martes, 22 de mayo de 2018

BAJO OTRA IDENTIDAD: CAPITULO 32




Carolina aún no había llamado por teléfono a las ocho de la tarde, así que Paula descolgó el auricular y llamó a la casa de los Alfonso. Pero Carolina estuvo distante y fría, y no quiso que fuera a visitarla.


—No necesito una niñera —espetó la joven, con sarcasmo, antes de colgarle el teléfono.


Y ahora, a las diez y media, Paula tomaba un té, sentada, mientras intentaba librarse de la sospecha de que algo no andaba bien. Carolina no sólo había estado grosera con ella; además, parecía nerviosa, como si planeara hacer algo cuando su hermano estuviera lejos de casa.


Se dejó llevar por un impulso, descolgó el teléfono y volvió a marcar un número que había memorizado semanas atrás.


—¿Dígame? —preguntó Valeria Alfonso.


—¿Señora Alfonso? Hola, soy Sabrina Davis. ¿Podría hablar con Carolina, por favor?


—Probablemente estará dormida. Yo, al menos, lo estaba.


—Siento llamar tan tarde, pero es algo importante. Le agradecería mucho que fuera a buscarla.


—De acuerdo. Espera un momento.


Paula esperó y miró hacia el reloj de la cocina. Sentía curiosidad por saber cómo habría ido la reunión de Pedro con el agente de Los Angeles. Suponía que en aquel momento estarían tomando algo en un bar, limando cualquier posible aspereza con unas copas.


Segundos más tarde volvió a oír la voz de Valeria.


—No está en su dormitorio —dijo, tensa.


—¿Ha mirado en el resto de la casa?


—Sí, claro que sí. Ni siquiera ha deshecho la cama. Seguro que se ha fugado, probablemente con ese chico, aunque su hermano le prohibió que lo viera.


Bruce Logan, no podía ser otro. Además, Paula sabía que aquella noche daba una fiesta en su casa, aprovechando que sus padres habían salido.


—Si Pedro estuviera en casa... —continuó la mujer—. Él sabría que hacer.


—Señora Alfonso, ¿tiene el número de teléfono de Bruce, o su dirección?


—¿El número de ese chico horrible? ¿Cómo quieres que lo tenga?


—Es posible que Carolina se encuentre en su casa. De todas formas, buscaré su dirección e iré a buscarla. Mientras tanto, llame a sus amigos por si está con alguno de ellos. ¿Tiene un bolígrafo a mano?


—¿Un bolígrafo? Sí, espera un momento.


Paula le dio el número de su teléfono móvil y añadió:
—Si la encuentra, o si averigua su paradero, llámeme. Si yo la encuentro antes, la llamaré.


—Sabrina, ¿sabes algo que no me hayas contado? ¿Es que Carolina está en peligro?


Paula pensaba que lo estaba, pero no dijo nada.


—No, seguro que está perfectamente. Pero a veces las fiestas se van de las manos y los vecinos llaman a la policía. Aún es pronto. Si está allí, hablaré con ella y la llevaré a casa.


—Es terrible que Pedro no esté en casa. Seguro que tiene los números de teléfono de los amigos de Carolina en alguna parte.


—Señora Alfonso, su hijo no puede ayudarla todo el tiempo —declaró ella—. Tiene que actuar por su cuenta. Y por favor, llámeme si averigua algo. Hasta luego.


Paula sabía que había sido bastante grosera con la madre de Pedro, pero no tenía ni tiempo ni ganas para actuar de otro modo. Sabía que Valeria padecía una depresión crónica, pero también sabía que recibía el tratamiento adecuado y que podía reaccionar y salir del bache, tal y como habían hecho otras personas en su situación. Por otra parte, encontrar a Carolina era lo más importante en aquel momento.


Paula llamó a Eliana. Su joven amiga tenía la dirección de Bruce, así que se la dio; Eliana insistió en acompañarla, y como Paula no quiso, se empeñó en que la llamara más tarde para asegurarse de que se encontraba bien.


Paula tomó su teléfono móvil y entró en el coche de la señora Kaiser. Después, salió de la propiedad y se dirigió a casa de Bruce.


No tenía ganas, ni mucho menos, de ir a una fiesta.



