domingo, 1 de julio de 2018

LA TENTACION: CAPITULO 23





—Un café moca en vaso grande con leche —repitió Paula cuando le puso el recipiente al cliente. La recompensa por hacerlo bien fueron unas monedas en el bote, en el que podía leerse Para la luna de miel—. Gracias —le dijo Paula a la adolescente cuando ésta se fue.


Después de una hora bajo la supervisión de Lisa, Paula había sido declarada apta para trabajar por su cuenta. De todas formas, no iba a estar sola mucho tiempo, ya que Lisa le había prometido que volvería en cuanto le hiciera una visita a la encargada del cátering para pedirle que olvidara la sugerencia de su madre de poner porciones de mantequilla con forma de corazón.


Entre el desayuno y el almuerzo hubo menos afluencia de clientes en la cafetería y Paula aprovechó para comprobar los mensajes de su móvil. Encontró uno de Claudio, a quien había querido llamar para darle la información que había encontrado en su búsqueda.


Lo llamó e inmediatamente dio con él. No tenía ninguna novedad sobre el paradero de Roxana, aunque estaba siguiendo una pista que confirmaría al día siguiente. Paula se puso a limpiar algunas mesas mientras escuchaba a Claudio, que le estaba haciendo un breve resumen de lo que había descubierto.


—Después hablé con uno de mis contactos en St. Louis —estaba diciendo Claudio—, y...


—¿St. Louis? —lo interrumpió Paula—. ¿Por qué St. Louis?


—Porque Roxana es de allí.


—No, me dijo que había crecido en California... en St. Helena, en Napa Valley. Su padre es un gran hacendado. Tiene incluso un hotel y un balneario —volvió a ponerse detrás del mostrador, como si el pequeño espacio le diera algo más de seguridad.


—Para nada. Su padre trabaja en una planta empaquetadora de carne.


Durante unos segundos, Paula se quedó sin palabras. Entonces sonaron las campanillas de la puerta, indicándole que había entrado un cliente. Estaba a punto de levantar un dedo en un gesto de «espera un momento» cuando se dio cuenta de que era Pedro. Sintiéndose como una delincuente, le dio la espalda y se alejó de él todo lo posible para que no la oyera.


—Entonces, ¿se puede decir que no es independiente económicamente? —le preguntó a Claudio en voz baja.


—Se puede decir que está endeudada hasta las cejas —le contestó él.


—Ahora tengo que colgar, pero necesito que compruebes algo. Entré en el e-mail de Roxana y encontré algunos nombres de clientes que no tienen mucho sentido. ¿Puedo dártelos después?


—Claro. Y, Paula, si ves algún movimiento fuera de lo normal harías bien en congelar todas tus cuentas.


—No puedo. Normalmente Roxana... —vio que Pedro la estaba mirando y no terminó la frase—. Las comprobaré esta tarde —le dijo a Claudio—. Te llamo después.


Se guardó el móvil en el bolso y se giró para mirar a Pedro.


—Así que no estaba alucinando cuando te vi desde fuera. ¿Dónde está Lisa?


—Tenía algunos problemas con la organización de la boda, y yo me ofrecí a relevarla para que pueda casarse el sábado sin volverse loca.


—Es verdad... el sábado —dijo Pedro—. ¿Vendrás a la boda conmigo?


Paula no había esperado esa propuesta. De hecho, al verlo aparecer por la puerta, había pensado que iba a decirle que se fuera de su casa.


—Si quieres que vaya.


—Si no quisiera, no te lo habría pedido.


—¿Te pongo algo? —preguntó Paula, deseando cambiar de tema.


—¿Qué tal un café solo? Y una de las galletas de chocolate de Lisa. Estoy de celebración.


—¿Qué celebras? —preguntó Paula automáticamente mientras le servía el café.


—Me han dicho que me van a dar una fantástica carta de recomendación de un juez federal con el que hice las prácticas el verano pasado.


