sábado, 30 de junio de 2018

LA TENTACION: CAPITULO 20




Para bien o para mal, Pedro era un hombre analítico. Al observar a la mujer que dormía plácidamente junto a él, puso a trabajar su mente y pensó que era posible tener sexo sin ningún compromiso emocional. Demonios, él lo hacía todo el tiempo. Pero algo había pasado, porque con Paula no había podido desconectar su cerebro. Con Paula el sexo ya no le parecía suficiente, y la quería en su vida, maldita fuera.


Las ideas y los recuerdos que tenía de Paula se habían ido desmoronando uno a uno. Era inteligente y ambiciosa, no la princesa mimada que recordaba. Era generosa y pensaba en algo más que en su propio placer, como le había demostrado varias veces a lo largo de la noche.


Cualquiera le diría que estaba loco por hacer lo que estaba a punto de hacer, pero pensó que debía arriesgar ahora parte de la recompensa para poder tenerla más tarde... completa.


Pedro giró hacia uno de sus lados y miró el reloj despertador. Eran casi las siete y pronto tendría que irse a trabajar. Movió las sábanas con la suficiente fuerza como para despertar a Paula. 


Ella se estiró y bostezó.


—Buenos días —dijo, y le sonrió.


Pedro no se opondría a comenzar unas cuantas mañanas con esa sonrisa, pero se daba cuenta de que, en aquel momento, las probabilidades de que aquello pasara eran bastante bajas.


Paula se apartó el cabello de la frente y frunció.


—Oye, se me olvidó decirte anoche que te llamaron. Alguien que se llamaba Bety.


Pedro se dio cuenta de que Paula sentía mucha curiosidad. Decidió que no se la satisfaría.


Ella se tapó los pechos con la sábana y añadió:
—Quiere que la llames. Dijo que era algo que habías estado esperando oír.


Pedro sonrió al pensar en Bety. Había empezado a trabajar para el juez Kilwin el día anterior. Conociéndola, probablemente ya habría reorganizado los expedientes del juez, aunque no fuera algo necesario. Bety no podía evitarlo. 


Paula le dio un codazo en un costado.


—¿Y bien? ¿No vas a decirme quién es esa Bety?


Pedro se rió mientras se frotaba el lugar donde Paula lo había golpeado. Aquella princesa no era mejor que Bety en lo que se refería a controlar las situaciones.


—Creo que lo voy a dejar a tu imaginación.


—Tengo una imaginación muy vívida.


—Ya me di cuenta anoche.


Ella se ruborizó, lo que supuso un sorprendente contraste con su habitual atrevimiento. Durante la noche se habían explorado hasta el último centímetro de la piel del otro y habían hecho el amor de todas las formas que una pareja creativa podía hacer.


—Así que no me vas a contar nada, ¿eh? —dijo ella.


—No.


—Entonces, espero que me ofrezcas algún tipo de compensación.


—¿En qué estás pensando?


Paula se inclinó hacia él y lo acarició.


—Oh, no lo sé... tal vez alguna gratificación mutua...


Pedro le habría parecido imposible después de los excesos de la noche, pero ya estaba excitado de nuevo. Sin embargo, no pensaba hacer nada al respecto.


—En realidad, quería hablar contigo de esa gratificación mutua —le dijo.


—¿Qué quieres decir?


—No puedo creer que esté diciendo esto, pero vamos a tener que pasar sin ello. Pensé que podría desconectar mi cerebro y vivir el momento, como me pediste, pero me equivoqué. No puedes tener sólo una parte de mí, princesa.


Ella se inclinó sobre él y lo miró.


—¿Ni siquiera esta parte?


Sí, definitivamente, Pedro estaba loco.


—Especialmente esta parte. No voy a estar dentro de ti hasta que me dejes entrar de verdad.


Paula lo besó en la boca.


—¿No podríamos dejar las bromas para más tarde?


—Paula, no estoy bromeando.


La sonrisa de Paula desapareció.



—No estás hablando en serio.


—Por supuesto que sí.


Ella se dejó caer en la cama.


—¿Y qué es lo que quieres?


—Tus palabras. Todas.


—No te entiendo.


Pedro se acercó a ella, le apartó un mechón de pelo de la mejilla y la besó en la frente.


—Has sido muy generosa con tu cuerpo, y no dudes ni por un segundo que no lo aprecio. Pero siento que aquí hay una especie de desconexión. Los dos sabemos cómo satisfacer al otro físicamente, pero en lo demás fracasamos. Quiero palabras de ti. Una verdadera comunicación.


—¿Palabras? —repitió ella—. Supongo que no te estás refiriendo a «O, cariño» o a «Qué bueno»


Pedro sonrió.


—Esperaba algo más profundo. Ya sabes, algo que me permita meterme un poco en tu vida.


—Muy bien, a ver qué te parece esto. Cuando tenía once años, le robé un helado a la señora Hawkins en su tienda. Cada vez que me mira, podría jurar que lo sabe.


—Eso es una vieja historia.


Ella suspiró con exasperación.