BAJO OTRA IDENTIDAD: CAPITULO 31




Al viernes siguiente, la agitación de Paula se había convertido en una intensa e irreductible angustia, de la que no podía escapar.


Estaba en una clase, pero no era capaz de concentrarse en lo que hacía. Miró a su alrededor para ver si Fred podía ayudarla, pero estaba concentrado trabajando con un ordenador, así que no tenía más remedio que seguir sola. La señora Dent había dicho que era un trabajo muy fácil, pero en aquel estado no había trabajo fácil par ella.


No podía concentrarse en un trabajo del instituto cuando sabía que su mejor amiga lo estaba pasando mal por su culpa, cuando sabía que le había infligido un dolor insoportable. Debía haberle confesado que amaba a Pedro; de ese modo, no se habría sorprendido tanto al verlos. Pero no lo había hecho, y ya no tenía remedio.


—Dios mío...


—¿Sabrina? —preguntó la señora Dent—. No habrás roto otra aguja, ¿verdad?


—No, no he roto nada más.


—Menos mal. Bueno, estaré en la cocina si me necesitas para algo. Y si tienes algún problema, pide ayuda a algún compañero.


—Gracias, lo haré.


Paula siguió con lo que se suponía que debía hacer. Aquel día estaban utilizando las máquinas de coser, pero Paula era tan mala costurera como cocinera.


Una vez más, pensó en el incidente con Donna.


Donna se había recobrado con rapidez, y ordenó a la mujer de la limpieza que se marchara, no sin antes asegurarle que se tomarían las medidas disciplinarias adecuadas.


Pero no había hecho nada desde entonces. Nada de nada. 


No le había dirigido la palabra en toda la semana, y evitaba mirarla. Ni siquiera había llamado a la casa para asegurarse de que se encontraba bien, y Paula echaba de menos su amistad.


En cuanto a Pedro, se había escondido detrás de sus normas y de sus manías como si pudieran protegerlo de algún modo, como si no hubieran hecho nada en aquel cuarto.


No podía decir que se estuviera comportando de un modo grosero con ella. Se había limitado a alejarse, y tenía la impresión de que creía que estaba esperando que le propusiera el matrimonio o algo así. Pero era una mujer madura, perfectamente responsable de su comportamiento sexual. Había hecho aquello porque quería hacerlo, y se dijo que no tenía que responder, de ningún modo, al código moral de Pedro.


Estaba tan enfadada que perdió la concentración con la máquina de coser y el hilo se enredó en la tela. Acababa de cargarse otra aguja.


—¡Odio esta maldita máquina! —exclamó.


Sus compañeros la miraron con asombro. Resultaba evidente que Sabrina estaba a punto de sufrir una crisis de histeria, así que Carolina se levantó de su asiento y se acercó.


—Un mal día, ¿eh? Anda, toma esto, te vendrá bien.


Carolina dejó un objeto en la palma de la mano de Paula. Por un momento, pensó que se trataría de alguna droga. 


Pero no era así. Sólo era otra aguja para la máquina.


—Gracias, Carolina, te debo una.


Paula no quería pedirle otra aguja a la señora Kent, porque no quería batir todas las marcas de estudiantes inútiles en corte y confección. No, si tenía que batir alguna marca, lo haría con algo más retorcido, como hacerse pasar por una estudiante de bachillerato años después de haber terminado la carrera. Definitivamente, era mucho más interesante.


—¿Quieres que te cuente algo divertido? —preguntó Carolina—. ¿Te acuerdas del examen de álgebra que tenía?


Paula asintió.


—Pues bien, he sacado un notable.


—¿En serio? Vaya, eso es magnífico. Sabía que podías conseguirlo... ¿se lo has contado a tu madre y a tu hermano?


—Sí se lo dije, y sólo conseguí un discurso sobre lo buen estudiante que era Pedro cuando estaba en la universidad. Y añadió que ya que no quería ir a la universidad, lo mínimo que puedo hacer es aplicarme ahora en mis estudios.


Paula pensó que podría haber asesinado a aquella mujer. 


Valeria Alfonso no parecía ser consciente de que comparar a una persona con otra era de mal gusto, y de que cada comparación empujaba a Carolina a rebelarse contra ella. 


De hecho, rebelarse era lo único que podía hacer para demostrar que podía ser mejor y más fuerte que su hermano.


