sábado, 10 de marzo de 2018

EN LA NOCHE: CAPITULO 24




El humo que salía del horno, formó una nube en la cocina. Secándose las lágrimas producidas por la humareda, Paula retiró la fuente del fuego y pudo contemplar los rollitos quemados. Más que rollitos parecían trozos de carbón. Con una tos entrecortada, depositó la fuente en la pila y se dirigió a abrir la ventana.


Estaba abatida. Había querido contribuir a la fiesta de Esther y Christian colaborando en la elaboración del postre y lo único que había conseguido era perder el tiempo. Últimamente no era capaz de concentrarse en nada. Había olvidado controlar la temperatura y el reloj del horno. Todo lo que hacía resultaba un desastre. 


Estaba enamorada de Pedro Alfonso.


Asiento el zócalo de la ventana con las manos, se llenó los pulmones de aire fresco. No, no podía estar enamorada. Sabía bien lo que era el amor, y lo que ella en realidad sentía por Pedro era gratitud por haberla ayudado a Ruben que permanecían como posos de su pasado. También le agradecía que hubiera ayudado a su sobrino. Cualquiera se sentiría agradecido por ello.


Pedro había sabido ganarse la confianza de Jimmy. Había ya demasiadas personas que intentaban protegerlo de la realidad, pero la forma en que él le presentó las diferentes alternativas al acogedor ambiente de su casa era precisamente lo que Jimmy necesitaba para reaccionar.


Cuando salieron del hospital, Jimmy estaba dispuesto a intentar arreglar las cosas con su padre.


Por supuesto, ahora toda la familia consideraba a Pedro un héroe. Cuando pudieron ver a Armando y Judith de nuevo con su hijo, la intervención de Pedro en aquel asunto alcanzó para ellos el rango de leyenda. Con quienquiera que Paula hablase últimamente, toda la conversación giraba en torno a Pedro. Le preguntaban sin cesar cuándo irían juntos a cenar a casa de uno u otro o cuándo pensaban elegir la fecha de la boda.


Si la relación de Pedro con Jimmy había servido para ganarse la aceptación de toda su familia, a partir de ahora, todo sería mucho más sencillo de lo que ella esperaba. Una vez más, Pedro había demostrado ser un experto a la hora de saber exactamente qué resortes había que accionar.


Dando vueltas por la cocina, Paula se sentó junto a la ventana, sujetándose la cabeza entre las manos y preguntándose si era aquello realmente lo que estaba haciendo Pedro, accionar en cada momento el resorte adecuado. A pesar de que se había preguntado lo mismo más de una vez, aún no había sido capaz de hallar la respuesta.


Los motivos por los que actuaba Pedro no cambiaban en nada lo que había hecho. Los hechos hablaban por sí mismos. Él era un hombre sensible e inteligente, y a ella le gustaba mucho. Suponía que le gustaría a cualquiera.


Ni era necesariamente amor lo que sentía por él. 


Era simplemente un capricho, eso era todo. Era el hombre de sus fantasías, un hombre inteligente, atractivo, sincero. El tipo de hombre con el que seguramente muchas mujeres soñarían.


Sorprendentemente, sintió ganas de reír. 


Después de muchos años, por fin había sucedido. Paula Chaves, que no tenía la costumbre de recibir a hombres, ni vestidos ni desnudos, en su habitación, estaba ahora asustada porque había caído en la más humana de todas las debilidades.


-No es amor –murmuró en voz alta-. Es sólo deseo.


Agitó los hombros cuando dejó escapar la risa contenida. La ironía de la situación era difícil de creer. La mayor parte de su familia, incluida su madre, pensaba que Pedro y ella se acostaban juntos. Había podido comprobar desde el principio que Pedro no parecía tener problemas con la sexualidad. Al igual que el resto, probablemente pensaría lo mismo de ella.



Aunque a ella le había resultado más difícil vivir libremente la sexualidad a causa de su familia.


Para empezar, tenía un padre con ideas anticuadas y seis hermanos protectores en exceso. Además, tuvo un noviazgo con quien había sido su mejor amigo, y llevada por ideas excesivamente conservadoras, se negó a acostarse con él antes de la boda. Luego sobrevino el accidente que dejó paralítico a Ruben. Así era ella. Una mujer de veintiocho años que no había tenido nunca relaciones sexuales completas. Ahora sentía la llamada de la lujuria, de mano del hombre más sensual que nunca había imaginado, y no sabía cómo actuar.


