martes, 22 de mayo de 2018

BAJO OTRA IDENTIDAD: CAPITULO 31




Al viernes siguiente, la agitación de Paula se había convertido en una intensa e irreductible angustia, de la que no podía escapar.


Estaba en una clase, pero no era capaz de concentrarse en lo que hacía. Miró a su alrededor para ver si Fred podía ayudarla, pero estaba concentrado trabajando con un ordenador, así que no tenía más remedio que seguir sola. La señora Dent había dicho que era un trabajo muy fácil, pero en aquel estado no había trabajo fácil par ella.


No podía concentrarse en un trabajo del instituto cuando sabía que su mejor amiga lo estaba pasando mal por su culpa, cuando sabía que le había infligido un dolor insoportable. Debía haberle confesado que amaba a Pedro; de ese modo, no se habría sorprendido tanto al verlos. Pero no lo había hecho, y ya no tenía remedio.


—Dios mío...


—¿Sabrina? —preguntó la señora Dent—. No habrás roto otra aguja, ¿verdad?


—No, no he roto nada más.


—Menos mal. Bueno, estaré en la cocina si me necesitas para algo. Y si tienes algún problema, pide ayuda a algún compañero.


—Gracias, lo haré.


Paula siguió con lo que se suponía que debía hacer. Aquel día estaban utilizando las máquinas de coser, pero Paula era tan mala costurera como cocinera.


Una vez más, pensó en el incidente con Donna.


Donna se había recobrado con rapidez, y ordenó a la mujer de la limpieza que se marchara, no sin antes asegurarle que se tomarían las medidas disciplinarias adecuadas.


Pero no había hecho nada desde entonces. Nada de nada. 


No le había dirigido la palabra en toda la semana, y evitaba mirarla. Ni siquiera había llamado a la casa para asegurarse de que se encontraba bien, y Paula echaba de menos su amistad.


En cuanto a Pedro, se había escondido detrás de sus normas y de sus manías como si pudieran protegerlo de algún modo, como si no hubieran hecho nada en aquel cuarto.


No podía decir que se estuviera comportando de un modo grosero con ella. Se había limitado a alejarse, y tenía la impresión de que creía que estaba esperando que le propusiera el matrimonio o algo así. Pero era una mujer madura, perfectamente responsable de su comportamiento sexual. Había hecho aquello porque quería hacerlo, y se dijo que no tenía que responder, de ningún modo, al código moral de Pedro.


Estaba tan enfadada que perdió la concentración con la máquina de coser y el hilo se enredó en la tela. Acababa de cargarse otra aguja.


—¡Odio esta maldita máquina! —exclamó.


Sus compañeros la miraron con asombro. Resultaba evidente que Sabrina estaba a punto de sufrir una crisis de histeria, así que Carolina se levantó de su asiento y se acercó.


—Un mal día, ¿eh? Anda, toma esto, te vendrá bien.


Carolina dejó un objeto en la palma de la mano de Paula. Por un momento, pensó que se trataría de alguna droga. 


Pero no era así. Sólo era otra aguja para la máquina.


—Gracias, Carolina, te debo una.


Paula no quería pedirle otra aguja a la señora Kent, porque no quería batir todas las marcas de estudiantes inútiles en corte y confección. No, si tenía que batir alguna marca, lo haría con algo más retorcido, como hacerse pasar por una estudiante de bachillerato años después de haber terminado la carrera. Definitivamente, era mucho más interesante.


—¿Quieres que te cuente algo divertido? —preguntó Carolina—. ¿Te acuerdas del examen de álgebra que tenía?


Paula asintió.


—Pues bien, he sacado un notable.


—¿En serio? Vaya, eso es magnífico. Sabía que podías conseguirlo... ¿se lo has contado a tu madre y a tu hermano?


—Sí se lo dije, y sólo conseguí un discurso sobre lo buen estudiante que era Pedro cuando estaba en la universidad. Y añadió que ya que no quería ir a la universidad, lo mínimo que puedo hacer es aplicarme ahora en mis estudios.


