domingo, 1 de julio de 2018

LA TENTACION: CAPITULO 23





—Un café moca en vaso grande con leche —repitió Paula cuando le puso el recipiente al cliente. La recompensa por hacerlo bien fueron unas monedas en el bote, en el que podía leerse Para la luna de miel—. Gracias —le dijo Paula a la adolescente cuando ésta se fue.


Después de una hora bajo la supervisión de Lisa, Paula había sido declarada apta para trabajar por su cuenta. De todas formas, no iba a estar sola mucho tiempo, ya que Lisa le había prometido que volvería en cuanto le hiciera una visita a la encargada del cátering para pedirle que olvidara la sugerencia de su madre de poner porciones de mantequilla con forma de corazón.


Entre el desayuno y el almuerzo hubo menos afluencia de clientes en la cafetería y Paula aprovechó para comprobar los mensajes de su móvil. Encontró uno de Claudio, a quien había querido llamar para darle la información que había encontrado en su búsqueda.


Lo llamó e inmediatamente dio con él. No tenía ninguna novedad sobre el paradero de Roxana, aunque estaba siguiendo una pista que confirmaría al día siguiente. Paula se puso a limpiar algunas mesas mientras escuchaba a Claudio, que le estaba haciendo un breve resumen de lo que había descubierto.


—Después hablé con uno de mis contactos en St. Louis —estaba diciendo Claudio—, y...


—¿St. Louis? —lo interrumpió Paula—. ¿Por qué St. Louis?


—Porque Roxana es de allí.


—No, me dijo que había crecido en California... en St. Helena, en Napa Valley. Su padre es un gran hacendado. Tiene incluso un hotel y un balneario —volvió a ponerse detrás del mostrador, como si el pequeño espacio le diera algo más de seguridad.


—Para nada. Su padre trabaja en una planta empaquetadora de carne.


Durante unos segundos, Paula se quedó sin palabras. Entonces sonaron las campanillas de la puerta, indicándole que había entrado un cliente. Estaba a punto de levantar un dedo en un gesto de «espera un momento» cuando se dio cuenta de que era Pedro. Sintiéndose como una delincuente, le dio la espalda y se alejó de él todo lo posible para que no la oyera.


—Entonces, ¿se puede decir que no es independiente económicamente? —le preguntó a Claudio en voz baja.


—Se puede decir que está endeudada hasta las cejas —le contestó él.


—Ahora tengo que colgar, pero necesito que compruebes algo. Entré en el e-mail de Roxana y encontré algunos nombres de clientes que no tienen mucho sentido. ¿Puedo dártelos después?


—Claro. Y, Paula, si ves algún movimiento fuera de lo normal harías bien en congelar todas tus cuentas.


—No puedo. Normalmente Roxana... —vio que Pedro la estaba mirando y no terminó la frase—. Las comprobaré esta tarde —le dijo a Claudio—. Te llamo después.


Se guardó el móvil en el bolso y se giró para mirar a Pedro.


—Así que no estaba alucinando cuando te vi desde fuera. ¿Dónde está Lisa?


—Tenía algunos problemas con la organización de la boda, y yo me ofrecí a relevarla para que pueda casarse el sábado sin volverse loca.


—Es verdad... el sábado —dijo Pedro—. ¿Vendrás a la boda conmigo?


Paula no había esperado esa propuesta. De hecho, al verlo aparecer por la puerta, había pensado que iba a decirle que se fuera de su casa.


—Si quieres que vaya.


—Si no quisiera, no te lo habría pedido.


—¿Te pongo algo? —preguntó Paula, deseando cambiar de tema.


—¿Qué tal un café solo? Y una de las galletas de chocolate de Lisa. Estoy de celebración.


—¿Qué celebras? —preguntó Paula automáticamente mientras le servía el café.


—Me han dicho que me van a dar una fantástica carta de recomendación de un juez federal con el que hice las prácticas el verano pasado.


—¿De verdad? ¡Es fantástico! —le tendió el café, después puso la galleta en un platito y se lo acercó por encima del mostrador.


Pedro tomó un sorbo de café y dijo:
—La carta es sólo el comienzo. Hay un montón de abogados por ahí. Cualquier cosa que me haga destacar, me ayudará.


—Seguro que destacas —dijo Paula, totalmente convencida—. ¿Qué rama del Derecho quieres practicar?


—Me gustaría ser fiscal federal, pero necesitaré al menos dos años de prácticas antes de conseguir un trabajo como ése.


Sus manos se rozaron cuando él le tendió unos billetes. Ella intentó disimular el estremecimiento que la recorrió con el contacto.


—¿Es un trabajo difícil de conseguir? —preguntó Paula, con la voz algo más ronca de lo normal. El asintió con la cabeza.