Geraldine la había acusado de esforzarse por ocultar que era una mujer atractiva porque había tomado la determinación de no mantener ninguna relación. Era cierto que Paula no tenía ningún interés en resultar atractiva a ningún hombre. Le resultaba mucho más sencillo actuar y vivir como lo hacía, volcando su energía en el trabajo, dejando que llenase por completo su vida. Y hasta aquel momento no se había planteado cambiar.


Alzó la cabeza, echándose el pelo hacia atrás. 


Lo llevaba suelto desde que había ido a la peluquería; no se lo había vuelto a recoger desde que Pedro elogió su nuevo peinado. Le gustaba la forma en que Pedro le retiraba a veces un mechón de la mejilla y jugueteaba con sus rizos con una mano mientras mantenía el otro brazo alrededor de sus hombros.


También le gustaba la forma en que la miraba cuando llevaba el vestido que Judith y Geraldine habían insistido en que se comprara. En aquellas ocasiones, su expresión se había más intensa, como si sus pensamientos estuvieran llenos sólo de ella. Paula, por su parte, también estaba cambiando la forma de vestir. Ahora utilizaba cinturones que estilizaban su cintura, se dejaba los botones de la parte superior de las blusas sin abrochar, llevaba tacones y utilizaba siempre perfume.


Sintió un vuelco en el estómago cuando recordó la voz de Pedro, tan fuerte y profunda, y la forma en que le había dicho que se sentía muy atraído por ella. Pedro, el sensible e inteligente Pedro. Su vecino, que se había ganado ya las simpatías de toda la familia. Él, que derrochaba sensualidad sin siquiera pretenderlo, la deseaba.


Paula se preguntaba si realmente había algún problema con ello. Tenían que trabajar juntos. 


Ella no quería que nada interfiriese en la investigación de Pedro, por asuntos económicos. Aunque, por encima de todo, no quería volver a comprometerse con un hombre nunca más. No importaba quién fuese. No quería volver a amar a nadie. Pero, en realidad, no estaba enamorada. Ninguno de los dos lo estaba. Su relación era algo provisional.


Pero cuando ella se puso a besarlo, él se había apartado.


Maldiciendo entre dientes, Paula se dirigió al lavabo para mojarse la cara. Se preguntaba si sería su inexperiencia la que había provocado la falta de interés en Pedro. O quizás estuviese malinterpretando las cosas. No encontraba respuesta para todas aquellas preguntas. 


Aunque tal vez no quisiera encontrarlas. Por otro lado, estaba convencida de que, después de la boda de la hija de Fitzpatrick, acabarían todos sus problemas.



viernes, 9 de marzo de 2018

EN LA NOCHE: CAPITULO 23





Eran las dos de la mañana cuando Pedro aparcó en el callejón. La lluvia que había empezado a caer al atardecer se había convertido en una densa llovizna que saturaba el aire. El suelo estaba lleno de charcos, junto a las paredes de ladrillo oscuro.


Estaban cerca de un mercado al por mayor, en un barrio cercano, y aquella calle estaba más limpia de lo normal. No había basura por todas las esquinas, y las paredes no estaban cubiertas de pintadas. Las puertas de acero de los almacenes estaban rotuladas y reforzadas con unos sistemas de seguridad que harían desistir al más decidido de los ladrones.


-Ha dicho que estaría esperándonos –dijo Paula, acercándose a la ventanilla-. Es una pena que me haya hecho prometer que no hablaría con Armando; se aliviaría mucho si supiera que su hijo está bien.


-Pero parece que no quiere hablar con su padre. Confía en ti.


Paula se mordió el labio inferior y frunció el ceño.


-Pobre chico. Parecía muy asustado.



Pedro se contuvo el impulso de hacer una observación despectiva. Aquel mocoso había tenido en vilo a su familia durante tres días, y todo el tiempo había estado a salvo, dibujando y pitando a voluntad en un almacén de productos para artistas.


Por lo que Paula había averiguado en la conversación, una de las amigas de Jimmy había mentido cuando le preguntaron si sabía dónde estaba. En realidad, lo tenía escondido en el almacén de su madre, y si Jimmy había decidido aparecer era sólo porque la dueña del establecimiento iba a volver por la mañana.


-No sabes lo aliviada que estoy.


-Sí. Ha tenido suerte. Las calles son peligrosas para un adolescente.