—Sé que es muy duro para ti, pero intenta que no te afecte demasiado. Estoy segura de que tu madre tiene buena intención. Dijiste que intentó encontrar trabajo cuando tu padre murió, pero que no logró ninguno por falta de estudios. Es posible que no quiera que te pase lo mismo.


—Buena teoría. Pero tiene un problema.


—¿Cuál?


—Que no fue mi madre quien lo dijo, sino Pedro.


Paula miró a la joven con asombro.


—No me parece propio de Alfonso—dijo.


—No, no lo es, pero está muy nervioso porque esta noche tiene una reunión con... bueno, da igual. El caso es que se ha pasado los últimos días gritando por cualquier cosa, como si tuviera una cita con el presidente.


Paula no dijo nada, pero sospechó que su nerviosismo se debía, sobre todo, al incidente en el cuarto de limpieza.


—Sea como sea, se metió conmigo. Y esta vez, por sacar un notable. Pero no es mi padre, Sabrina, no es mi padre y no puede decirme lo que tengo y lo que no tengo que hacer. Me volveré loca si tengo que seguir en esa casa, observando a mi madre mientras lee revistas o cocina. Estoy deseando ser mayor de edad para aprender a conducir y marcharme a donde quiera, no sé, lejos de casa.


—No le des tanta importancia, Carolina. Si tu hermano estaba nervioso por algo, olvídate del tema de momento y vuelve a planteárselo más tarde. Estoy segura de que será mucho más razonable cuando esté relajado.


—No. Hablar con Pedro no es posible. No se habla con él; él te habla a ti. ¡Te aseguro que lo odio!


El resto de sus compañeros se volvieron para mirarlas, Fred incluido. Estaba muy concentrado con el ordenador, pero ninguna concentración podía resistir el numerito que estaban montando. Fred se levantó, pero Paula lo miró y negó con la cabeza, a modo de advertencia. De modo que el chico frunció el ceño y siguió a lo suyo.


Paula puso una mano sobre uno de los hombros de Carolina, para intentar animarla.


—Mira, sé que tu posición es muy complicada. Llámame esta noche y ya se nos ocurrirá algo. Pero prométeme que no harás ninguna tontería antes de que hablemos.


Carolina se levantó de súbito y se apartó de ella, mirándola con recriminación.


—¿Es que tú también crees que soy estúpida? Yo te diré lo único que es realmente estúpido. Lo único estúpido es malgastar la vida con tonterías cuando podría estar divirtiéndome. Pensé que lo entenderías.


—Carolina...


—Sigue cosiendo, pero esta vez intenta coser en línea recta —espetó la chica, mirando la máquina—. Pareces una chica con mucho aplomo, de modo que no debería resultarte demasiado complicado.


Carolina se dio la vuelta y se alejó.


Paula miró el trozo de tela que tenía en la máquina y pensó que su vida era muy parecida. Algo arrugado, frágil, mal hecho y confuso. Cuando llegó al instituto pensó que podría divertirse un poco, revivir una fase de su vida contando con la experiencia de los años. Pero en lugar de eso había desarrollado un intenso afecto por un grupo de chicos muy notables, que podrían hacer lo que quisieran con un poco más de confianza y de experiencia. La experiencia llegaría con el tiempo, pero ella podía ayudarlos con la confianza.


En aquel momento pensó que debía redoblar sus esfuerzos. 


De algún modo, podía ayudar a aquellos chicos; y la posibilidad resultaba muy excitante. Se concentraría en Carolina, en Eliana, en Fred y en los otros y así no tendría que pensar en Pedro.


Paula ajustó el trozo de tela negra, cambió la aguja y siguió cosiendo, más decidida que nunca.




BAJO OTRA IDENTIDAD: CAPITULO 30





Paula lo miró a los ojos y esperó el beso. 


Pensaba que sería algo violento y apasionado, pero el primer contacto de sus labios fue dulce, sutil, sensual, apenas una caricia de piel contra piel.


La joven cerró los ojos y puso las manos en los hombros del profesor. El placer que sentía era, sencillamente, indescriptible. Y Pedro siguió besándola con delicadeza, como si tuviera la paciencia y el cuidado de un científico en su laboratorio. Sin embargo, Paula podía notar la tensión de su cuerpo y sabía que no estaba precisamente relajado.