—¿De verdad? ¡Es fantástico! —le tendió el café, después puso la galleta en un platito y se lo acercó por encima del mostrador.


Pedro tomó un sorbo de café y dijo:
—La carta es sólo el comienzo. Hay un montón de abogados por ahí. Cualquier cosa que me haga destacar, me ayudará.


—Seguro que destacas —dijo Paula, totalmente convencida—. ¿Qué rama del Derecho quieres practicar?


—Me gustaría ser fiscal federal, pero necesitaré al menos dos años de prácticas antes de conseguir un trabajo como ése.


Sus manos se rozaron cuando él le tendió unos billetes. Ella intentó disimular el estremecimiento que la recorrió con el contacto.


—¿Es un trabajo difícil de conseguir? —preguntó Paula, con la voz algo más ronca de lo normal. El asintió con la cabeza.


—Puede serlo. Hay mucha gente que opta a muy pocos puestos. Pero tengo la sensación de que puedo hacerlo bien.


Entraron dos clientas y, después de saludar a las mujeres por su nombre, Pedro se sentó a una mesa para que Paula pudiera atenderlas. 


Cuando terminó, regresó junto a ella.


—¿Y tú? —le preguntó—. ¿Te ves vendiendo casas de lujo el resto de tu vida?


—Por lo menos, durante un largo periodo de tiempo. Me siento como si hubiera echado a perder un montón de años simplemente intentando madurar.


A Paula le dio un vuelco el corazón. No podía creer que le hubiera dicho eso a Pedro. Tal vez fuera un paso en la dirección correcta, pero no quería mostrarle más de sí misma a un hombre que ya había visto demasiado de su lado malo.


Él se rió.


—Ni siquiera tienes treinta años. ¿Cuántos años has echado a perder?


—Algunos días me parece que, por lo menos, media vida.


Pedro le tomó la mano.


—No seas tan dura contigo misma, princesa. Conozco a gente que tiene más se setenta años y que aún no ha madurado.


Ella sonrió.


—Entonces, tengo otros cincuenta años para conseguirlo.


—¿Lo ves, princesa? —dijo Pedro—. Estamos hablando y aún hemos sobrevivido. No pierdas la esperanza en nosotros todavía —se llevó su mano a los labios y le besó el interior de la muñeca—. Démosles algo de qué hablar —dijo, haciendo un gesto con la cabeza hacia las dos mujeres, que se habían sentado a una mesa.


—Entonces, hagámoslo bien.


Fue un beso inmensamente tierno, que a Paula le supo a todo lo que aún no era capaz de tener: amor, compromiso y un futuro por delante. 


Cuando las campanillas de la puerta sonaron de nuevo, ella se apartó de mala gana por perder el momento.


—Buenos días —le dijo Pedro a su cuñada, Dana, que acababa de entrar.


—Buenos e interesantes —respondió Dana, mirándolos—. ¿Qué tal un chocolate con leche en vaso grande? —le dijo a Paula, que en ese momento estaba más que encantada de hacer algo.


Pedro le estaba diciendo algo a Dana pero mantenía la voz baja, y Paula no pudo escucharlo. 


Y cuando la máquina de café comenzó a silbar, dio la batalla por perdida. Cuando terminó de preparar la bebida, Pedro estaba a punto de marcharse.


—Esta noche cocino yo —le dijo mientras se dirigía a la puerta.


Paula se limitó a decirle «hasta luego» y luego se obligó a concentrar toda su atención en Dana.


—Me has ahorrado algo de trabajo al estar aquí —le dijo Dana—, porque después iba a ir a buscarte para preguntarte si podemos empezar de nuevo.


—¿Por alguna razón en particular?


Dana tomó un sorbo de su bebida y asintió con satisfacción.


Pedro y tú vais a hacer lo que queráis, así que he decidido que será mejor que no me entrometa. Así que, ¿qué dices? ¿Lo intentamos de nuevo? Te debo una explicación por el comportamiento que tuve contigo el otro día.