-Por eso estábamos tan preocupados.


-Aquí es –dijo Pedro, deteniéndose junto a un almacén.


-Espero que no haya cambiado de idea.


-Probablemente no. ¿Por qué iba a llamarte si no?


-¿Y si no quería esperar? ¿Y si ha vuelto a escaparse?


-No llegaría muy lejos –señaló con un gesto el final del callejón-. En cuanto has colgado he puesto este sitio bajo vigilancia.


-¿Cómo? Pero le he prometido que no se lo diría a nadie.


-Esto no es ningún juego. Sólo le estamos llevando la corriente para que no vuelva a escaparse. El hecho de que no le haya pasado nada no quiere decir que tampoco le pase nada la próxima vez.


-Tienes razón. Supongo que su bienestar es más importante que su confianza. A fin de cuentas, ¿qué importancia tiene una mentira más?


-No has roto tu palabra. He sido yo el que ha pedido refuerzos.


-Lo siento. No pretendía comportarme como una desagradecida. Todos estamos en deuda contigo por lo que has hecho.


-Vamos a llevar al chico a casa antes de nada.


En cuanto salieron del coche, la puerta trasera del almacén se entreabrió. Pedro sujetó a Paula por el brazo para evitar que saltara corriendo, pero en cuanto Jimmy los vio, abrió la puerta de par en par.


Mientras Paula se deshacía en efusiones con su sobrino, Pedro inspeccionó el lugar en el que había estado escondido. Era muy cómodo, gracias a su amiga. El quinceañero se puso sus obras de arte bajo el brazo, en un tubo de cartón, se echó la mochila al hombro y acompañó a su tía al exterior.


Todo transcurrió bastante bien hasta que los tres estuvieron en el coche y Pedro enfiló la calle. Al parecer, Jimmy no quería irse a su casa. Quería ir a casa de Paula.


-No puedes hablar en serio –le dijo su tía-. Tus padres están muertos de preocupación. No estoy dispuesta a esconderte en mi casa, y dejar que sigan…



-Me has prometido que no se lo ibas a decir a nadie. Ni siquiera sé por qué te has traído a tu novio.


-Estaba con Paula cuando has llamado –le contestó Pedro frunciendo el ceño-. ¿Es que esperabas que viniera sola a un callejón oscuro en mitad de la noche?


-De acuerdo, no quiero que se entere nadie más. No quiero irme a mi casa. Si no puedo quedarme contigo –añadió, mirando a Paula-, viviré en la calle.


Paula apretó los labios y respiró profundamente.


-Entiendo que tu padre y tú no os lleváis muy bien, pero…


Pedro daba golpecitos al volante mientras escuchaba a Paula, que intentaba razonar con su sobrino. El chico no era tonto; prefería tener otro escondite cómodo a quedarse en la calle. Y no se le daba mal apelar a la conciencia de Paula, intentando ponerla entre su padre y él. Ya lo había conseguido en cierto modo al llamarla por teléfono.


Pero Pedro no podía dejar que Paula siguiera involucrándose en los problemas de Jimmy. Si accedía a dejarlo vivir en su casa, tendrían que fingir que estaban comprometidos durante todo el día, y sospechaba que su autodominio no duraría tanto. Además, la presencia del muchacho probablemente obstaculizaría los preparativos para la boda, y probablemente ocasionaría un roce entre Paula y Armando, que era precisamente el responsable de las asignaciones de trabajo. No podían permitirse algo así tan cerca del acontecimiento crucial.


Y sólo para que un niño mimado y querido pudiera hacerse el rebelde. Jimmy no tenía idea de la suerte que había tenido al nacer en una familia como aquélla. Nunca sabría lo duras que podían ser las calles para otros chicos de su edad, menos afortunados.


De repente tuvo una idea. Llegó a una rotonda y cambió de dirección.


-¿Adónde vas? –le preguntó Paula-. Por aquí no se va a la casa de Armando.


-Y tampoco a la de Paula –añadió Jimmy-. ¿Qué haces?


-Vamos a dar una vuelta –dijo Pedro.


Cuarenta minutos después, aminoró la velocidad y se detuvo junto a un descampado. Un camión abandonado, sin ruedas, estaba volcado en una zanja.


-¿Ves esas cajas, al lado del contenedor? –preguntó Pedro, volviéndose hacia Jimmy.


-Sí, ¿por qué?