Todos sus músculos estaban en tensión, en una prueba evidente de que no se había equivocado a la hora de juzgar sus sentimientos. Y además, podía sentir su erección.


Paula pasó los dedos por el cabello de Pedro y comenzó a acariciarlo. Segundos más tarde, el beso se hizo mucho más apasionado y salvaje. Nunca había experimentado nada tan intenso, tan cálido. Era excitante y natural, avasallador y absoluto. Estaba tan excitada que se frotó contra él. Pedro puso las manos en su trasero y la levantó del suelo. Paula dejó de besarlo por un momento y lo miró; estaban a punto de llegar más lejos, pero no sabía a dónde.


Entonces, Pedro se inclinó sobre ella y besó sus senos por encima del vestido. Paula deseó que le hiciera el amor en aquel momento, en aquel mismo lugar.


—Sabía que sería algo muy intenso —dijo él.


Pedro la posó sobre unas cajas, y ella cerró las piernas alrededor de su cadera. Estaban a punto de hacerlo en una habitación del instituto, pero no le importaba en absoluto.


—Paula, Paula... he intentado alejarme de ti, pero no lo he conseguido. Dime que estás enamorada de ese Marcos y no volveré a molestarte.


—No estoy enamorada de Marcos —murmuró—. Nunca estuve enamorada de él.


—Eres tan suave, tan increíblemente suave...


Pedro metió una mano por debajo de la falda del vestido y comenzó a acariciar sus muslos. Paula pensó que se moriría si se detenía entonces.


—Eres tan valiente, tan apasionada y tan... oh, Paula... y estás tan húmeda...


El profesor introdujo un dedo entre sus piernas, y Paula se aferró a la camisa de Pedro, apretando con fuerza la tela de algodón para besarlo. Lo hizo con toda la pasión de la que era capaz, con desesperación, devorándolo con la boca mientras él la masturbaba. No dejó de besarlo ni siquiera cuando alcanzó el clímax.


En realidad habría estado besándolo hasta el fin de sus días si Pedro no se hubiera apartado de ella de repente. 


Lamentablemente, había tenido buenas razones para ello.


Paula miró hacia atrás y se sorprendió. Una mujer de la limpieza acababa de abrir la puerta de la habitación y los había descubierto. Pero no fue su gesto de horror lo que más llamó la atención de Paula, por terrible que fuera. Fue el brillo de unos ojos azules, de los ojos de otra mujer que estaba a su lado, y que parecían acusarla de una terrible traición.


En aquel momento, supo que Donna acababa de borrarla de su lista de amigas.




lunes, 21 de mayo de 2018

BAJO OTRA IDENTIDAD: CAPITULO 29





Al día siguiente, Paula abrió su taquilla, se puso una chaqueta y se dirigió a la reunión del comité de festejos. Era a las tres y media en el comedor.


El comité estaba formado por quinceañeros que se dedicarían a discutir sobre decoración, refrescos, música y cosas por el estilo, y la perspectiva le resultaba bastante agradable. Resultaba muy refrescante, y se sintió en deuda con Donna por haberle permitido que regresara a su juventud.


Se le ocurrió pensar que pondría su nombre a la primera hija que tuviera, pero enseguida se dijo que no esperaba tener hijos pronto. Marcos ya no era un horizonte en su vida. Si conseguía sobrevivir, hablaría con él en cuanto regresara a Dallas.


Antes de contemplar el asesinato de Merrit, nunca había pensado en la posibilidad de tener hijos. Pensaba que no tenía tiempo para ser una buena madre, y no quería cometer los errores que habían cometido sus padres. Marcos estaba de acuerdo, y ésa había sido una de las razones añadidas para plantear un matrimonio de conveniencia.


En cualquier caso, encontrar al hombre adecuado no resultaba nada fácil. Nunca había conocido a ninguno que la satisficiera; al menos, a ninguno que estuviera soltero. Hasta que conoció a Pedro. Estaba segura de que Pedro sería un excelente padre, y un marido igualmente maravilloso.


En aquel momento, se detuvo. Acababa de tener una terrible sospecha. Cabía la posibilidad de que estuviera enamorada de él.


Se dijo que sólo era deseo, pero había deseado a otros hombres a lo largo de su vida y no cabía ninguna comparación. La diferencia entre ellos y Pedro era evidente. 