Paula pensó que podría haber asesinado a aquella mujer. 


Valeria Alfonso no parecía ser consciente de que comparar a una persona con otra era de mal gusto, y de que cada comparación empujaba a Carolina a rebelarse contra ella. 


De hecho, rebelarse era lo único que podía hacer para demostrar que podía ser mejor y más fuerte que su hermano.


—Sé que es muy duro para ti, pero intenta que no te afecte demasiado. Estoy segura de que tu madre tiene buena intención. Dijiste que intentó encontrar trabajo cuando tu padre murió, pero que no logró ninguno por falta de estudios. Es posible que no quiera que te pase lo mismo.


—Buena teoría. Pero tiene un problema.


—¿Cuál?


—Que no fue mi madre quien lo dijo, sino Pedro.


Paula miró a la joven con asombro.


—No me parece propio de Alfonso—dijo.


—No, no lo es, pero está muy nervioso porque esta noche tiene una reunión con... bueno, da igual. El caso es que se ha pasado los últimos días gritando por cualquier cosa, como si tuviera una cita con el presidente.


Paula no dijo nada, pero sospechó que su nerviosismo se debía, sobre todo, al incidente en el cuarto de limpieza.


—Sea como sea, se metió conmigo. Y esta vez, por sacar un notable. Pero no es mi padre, Sabrina, no es mi padre y no puede decirme lo que tengo y lo que no tengo que hacer. Me volveré loca si tengo que seguir en esa casa, observando a mi madre mientras lee revistas o cocina. Estoy deseando ser mayor de edad para aprender a conducir y marcharme a donde quiera, no sé, lejos de casa.


—No le des tanta importancia, Carolina. Si tu hermano estaba nervioso por algo, olvídate del tema de momento y vuelve a planteárselo más tarde. Estoy segura de que será mucho más razonable cuando esté relajado.


—No. Hablar con Pedro no es posible. No se habla con él; él te habla a ti. ¡Te aseguro que lo odio!


El resto de sus compañeros se volvieron para mirarlas, Fred incluido. Estaba muy concentrado con el ordenador, pero ninguna concentración podía resistir el numerito que estaban montando. Fred se levantó, pero Paula lo miró y negó con la cabeza, a modo de advertencia. De modo que el chico frunció el ceño y siguió a lo suyo.


Paula puso una mano sobre uno de los hombros de Carolina, para intentar animarla.


—Mira, sé que tu posición es muy complicada. Llámame esta noche y ya se nos ocurrirá algo. Pero prométeme que no harás ninguna tontería antes de que hablemos.


Carolina se levantó de súbito y se apartó de ella, mirándola con recriminación.


—¿Es que tú también crees que soy estúpida? Yo te diré lo único que es realmente estúpido. Lo único estúpido es malgastar la vida con tonterías cuando podría estar divirtiéndome. Pensé que lo entenderías.


—Carolina...


—Sigue cosiendo, pero esta vez intenta coser en línea recta —espetó la chica, mirando la máquina—. Pareces una chica con mucho aplomo, de modo que no debería resultarte demasiado complicado.


Carolina se dio la vuelta y se alejó.


Paula miró el trozo de tela que tenía en la máquina y pensó que su vida era muy parecida. Algo arrugado, frágil, mal hecho y confuso. Cuando llegó al instituto pensó que podría divertirse un poco, revivir una fase de su vida contando con la experiencia de los años. Pero en lugar de eso había desarrollado un intenso afecto por un grupo de chicos muy notables, que podrían hacer lo que quisieran con un poco más de confianza y de experiencia. La experiencia llegaría con el tiempo, pero ella podía ayudarlos con la confianza.


En aquel momento pensó que debía redoblar sus esfuerzos. 


De algún modo, podía ayudar a aquellos chicos; y la posibilidad resultaba muy excitante. Se concentraría en Carolina, en Eliana, en Fred y en los otros y así no tendría que pensar en Pedro.


Paula ajustó el trozo de tela negra, cambió la aguja y siguió cosiendo, más decidida que nunca.




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