—Puede serlo. Hay mucha gente que opta a muy pocos puestos. Pero tengo la sensación de que puedo hacerlo bien.


Entraron dos clientas y, después de saludar a las mujeres por su nombre, Pedro se sentó a una mesa para que Paula pudiera atenderlas. 


Cuando terminó, regresó junto a ella.


—¿Y tú? —le preguntó—. ¿Te ves vendiendo casas de lujo el resto de tu vida?


—Por lo menos, durante un largo periodo de tiempo. Me siento como si hubiera echado a perder un montón de años simplemente intentando madurar.


A Paula le dio un vuelco el corazón. No podía creer que le hubiera dicho eso a Pedro. Tal vez fuera un paso en la dirección correcta, pero no quería mostrarle más de sí misma a un hombre que ya había visto demasiado de su lado malo.


Él se rió.


—Ni siquiera tienes treinta años. ¿Cuántos años has echado a perder?


—Algunos días me parece que, por lo menos, media vida.


Pedro le tomó la mano.


—No seas tan dura contigo misma, princesa. Conozco a gente que tiene más se setenta años y que aún no ha madurado.


Ella sonrió.


—Entonces, tengo otros cincuenta años para conseguirlo.


—¿Lo ves, princesa? —dijo Pedro—. Estamos hablando y aún hemos sobrevivido. No pierdas la esperanza en nosotros todavía —se llevó su mano a los labios y le besó el interior de la muñeca—. Démosles algo de qué hablar —dijo, haciendo un gesto con la cabeza hacia las dos mujeres, que se habían sentado a una mesa.


—Entonces, hagámoslo bien.


Fue un beso inmensamente tierno, que a Paula le supo a todo lo que aún no era capaz de tener: amor, compromiso y un futuro por delante. 


Cuando las campanillas de la puerta sonaron de nuevo, ella se apartó de mala gana por perder el momento.


—Buenos días —le dijo Pedro a su cuñada, Dana, que acababa de entrar.


—Buenos e interesantes —respondió Dana, mirándolos—. ¿Qué tal un chocolate con leche en vaso grande? —le dijo a Paula, que en ese momento estaba más que encantada de hacer algo.


Pedro le estaba diciendo algo a Dana pero mantenía la voz baja, y Paula no pudo escucharlo. 


Y cuando la máquina de café comenzó a silbar, dio la batalla por perdida. Cuando terminó de preparar la bebida, Pedro estaba a punto de marcharse.


—Esta noche cocino yo —le dijo mientras se dirigía a la puerta.


Paula se limitó a decirle «hasta luego» y luego se obligó a concentrar toda su atención en Dana.


—Me has ahorrado algo de trabajo al estar aquí —le dijo Dana—, porque después iba a ir a buscarte para preguntarte si podemos empezar de nuevo.


—¿Por alguna razón en particular?


Dana tomó un sorbo de su bebida y asintió con satisfacción.


Pedro y tú vais a hacer lo que queráis, así que he decidido que será mejor que no me entrometa. Así que, ¿qué dices? ¿Lo intentamos de nuevo? Te debo una explicación por el comportamiento que tuve contigo el otro día.


—Estoy acostumbrada a que me traten así —dijo Paula.


—¿Te ha hablado Pedro del accidente que tuvo en noviembre?


—He visto la cicatriz.


Dana arqueó ligeramente las cejas.


—¿También te ha dicho que casi lo perdemos?


A Paula le dio un vuelco el corazón.


—No, sólo me habló de una infección secundaria.


—Era resistente a los antibióticos, y además empezó a desarrollar neumonía. Nos asustó de verdad, y yo me volví muy maternal con él. No había otra persona que lo hiciera, ya sabes. Creo que se ha cansado de tener una mamá más joven que él, pero no puedo evitarlo.


—Pero ahora está bien —dijo Paula, sólo para oír la confirmación de sus propias palabras.


—Sí, pero ha cambiado. Pedro solía tomarse la vida con más calma. No sé si es porque estuvo a punto de morir o porque está madurando, pero ahora toma directamente lo que quiere —dijo Dana.


—Me he dado cuenta.


—Me he sorprendido mucho al ver que te besaba. Eres la única persona a la que lo he visto mirar de esa manera.


—¿De qué manera?


—Como si quisiera un compromiso contigo —respondió Dana, y le echó un vistazo al reloj de la pared—. Tengó que volver al trabajo. Dile a Pedro que he dicho que te lleve a cenar el sábado. Aún estarás aquí, ¿verdad?


—Sí —respondió. Y añadió, cuando Dana ya se hubo marchado—. Estaré aquí, perdida en mitad del purgatorio.


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