—Bien. El la universidad, mi primer novio se parecía mucho a ti, pero era mucho más agradable conmigo, así que le di mi virginidad.


Pedro le dio un beso en la base del cuello.


—Eso ha sido halagador en cierto sentido, pero no. Quiero saber por qué has venido a Sandy Bend.


—Para volverme loca a través de la frustración sexual.


—Paula, hasta que estés dispuesta a decirme qué está pasando contigo, yo no estaré dispuesto a repetir lo de esta noche. Así que, ¿qué decides?


Ella le puso las dos manos en el pecho y lo apartó. Salió de la cama y revolvió las sábanas hasta encontrar su camisón, que había quedado atrapado entre el edredón y la sábana superior. 


Se puso la arrugada prenda y le dedicó a Pedro una mirada de enfado.


—A ver si lo he entendido —le dijo—. ¿Vas a negarme el sexo hasta que te diga cuál es el gran y oscuro secreto que crees que te oculto ¿Qué tipo de manipulación es ésa? —recogió del suelo uno de los almohadones que se habían caído durante la noche y se lo tiró—. Estúpido.


Paula salió de la habitación y se metió en el cuarto de baño. Pedro la siguió. Ella se dio la vuelta y le dijo:
—¿Puedo tener algo de intimidad?


Él puso la mano en la puerta.


—Puedes tener toda la que quieras... cuando hayamos solucionado esto.


Paula salió del baño y él la siguió de nuevo. Una vez en la cocina, ella abrió la nevera. Pedro la observó mientras sacaba la mermelada de fresa y la dejaba en la encimera. Después sacó el pan de un armario y metió dos rebanadas en la tostadora.


¿Le estaba haciendo el desayuno? Pedro no sabía por qué aquel gesto se le fue directo al corazón, pero así fue.


—¿No se te ha ocurrido que no tengo ningún secreto? ¿Que estoy aquí exactamente por las razones que te he dicho?


—Ni por un segundo —contestó él—. Y, por cierto, ¿cuáles eran esas razones?


Era un truco sucio, pero funcionó. Paula se detuvo en seco.


—Yo... yo...


—¿Lo ves? Regla número uno: cuando quieras engañar a alguien, hazlo de forma sencilla. No te inventes historias.


Ella volvió a la nevera y sacó algunas uvas. 


Mientras las lavaba, dijo:
—¿Por qué no puedes dejar esto a un lado?


—Créeme, una parte de mí desearía hacerlo. No quiero que esto sea una manipulación, aunque parezca que lo sea. En dos, tres o los días que sean te habrás ido. Si esto sólo fuera sexo, simplemente lo pasaríamos bien y luego nos separaríamos. Pero para mí no es sólo sexo.


—¿De verdad? —las tostadas saltaron y ella las puso en un plato. Después sacó un cuchillo para la mantequilla de uno de los cajones.


—Creo que podemos tener más. Es lo que quiero y estoy bastante seguro de que tú también.


—Ya. ¿Y qué te hace pensar eso?


Él señaló las tostadas.


—Estás enfadada conmigo y, aun así, me estás preparando el desayuno.


Ella se miró la mano con la que estaba extendiendo la mantequilla.


—Es un simple reflejo —contestó con firmeza, y dejó el cuchillo a un lado.


—Si pensar eso te reconforta...


Paula puso el plato en la mesa de la cocina, junto a él dejó la mermelada y después tomó las uvas y empezó a comérselas.


—Lo que te estoy pidiendo es muy sencillo —dijo Pedro mientras comenzaba a desayunar—. Quiero que me incluyas. No quiero estar fuera, preguntándome qué pasa.


Paula dejó a un lado las uvas y puso las dos manos sobre la mesa.


—Muy bien, esto es lo que ocurre: tengo un problema en el trabajo. Hace unos días me sentí muy agobiada, así que me fui. Ahora que lo veo con algo de perspectiva, me doy cuenta de que no es nada que no pueda manejar. Sólo me va a llevar algún tiempo resolverlo.


Por lo menos no fingió que no estaba pasando nada, pero a Pedro no le gustó la forma en que lo dijo.


—¿Por qué no me hablas de ello? A veces otra opinión ayuda.


Pedro, esto es todo lo que puedo darte ahora. Yo no te he pedido que me des todos los detalles de tu vida. No sé cuántas novias has tenido o conquién te has acostado. No quiero saber nada de eso. Quiero que empecemos desde aquí y que disfrutemos el tiempo que vamos a pasar juntos.


—¿Y después, qué? ¿Mandarás una postal por Navidad durante unos años hasta que finalmente volvamos a perder el contacto?


—No lo sé, ¿de acuerdo? No entiendo por qué quieres evitar algo que nos da a los dos tanto placer.


—Porque el precio es demasiado alto para mí. Quiero que me quieras tanto como yo te quiero a ti.


Pedro, yo...


En el rostro de Paula se reflejaron claramente el arrepentimiento y el rechazo. Pedro se levantó de la mesa y de fue.


Era una buena idea, pero expresada de mala manera.




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