—Estoy acostumbrada a que me traten así —dijo Paula.


—¿Te ha hablado Pedro del accidente que tuvo en noviembre?


—He visto la cicatriz.


Dana arqueó ligeramente las cejas.


—¿También te ha dicho que casi lo perdemos?


A Paula le dio un vuelco el corazón.


—No, sólo me habló de una infección secundaria.


—Era resistente a los antibióticos, y además empezó a desarrollar neumonía. Nos asustó de verdad, y yo me volví muy maternal con él. No había otra persona que lo hiciera, ya sabes. Creo que se ha cansado de tener una mamá más joven que él, pero no puedo evitarlo.


—Pero ahora está bien —dijo Paula, sólo para oír la confirmación de sus propias palabras.


—Sí, pero ha cambiado. Pedro solía tomarse la vida con más calma. No sé si es porque estuvo a punto de morir o porque está madurando, pero ahora toma directamente lo que quiere —dijo Dana.


—Me he dado cuenta.


—Me he sorprendido mucho al ver que te besaba. Eres la única persona a la que lo he visto mirar de esa manera.


—¿De qué manera?


—Como si quisiera un compromiso contigo —respondió Dana, y le echó un vistazo al reloj de la pared—. Tengó que volver al trabajo. Dile a Pedro que he dicho que te lleve a cenar el sábado. Aún estarás aquí, ¿verdad?


—Sí —respondió. Y añadió, cuando Dana ya se hubo marchado—. Estaré aquí, perdida en mitad del purgatorio.


LA TENTACION: CAPITULO 22




Después de toda una mañana sintiéndose un auténtico miserable, Pedro llegó a una conclusión. Si Paula no estaba dispuesta a calmar las preocupaciones que lo asaltaban sobre su situación, lo haría él mismo. Tal vez pudiera mostrar algo más de diplomacia y convencerla para que se abriera a él, en vez de intentar obligarla a que lo hiciera.


Tomó la tarjeta de visita de Chaves-Pierce que Paula había dejado como marcapáginas en el libro que estaba leyendo. Aquello no era robo. 


Volvería a dejar la tarjeta en su sitio en cuanto regresara a casa.


Vio que también había una página web de la inmobiliaria. No le haría ningún daño echar un vistazo. Miró a Cathy, la otra oficial que estaba en la comisaría. Estaba concentrada con un expediente, así que Pedro pensó que era relativamente seguro hacer alguna actividad extracurricular, al menos hasta que Carlos llegara, en unos veinte minutos. Tecleó la dirección de la página web en la pantalla de Internet y esperó a que se descargara la información.


La página era fina y elegante, muy al estilo de Paula. Pedro ahogó un silbido de asombro mientras se metía en la galería de casas que estaban a la venta. Si Paula le había dicho la verdad, probablemente su «problema» en el trabajo implicara unos cuantos ceros en el precio. No pudo encontrar ninguna vivienda por debajo de los tres millones.


Navegó por la página y leyó las breves biografías de Paula y de Roxana, la mujer que parecía ser su compañera. Luego se fijó en la fotografía de Paula, y pensó que nunca encontraría una mujer más atractiva. Roxana era espectacular, una belleza conseguida tal vez quirúrgicamente, y había algo inquietante en su expresión, pero Paula era... Si al menos Paula quisiera aceptarlo...


Cuanto más las miraba, especialmente a Roxana, más crecía su curiosidad. Paula procedía de una familia de dinero pero, ¿y Roxana? ¿Sería otra rica heredera?


Escribió su nombre seguido de la palabra «Miami» en su buscador favorito y comprobó los resultados. La mayoría eran notas publicitarias de revistas locales y periódicos, y a veces su nombre aparecía en las columnas de cotilleos.


El teléfono sonó y Cathy respondió la llamada. 