-¿Te gustaría vivir ahí?


-Sí, claro, en un montón de basura.


-Mira detenidamente ese montón de basura.


Durante diez minutos, el único sonido que se oyó en el coche fue el del limpiaparabrisas. Después, Paula contuvo la respiración.



-Hay alguien en ese camión –susurró.


Los tres guardaron silencio mientras observaban a un hombre delgado que salía de la cabina del camión y desaparecía en la lluvia. Unos minutos después, se movió una de las cajas de cartón, y una cara, muy pálida, miró en su dirección. Cuando los vio, volvió a cerrar la caja.


-Esas personas no tienen ninguna casa a la que ir –dijo Pedro, poniendo en marcha el motor-. No tienen las oportunidades que tú estás deseando abandonar.


-¿Qué es esto? ¿Una especie de lección?


-Sí, algo así.


La siguiente parada fue un albergue para jóvenes sin techo que Pedro y Javier habían ayudado a organizar cuatro años atrás. De noche estaba cerrado, pero la monja de la puerta reconoció a Pedro y lo dejó pasar. Cuando le explicó lo que quería, ella accedió y los acompañó a los tres a visitar las instalaciones. Estuvo relatando los sobrecogedores pasados de algunos de los jóvenes que vivían allí, y les dijo, desesperanzada, el futuro que los aguardaba. Cuando volvieron al coche, la expresión de Jimmy había perdido parte de su arrogancia.


Pedro dejó el hospital para el final. Cuando llegaron estaban ingresando en urgencias a varios heridos de bala, poco mayores que Jimmy. Era el resultado de un tiroteo entre bandas juveniles.




EN LA NOCHE: CAPITULO 22





El beso fue muy suave. Paula suspiró y se relajó entre los brazos de Pedro. En comparación con otras situaciones, aquélla podía considerarse muy casta.



Sin embargo, era mucho más íntima que ninguna otra que hubieran vivido antes.


Pedro levantó la cabeza, demasiado pronto, pero no se apartó. Tomó entre las manos la cara de Paula y volvió a besarla.


Paula se recordó que sólo era un beso. No tenía nada que ver con el amor, ni con el compromiso ni con ninguna de las cosas que tanto miedo le daban; se trataba de un beso, simplemente. Sabía que había motivos por los que no debería hacer algo así con Pedro, pero no podía detenerse.


Pedro fue profundizando el beso poco a poco, aceptando su invitación con un ligero aumento de la presión. Paula sintió que a los dos se les aceleraba el pulso a la vez. Pedro hundió una vez. Pedro hundió una mano en su pelo, apretándola con firmeza contra la esquina del sofá.


Aquello era muy distinto de lo que habían hecho en la cocina, cuando las bromas condujeron a la pasión. Tampoco tenía nada que ver con lo ocurrido en la sala de reuniones, cuando Pedro se abalanzó sobre ella sin dejarle tiempo para pensar. No tenía ni idea de que pudiera ser tan tierno, tan considerado, como si tuvieran todo el tiempo del mundo, como si toda su energía y su atención estuvieran concentradas en el deseo de proporcionarle placer, o tal vez consuelo.


No quería pensar en los motivos que tenía Pedro para besarla, como no quería pensar en los motivos que tenían los dos para no besarse. La sensación era maravillosa; tanto que no protestó cuando Pedro subió la mano lentamente para acariciarle un seno. El gemido que dejó escapar la sorprendió tanto como a él. Arqueó la espalda, sonriendo contra los labios de Pedro, que iba desabrochándole uno a uno los botones de la camisa.


Sintió un estremecimiento al sentir sus dedos en la piel desnuda, trazando el borde del sujetador con un dedo. 


Cuando Pedro le deslizó la otra mano por la espalda para desabrocharle el sujetador, la razón y la lógica, desaparecieron por completo. Lo último que podía hacer era pensar.


La acariciaba con tanta ternura como había demostrado al besarla.


-Pedro –susurró.


No dijo nada más, pero él interpretó aquella palabra como otra invitación. Empezó a besarla en la oreja, mordisqueándole el lóbulo. Después, poco a poco, empezó a subirle la mano por la pierna.


El contacto de los dedos de Pedro en su muslo fue como una descarga eléctrica, que desató en su interior deseos cuya existencia no había sospechado jamás. Hundió los dedos en el pelo de Pedro y lo atrajo hacia sí para besarlo.