La diferencia estribaba en que se había enamorado del profesor, pero no sabía qué hacer.


La noche anterior había hablado con Donna. Le había contado que los chicos decían que mantenía una relación con Pedro, y que alguien había dicho que lo había visto salir de su casa a las tres de la madrugada. Donna dijo que no le habría importado que fuera cierto, pero que no era así. Su amiga le confesó que estaba enamorada de él, pero también dijo que Pedro no sentía lo mismo por ella.


Así que tenía el campo libre, y eso la obligaba a tomar una decisión muy difícil. Tenía que decirle a Pedro lo que sentía. 


Era la única solución. De ese modo, no se rendiría sin luchar.


No se alejaría de él sin saber lo que habría podido pasar de haber tenido la valentía necesaria para confesar su amor.


Justo entonces miró a su alrededor y vio que el pasillo estaba casi vacío. Si no se daba prisa, llegaría tarde.


Cuando llego al comedor, contó a los presentes. Siete chicas y cinco chicos. Entre ellos se encontraban Wendy, Jessica y Tony. También reconoció a los demás, aunque no recordaba sus nombres.


Donna presidía la mesa, y tenía una carpeta entre las manos. Cuando la vio, sonrió.


—Vaya, ya has llegado. Estaba a punto de borrarte de mi lista de voluntarios —declaró, antes de volverse a los demás—.Para los que no la conozcáis, me gustaría presentaros a Sabrina Davis. La he invitado a unirse al comité porque su anterior instituto hace unas fiestas magníficas. Pero siéntate, Sabrina. Estábamos hablando sobre el tema a elegir.


Todos los presentes miraron a Paula, que se quitó la chaqueta y se sentó. En su carrera profesional había hecho multitud de presentaciones y conferencias de prensa. Pero estaba convencida de que ningún auditorio era más complicado que un grupo de jóvenes.


—Bueno —dijo Donna—, primero escucharé vuestras propuestas y luego decidiremos. Catherine, ¿por qué no empiezas tú?


—¿Tengo que empezar yo? ¿No podría hablar más tarde?


Donna asintió.


—Por supuesto, no hay ningún problema. ¿Y tú qué dices, Russ? ¿Tienes alguna idea?


—No, la verdad es que no.


—Sería la primera vez que tuviera una idea —murmuró Wendy.


Donna decidió intervenir.


—Os advierto que estoy dispuesta a echar de la reunión a cualquiera que no se comporte como es debido. No te preocupes, Russ, esto no es un examen. Si se te ocurre algo más tarde, dínoslo. ¿Y tú, Kevin, tienes alguna idea?


Kevin bajó la mirada, avergonzado.


Donna sonrió y dijo:
—Bueno, alguien tiene que empezar. Si todos os mantenéis en silencio no llegaremos a ninguna parte.


—Es cierto, tienes razón —dijo Jesica—. Vamos, Kevin, piensa un poco.


Dos días antes, Jesica no se habría atrevido a abrir la boca. 


Y Paula sintió cierto orgullo por la nueva actitud de la joven.


—Ya tuvo que hablar la niña mimada de los profesores —espetó Wendy.


—¿Sabes una cosa, Wendy? Estoy realmente cansada de que intentes ridiculizar a todos los demás. Deja de comportarte de ese modo y empieza a hacerlo con cierta madurez.


Wendy cerró la boca, y varios chicos sonrieron.


—De acuerdo, tengo una idea —empezó a decir Kevin—. El año pasado hicimos una fiesta temática en plan nostálgico, con máquinas de discos y cosas así. De modo que este año podríamos hacer lo opuesto. Una fiesta futurista.


—Buena idea, Kevin. La apuntaré —dijo Donna—. ¿Y tú, Heather, tienes algo que decir?


—El año pasado empecé a hacer submarinismo, y os aseguro que estar bajo el agua es un experiencia increíble. Creo que podríamos utilizar el tema del mar como elemento central de la fiesta.


—Excelente —dijo Donna—. Ya lo he apuntado. ¿Más sugerencias?


En general, las chicas se decantaron por los temas románticos y los chicos por cosas más activas. La idea de Wendy no despertó demasiadas simpatías entre los presentes, y al final le tocó el turno a Paula.