Pedro apenas apartó la mirada de la pantalla de su ordenador cuando ella dijo que iba a acercarse a una tienda de regalos para tratar con un posible ladrón. La mente de Pedro estaba en otra parte, y además acababa de ocurrírsele una idea.


A lo largo de los años había creado algunos contactos. Leo, uno de sus compañeros de Derecho, se había mudado a Miami para hacer prácticas con su hermano, que tenía una ostentosa compañía de abogados de famosos. Pedro se había encontrado con German, el hermano de Leo, un par de veces cuando ambos habían ido a Sandy Bend a pasar algunos fines de semana.


German era uno de esos tipos que te hacían favores sin hacer preguntas, lo que era una ventaja, porque Pedro no quería contestarlas. 


Así que sacó la tarjeta de visita de German de uno de los archivos que guardaba en un cajón y empezó a marcar su número.


—German, me estaba preguntando si podrías hacerme un favor. ¿Podrías comprobar dos nombres, Paula Chaves y Roxana Pierce? Sí, de la inmobiliaria Chaves-Pierce. ¿Has oído hablar de ellas? Necesito saber con quién tratan, con qué clase de amigos se mueven y ese tipo de cosas... No, no es una emergencia. Si tengo noticias tuyas mañana, sería estupendo... Sí, el próximo verano nos veremos. Gracias, German. Hablamos.


LA TENTACION: CAPITULO 21




Paula dobló una esquina y entró en Main Street, perdida en sus pensamientos. Aún necesitaba quedarse un par de días, pero era horriblemente duro hacerlo cuando sabía que le estaba haciendo daño a alguien que significaba tanto para ella.


La noche anterior se le había pasado por la cabeza contárselo todo a Pedro. Que nada en su vida era tan bonito como parecía a primera vista. Que, después de todos sus esfuerzos para convertirse en una persona buena y con sentido común, había sido engañada durante más de dos años por una mujer a la que creía que conocía tan bien como a cualquiera de sus hermanos. Pero claro, tampoco tenía una gran relación con sus hermanos...


Pero Paula había mantenido la boca cerrada, y ahora se alegraba de haberlo hecho. Si encontraban alguna manera de continuar con su relación cuando ella regresara a Florida, no quería que fuera una relación de dependencia. 


Quería continuar viviendo por su cuenta. Sólo cuando comprobara que podía enfrentarse a aquella crisis, le contaría todo lo que quería saber. Ni un momento antes.


Como necesitaba cafeína y compañía, Paula entró en Village Grounds. El sonido de las campanillas quedó amortiguado por un grito que salió de detrás del mostrador.


—¡No puedo creerlo!


Paula parpadeó, y se dio cuenta de que Lisa debía de estar agachada tras la barra.


—¿Te estás escondiendo? —preguntó mientras se acercaba.


Lisa se incorporó. Llevaba un trapo empapado en una mano.


—Estoy limpiando una bomba de leche. Esta vez he perdido casi cinco litros de leche desnatada. Y hace una hora tiré al suelo una bandeja llena de magdalenas. Soy un desastre —se giró y tiró el trapo en un pequeño fregadero.


—¿Qué te pasa?


La risa de Lisa casi rayó la histeria. Siguió limpiando mientras hablaba.


—Mi boda es dentro de tres días y aún no he hecho la última prueba del vestido. Mi madre sigue empeñada en transformar mi celebración en una de esas recepciones cursis. Y una de las chicas a las que había contratado para que me ayudara este verano me ha dejado una nota esta mañana diciendo que había decidido irse a Alaska... ¡ahora!


—¿Por qué no cierras por unos días?


Lisa suspiró.


—Es tentador, pero si lo hago, perderé a mis clientes habituales —enjuagó el trapo y se lavó las manos—. Aquí la gente crea hábitos. Si les cambias su rutina, no te lo perdonan. Y he trabajado tanto para conseguir clientes habituales, que ahora no quiero perderlos.


—Es comprensible. Hay que vivir de algo.