Excitado por la reacción de Paula, Pedro la besó apasionadamente, con ansiedad. Tenía el cuerpo tan tenso que le temblaban las manos. Dentro de la blusa de Paula. Debajo de su falda.



No sabía qué estaba haciendo. Una vez más, había permitido que el deseo se impusiera a la razón. Aquella mujer era una civil que lo estaba ayudando en un caso.


Pero cada vez se involucraba más. Sabía que no debería haberse metido en los problemas de su familia y, desde luego, no debería haberla escuchado hablando cuando le contó sus más íntimas angustias. El deseo físico ya era bastante difícil de sobrellevar, pero ahora se había acercado a ella de una forma completamente distinta.


En aquella ocasión no tenía ninguna excusa. No podía alegar que estaba desempeñando un papel, ni convencerse de que lo que Paula le demostraba era fingido. No tenían público.


Aquello no formaba parte del plan.


Todas aquellas ideas daban vuelta en su cabeza, pero en aquel momento le parecía que carecían de importancia. 


Tenía que superar aquella debilidad.


Hizo acopio del poco autodominio que le quedaba y levantó la cabeza. Paula tenía las mejillas sonrosadas y los labios húmedos. Su mirada demostraba claramente la excitación que sentía. Durante varias semanas había fantaseado con aquel momento. Pero no tenía derecho a hacerlo, nunca lo tendría.


-Escúchame, Paula…


Su rubor se intensificó. Se pasó la lengua por los labios hinchados, sin dejar de mirarlo a los ojos, y bajó los brazos.


-No digas eso –murmuró.


-¿Qué?


-No digas que sólo fingías, que forma parte de tu papel.


-Claro que no. No puedo negar que me siento atraído por ti. Pero esto es un error.


Paula empezó a abrocharse la blusa con manos temblorosas.


-Un error –repitió.


-No debería haberte besado. Es muy tarde, los dos estamos cansados y tú estás alterada. Me he aprovechado.


-No, Pedro. No te has aprovechado de mí. Yo también te he besado.


-Perdóname. No volverá a ocurrir.


Sin contestar, Paula bajó la cabeza para mirarse las manos mientras se abrochaba los botones. El pelo le tapaba la cara.


-Sólo falta una semana para la boda de la hija de Fitzpatric. No podemos olvidar ni un momento el motivo por el que estamos juntos.


-Sí, ya lo hemos dejado claro. Varias veces. Desde luego, no lo vamos a olvidar.


Pedro captó el dolor de su voz, y lo que más deseaba en el mundo era volver a tomarla entre sus brazos.



-No podemos tener nada mientras estemos trabajando juntos. Las distracciones pueden ser peligrosas.


-Las distracciones.


Al llegar al último botón, se dio cuenta de que se había abrochado mal la camisa.


-No quería que las cosas llegaran tan lejos.


-No es para tanto. A fin de cuentas, sólo ha sido un beso. Tengo veintiocho años, y te aseguro que no es nada nuevo para mí.


Pedro no sabía qué ocurriría si aquello volvía a pasar y no era capaz de detenerlo. Quizás no fuera tan terrible. 


Probablemente sería mejor aflojar un poco la tensión que había entre ellos para poder concentrarse en el trabajo.


Pero estaba con Paula, una mujer que preparaba pan y acunaba bebés. No era alguien con quien pudiera darse un revolcón rápido, sin consecuencias.


Sería mejor que se olvidase del deseo que sentía por ella. 


No podía pasar una semana más así. Sabía cuáles eran sus prioridades.


Paula levantó la cabeza y se apartó el pelo de la cara. Con la blusa mal abrochada y el rubor en las mejillas, su imagen era una tentadora mezcla de inocencia y sensualidad.


-Paula…


En aquel momento sonó el teléfono. Fue una interrupción muy oportuna, justo lo que necesitaban para volver a la realidad.


-¿Diga? –Paula se detuvo, apretando fuertemente el auricular-. ¡Jimmy, Dios mío! ¿Dónde estás?


EN LA NOCHE: CAPITULO 21





Paula se abrazó a un cojín y se sentó en la esquina del sofá, acurrucándose. La lluvia golpeaba los cristales, alumbrada por la farola de la esquina. El salón estaba lleno de sombras; la lámpara no conseguía disipar por completo la penumbra.


