besaban, y luego bajó la cámara para felicitarles. Luego sacó su radiotransmisor y llamó a Pedro:
—¿Lo has grabado, lo has grabado?


Paula podía verlo reír mientras se acercaba su transmisor a los labios.


—Sí que lo he grabado. Juraría que estás llorando... ¿Qué me dices de la carne de gallina?


Paula sonrió y levantó el pulgar en señal de victoria.


—Dime, ¿puedes enfocarme con el zoom? Ésta será una bonita secuencia de despedida del especial, ¿no te parece?


Se quitó la cazadora de Pedro y saludó con ella a la cámara, para luego señalar el panorama que se extendía a sus pies.


Lo habían hecho. Habían grabado las tres peticiones de matrimonio. Paula pensó que probablemente las montarían en el mismo orden en que las habían rodado. La escena trucada del castillo medieval seguía molestándola un tanto, pero Pedro tenía razón: en cualquier caso, el efecto televisivo sería el mismo.


Para el lunes estarían de regreso en Houston. 


Pero antes tenían que volver a Roperville para recoger el coche. Al día siguiente por la mañana, el equipo partiría directamente para Houston. En cuanto a Pedro y Paula, tan pronto como volvieran al hotel esa tarde, ella tenía la intención de reservar un par de habitaciones en cierta romántica posada de estilo victoriano.


Perdida en sus propias fantasías, Paula no prestó excesiva atención a Philip y a Susie.


El todo terreno que hacía el seguimiento de los globos les transmitió por radio el campo en el que les estaba permitido aterrizar. Paula pretendía visitar la finca de los pensamientos con Susie y con Philip, y allí hacerles una entrevista para rematar el especial de San Valentín.


El globo aterrizó suavemente y Paula bajó de la canasta con la botella de champán y dos vasos, después de entregar otra de sidra a la pareja recién comprometida.


—¡Pedro! —observó cómo descendía su globo—. ¡Abre esto, por favor! —le entregó la botella.


—¡Hey! Te he visto correr con ella. Va a reventar.


—Confío en ti lo suficiente como para creer que puedes vencer una dificultad tan insignificante como un tapón de champán —se echó a reír.


—¡Vaya! ¡Alguien que está de buen humor! —se dispuso a abrir la botella.


—Claro que estoy de buen humor. ¡Ha sido estupendo! El vuelo del globo, la petición...


—Bueno —sirvió los dos vasos y le tendió uno—. Aparte de por un aterrizaje perfecto, ¿por qué quieres brindar?


Paula se dijo que podría proponerle muchos brindis, pero después de haber asistido a la romántica escena del globo, se sintió más animada que de costumbre. De manera deliberada, chocó su vaso con el de Pedro.


—Brindemos por nosotros.


Y esperó. Ella había hecho el primer movimiento, pero Pedro iba a tener que tomar el primer trago.


—¿Estamos brindando por una exitosa asociación? —inquirió él con voz levemente ronca.


—Podría ser.


—Paula... —por un instante una expresión de vacilante anhelo cruzó por su rostro, para desaparecer casi de inmediato—. Muy bien —se inclinó para besarla suavemente, delante del equipo, de los pilotos de los globos y de todo aquel que quisiera mirarlos—. Por nosotros — dijo, y levantó su vaso.


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