Paula lo sabía muy bien. Y tal vez perdiera todo su trabajo si el desastre que había hecho Roxana no se solucionaba. Se sintió identificada con Lisa y le hizo una oferta que habría resultado impensable la última vez que había estado en Sandy Bend.


—Muy bien, ¿qué necesitas que haga? —le preguntó, mientras se ponía a su lado, tras el mostrador—. Si vengo algunas horas al día durante esta semana, ¿te ayudaría en algo?


—¿Harías eso por mí?


—¿Por qué no?


Lisa estaba realmente sorprendida.


—Éste no es un trabajo fácil. A veces no hay nada que hacer y otras veces nos agobiamos. Estarás sola y... —se detuvo y se rió de nuevo, pero al menos esa vez no fue una risa histérica—. Me estás ofreciendo ayuda y yo me pongo a discutir contigo. De acuerdo... ¿Has hecho alguna vez un expreso o has usado una caja registradora?


—No, pero me puedes enseñar. De verdad que me gustaría ayudarte —dar un paso positivo, aunque no estuviera relacionado directamente con sus problemas, tenía que ser algo bueno.


—Muy bien. ¿Tienes tiempo ahora? —le preguntó Lisa.


—Claro —lo único que había pensado hacer era otra sesión con el ordenador de Pedro, pero aún no estaba lista para regresar a la escena de la matanza emocional de aquella mañana.


Lisa le tendió un delantal.


—Ponte esto y te enseñaré a hacer café al estilo de Sandy Bend.


Paula ahogó un suspiro. Si alguien pudiera enseñarle a seducir al estilo de Pedro Alfonso...




sábado, 30 de junio de 2018

LA TENTACION: CAPITULO 20




Para bien o para mal, Pedro era un hombre analítico. Al observar a la mujer que dormía plácidamente junto a él, puso a trabajar su mente y pensó que era posible tener sexo sin ningún compromiso emocional. Demonios, él lo hacía todo el tiempo. Pero algo había pasado, porque con Paula no había podido desconectar su cerebro. Con Paula el sexo ya no le parecía suficiente, y la quería en su vida, maldita fuera.


Las ideas y los recuerdos que tenía de Paula se habían ido desmoronando uno a uno. Era inteligente y ambiciosa, no la princesa mimada que recordaba. Era generosa y pensaba en algo más que en su propio placer, como le había demostrado varias veces a lo largo de la noche.


Cualquiera le diría que estaba loco por hacer lo que estaba a punto de hacer, pero pensó que debía arriesgar ahora parte de la recompensa para poder tenerla más tarde... completa.


Pedro giró hacia uno de sus lados y miró el reloj despertador. Eran casi las siete y pronto tendría que irse a trabajar. Movió las sábanas con la suficiente fuerza como para despertar a Paula. 


Ella se estiró y bostezó.


—Buenos días —dijo, y le sonrió.


Pedro no se opondría a comenzar unas cuantas mañanas con esa sonrisa, pero se daba cuenta de que, en aquel momento, las probabilidades de que aquello pasara eran bastante bajas.


Paula se apartó el cabello de la frente y frunció.


—Oye, se me olvidó decirte anoche que te llamaron. Alguien que se llamaba Bety.


Pedro se dio cuenta de que Paula sentía mucha curiosidad. Decidió que no se la satisfaría.


Ella se tapó los pechos con la sábana y añadió:
—Quiere que la llames. Dijo que era algo que habías estado esperando oír.


Pedro sonrió al pensar en Bety. Había empezado a trabajar para el juez Kilwin el día anterior. Conociéndola, probablemente ya habría reorganizado los expedientes del juez, aunque no fuera algo necesario. Bety no podía evitarlo. 


Paula le dio un codazo en un costado.


—¿Y bien? ¿No vas a decirme quién es esa Bety?


Pedro se rió mientras se frotaba el lugar donde Paula lo había golpeado. Aquella princesa no era mejor que Bety en lo que se refería a controlar las situaciones.