—Creo que podríamos hacer una fiesta mágica. Una fiesta sobre la magia. Es un tema que da mucho de sí.


Paula lo sabía porque había organizado varias funciones benéficas, con magos, en Dallas. Y los resultados habían sido excelentes.


Pasaron la hora siguiente discutiendo sobre la fiesta. Al final, aprobaron por unanimidad que contratar a un mago podía ser un complemento excelente al habitual grupo de música.


Después, decidieron que se reunirían todas las semanas, en el mismo sitio y a la misma hora, para discutir los detalles.


Cuando la reunión terminó, todos estaban de buen humor. 


Todos, excepto Wendy. La reina había perdido el trono, y no le había hecho demasiada gracia. Paula no tenía intención de interponerse en su camino, pero los hechos se habían empeñado en lo contrario.


—Sabrina, espera —dijo Donna, antes de que se marchara—, quería darte las gracias por habernos ayudado. ¿Quieres que te lleve a casa? Nadie pensará nada raro si te llevo a casa después de la reunión. Hace mucho frío, y me sentiría culpable si fueras andando.


Paula no quería acompañarla. Viajar con ella significaba hablar sobre Pedro, y no era un tema que quisiera tratar en aquel momento.


—No te preocupes. Me apetece dar un paseo, en serio. Necesito un poco de ejercicio.


Donna frunció el ceño y suspiró.
—Al menos podías utilizar el coche de mi abuela los días de lluvia. No lo usa nunca, y sólo sirve para acumular polvo. Además, no creo que sea muy conveniente que vayas andando por ahí.


—De acuerdo. La próxima vez que llueva tomaré el coche. Pero me temo que va a llamar la atención.


El coche de la señora Kaiser era muy lujoso, demasiado para un instituto.


—Sí, supongo que es cierto —dijo Donna, sonriendo—. En fin, ve a dar tu paseo. Te llamaré esta noche.


—Estaré en casa.


Paula se despidió de su amiga con un gesto de mano y se dirigió a la salida del instituto. La reunión había sido muy larga y ahora tendría que apresurarse si quería llegar a casa antes de que anocheciera.


A unos cuantos metros de distancia caminaban Wendy y Tony, que iban de la mano. Tony se inclinó sobre la joven para besarla, pero la joven salió corriendo, para jugar, y su acompañante la persiguió de buena gana. Poco después, desaparecieron en un pasillo lateral.


Paula se había detenido sin darse cuenta. Se sentía sola, más sola que nunca. Oyó que alguien cerraba una taquilla en alguna parte del edificio, y que alguien estaba limpiando los suelos con una aspiradora, en una de las clases vacías. 


Siguió caminando, lentamente, pero en seguida sintió la necesidad de salir de allí, de respirar un poco de aire puro. 


Sentía deseos de gritar.


Había acelerado tanto que al llegar al siguiente pasillo tropezó con un hombre. Automáticamente pensó en Bruce, pero era Pedro.


—¡Pedro! —dijo, con ansiedad.


—Tranquilízate. Sí, soy yo. ¿Te he hecho daño?


—No, en absoluto. No estaba mirando y me he tropezado contigo. ¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó.


—Esperarte a que salieras de la reunión. Tengo algo que decirte.


—Muy bien, te escucho —dijo, ligeramente asustada.


—Hace un rato he comprobado mi correo en la sala de profesores, y había un mensaje nuevo que...


Pedro no terminó la frase, porque en aquel momento oyeron voces que se acercaban.


—Serán el resto de los chicos que han asistido a la reunión —dijo ella.


Pedro echó un vistazo a su alrededor, la tomó de la mano y la llevó a una habitación. En realidad era una sala pequeña que utilizaban para almacenar objetos de limpieza. Entraron en ella y Pedro cerró la puerta.


—Cuando se cierra, no se puede abrir desde afuera. Pero se puede abrir desde dentro —declaró Pedro.


Acto seguido, puso un dedo sobre los labios de Paula para que no dijera nada. Pero no era necesario, porque Paula no habría sido capaz de hablar.


Mientras tres o cuatro alumnos pasaban por delante de la puerta, ella miró a Pedro con los ojos de una mujer enamorada. Su pelo oscuro estaba algo revuelto; tenía una nariz bastante grande, pero recta y noble; y su mandíbula era cuadrada, autoritaria y muy masculina, sobre todo cuando tenía barba de dos días, como entonces.