Por encima del sonido de la lluvia podía oír la voz de Pedro, profunda y firme, que hablaba por teléfono con otro de sus compañeros de la comisaría. Aunque hablaba en voz baja, no podía evitar que Paula oyera todas sus palabras. 


Hospital. Depósito de cadáveres.


Hacía más de dos días que la llamada de Armando había puesto fin a la fiesta de compromiso. Hacía casi tres días que nadie tenía noticias de Jimmy.



Judith estaba destrozada. Sus sonrisas rápidas, su sentido del humor y su forma de ser desenfadada habían desaparecido, sofocados por la preocupación. Siempre que Paula había ido a verla la había encontrado junto al teléfono.


Pero si aquello había afectado a Judith, el efecto sobre Armando había sido peor aún. Tenía los ojos enrojecidos por la falta de sueño, parecía que no se había afeitado en varios días, y le temblaban las manos a causa de todo el café que había bebido. No había hablado mucho sobre la discusión que había empujado a Jimmy a marcharse, pero saltaba a la vista que Armando se consideraba culpable.


Paula cerró los ojos y hundió la cara en el cojín. Conocía perfectamente el calvario que estaba atravesando su hermano, porque ella había vivido la misma angustia con Ruben. Armando estaría haciendo conjeturas, preguntándose una y otra vez qué habría pasado si hubiera actuado de otra forma.


Pedro colgó el teléfono. Unos segundos después, Paula sintió que le acariciaba el pelo.


-Es muy tarde –le dijo-. Seguiré haciendo llamadas desde mi casa, para que puedas dormir un poco.


-No, no te preocupes. ¿Has averiguada algo?


-Por ahora no. Parece que Jimmy no quiere que lo encuentren. Pero he corrido la voz, y lo busca mucha gente.


-Gracias –lo tomó de la mano-. Te agradezco mucho lo que estás haciendo.


Durante un instante, Pedro la miró con una sonrisa, pero después se apartó y se metió las manos en los bolsillos.


-No es para tanto. Sólo he hecho unas cuantas llamadas.


-¿Cómo que no es para tanto? Sé que no querías involucrarte.


Pedro se encogió de hombros.


-Era lo que se esperaba de mí. Se supone que soy tu prometido.


Paula no sabía por qué aquel hombre no quería reconocer que estaba haciendo algo bueno. Desde el momento en que ofreció su ayuda a la familia, no sólo puso sobre aviso a sus compañeros de la policía; también organizó a todos los Chaves para que buscaran ordenadamente, y sobre todo, les devolvió la esperanza.


Los hermanos de Paula estaban dispuestos a meterse en los coches y ponerse a vagar por la ciudad, pero Pedro los había convencido para que elaboraran un plan. Recogieron los restos de comida de la mesa y elaboraron listas de los amigos de Jimmy y los lugares a los que podría ir. Estuvieron observando sus fotografías recientes, para hacer observaciones sobre su forma de vestir y sus hábitos. Esther y Christian hicieron fotocopias, Geraldine y Jeronimo se encargaron del teléfono, y Agustin organizaba la información recopilada.


Durante todo el proceso, Pedro estaba allí, firme como una roca. Todo el mundo pensaba que era Armando el que había involucrado a la policía en la búsqueda, pero Paula sabía que, entre bastidores, Pedro estaba usando todos sus contactos. Para ser alguien que insistía en que sólo desempeñaba un papel, se estaba convirtiendo en un miembro muy importante de la familia.


Por otro lado, cuanto antes apareciera Jimmy, antes volverían a la normalidad los Chaves y su empresa de catering. Quizás sólo estuviera ayudándolos para asegurarse de que todo transcurriera sin problemas en la fiesta de los Fitzpatrick.


Paula se puso a dar vueltas a su anillo de compromiso. 


Sería una estúpida si pensara que entre Pedro y ella podía haber algo más que el caso Fitzpatrick. Estaba muy confundida.


Pedro se sentó en el brazo del sofá y tomó un pastel de la mesa.


-Para empezar, no entiendo por qué querría escaparse Jimmy –comentó.


-Últimamente no se llevaba muy bien con su padre.


Guardaron silencio mientras Pedro se comía el pastel. Cuando terminó, se cruzó de brazos y miró a Paula.


-¿Se ha puesto… violento con él alguna vez?


-¿Cómo? ¡Por supuesto que no!


-No te ofendas. Es una de las primeras preguntas que haría si me hubieran asignado el caso.


Paula sacudió la cabeza con vehemencia.