—Creo que lo voy a dejar a tu imaginación.


—Tengo una imaginación muy vívida.


—Ya me di cuenta anoche.


Ella se ruborizó, lo que supuso un sorprendente contraste con su habitual atrevimiento. Durante la noche se habían explorado hasta el último centímetro de la piel del otro y habían hecho el amor de todas las formas que una pareja creativa podía hacer.


—Así que no me vas a contar nada, ¿eh? —dijo ella.


—No.


—Entonces, espero que me ofrezcas algún tipo de compensación.


—¿En qué estás pensando?


Paula se inclinó hacia él y lo acarició.


—Oh, no lo sé... tal vez alguna gratificación mutua...


Pedro le habría parecido imposible después de los excesos de la noche, pero ya estaba excitado de nuevo. Sin embargo, no pensaba hacer nada al respecto.


—En realidad, quería hablar contigo de esa gratificación mutua —le dijo.


—¿Qué quieres decir?


—No puedo creer que esté diciendo esto, pero vamos a tener que pasar sin ello. Pensé que podría desconectar mi cerebro y vivir el momento, como me pediste, pero me equivoqué. No puedes tener sólo una parte de mí, princesa.


Ella se inclinó sobre él y lo miró.


—¿Ni siquiera esta parte?


Sí, definitivamente, Pedro estaba loco.


—Especialmente esta parte. No voy a estar dentro de ti hasta que me dejes entrar de verdad.


Paula lo besó en la boca.


—¿No podríamos dejar las bromas para más tarde?


—Paula, no estoy bromeando.


La sonrisa de Paula desapareció.



—No estás hablando en serio.


—Por supuesto que sí.


Ella se dejó caer en la cama.


—¿Y qué es lo que quieres?


—Tus palabras. Todas.


—No te entiendo.


Pedro se acercó a ella, le apartó un mechón de pelo de la mejilla y la besó en la frente.


—Has sido muy generosa con tu cuerpo, y no dudes ni por un segundo que no lo aprecio. Pero siento que aquí hay una especie de desconexión. Los dos sabemos cómo satisfacer al otro físicamente, pero en lo demás fracasamos. Quiero palabras de ti. Una verdadera comunicación.


—¿Palabras? —repitió ella—. Supongo que no te estás refiriendo a «O, cariño» o a «Qué bueno»


Pedro sonrió.


—Esperaba algo más profundo. Ya sabes, algo que me permita meterme un poco en tu vida.


—Muy bien, a ver qué te parece esto. Cuando tenía once años, le robé un helado a la señora Hawkins en su tienda. Cada vez que me mira, podría jurar que lo sabe.


—Eso es una vieja historia.


Ella suspiró con exasperación.


—Bien. El la universidad, mi primer novio se parecía mucho a ti, pero era mucho más agradable conmigo, así que le di mi virginidad.


Pedro le dio un beso en la base del cuello.


—Eso ha sido halagador en cierto sentido, pero no. Quiero saber por qué has venido a Sandy Bend.


—Para volverme loca a través de la frustración sexual.


—Paula, hasta que estés dispuesta a decirme qué está pasando contigo, yo no estaré dispuesto a repetir lo de esta noche. Así que, ¿qué decides?


Ella le puso las dos manos en el pecho y lo apartó. Salió de la cama y revolvió las sábanas hasta encontrar su camisón, que había quedado atrapado entre el edredón y la sábana superior. 


Se puso la arrugada prenda y le dedicó a Pedro una mirada de enfado.


—A ver si lo he entendido —le dijo—. ¿Vas a negarme el sexo hasta que te diga cuál es el gran y oscuro secreto que crees que te oculto ¿Qué tipo de manipulación es ésa? —recogió del suelo uno de los almohadones que se habían caído durante la noche y se lo tiró—. Estúpido.