Habría dado cualquier cosa por tocarlo, por acariciar su cabello, su cara y su boca. De hecho, deseaba besarlo con tantas fuerzas que alzó la cabeza. Pedro lo notó y bajó la mirada.


Acababa de descubrirla mientras lo observaba con admiración, y por si fuera poco no podía alejarse de él. El aire se cargó de tensión y su respiración se aceleró de inmediato. Sin poder hacer nada, notó que el color de los ojos de Pedro cambiaba del marrón al verde.


Sólo podía hacer una cosa. Interesarse por lo que Pedro quería decirle.


—Yo... ¿qué querías contarme, Pedro? has dicho que había un mensaje en tu correo.


Pedro tardó unos segundos en responder, como si estuviera pensando en otra cosa.


—Ah, sí. Era un mensaje de Irving Greenbloom. Quería que me pusiera en contacto con él tan pronto como me fuera posible, así que lo llamé por teléfono desde la sala de profesores. Dos productoras están interesadas en mi guión, e Irving va a ir a Houston el viernes para discutir los términos de la negociación conmigo. Cree que tengo grandes posibilidades de hacer la adaptación del guión, siempre y cuando me interese.


—¿Hacer la adaptación? ¿Para qué?


—Ya sabes, todos los directores cambian los guiones a su antojo. Y generalmente se trata de cambios bastante importantes, así que suelen contratar a escritores o guionistas de confianza para que adapten los guiones al gusto de los directores. Puede ser una magnífica oportunidad para mí, Paula.


—¿Cuándo te marchas a Houston?


—No lo sé. Ni siquiera sé si voy a hacerlo. En realidad, no lo he pensado.


—Lo has conseguido, Pedro, y estoy tan orgullosa de ti... Si pudiera te invitaría a marisco y a champán. Pero tendrás que contentarte con mis felicitaciones.


Paula sonrió, al igual que Pedro, que se pasó una mano por el pelo con cierto nerviosismo.


—Preferiría contentarme con un abrazo —dijo él.


Paula se arrojó a sus brazos de buena gana. 


Apretó la cara contra su pecho, de manera que podía escuchar los latidos de su corazón, y era una sensación tan maravillosa que habría pasado allí el resto de su vida. Después, cerró los ojos y aspiró su aroma.


—Hueles tan bien... —murmuró ella.


—Tú sí que hueles bien —dijo él—. Tu cabello huele a melocotón. ¿Sabías que es mi fruta preferida? A veces he pensado que lo hacías a propósito, para volverme loco.


—No, es que en la casa de invitados de los Kaiser tienen toda una gama de productos con olor a melocotón. Jabón, champú, lociones, polvos de talco y hasta aceite para dar masajes. Pero el aceite no lo he usado hasta ahora. No sé, tal vez lo haga pronto. ¿A ti qué te parece?


—Me parece que te gusta vivir peligrosamente.


—Depende de lo que entiendas por peligro. No me gusta saber que en algún lugar hay una bala con mi nombre, pero me gusta volverte loco. Te está bien empleado, por despertar mis celos. Dime una cosa, Pedro, ¿por qué besaste aquella noche a Donna con tanto apasionamiento, como si quisieras acostarte con ella?


Pedro suspiró.


—Fue una especie de experimento. Quería saber si era capaz de acostarme con ella.


—¿Y qué descubriste?


—Ya te he contestado a eso.


—No, no lo has hecho. Has dicho que no quieres mantener una relación con ella, no que no la desearas.


—Pues no la deseo.


Paula estaba tan aliviada que tardó un segundo antes de darse cuenta de que Pedro le estaba quitando el macuto que llevaba a la espalda.


—¿Qué haces?


—En primer lugar, librarte de eso.


Pedro le quitó el macuto y lo dejó en el suelo.


—Y ahora pienso liberarte de esta maldita chaqueta, que por cierto, no me gusta nada —continuó, mientras se la quitaba—. Así podré ver el vestido morado que llevas. Me encanta. 
Y ahora, Paula Chaves, vamos a hacer un pequeño experimento.


—¿En serio? —preguntó, con debilidad.


—En serio.


Pedro la tomó por la cintura, la atrajo hacia sí y bajó la cabeza.