-Armando jamás ha levantado la mano a sus hijos. Nadie de mi familia lo haría.


-Era lo que me imaginaba, a juzgar por la forma en que trataban a los niños el día de la fiesta, pero tenía que asegurarme.


-Tal vez sea estricto, y a veces puede ser terco como una mula, pero adora a su mujer y a sus hijos. Nunca les haría ningún daño; es más, se pasa por el otro lado.


-¿Qué quieres decir?


-Probablemente se debe a que es el hermano mayor. Siempre ha sido excesivamente protector, y a Jimmy no le gusta que siga tratándolo como a un niño.


-Algunos niños maduran muy pronto.


-Jimmy está muy alto para su edad, y probablemente piensa que, con quince años, está a las puertas de los veinte, pero sigue siendo un crío. Probablemente, estará aterrorizado.


Pedro se levantó del brazo del sofá y se sentó junto a Paula.


-¿Por qué se llevaba mal con su padre?


-Es una discusión que han tenido toda la vida. Jimmy siempre quiso ser pintor. Armando y Judith pensaron que era un capricho de niño y que ya se le pasaría, pero últimamente está descuidando sus estudios para dedicar más tiempo a la pintura. Cuanto más insiste Armando en que debe estudiar, menos estudia.


-A juzgar por el dibujo que vi en la furgoneta de Armando, el chico tiene talento.


-Sí. Esos dos cuadros que hay al lado de la ventana son suyos.


Pedro se levantó para observarlos.


-Desde luego, es muy bueno.


-El problema es que Armando siempre esperó que su hijo se uniera al negocio de la familia –suspiró-. Entiendo que Jimmy se sienta frustrado. Sus padres tienen buena intención, pero el pobre no va a dejar que las buenas intenciones de los demás dicten su vida. Los quiere, pero quiere ser independiente.


-Parece que estás hablando de ti misma.


-En cierto modo, a los dos nos agobia un poco la familia de vez en cuando. Por eso siento cierta debilidad por él.


-No sé por qué, pero no te imagino como una adolescente rebelde.


-Bueno, reconozco que mi rebeldía se retrasó una década. Cuando era más joven no protestaba nunca, siempre hacía lo que se esperaba de mí. Toda mi vida estaba planeada, y no me lo pensé dos veces cuando pasé de la protección de mis padres a la de mi prometido.


-Debías de ser muy joven cuando te comprometiste.


-Ruben y yo nos conocimos el día en que fuimos por primera vez a la guardería, y en el primer año de instituto ya teníamos una relación estable. Celebramos nuestro compromiso el día en que cumplí veintiún años.


-Tu familia debía quererlo mucho.


-Lo adoraban. Cuando éramos jóvenes venía tanto a casa que lo trataban como si fuera uno de mis hermanos. Nadie se sorprendió cuando anunciamos que nos íbamos a casar. Siempre habíamos dado por supuesto que pasaríamos toda la vida juntos.


-Parece que estabais muy compenetrados.


-Sí. Habíamos hecho muchos planes. Un montón de hijos, una casa con un columpio en el jardín y un perro delante de la chimenea. Pero entonces tuvo el accidente… -hizo una pausa-. Y tuve que cambiar de planes.


-Lo siento mucho, Paula.


-No quería que me quedara con él. Te lo dije, ¿verdad?


-Sí.


-Al principio pensé que lo hacía porque me quería demasiado para permitir que lo viera en una silla de ruedas.


-Es comprensible. A nadie le gusta que sientan compasión por él.


-Yo no sentía compasión. Estaba enamorada de él. Pero no le gustaba que lo cuidara, porque eso cambiaba la idea que tenía de mí. Era como mi padre; siempre había dado por supuesto que era él quien tenía que cuidarme. No me había dado cuenta de lo frágil que me consideraba.



-Eres cualquier cosa menos frágil.


Paula suspiró y apoyó la mejilla en la mano de Pedro. Hablar con él le resultaba muy fácil. Era muy directo y comprensivo, la escuchaba y le hacía preguntas sobre cosas que su familia no se atrevía a mencionar delante de ella.


-A veces me pregunto si las cosas habrían sido distintas si no me hubiera quedado con él.


-¿Por qué?


-Tal vez otra persona habría sabido interpretar los símbolos, pero yo no me di cuenta de lo que ocurría.


-¿Qué intentas decir?