Paula salió de la habitación y se metió en el cuarto de baño. Pedro la siguió. Ella se dio la vuelta y le dijo:
—¿Puedo tener algo de intimidad?


Él puso la mano en la puerta.


—Puedes tener toda la que quieras... cuando hayamos solucionado esto.


Paula salió del baño y él la siguió de nuevo. Una vez en la cocina, ella abrió la nevera. Pedro la observó mientras sacaba la mermelada de fresa y la dejaba en la encimera. Después sacó el pan de un armario y metió dos rebanadas en la tostadora.


¿Le estaba haciendo el desayuno? Pedro no sabía por qué aquel gesto se le fue directo al corazón, pero así fue.


—¿No se te ha ocurrido que no tengo ningún secreto? ¿Que estoy aquí exactamente por las razones que te he dicho?


—Ni por un segundo —contestó él—. Y, por cierto, ¿cuáles eran esas razones?


Era un truco sucio, pero funcionó. Paula se detuvo en seco.


—Yo... yo...


—¿Lo ves? Regla número uno: cuando quieras engañar a alguien, hazlo de forma sencilla. No te inventes historias.


Ella volvió a la nevera y sacó algunas uvas. 


Mientras las lavaba, dijo:
—¿Por qué no puedes dejar esto a un lado?


—Créeme, una parte de mí desearía hacerlo. No quiero que esto sea una manipulación, aunque parezca que lo sea. En dos, tres o los días que sean te habrás ido. Si esto sólo fuera sexo, simplemente lo pasaríamos bien y luego nos separaríamos. Pero para mí no es sólo sexo.


—¿De verdad? —las tostadas saltaron y ella las puso en un plato. Después sacó un cuchillo para la mantequilla de uno de los cajones.


—Creo que podemos tener más. Es lo que quiero y estoy bastante seguro de que tú también.


—Ya. ¿Y qué te hace pensar eso?


Él señaló las tostadas.


—Estás enfadada conmigo y, aun así, me estás preparando el desayuno.


Ella se miró la mano con la que estaba extendiendo la mantequilla.


—Es un simple reflejo —contestó con firmeza, y dejó el cuchillo a un lado.


—Si pensar eso te reconforta...


Paula puso el plato en la mesa de la cocina, junto a él dejó la mermelada y después tomó las uvas y empezó a comérselas.


—Lo que te estoy pidiendo es muy sencillo —dijo Pedro mientras comenzaba a desayunar—. Quiero que me incluyas. No quiero estar fuera, preguntándome qué pasa.


Paula dejó a un lado las uvas y puso las dos manos sobre la mesa.


—Muy bien, esto es lo que ocurre: tengo un problema en el trabajo. Hace unos días me sentí muy agobiada, así que me fui. Ahora que lo veo con algo de perspectiva, me doy cuenta de que no es nada que no pueda manejar. Sólo me va a llevar algún tiempo resolverlo.


Por lo menos no fingió que no estaba pasando nada, pero a Pedro no le gustó la forma en que lo dijo.


—¿Por qué no me hablas de ello? A veces otra opinión ayuda.


Pedro, esto es todo lo que puedo darte ahora. Yo no te he pedido que me des todos los detalles de tu vida. No sé cuántas novias has tenido o conquién te has acostado. No quiero saber nada de eso. Quiero que empecemos desde aquí y que disfrutemos el tiempo que vamos a pasar juntos.


—¿Y después, qué? ¿Mandarás una postal por Navidad durante unos años hasta que finalmente volvamos a perder el contacto?


—No lo sé, ¿de acuerdo? No entiendo por qué quieres evitar algo que nos da a los dos tanto placer.


—Porque el precio es demasiado alto para mí. Quiero que me quieras tanto como yo te quiero a ti.


Pedro, yo...


En el rostro de Paula se reflejaron claramente el arrepentimiento y el rechazo. Pedro se levantó de la mesa y de fue.


Era una buena idea, pero expresada de mala manera.