domingo, 1 de julio de 2018
LA TENTACION: CAPITULO 21
Paula dobló una esquina y entró en Main Street, perdida en sus pensamientos. Aún necesitaba quedarse un par de días, pero era horriblemente duro hacerlo cuando sabía que le estaba haciendo daño a alguien que significaba tanto para ella.
La noche anterior se le había pasado por la cabeza contárselo todo a Pedro. Que nada en su vida era tan bonito como parecía a primera vista. Que, después de todos sus esfuerzos para convertirse en una persona buena y con sentido común, había sido engañada durante más de dos años por una mujer a la que creía que conocía tan bien como a cualquiera de sus hermanos. Pero claro, tampoco tenía una gran relación con sus hermanos...
Pero Paula había mantenido la boca cerrada, y ahora se alegraba de haberlo hecho. Si encontraban alguna manera de continuar con su relación cuando ella regresara a Florida, no quería que fuera una relación de dependencia.
Quería continuar viviendo por su cuenta. Sólo cuando comprobara que podía enfrentarse a aquella crisis, le contaría todo lo que quería saber. Ni un momento antes.
Como necesitaba cafeína y compañía, Paula entró en Village Grounds. El sonido de las campanillas quedó amortiguado por un grito que salió de detrás del mostrador.
—¡No puedo creerlo!
Paula parpadeó, y se dio cuenta de que Lisa debía de estar agachada tras la barra.
—¿Te estás escondiendo? —preguntó mientras se acercaba.
Lisa se incorporó. Llevaba un trapo empapado en una mano.
—Estoy limpiando una bomba de leche. Esta vez he perdido casi cinco litros de leche desnatada. Y hace una hora tiré al suelo una bandeja llena de magdalenas. Soy un desastre —se giró y tiró el trapo en un pequeño fregadero.
—¿Qué te pasa?
La risa de Lisa casi rayó la histeria. Siguió limpiando mientras hablaba.
—Mi boda es dentro de tres días y aún no he hecho la última prueba del vestido. Mi madre sigue empeñada en transformar mi celebración en una de esas recepciones cursis. Y una de las chicas a las que había contratado para que me ayudara este verano me ha dejado una nota esta mañana diciendo que había decidido irse a Alaska... ¡ahora!
—¿Por qué no cierras por unos días?
Lisa suspiró.
—Es tentador, pero si lo hago, perderé a mis clientes habituales —enjuagó el trapo y se lavó las manos—. Aquí la gente crea hábitos. Si les cambias su rutina, no te lo perdonan. Y he trabajado tanto para conseguir clientes habituales, que ahora no quiero perderlos.
—Es comprensible. Hay que vivir de algo.
Paula lo sabía muy bien. Y tal vez perdiera todo su trabajo si el desastre que había hecho Roxana no se solucionaba. Se sintió identificada con Lisa y le hizo una oferta que habría resultado impensable la última vez que había estado en Sandy Bend.
—Muy bien, ¿qué necesitas que haga? —le preguntó, mientras se ponía a su lado, tras el mostrador—. Si vengo algunas horas al día durante esta semana, ¿te ayudaría en algo?
—¿Harías eso por mí?
—¿Por qué no?
Lisa estaba realmente sorprendida.
—Éste no es un trabajo fácil. A veces no hay nada que hacer y otras veces nos agobiamos. Estarás sola y... —se detuvo y se rió de nuevo, pero al menos esa vez no fue una risa histérica—. Me estás ofreciendo ayuda y yo me pongo a discutir contigo. De acuerdo... ¿Has hecho alguna vez un expreso o has usado una caja registradora?
—No, pero me puedes enseñar. De verdad que me gustaría ayudarte —dar un paso positivo, aunque no estuviera relacionado directamente con sus problemas, tenía que ser algo bueno.
—Muy bien. ¿Tienes tiempo ahora? —le preguntó Lisa.
—Claro —lo único que había pensado hacer era otra sesión con el ordenador de Pedro, pero aún no estaba lista para regresar a la escena de la matanza emocional de aquella mañana.
Lisa le tendió un delantal.
—Ponte esto y te enseñaré a hacer café al estilo de Sandy Bend.
Paula ahogó un suspiro. Si alguien pudiera enseñarle a seducir al estilo de Pedro Alfonso...
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