-Al principio discutíamos continuamente. Ruben no quería depender de mí, pero yo no concebía la idea de abandonarlo cuando lo necesitaba. Estaba segura de saber qué era lo mejor para él, así que me quedé a su lado, sin darme cuenta de que eso lo estaba matando.


Intentó tragar saliva, pero tenía un nudo en la garganta. 


Normalmente dejaba de hablar al llegar a aquel punto. 


Durante cinco años lo había llevado dentro porque nadie quería oír el resto.


-Sigue –le dijo Pedro en voz baja.


Paula sintió el escozor de las lágrimas. No era de dolor; ya lo había superado mucho tiempo atrás. Lo que la conmovía era la comprensión de Pedro.


-Antes de tener el accidente, Ruben estaba muy orgulloso de su capacidad para los deportes. Le gustaba la competición, ser el mejor, así que no podía concebir la vida sin poder usar las piernas.


-Sería difícil para cualquier persona.


-Intenté convencerlo para que se pusiera en tratamiento psicológico, pero no me hizo caso. Llevé a un par de psicólogos a casa, pero se negó a hablar con ellos, y sólo conseguía que se agitara más. Por fin, el médico se puso a recetarle tranquilizantes, para facilitarle la transición, según dijo. Durante cierto tiempo, pareció funcionar. Su humor y su aspecto mejoraron.


Pedro le apretó la mano, en un gesto mudo de apoyo.


-Pero no se tomaba los tranquilizantes –continuó Paula-. Los guardaba. Siempre fue muy meticuloso. Averiguó cuántos necesitaba para una dosis mortal y esperó hasta acumular el triple. Eligió un momento en el que yo estaba en el trabajo y no esperaba ninguna visita. Llenó la bañera hasta el borde, se metió en ella y se tomó las pastillas. En cuanto perdió el conocimiento se quedó bajo la superficie del agua, así que murió ahogado antes de que las pastillas pudieran matarlo.


-No tenía ni idea. Creía que había muerto por algún efecto secundario del accidente de la piscina.



-Su madre está convencida de que tomó más tranquilizantes de los debidos por error, pero yo sé que se suicidó. Encontré una nota antes de encontrarlo a él, y siempre me he preguntado si lo habría salvado en caso de haber llegado antes. Y si no habría decidido suicidarse en caso de que yo no me hubiera quedado con él.


-No fue culpa tuya.


-Pero no me di cuenta de lo mal que soportaba depender de mí, de lo sofocante que le resultaba mi amor.


-No fue culpa tuya –insistió Pedro con firmeza-. Fue él quien lo decidió.


Paula apoyó la cara en el hombro de Pedro.


-Después del entierro estuve yendo al psicólogo, y me di cuenta de lo complicado que es el suicidio. Sé perfectamente que no tuve la culpa, pero no soy capaz de creérmelo de verdad.


-Te entiendo. Nunca es fácil llegar a aceptar una tragedia así. La muerte ya es bastante difícil de soportar, pero cuando ocurre por elección, es mucho peor.


-Mi familia sigue sin reconocerlo. Son como la madre de Ruben, insisten en que fue un accidente. No son capaces de enfrentarse a la verdad. Así que no dejan de intentar convencerme, como si lo mejor para superar el mal trago fuera tener otra pareja.


-Todos te quieren mucho. Lo vi en la fiesta.


-Y yo los quiero a ellos, pero no me quiero casar nunca. Sé lo destructivo que puede ser el amor, y hasta dónde llegó Ruben por no depender de nadie.


-Por eso quieres estar sola, ¿verdad? Por las consecuencias de la dependencia de Ruben, y no de la tuya.


Paula pensó con incredulidad que Pedro la entendía. La entendía de verdad. En el poco tiempo que hacía que se conocían, había llegado a comprender lo que su familia no comprendería nunca. Si había decidido no tener una relación en la vida no era por su propio dolor, sino por el de Ruben. 


Tenía miedo de acabar estando tan desesperada como él.


Pedro le acarició la espalda lentamente. Después la tomó por la barbilla y la miró a los ojos.


-Para ti debe ser horrible fingir que estamos prometidos. Cuando te lo propuse no sabía nada.


-No te preocupes. No podías saberlo.


-Si hay algo que pueda hacer…


-Ya lo has hecho –susurró.


Pedro le apartó el pelo de la cara. Después, como si fuera la cosa más natural del mundo, se inclinó para besarla.